VALORES
EVANGÉLICOS DEL SEGUIMIENTO DE CRISTO (Regla, n. 10-11)
Todos
hemos oído con mayor o menor frecuencia que “seguir las huellas de Cristo pobre, humilde y crucificado” expresa
el carisma de San Francisco. De ahí el famoso himno de la OFS “Las huellas del caudillo enamorado sigamos
con fervor”, que antes se cantaba en la Orden franciscana en general con
mucha frecuencia.
Efectivamente,
la actual Regla dice así, resumiendo los números 10 y 11: “asociándose a la obediencia redentora de Jesús…sigan a Cristo, pobre y
crucificado”, y también “esfuércense
en purificar el corazón de toda tendencia y deseos de posesión y dominio como
peregrinos y forasteros hacia la casa del Padre”.
Ante todo
quiero decir que al poner como parte del título Valores Evangélicos, quiero
poner de relieve que no son simples consejos, que los seguiremos si nos parece
bien, como comúnmente se identifican, sino que son valores, sin los cuales no
hay seguimiento de Cristo: obediencia, pobreza y pureza de corazón.
Se habla
de “obediencia redentora de Jesús” al
Padre. Y quiero subrayar aquí el aspecto teológico de esta obediencia, ya que comúnmente
se ha puesto de relieve más bien el aspecto ascético moral. ¿Qué diferencia
hay? La obediencia de Jesús no es un acto de penitencia, un sacrificio de valor
infinito, por el cual nos gana la salvación. Es más bien una actitud de vida en
comunión con el Padre, que Jesús la asume desde que llega a este mundo, como lo
proclama la carta a los Hebreos: “Por eso,
al entrar en este mundo, dice: sacrificio y oblación no quisiste; pero me has
formado un cuerpo. Entonces dije: ¡He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu
voluntad” (10, 5-7). Si se dice que Dios no quiere “sacrificio y oblación” no podemos ver ni la vida ni la muerte de
Jesús como un sacrificio por medio del cual paga nuestra salvación sino una
forma de vida en comunión con el Padre, por medio de la cual regenera nuestra
condición humana de manera semejante a lo que se significa en la parábola del
“hijo pródigo”, a quien su padre, viendo su deseo de restablecer la amistad con
él aunque sea como su criado, abraza y lo restablece a la vida familia con
todos los derechos.
Esa
obediencia, por tanto, se encarna en la vida del hermano franciscano al “cumplir las obligaciones propias” y
también en las circunstancias difíciles de la vida. Efectivamente, en todo ello
se manifiesta la voluntad de Dios, que en resumen es hacer de la vida un
servicio a propios y extraños, es decir, tanto en la vida familiar como en la
vida laboral, en la vida social y en la eclesial. Subrayemos este aspecto del
servicio como forma de hacer la voluntad de Dios y como forma de unirnos a la
obediencia redentora de Cristo, pues lo importante es que toda la humanidad
vibre al unísono en la comunión con Cristo, y por medio de él con Dios.
Se habla
a continuación de la “vida pobre y
humilde”, que Cristo eligió para sí y para su Madre y se explica cómo lo
han de vivir los Franciscanos seglares. Se mencionan varios detalles: primero,
una justa relación con los bienes terrenos, que se traduce en el desapego de
los mismos y éste a su vez se muestra en el modo cómo se usan estos bienes; una
forma de uso correcto se sugiere en otros de los detalles de esta vida pobre y
humilde: simplificar las propias exigencias materiales, es decir, evitar
acumular bienes materiales y aprender a vivir como reza el dicho antiguo “con lo mínimo necesario, no con lo máximo
permitido”. Es una tentación que de muchas formas se filtra en la vida
social y familiar por medio de los medios de comunicación y la abundancia de
bienes en los centro comerciales, incluso por el modo cómo viven los demás,
familiares, amigos o vecinos.
El tercer
detalle, que ayuda a mantener ese estilo de vida, relacionado con lo dicho
anteriormente, es “ser administradores de
los bienes”, y no almacenadores de los bienes al alcance del nivel
económico que tenemos al momento. Esa labor administradora significa que se
cultive en el corazón del hermano franciscano y de las fraternidades la
conciencia de compartir con quien lo necesite, dentro o fuera de la fraternidad
y de nuestros ambientes próximos, todo aquello que no se necesita, teniendo en
cuenta aquí también el dicho de que “la
necesidad se contenta con poco” y de que, como decía san Agustín: “lo que tú no necesitas pertenece a los
pobres” o “a los otros pobres”,
diría san Francisco.
En esta
línea de pensamiento, se dice en este número que son administradores de los
bienes “en favor de los hijos de Dios”;
aquí pues entra la fraternidad universal, como es la de Francisco y ha de ser
la de la familia franciscana. Así lo dejó escrito en su carta a los Fieles: “Puesto que soy servidor de todos, a todos
estoy obligado a servir y a suministrar las perfumadas palabras de mi Señor”
(1 C II v. 2).
Para todo
ello, la Regla recomienda cultivar el espíritu de las bienaventuranzas,
especialmente la pureza de corazón, que dará la correcta visión de las cosas y
de las personas, cultivando la actitud de “peregrinos
y forasteros”, que ni viven en su propia tierra ni están allí mucho tiempo,
por tanto no tiene sentido cargarse de cosas, ni apegarse a las personas, pues
todas las creaturas son hermanas, que no se pueden someter de ninguna forma
sino que con ellas se ha de compartir el regalo de la vida y los medios, que
Dios nos facilita para cultivarla con dignidad. Si los puros de corazón “verán a Dios”, lo han de ver en las
obras de sus manos, pues “vio Dios que
todo era bueno”, particularmente en aquellas creaturas que Dios hizo “a su imagen y semejanza” (Gn 1). “Loado seas, mi Señor, con todas tus
creaturas…Alabad y bendecir a mi Señor, y dadle gracias y servidle con grande
humildad” (Cant v. 3.14).
Hno. Jesús Ma. Bezunartea, OFMCap.
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