Circ. N. 40/14-20
Roma, 24 diciembre 2018 Prot. N. 3121
¡Mis queridos hermanos y hermanas en San Francisco!
¡Que el buen Señor les dé su paz!
"Llegó el día, día de alegría, de exultación”(1)
Sí, el día de alegría llegó y es hora de regocijarse y dar gracias. Dios ha venido a quedarse entre nosotros, Dios dijo "sí" al hombre. Este 'sí' ha llegado casi desapercibido, de una manera increíble, ocultando estas cosas a los sabios e inteligentes... y ... revelándoselas a los pequeños.(2) Y sí, vemos esto en San Francisco y también podemos verlo hoy: que el misterio de la Navidad está oculto a los sabios y es revelado a los pequeños.
Las grandes cosas nacen en el silencio. Mientras vivimos esta temporada de Adviento esperando la venida del Señor y celebramos en Navidad la venida de nuestro Señor Jesucristo al mundo, a menudo experimentamos el ruido y el murmullo del mundo, tan lejanos del silencio del establo de Belén. Solo unas pocas personas supieron lo que había sucedido durante esos días y, por tanto, disfrutaron del gran acto de Dios: ¡había llegado la plenitud de los tiempos (3)!
También hoy tenemos que vivir la Navidad con esta experiencia: estamos viviendo en la plenitud de los tiempos. Cristo ha venido y se ha quedado entre nosotros. No es fácil vivir este gran regalo y hoy, de nuevo, parece que solo unas pocas personas saben qué es realmente este regalo, qué celebramos. A veces, incluso nosotros mismos lo olvidamos, absorbidos por el ritmo apresurado de nuestra vida, esmerándonos para preparar todo para la fiesta, para preparar las cosas con las que deseamos significar nuestro amor los unos a los otros. Nos olvidamos del silencio de Belén, que es esencial para poder celebrar la encarnación de la Palabra de Dios.
El silencio de Belén se opone frontalmente al mundo estridente: ¡rebeliones, disturbios, reclamaciones, guerras, luchas en todas las áreas de nuestras sociedades e incluso en la Iglesia! Tenemos grandes preocupaciones sobre lo que está sucediendo a nuestro alrededor y ello acapara nuestra atención, nuestro tiempo y nuestra energía.
¡Pero este es el momento de la exultación! Por lo tanto, le doy gracias al Señor, nuestro Dios, por todo el bien que nos dio durante este año y los invito a todos ustedes a vivir este momento de exultación con plena conciencia de la presencia de Dios entre nosotros. Los invito a todos ustedes a renovar la decisión de vivir la plenitud de nuestra vocación y a luchar con más fuerza e intensidad por vivir el tipo de santidad a la que Dios nos ha invitado.
Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales (4) .
En Navidad, esta llamada a la santidad es más fuerte. Más fuerte, no porque Dios nos hable con más fuerza, sino porque vamos a tener un tiempo con más momentos de silencio. Estamos más dispuestos a descubrir el milagro de Dios y a contemplarlo en silencio. Los animo con las palabras de Thomas Merton, quien murió hace 50 años, pero cuya enseñanza aún es una fuerte invitación para nosotros:
“Tiene que haber un momento del día en que el hombre que hace planes olvide sus planes y actúe como si no tuviera plan alguno. Tiene que haber un momento del día en que el hombre que tiene que hablar haga silencio completo, deje de dar forma a teorías en su mente y se pregunte a sí mismo: ¿Acaso tienen algún sentido? Tiene que haber un momento en que el hombre de oración acuda a orar como si fuera la primera vez en su vida que lo hace; en que el hombre de propósitos los deje de lado, como si todos ellos hubieran sido incumplidos, y aprenda una sabiduría diferente: distinguir el sol de la luna, las estrellas de la oscuridad, el mar del árido desierto, y el cielo nocturno de la silueta de una montaña”(5).
Este es el tipo de silencio que nos permite celebrar la Navidad en la profundidad de su significado y sentido. Dios dijo un 'sí' a todos los hombres y mujeres, y este 'sí' es incondicional. María dijo "sí" a Dios, y su "sí" es incondicional. Repetir este 'sí', incondicionalmente, es una buena estrategia para avanzar en el camino hacia la santidad.
Decir “sí” a Dios: no solo con nuestras oraciones, sino también con nuestras acciones. Decir “sí” a Dios también significa buscar su voluntad, hacer su voluntad. Y sí, esto también dará nueva vida a nuestras fraternidades.
Diciéndome un “sí”: aceptarme como un don de Dios al mundo, a mi familia, a mis seres queridos y sí, incluso a mí mismo. La vida es el don de Dios y tenemos que decir "sí" a nuestra vida. Tenemos que aceptarla con alegría junto con toda nuestra debilidad, fragilidad, dificultades, porque le pertenece a Dios. Es precisamente la Navidad la que nos muestra el valor inconmensurable de la vida, independientemente de las circunstancias externas. Y sí, esto también dará nueva vida a nuestras fraternidades.
Decir "sí" al prójimo: mirarlo como un regalo de Dios. Mi prójimo es alguien a quien Dios ha enviado para ayudarme en mi camino hacia la santidad. Todo lo que debo hacer por él, diciéndole "sí" incondicionalmente, me ayudará a la santidad. Los invito a amar y trabajar por los pobres, los marginados, los abandonados, los huérfanos, las viudas de nuestros tiempos, que están al borde de la sociedad, o incluso más allá. Necesitamos a todos los que nadie más necesita. Y sí, esto también dará nueva vida a nuestras fraternidades.
Para nosotros, hermanos y hermanas franciscanos seglares, esta celebración silenciosa de la Navidad significa la plenitud de los tiempos, el momento de la exultación. Siempre tenemos que buscar lo que es prioritario, y el silencio siempre ha sido lo primero. El mundo fue creado en silencio. Cristo llegó en silencio. Además, San Francisco se encontró con Dios primero en silencio, en la prisión, en la Iglesia de San Damián, en la naturaleza, en la soledad.
Celebremos esta fiesta y tiempo de Navidad con esta exultación, nacida del silencio y en oración. Seamos conscientes que la plenitud de los tiempos ha llegado. Acerquémonos más a Dios, a nuestro prójimo y, por lo tanto, también a nosotros mismos. Busquemos ser santos con mayor determinación y pongamos al Verbo de Dios encarnado en el centro de nuestras fraternidades, local, regional, nacional e incluso internacional, con mayor determinación. Compartamos la experiencia de Santa Ángela de Foligno: La Encarnación nos ha otorgado dos cosas. La primera es que nos ha llenado de amor. La segunda es que nos da la certeza de nuestra salvación (6).
Yo doy gracias a Dios cada vez que los recuerdo. Siempre y en todas mis oraciones pido con alegría por todos ustedes, pensando en la colaboración que prestaron a la difusión del Evangelio, desde el comienzo hasta ahora. Estoy firmemente convencido de que aquel que comenzó en ustedes la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús. Y es justo que tenga estos sentimientos hacia todos ustedes, porque los llevo en mi corazón (7) .
Os deseo a todos una bendecida y santa Navidad, para que podáis experimentar el silencio de Dios, en el que sucedió lo más grandioso: la Palabra de Dios se ha hecho carne y mora entre nosotros.
Vuestro hermano y ministro,
Tibor Kauser
CIOFS Ministro General
1 1Cel 85.
2 Mt 11,25.
3 Gal 4,4.
4 Gaudete et exultate 14.
5 T. MERTON, Los hombres no son islas.
6 12ª carta de Sta. Angela de Foligno.
7 Filip.1.3-7
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