miércoles, 29 de noviembre de 2017

Carta de Navidad 2017 del Ministro General OFM



Dios se hace hombre par que el hombre pueda hacerse Dios


Vayamos a Belén a ver lo que ha sucedido

Este año la Custodia de Tierra Santa ha celebrado los 800 años de su fundación. La Orden de los Hermanos menores no podía ignorar este acontecimiento que la abrió a la misión. Quise estar presente, con el Vicario general en medio de los hermanos, porque el mensaje de Tierra Santa interpela a todo hermano menor hoy. El Verbo de Dios puso su tienda en medio de los hombres y se hizo hijo del hombre para habituar al hombre a comprender a Dios y para habituar a Dios a poner su morada en el hombre según la voluntad del  Padre. En Belén Dios ha tomado un rostro humano.

 Verbum abbreviatum

San Francisco pedía a los hermanos predicadores usar la brevedad de palabra (Rb 9,4). El motivo es este: porque palabra abreviada hizo el Señor. En los tiempos pasados Dios habló muchas veces y de varias maneras por medio de los profetas. Su palabra se prolongó por siglos. Ahora en cambio habla por medio del Hijo, que es su palabra breve.  Esta palabra se hace carne en Jesús y resume en sí toda la revelación: Dios es amor. Escribe un monje cisterciense, Guerrico de Igny: “Él es la palabra condensada, de tal modo que en ella se encuentra el cumplimiento de toda palabra que en sí se cumple y sintetiza el plan de Dios. No debemos admirarnos si la Palabra ha resumido para nosotros todas las palabras proféticas, viendo que ha querido “abreviar” y de alguna manera empequeñecerse a sí misma”. También para Francisco los hermanos menores deben anunciar la palabra de Dios encarnada, el Verbum abbreviatum. A ese empequeñecerse de la palabra de Dios corresponde el hacerse pequeño de Francisco y de sus hermanos: el estilo del anuncio franciscano será el de hacerse menores, es decir, más pequeños, como el Verbum abbreviatum.

La Encarnación de Cristo incluso aunque Adán no hubiera pecado

Duns Escoto, discípulo de Francisco a diferencia de muchos pensadores cristianos de su tiempo, defendió la idea de que el Hijo de Dios se habría hecho hombre incluso si la humanidad no hubiera pecado. “Pensar que Dios hubiese renunciado a tal obra si Adán no hubiera pecado, -escribe Duns Escoto- ¡sería totalmente irrazonable! Digo por tanto que la caída no fue la causa de la predestinación de Cristo, y que –aunque nadie hubiera caído, ni ángel ni hombre-  en esta hipótesis Cristo habría sido predestinado de todos modos” (Reportata Parisiensia, en III Sent., d. 7, 4). Para Duns Escoto, un teólogo optimista, la encarnación del Hijo de Dios es la culminación de la creación. Esta concepción cambia nuestro modo de mirar toda la creación, que es elevada por Dios a su propia altura. Pensemos  qué consecuencias tiene esta visión sobre la sensibilidad ecológica y sobre la consideración del ambiente, como cambia la mirada sobre el mundo y sobre las relaciones sociales, en una perspectiva que nuestro Papa Francisco llama “ecología integral”.

Nacido en Belén, tierra de paradojas

Belén era la tierra de Rut. En los campos de Booz, Rut iba a recoger las espigas que dejaban caer los segadores: ella atrajo la atención del patrón, que se enamoró de ella y la tomó por esposa a pesar de ser una moabita, una extranjera. Del amor de ambos nació Obed, que fue el padre de Jesé, el cual fue a su vez padre del rey David. En la genealogía del Rey David y del hijo de David hay una extranjera, Rut, la moabita. El profeta Miqueas había predicho que el Mesías nacería en el humilde poblado de Belén y el profeta Isaías  que nacería de una virgen (en la versión de los LXX Parthenos) de la estirpe de David y por ella sería llamado Emmanuel, Dios con nosotros.

En los campos de Booz donde Rut espigaba, donde David pastoreaba su rebaño, el profeta Samuel vino a consagrar al rey de Israel. Allí los pastores de Belén que pasaban la noche al descampado para hacer la guardia a las ovejas, recibieron el alegre anuncio del nacimiento de Cristo: “Hoy  ha nacido para ustedes un Salvador”.

El emperador Augusto mandaba en el mundo con todo su poder, y ordenaba un censo, mientras el Hijo de Dios no solo nacía como todos los humanos, en la fragilidad  y en la debilidad, pero nacía como hijo desconocido, en la pobreza de una gruta de Belén. El ángel que llevaba la buena noticia no apareció en los palacios del Herodium a los grandes de este mundo, sino a los pastores despreciados por los grandes.

El escándalo de la encarnación de Dios

Las profecías habían preanunciado y aclamado al Mesías, precisamente a su nacimiento, como  “niño sobre cuyos hombros está el poder, cuyo Nombre es Consejero admirable, Dios poderoso, Padre por siempre, Príncipe de la paz”; y en cambio ese niño apareció débil, nacido como incógnito. Una mujer encinta daba a luz un hijo en una gruta. De modo que nadie se dio cuenta, no lo sabía ninguno de los que contaban. María, la madre, después del parto lo envolvió en pañales y lo depositó en un pesebre.

Un nacimiento como muchos, y sin embargo era el nacimiento de un hombre que sólo Dios podía producir, un hombre que era la forma misma de  Dios (Fil 2,6), un hombre que era la Palabra de Dios hecha carne.  Desde aquel momento Dios no sólo estaba presente en medio de nosotros, sino que era uno de nosotros,  humanidad de nuestra humanidad, hermano de todo ser humano.

He ahí el misterio que celebramos en Navidad: el altísimo se hizo bajísimo, el Eterno se ha hecho mortal, el Omnipotente se ha hecho débil, el Santo se ha hecho solidario con los pecadores, el Invisible se ha hecho visible. Dios se hizo hombre en Jesús, el hijo de María. Este acontecimiento ha producido la crisis de toda relación en la cual Dios es Dios y el hombre es un hombre, porque la trascendencia los separaba. Con la Navidad la humanidad está en Dios y Dios está en la humanidad, y ya no es posible decir y pensar a Dios sin decir y pensar en el hombre. Ese niño desde su nacimiento hasta su muerte manifestará a Dios con su vida, sus palabras, su comportamiento, con su cuerpo ofrecido y entregado en manos de los malhechores.

Después de san Bernardo, Francisco insistía sobre la humanidad de Jesús y su encarnación. Este es un elemento esencial del carisma franciscano. Después de este nacimiento del Dios-hombre, está primero el hombre y no el sábado, existe primero el hombre y no la ley,  antes que adorar a Dios en Jerusalén, se lo adora en Espíritu y en verdad.

De esta revelación se hacen ministros los ángeles, primero el ángel que se apareció a los pastores, luego los ejércitos de ángeles –los 70 ángeles de las naciones, según Orígenes- que alaban a Dios y reconocen su gloria. Precisamente estos pastores, considerados los últimos de la sociedad de Israel, porque en el desierto no observaban las leyes de pureza, eran los primeros destinatarios del Evangelio. A ellos el ángel del Señor les anuncia la buena noticia del hoy de Dios.

Dios se hace hombre par que el hombre pueda hacerse Dios

El hombre está llamado a ser divinizado, a ser transfigurado, a reencontrar su vestido de luz. A descubrir en la simplicidad de un recién nacido envuelto en pañales al Hijo de Dios: esta realidad humilde debe hacernos abrir los ojos.

Esta es nuestra fe humanísima: en la pobreza de Belén la vida se ha manifestado y fueron los pobres quienes la acogieron. Una expresión  atribuida a los padres de la Iglesia decía: “Has visto a tu hermano, has visto a Dios”. Porque ya Dios se ve, se encuentra, se reconoce, se ama, se adora en el hombre y en la mujer que encontramos todos los días. La divinización se vuelve posible cuando todo cristiano se acerca al mesa del pan eucarístico y Belén para él se vuelve la “casa del pan” (esta es la etimología hebrea de Betlehem”).

La tierra ha dado su fruto

Navidad significa que Cristo quiere nacer en el corazón de los creyentes. Ángel Silesio, un místico de los Países Bajos, hacía notar: “Nacería Cristo mil veces en Belén, si no nace en ti, estás perdido eternamente”. Un cisterciense medieval añade: “Cristo todavía no ha nacido del todo. Nace cada vez que un hombre se hace cristiano”.

Francisco de Asís comenta en su primera Admonición: “cada día él se humilla (Fil  2,8), como cuando de sus sedes regias (Sb 18,15) descendió al seno de la Virgen; cada día viene a nosotros en humildes apariencias; cada día desciende del seno del Padre (Jn 1,18; 6,38) sobre el altar en las manos del sacerdote”. Cristo nace sobre el altar cada vez que el sacerdote celebra la eucaristía.

Francisco pone en paralelo la Navidad y la eucaristía, tanto que en Greccio, donde él reproduce la gruta de Belén, él no quiere estatuas, sino la celebración de la eucaristía en el pesebre, porque el Señor allí “viene a nosotros en humildes apariencias”. Recordémoslo, hermanos, cuando participemos en la misa de la noche de Navidad, y reconozcamos la venida del Señor.

La luz brilla en nuestras tinieblas

Ignacio de Antioquía explica a los cristianos de Éfeso el símbolo de la luz que brilla en nuestras tinieblas: “Una estrella brilló en el cielo más brillante que todas las demás, su esplendor era indescriptible y su novedad hizo pasmar. Y hubo una gran turbación: de dónde vendría esta nueva estrella tan diferente de las demás. Desde este día fue borrada toda magia, fue destrozada toda cadena de perversidad, se disipó la ignorancia, el antiguo reino de Satanás se derrumbó, porque Dios apareció en forma de hombre, para realizar el orden nuevo que es la vida eterna”.

Hoy, en el mundo globalizado en el cual vivimos, ser hijo de la luz exige una gran valentía y quizás nos sintamos tentados por el desaliento. Pero su luz continúa brillando, mansa y silenciosa. Hoy en el mundo líquido que es el nuestro, estamos invitados a reencontrar la roca de la Palabra de Dios que se encarnó en Jesús. Él nos ofrece un apoyo firme y seguro, que da fuerza y paz a nuestra vida.

La primavera árabe había encendido un poco de esperanza en Oriente, esperanza que fue rápidamente desengañada. Navidad, que nos habla de una  luz que surge, de una estrella que brilla en el cielo, nos permite recomenzar a esperar. Navidad, en la sociedad de consumo, nos habla del Verbo que se hace pequeño, que escoge para sí la sobriedad y la pequeñez, y nos recuerda que la felicidad no está en el poseer o en el expandirse, sino en hacerse pequeños para servir a los hermanos. Navidad hace renacer la esperanza cristiana y destierra el miedo al futuro.

“Demos gracias a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo, porque en su misericordia ha tenido misericordia de nosotros y mientras estábamos muertos por nuestros pecados, nos ha hecho revivir con Cristo para que fuéramos en él criaturas nuevas, nuevas obras de sus manos” escribía León Magno.

Feliz Navidad, que el Hijo de la Virgen María llene de gozo sus corazones.


Roma, 29 de noviembre de 2017
Solemnidad de todos los Santos franciscanos

Fraternalmente,
Fr. Michael A. Perry, OFM
Ministro general e Siervo

viernes, 24 de noviembre de 2017

Saludo de los Franciscanos al Papa en la audiencia del 23 de noviembre de 2017.

Santo Padre, querido Papa Francisco,

En nombre de toda la Familia Franciscana lo saludo con las mismas palabras de san Francisco de Asís: ¡El Señor te dé la paz! Le estamos muy agradecidos por este encuentro con Usted. A pocos días del 29 de noviembre, día en que en 1223 el Papa Honorio III confirmó la Regla escrita por san Francisco, estamos aquí para contarle el camino que hemos recorrido y deseamos recorrer, desde cuando el 4 de octubre del año 2013 nos encontramos junto a la tumba de San Francisco en Asís. Recuerdo que en aquella ocasión tuve el honor de presentarle los Ministros generales, la hermana Ministra de la Orden Franciscana Seglar y a la Representante de las numerosas Congregaciones femeninas y masculinas que adoptan la Regla de Tercera Orden Franciscana. Al término de las presentaciones preguntó Usted con tono delicadamente y quizás a propósito admirado: “¿Entonces existe también un ecumenismo franciscano?”. Y añadió luego: “¡Permanezcan unidos!” Santo Padre, hemos acogido con gozo esa invitación y hoy brevemente le cuento lo que hemos hecho.

Diversos hermanos de la Familia Franciscana, en especial los que residen en Asís, han propuesto en forma creativa una serie de encuentros para conocernos y apreciarnos. Los encuentros con la recurrencia de eventos que conserva la historia y el deseo de celebrarlas adecuadamente, han sido ocasiones que han favorecido la confrontación y el diálogo. Comienzo recordando el V centenario de la bula papal “Ite vos” promulgada por León X el 29 de mayo de 1517, cuya intención era la de unificar todas las diversas agregaciones franciscanas de ese tiempo bajo la jurisdicción de un solo Ministro general. La bula no tuvo resultado positivo y se asistió a la separación entre los Hermanos Menores y los Hermanos Menores Conventuales. Pasados once años en 1528, el Papa Clemente VII confirmó la reforma de los Hermanos Menores Capuchinos. Junto a la gratitud por las grandes cosas que el espíritu del Señor ha obrado en los diversos componentes de la Familia Franciscana, debemos reconocer que también hemos vivido tiempos de tensión y de discordia. El acontecimiento del octavo centenario del “Perdón de Asís” ha sido la feliz ocasión para pedirnos perdón y así el día 11 de julio de 2016, en la Basílica de Santa María de los Ángeles hemos vivido la celebración de reconciliación y de paz. Desde el 29 de mayo al 2 de junio del año en curso, los Hermanos Franciscanos de la Umbría con los respectivos Ministros y Vicarios generales se encontraron en Foligno para un Capítulo que han querido llamar ‘Capítulo generalísimo’. La gratitud, el deseo de comunión y la esperanza han caracterizado este evento.

Un ulterior y significativo recorrido que estamos realizando juntos es la realización de una única universidad Franciscana. Asimismo, dentro de pocos días, en Rieti, comenzará un nuevo camino una Fraternidad compuesta por Hermanos Menores, Menores Conventuales y Menores Capuchinos. También están en marcha otros proyectos de estrecha colaboración en el campo formativo, como los cursos trimestrales de formación para los misioneros en Bruselas, y a partir de este año ofrecemos y animamos cursos de actualización a los formadores de las tres Órdenes masculinas en África.

Santo Padre, le estamos agradecidos por su empeño incansable por anunciar el Evangelio de Nuestro Señor con palabras accesibles a todos y con el estilo fraterno y cordial que lo distingue. Un particular agradecimiento por su carta Encíclica Laudato si’ en la cual su llamamiento para el cuidado de nuestra Hermana madre tierra interpreta y actualiza el espíritu de nuestro Santo Fundador. ¡Bendíganos, Santo Padre! Le pedimos que nos confirme en este camino de unidad y de comunión que queremos continuar con fuerza y convicción, por el bien de la Iglesia. Estamos además en espera de Su decisión sobre los hermanos.

Bendiga también a nuestras hermanas Clarisas y a todos los hermanos y hermanas de la Orden Franciscana Seglar. ¡Paz y Bien!

Fr. Mauro Jöhri, Ministro general OFMCap y Presidente de turno de la CMG OFM y TOR

Città del Vaticano (Aula Clementina), 23 de noviembre de 2017

jueves, 23 de noviembre de 2017

Palabras del Papa Francisco en la audiencia con la Familia Franciscana



(VATICANO – 23 Nov. 2017).- “La minoridad franciscana se presenta a vosotros como un lugar de encuentro y comunión con Dios; como un lugar de encuentro y comunión con los hermanos y con todos los hombres y mujeres; finalmente, como un lugar de encuentro y comunión con la creación”, ha dicho el Papa Francisco.

El Santo Padre Francisco se ha encontrado en audiencia esta mañana, 23 de noviembre de 2017, en la Sala Clementina del Palacio apostólico con los miembros de la Familia Franciscana de la Primera Orden y de la Tercera Orden Regular.

El Papa les ha pedido que “por favor”, cuando hagan alguna actividad para los “más pequeños”, los excluidos y los últimos, nunca lo hagan desde un pedestal de superioridad. “Pensad, más bien, que todo lo que hacéis por ellos es una forma de restituir lo que habéis recibido gratis”, ha dicho.

Al final del encuentro, el Santo Padre hizo una pausa para saludar a cada hermano, mientras que espontáneamente todos los hermanos cantaban “Dios Alto y Glorioso”, “Rezando a Dios Altísimo”, “Dulce de escuchar”, y otras canciones.

El Papa Francisco recibió dos regalos de los hermanos franciscanos: una botella de aceite obtenido del árbol que fue plantado en Asís por Juan Pablo II y una piedra del repique de San Francisco con una reliquia del pobre de Asís, informa la página ‘Assisi.ofm.it’.


Palabras del Papa Francisco

Queridos hermanos,

El “Señor Papa”, como lo llamaba San Francisco, os recibe con alegría y recibe en vosotros a los hermanos franciscanos que viven y trabajan en todo el mundo. Gracias por lo que sois y por lo que hacéis, especialmente a favor de los más pobres y desfavorecidos.

“Todos sin excepción llámense hermanos menores”, se lee en la Regla no Bulada. Con esta expresión, San Francisco no habla de algo facultativo para sus hermanos, sino que manifiesta un elemento constitutivo de su vida y misión.

De hecho, en vuestra forma de vida, el adjetivo “menor” califica al sustantivo “hermano”, dando al vínculo de la fraternidad una cualidad propia y característica: no es lo mismo decir “hermano” que decir “hermano menor”. Por lo tanto, al hablar de fraternidad hay que tener en cuenta esta típica característica franciscana de la relación fraterna que os exige una relación de “hermanos menores”.

¿De dónde le vino a Francisco la inspiración de poner la minoridad como un elemento esencial de vuestra fraternidad?

Puesto que Cristo y el Evangelio eran la opción fundamental de su vida, con toda certeza podemos decir que la minoridad, aunque no carente de razones ascéticas y sociales, surge de la contemplación de la encarnación de Dios el Hijo, y la resume en la imagen del hacerse pequeño como una semilla. Es la misma lógica que “se hizo pobre de rico cómo era” (véase 2 Cor 8: 9). La lógica de la “expoliación”, que Francisco puso en práctica literalmente cuando se “despojó hasta la desnudez de todos los bienes terrenales, para darse por entero a Dios y a los demás”.

La vida de Francisco estuvo marcada por el encuentro con Dios pobre presente en medio de nosotros en Jesús de Nazaret: una presencia humilde y oculta que el Poverello adora y contempla en la Encarnación, en la Cruz y en la Eucaristía. Por otro lado, se sabe que una de las imágenes evangélicas que más impresionaron a Francisco es el lavado de los pies de los discípulos en la Última Cena.

La minoridad franciscana se presenta a vosotros como un lugar de encuentro y comunión con Dios; como un lugar de encuentro y comunión con los hermanos y con todos los hombres y mujeres; finalmente, como un lugar de encuentro y comunión con la creación.

La minoridad es un lugar de encuentro con Dios

La minoridad caracteriza de forma especial vuestra relación con Dios. Para San Francisco, el hombre no tiene nada suyo excepto su propio pecado, y vale cuánto vale ante Dios y nada más. Por eso vuestra relación con Él debe ser la de un niño: humilde y confiada y, como la del publicano del Evangelio, consciente de su pecado. Y atención al orgullo espiritual, al orgullo farisaico: es la mundanidad peor.

Una característica de vuestra espiritualidad es la de ser una espiritualidad de restitución a Dios. Todo lo bueno que hay en nosotros, o que podemos hacer, es un don de Aquel que para San Francisco era el Bien, “todo el Bien, el sumo Bien” y todo se restituye al “Altísimo, Omnipotente y Buen Señor”. Hacemos esto a través de la alabanza, lo hacemos cuando vivimos de acuerdo a la lógica del don del Evangelio, que nos lleva a salir de nosotros mismos para encontrar a los demás y acogerlos en nuestras vidas.

La minoridad es un lugar de encuentro con los hermanos y con todos los hombres y mujeres

La minoridad se vive ante todo en la relación con los hermanos que el Señor nos ha dado. ¿Cómo? Evitando cualquier comportamiento de superioridad. Esto significa erradicar los juicios fáciles sobre los demás y el hablar mal de los hermanos a sus espaldas- ¡esto está en las Admoniciones! -rechazar la tentación de usar la autoridad para someter a otros; evitar “hacernos pagar” los favores que hacemos a los demás, mientras que los de los demás los consideramos como debidos; alejar de nosotros la ira y la turbación por el pecado del hermano.

La minoridad se vive como una expresión de la pobreza que habéis profesado al cultivar un espíritu de no apropiación en las relaciones; cuando se valora lo positivo que existe en el otro, como un don que proviene del Señor; cuando, especialmente los ministros, ejercen el servicio de la autoridad con misericordia, como expresa magníficamente la Carta a un Ministro, la mejor explicación que nos ofrece Francisco de lo que significa ser menor respecto a los hermanos que le han sido confiados. Sin misericordia no hay fraternidad ni minoridad.

La necesidad de expresar vuestra fraternidad en Cristo hace que vuestras relaciones interpersonales sigan el dinamismo de la caridad, de modo que, mientras la justicia os llevará a reconocer los derechos de cada uno, la caridad trasciende estos derechos y os llama a la comunión fraterna; porque no son los derechos lo que vosotros amáis, sino los hermanos, a quienes debéis acoger con respeto, comprensión y misericordia. Lo importante son los hermanos, no las estructuras.

La minoridad se vive también en relación a todos los hombres y mujeres con quienes os encontráis en vuestro ir por el mundo, evitando con la máxima atención cualquier actitud de superioridad que os pueda conducir lejos de los demás. San Francisco expresa claramente esta instancia en los dos capítulos de la Regla no Bulada donde pone en relación la decisión de no apropiarse de nada (vivir sine proprio) con la acogida benévola de cada persona hasta compartir la vida con los más despreciados, con los que son realmente los menores de la sociedad: “Guárdense los hermanos, dondequiera que estén, […], de apropiarse ningún lugar ni de defenderlo contra nadie que no tomarán ningún lugar ni se enfrentarán a nadie”. Y cualquiera que venga a ellos, amigo o adversario, ladrón o bandolero, sea recibido benignamente”. Y también: “Y deben gozarse cuando conviven con personas de baja condición y despreciadas, con pobres y débiles y enfermos y leprosos y los mendigos de los caminos”.

Las palabras de Francisco nos empujan a preguntarnos como fraternidad: ¿Dónde estamos? ¿Con quién estamos? ¿Con quién tratamos? ¿Quiénes son nuestros favoritos? Y dado que la minoridad interpela no solo a la fraternidad sino a cada uno de sus miembros, es apropiado que cada uno haga un examen de conciencia de su propio estilo de vida; de los gastos, de la ropa, de lo que considera necesario; de su dedicación a los demás, del rechazo del espíritu de cuidarse demasiado uno mismo, también de la propia fraternidad.

Y, por favor, cuando hagáis alguna actividad para los “más pequeños”, los excluidos y los últimos, nunca lo hagáis desde un pedestal de superioridad. Pensad, más bien, que todo lo que hacéis por ellos es una forma de restituir lo que habéis recibido gratis. Como advierte Francisco en la Carta a toda la Orden: “Nada de vosotros retengáis para vosotros”. Haced un espacio acogedor y disponible para que entren en vuestra vida todos los menores de vuestro tiempo: los marginados, hombres y mujeres que viven en nuestras calles, en los parques o estaciones; los miles de desempleados, jóvenes y adultos; muchas personas enfermas que no tienen acceso a las curas adecuadas; tantos ancianos abandonados; las mujeres maltratadas; los migrantes que buscan una vida digna; todos aquellos que viven en las periferias existenciales, privados de dignidad y también de la luz del Evangelio.

Abrid vuestros corazones y abrazad a los leprosos de nuestro tiempo, y, habiendo comprendido la misericordia que el Señor os ha usado, usad con ellos misericordia, como la usó vuestro padre San Francisco; y, como él, aprended a ser “enfermo con los enfermos, afligido con los afligidos”. Todo esto, lejos de ser un sentimiento vago, indica una relación entre las personas tan profunda que, transformando vuestro corazón, os llevará a compartir su mismo destino.

La minoridad es un lugar de encuentro con la creación

Para el Santo de Asís, la creación era “como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad”. La creación es “como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos”.

Hoy, -lo sabemos- esta hermana y madre se rebela porque se siente maltratada. Ante el deterioro mundial del medio ambiente, os pido que como hijos del Poverello entréis en diálogo con toda la creación, prestándole vuestra voz para alabar al Creador, y, como hacía San Francisco, tened por ella un cuidado especial, superando cualquier cálculo económico o romanticismo irracional. Colaborad con diversas iniciativas para cuidar la casa común recordando siempre la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, entre economía, desarrollo, cuidado de la creación y opción por los pobres.

Queridos hermanos, os renuevo la petición de San Francisco: Y sean menores. Dios guarde y haga que crezca vuestra minoridad .

Sobre todos vosotros invoco la bendición del Señor. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.

El Papa propone la “minoridad” franciscana como antídoto al orgullo y la mundanidad.


VATICANO, 23 Nov. 17 / 11:35 am.- El Papa Francisco pidió, en un discurso pronunciado en el Vaticano ante miembros de la Familia Franciscana, vivir como “hermanos menores” creando un lugar de encuentro y comunión con Dios, los hermanos y la creación que permita huir del orgullo y la mundanidad.

El Santo Padre reflexionó sobre el adjetivo “menor” empleado por San Francisco para referirse a los frailes franciscanos. “En vuestra forma de vida, el adjetivo ‘menor’ califica al sustantivo ‘hermano’, dando al vínculo de la fraternidad una cualidad propia y característica: no es la misma cosa decir ‘hermano’ que ‘hermano menor’. Por eso, hablando de fraternidad, es necesario tener bien presente esta característica típica franciscana de la relación fraterna, que exige de ustedes una relación de ‘frailes menores’”.

“La ‘minoridad’ franciscana se presenta para ustedes como un lugar de encuentro, de comunión con Dios, como lugar de encuentro y de comunión con los frailes y con todos los hombres y mujeres. En fin, como lugar de encuentro y de comunión con la creación”.

“La ‘minoridad’ es un lugar de encuentro con Dios”, repitió el Papa. “Caracteriza en modo especial vuestra relación con Dios. Para San Francisco, el hombre no tiene nada en propiedad, excepto los pecados propios, y vale cuanto valga delante de Dios, y nada más. Por eso, su relación con Él debe ser la misma que la de un niño: humilde y confiado”.

Por ello, el Santo Padre les advirtió sobre el “orgullo espiritual, el orgullo farisaico, la peor de las mundanidades”.

En cuanto a la “minoridad” como lugar de encuentro con los hermanos, señaló el Pontífice que se refiere a que la “minoridad” se vive “antes que nada, en relación con los hermanos que el Señor nos ha dado, evitando cualquier comportamiento de superioridad”.

“La necesidad de expresar vuestra fraternidad en Cristo –continuó– favorece que vuestras relaciones interpersonales sigan el dinamismo de la caridad. Mientras la justicia los lleva a reconocer los derechos de cada uno, la caridad trasciende esos derechos y los llama a la comunión fraterna”.

Esa “minoridad”, además de vivirse en relación a los hermanos, también se vive en relación “a todos los hombres y mujeres que pueden encontrar en su caminar por el mundo”. “Abran sus corazones y abracen a los leprosos de nuestro tiempo, y después de haber tomado conciencia de la misericordia que el Señor les ha proporcionado, sírvanse de esa misma misericordia”.

Por último, en relación con la “minoridad” como lugar de encuentro con la creación, el Santo Padre indicó que “ante el deterioro global del medio ambiente, les pido que como hijos de San Francisco entren en diálogo con toda la creación, prestándole su voz para loar al Creados y, como hacía San Francisco, habiten en ella superando cualquier cálculo económico o romanticismo irracional”.