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viernes, 7 de diciembre de 2018

Populismos, totalitarismos y paz




Uno de los fenómenos a los que, actualmente, se le está prestando más atención es a los denominados “populismos”, relacionados con las realidades de hegemonía cultural, política y económica. Tal como ha sido estudiado por pensadores y autores de diversas corrientes. Estas cuestiones sociales y políticas, esenciales para la vida de las personas y de los pueblos, pueden ser iluminadas por la filosofía y teología, por la ética y la moral-doctrina social de la iglesia con los Papas como Francisco. 

Empecemos diciendo que, como nos indica el mismo Francisco, el término populismo es ambiguo y tiene diversas connotaciones, según los autores o las realidades donde se trate. En una conocida entrevista que le hicieron, el Papa afirma que es “una palabra equívoca porque en América Latina el populismo tiene otro significado. Allí significa el protagonismo de los pueblos, por ejemplo los movimientos populares. Se organizan entre ellos… es otra cosa”.

Y, en dicha entrevista, sigue mostrando Francisco esa ambigüedad y cara oscura del populismo, poniendo como ejemplo a Hitler y la Alemania nazi. En donde, con una situación de crisis y por buscar una supuesta identidad como pueblo-nación o patria, se acabó con la vital relación y encuentro con los otros pueblos. Aupando al totalitarismo de Hitler, perpetrando la barbarie nazi y el holocausto judío. Un ejemplo paradigmático de lo que puede ser esa versión negativa y nefasta del populismo que, desgraciadamente como nos sigue mostrando el Papa, sigue cobrando actualidad. En diversas ocasiones, Francisco nos ha alertado de esos populismos perversos. "El populismo es maligno y termina mal, como demostró el siglo pasado", dijo el Papa en otra entrevista. Y ante los políticos europeos afirmó que “no se puede limitar a gestionar la grave crisis migratoria de estos años como si fuera un problema numérico, económico o de seguridad. La solidaridad es elemento central de la vitalidad…, el antídoto más eficaz contra los populismos modernos y la falta de valores de nuestro tiempo que alimentan los extremismos”.

De esta forma, con lo anteriormente expuesto, creemos que tenemos elementos de análisis y juicio o valoración que, junto a los que nos muestra la filosofía o la teología con la iglesia y los Papas como Francisco, nos aportan claves para tratar dicha realidad del populismo. Con sus significados complejos o diversos en la relación con la realidad social, política e histórica. Ciertamente, como nos enseña lo más valioso del pensamiento social y ético, la autoridad primera y de base reside en el pueblo que mediante la democracia, se dota de responsables y mecanismos jurídicos-políticos. Lo que posibilita el gobierno de las diversas realidades como la nación o país y el estado, los pueblos y realidades internacionales… Esta es una clave de toda política y democracia real: las personas, los pueblos y los pobres de la tierra son los sujetos protagonistas y gestores de la vida humana, social, civil-pública, socioeconómica y cultural al servicio del bien común. De ahí que, en esta línea, otra clave o entraña de la política y la democracia es su base ética. Asentada en la naturaleza humana, antropológica de la persona con sus dimensiones y valores o principios morales, razonables y universales que hagan posible el bien común. Tales como la defensa de la vida y dignidad de las personas, los deberes y derechos humanos, el desarrollo humano e integral, la libertad democrática y autogestión, la solidaridad internacional y la justicia social-global en la opción liberadora por (con) los pobres de la tierra.

Una democracia, autoridad o ley y pueblo que no esté cimentado sobre esta entraña antropológica y ética, en el servicio y respeto a la persona con los valores o principios morales universales, acaba atrapado en la dominación, totalitarismo y en un populismo perverso. Así nos lo muestra la realidad histórica e indica el Papa, como sucede en la actualidad. Esta democracia real, participativa o autogestionaria y ética está fundada en estos valores o principios de la vida social, transmitidos por Francisco, tales como "la realidad está antes que la idea". Las ideas e ideologías no pueden ser lo primero, sino el hacernos cargo de la realidad, el cargar y encargarnos de la realidad. La realidad de las personas y de los pueblos, la realidad social e histórica con la opción por los pobres como clave hermenéutica. Y, de esta forma, ejercer el discernimiento de los signos de los tiempos, cuyo signo permanente y principal son los pueblos crucificados por el mal e injusticia. El principio-misericordia en la “memoria passionis” de las víctimas y oprimidos de la historia, que asume compasiva y solidariamente la realidad de sufrimiento e injusticia que padecen las personas, los pueblos y los pobres de la tierra. "El todo es mayor que la parte" es un principio esencial ya que nos muestra la universalidad, la clave católica, de la ética y del amor fraterno que sólo es auténtico si realiza este bien universal, la solidaridad internacional y la justicia mundial. Con una moral cosmopolita, una equidad global y una liberación planetaria e integral de todo mal e injusticia que domine la tierra, más allá de toda barrera y frontera.

Se acaba en el populismo insano, corporativista y egolátrico cuando se pone primero la patria, la nación e intereses nacionales por encima de esta conciencia ética universal en la solidaridad internacional, en la justicia mundial con todos los pueblos y los pobres de la tierra. Es esencia de la fe, en el Evangelio de Jesús e iglesia, esta universalidad (catolicidad) del amor fraterno, de la solidaridad y justicia que derriba todo muro, frontera y barrera, todo aquello que nos hace indiferentes o separa y excluye del resto de la familia humana; que nos libera de todo lo que impide la fraternidad universal con toda la humanidad. Este amor fraterno universal que opta por los pobres de la tierra y víctimas de la historia, a los que se les niega verdadera y realmente esta universalidad de la caridad (amor fraterno), de la solidaridad internacional y la justicia global. Ya que se les daña y viola su vida, su dignidad y derechos. Se trata del principio de "asumir el conflicto en la unidad fraterna". Adquirir conciencia moral de las dominaciones, desigualdades e injusticias que causan el egoísmo, el individualismo posesivo e insolidario con sus ídolos del poder, de la violencia y riqueza-ser rico que niegan esta comunión, fraternidad, paz y justicia universal.

Es clave respetar y acoger la diversidad de culturas, creencias, espiritualidades y religiones con una búsqueda del diálogo y encuentro intercultural e inter-religioso para la paz. La acogida y promoción de todos estos valores o virtudes de la cultura de los pueblos, de sus tradiciones como la religiosidad popular que muestran la fe y espiritualidad de las gentes más sencillas, más humildes. Es la sabiduría popular de los pobres con su existencia solidaria, los valores o virtudes de la vida y solidaridad, como nos muestran esta cultura y religiosidad popular de los pobres. Lo que realmente, en la realidad social e histórica, contrasta con la dominación e injusticia que padecen estos pueblos empobrecidos y oprimidos a manos de los poderes políticos, económicos e ideológicos. Hay que tener una conciencia crítica, ética y liberadora: ante la dependencia, dominación, desigualdad e injusticia que sufren los pueblos y los pobres a todos los niveles, ya sea cultural, político, social y económico; frente a las esclavitudes e idolatrías del poder, de la violencia y de la riqueza-ser rico que nos afectan a todos, a las personas, a los pueblos y a los mismos pobres.

La civilización del trabajo y de la pobreza, frente a la del capital y de la riqueza, son un antídoto imprescindible contra los populismos, violencias e injusticias. El principio del trabajo sobre el capital, ya que lo primero es la vida y dignidad de la persona trabajadora, el sujeto vivo del trabajo que es el ser humano con sus deberes y derechos, por encima del lucro o ganancia. Un trabajo decente con salario digno, con unas condiciones laborales humanizadoras, etc. Es una economía al servicio de las personas, de los pueblos y de los pobres, del bien común, que sirve a las necesidades y desarrollo humano liberador e integral. En contra de la idolatría del capital y de la nación, de los ídolos del mercado, del estado y la competitividad que, convertidos en falsos dioses, sacrifican en su altar del beneficio o del dominio a los pueblos y pobres. El principio y valor-virtud de la solidaridad fraterna se realiza en la pobreza solidaria y evangélica, los "pobres de (con) espíritu", con la comunión de vida, de bienes y de luchas liberadoras por la justicia con los pobres de la tierra. Lo cual nos va humanizando, realizando y dando la felicidad; frente a estos ídolos de la riqueza-ser rico, del tener, poseer y consumir, de la “buena vida” del lujo, derroche y hedonismo.

Esta civilización de la pobreza, frente a la idolátrica de la riqueza-ser rico, realiza la santidad en esta comunidad e iglesia pobre con los pobres. En el amor, la caridad, la paz y la no violencia, el perdón, la reconciliación fraterna y la justicia con los empobrecidos del mundo. Es la vida de pobreza, en justicia liberadora con los pobres, que pone el ser (fraterno y solidario), la solidaridad, por encima del tener con sus idolatrías de la posesión y de la propiedad- el propietarismo posesivo e individualista-, antes que el consumismo y productivismo. Lo que posibilita la equidad y la justicia en el valor del destino del universal de los bienes, que tiene la prioridad sobre la propiedad, la ecología integral en la vida sobria, sostenible para el cuidado del planeta y de las personas, acogiendo el clamor liberador de la tierra y de los pobres.

Todo lo expuesto hasta aquí, como nos transmite la filosofía o teología. Por ejemplo lo más valioso de la teoría crítica, el personalismo y el mismo pensamiento iberoamericano, como nos enseña la fe en Jesús e iglesia con los Papas como Francisco, podrá impedir caer en los populismos perversos, en los totalitarismos e injusticias. Tal como han dominado e impuesto en nuestra época los fascismos, el comunismo colectivista o colectivismo y el (neo-)liberalismo economicista con el capitalismo. Estos totalitarismos, elitismos e individualismos no dejan que las personas, los pueblos y los pobres sean los sujetos protagonistas de su promoción, desarrollo y procesos de liberación integral. Negando así el principio de que "el tiempo es superior al espacio", que queda borrado por las idolatrías del poder, la violencia y la riqueza-ser rico. Desde estas claves, principios y valores expuestos se hace posible un sano o adecuado populismo como afirma el Papa, entendido como una verdadera educación y cultura (promoción) popular. Una buena ética, filosofía y teología del pueblo en el desarrollo humano, solidario, universal, espiritual e integral con los pueblos, la humanidad y los pobres de la tierra como autores de su existencia. Tal como se nos revela en Jesús, es el Dios de la vida, de los pueblos y de los pobres que nos libera de toda idolatría: la del estado, patria, nación, poder, mercado, capital y riqueza-ser rico que como falsos dioses dan muerte e injusticia.

Ph. D. Agustín Ortega 

Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología).  Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador en diversas universidades e instituciones universitarias y educativas latinoamericanas. Autor de distintas publicaciones, libros y artículos.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Paz y perdón en la experiencia de reconciliación


Como es sabido, una de las enseñanzas y prácticas más significativas que nos transmitió el Dios revelado en Jesús fue el perdón. Así nos lo enseña el Evangelio. “Entonces Pedro, acercándose a él, dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mt 18, 21-2). Jesús nos manifiesta este camino de paz, no violencia y reconciliación en el que la experiencia del perdón es clave para irnos liberando del odio, del resentimiento, la venganza y toda violencia.

“Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 33-34). Sin esta práctica constante y permanente del perdón, como nos mostró Jesús hasta en la cruz, no es posible la vivencia de la paz y del amor fraterno. El sentirse perdonado y perdonar nos posibilita la sanación de las heridas, conflictos, peleas y daños que los seres humanos nos causamos mutuamente. 

Dios en Cristo nos ha regalado su Gracia (Don) del Amor que nos perdona y cura de estos males, violencias y odios destructores de la persona, que nos libera de toda agresión, mal e injusticia que nos causamos los unos a los otros. Así nos lo transmitió San Francisco, por ejemplo en el relato de los tres ladrones: “aunque hubiéramos cometido infinitos pecados, todavía es más grande la misericordia de Dios; según el Evangelio y el apóstol San Pablo, Cristo bendito ha venido a la tierra para rescatar a los pecadores” (Florecillas 26). Francisco de Asís nos muestra pues a ese Dios de la misericordia que siempre nos acoge, perdona y reconcilia. 

En este sentido, el Papa Francisco en su visita a la Porciúncula con motivo del VIII Centenario del Perdón de Asís, nos enseña que “el mundo necesita el perdón. Demasiadas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio; porque, incapaces de perdonar, arruinan su propia vida y la de los demás. En lugar de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz”. Francisco nos asegura que el Señor nos ha hecho un gran regalo “enseñándonos a perdonar para experimentar en carne propia la misericordia del Padre”. Además, nos recuerda que debemos perdonar a una persona que nos ha hecho mal “porque nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados, e infinitamente más. Sabemos bien  que estamos llenos de defectos y recaemos frecuentemente en los mismos pecados. Sin embargo, Dios no se cansa de ofrecer siempre su perdón cada vez que se lo pedimos”.

Y este es un “perdón pleno, nos sigue comunicando el Papa, que nos da la certeza de que Él tiene piedad de nosotros y no deja de amarnos. Nuestro Padre se apiada siempre cuando estamos arrepentidos, y nos manda a casa con el corazón tranquilo y sereno, diciéndonos que nos ha liberado y perdonado todo. El perdón de Dios no conoce límites; va más allá de nuestra imaginación y alcanza a quien reconoce, en el íntimo del corazón, haberse equivocado y quiere volver a Él. Dios mira el corazón que pide ser perdonado. El problema surge cuando nosotros nos ponemos a confrontarnos con nuestro hermano que nos ha hecho una pequeña injusticia…Cuando estamos nosotros en deuda con los demás, pretendemos la misericordia. En cambio, cuando estamos en crédito, invocamos la justicia. Este no puede ser el estilo de vida de los cristianos. Limitarnos a lo justo no nos mostraría como discípulos de Cristo, que han obtenido misericordia a los pies de la cruz sólo en virtud del amor del Hijo de Dios”. 

Acoger este Don y experiencia del perdón es fuente de humanización, ternura y compromiso por la justicia. El sentirnos amado y perdonados nos reconcilia con nosotros mismos, con los otros y con Dios. De esta forma, se hace posible el agradecimiento a ese amor y la humildad de sentirnos frágiles, limitados y vulnerables que son motivación y sentido para la militancia por un mundo mejor, más justo y fraterno como quiere Dios. 

En esta línea, el perdón supone la memoria y la verdad, recordar y reconocer la realidad de mal e injusticia. Implica la solidaridad compasiva y la justicia con las víctimas, en la restitución de este daño y maldad injusta causada, que abre al perdón y a la reconciliación. Un perdón sincero requiere esta verdad real, con el reconocimiento del daño y mal realizado, y la realización de la justicia para restituir todo el mal e injusticia que sufren las víctimas. Todo este proceso de verdad, justicia y reconciliación culmina en el perdón fraterno del otro para re-comenzar juntos de nuevo el camino de la paz.

No podemos dejar de recordar aquí, para terminar, el gesto que tuvo San Juan Pablo II con Ali Ağca, la persona que trató de asesinarlo, disparando e hiriendo de muerte al Papa. San Juan Pablo II iría después a la cárcel a visitarlo y diría: “hablé con él como con un hermano al que he perdonado, y quien tiene toda mi confianza…La verdadera paz no tiene que ver sólo con estructuras y mecanismos. Realmente, sobre lo que descansa es sobre la adopción de un estilo de vida de coexistencia humana, marcada por la aceptación mutua y la capacidad de perdonar de corazón. Todos necesitamos ser perdonados por otros, entonces todos debemos estar listos para perdonar. Pedir y dar perdón es algo de lo que cada uno de nosotros merecemos profundamente”

Ph. D. Agustín Ortega

Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología).  Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador en diversas universidades e instituciones universitarias y educativas latinoamericanas. Autor de distintas publicaciones, libros y artículos.
















martes, 10 de abril de 2018

Santidad y justicia en la alegría de la fe con Francisco



Se ha publicado la nueva, bella e imprescindible Exhortación Apostólica del Papa Francisco, "Gaudete et exsultate (GE)”, sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo. En este significativo documento, actualizando toda la teología y enseñanza conciliar en el horizonte del Vaticano II, Francisco nos muestra las claves que orientan la fe y espiritualidad para la vida de santidad. Frente a todo elitismo y pastoral de selectos, en el camino de la fe con los movimientos apostólicos obreros como la JOC o la HOAC (con E. Merino, G. Rovirosa…) y el Concilio, el Papa nos llama a todos para vivir esta vocación universal de la santidad. Una santidad que se realiza en la vida cotidiana, con una espiritualidad y mística que se encarna en la realidad, en el mundo y en la historia de los pueblos con sus relaciones humanas, comunitarias y sociales (GE 6-18).

Esta santidad tiene como entraña, sentido y modelo a Jesucristo (GE 19-24). Y “como no puedes entender a Cristo sin el reino que él vino a traer, tu propia misión es inseparable de la construcción de ese reino: «Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia» (Mt 6,33). Tu identificación con Cristo y sus deseos, implica el empeño por construir, con él, ese reino de amor, justicia y paz para todos” (GE 25). La santidad significa seguir a Jesús celebrando, anunciando y sirviendo al Reino de amor que nos trae su salvación y justicia liberadora de todo mal, pecado, muerte e injusticia. El Dios encarnado en Jesús, con el Reino y su justicia, nos viene a traer toda esta existencia de santidad que nos proporciona alegría, realización, sentido, dignidad, felicidad, liberación integral de toda esclavitud y vida humanizadora, plena y eterna (GE 32-34).

Frente al gnosticismo y pelagianismo (GE 47-59), como se observa, Francisco nos presenta una espiritualidad del Don (Gracia) del Reino con la conversión a su amor y justicia liberadora, que se encarna en el mundo e historia. La fe vive de esta humildad y reconocimiento agradecido al Dios de la vida que, de forma gratuita, con su amor y misericordia nos salva, justifica y libera de toda maldad e injusticia. Frente al poder, dominación y esclavitud de una ley si amor ni justicia liberadora, como nos manifiesta la Revelación, la caridad fraterna con el hermano (todo ser humano) es la entraña de la fe y de toda ley (Rm 13,8.10; Ga 5,14). El amor, la misericordia y la justicia que libera son lo primero.

En el seguimiento de Jesús, el camino de la santidad se nos muestra en “el programa y carta magna” del Reino, las Bienaventuranzas (Mt 5,3-12; Lc 6,20-23) que “van muy a contracorriente con respecto a lo que es costumbre, a lo que se hace en la sociedad” (GE 65). La santidad se realiza en la “pobreza de espíritu”, como Jesús Pobre, una vida austera, sobria y en comunión solidaria con los pobres de la tierra. Y que como han enseñado y vivido los santos, por ejemplo San Ignacio de Loyola (EE 23), nos libera de los ídolos de las cosas y de la riqueza-ser rico, no hace libres frente a la esclavitud e idolatría del tener y poseer (GE 67-70). El camino de la bienaventuranza (felicidad), como nos propone el Evangelio de Jesús, es esta misericordia ante el sufrimiento e injusticia con el compromiso por la fraternidad, la paz y la justicia. En la defensa de la vida, dignidad y derechos de los pobres, oprimidos y excluidos (Is 1,17).

Lo cual conlleva la persecución, el conflicto y la cruz a causa de esta pasión por el Reino de Dios y su justicia que es impuesta por el mal, por estos falsos dioses de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia con sus poderes económicos o políticos. Frente a una existencia cómoda o mediocre, esta persecución y cruz por la vida apasionada del Reino con su justicia desde los pobres, siguiendo a Jesús Crucificado, nos da la auténtica felicidad, entusiasmo y alegría con la confianza y esperanza puesta en el Dios de la vida. Tal como nos testimonian los santos y mártires que, por el Reino de Dios y su justicia, siguen entregando la vida en amor por los otros (GE 80-94). La santidad se efectúa, pues, en esta opción por los pobres que son sacramento (presencia) real de Cristo Pobre (Mt 25, 31-46). El camino de santidad y salvación es la misericordia, el amor fraterno y la justicia con los pobres que, frente al asistencialismo paternalista, supone el compromiso transformador con la implantación de sistemas económicos y políticos más justos (GE 96-99). 

Frente a toda ideologización de la fe, como nos muestra la fe e iglesia con los Papas como Francisco, no hay que separar ni contraponer la espiritualidad y la lucha por la justicia con los pobres de la tierra. La vida de santidad une la mística y el compromiso sociopolítico por la defensa de la dignidad de toda persona, defiende la vida y los derechos de todo ser humano, desde el momento de su concepción hasta su muerte. Es incoherente para la fe e iglesia decir que, por una parte, se es "pro-vida" en la defensa del no nacido y, por otra, no comprometerse por los pobres luchando contra toda desigualdad e injusticia social-global que causan los ricos sobre los pobres. Todavía peor, en esta lacra de la ideologización de la fe, es perverso desacreditar y calumniar, por ejemplo con acusaciones falsas, a aquellos que llevan a cabo toda esta militancia por el Reino de Dios y su justicia con los pobres. Y todo ello, esta ideologización de la fe que acusa y niega la justicia, para defender los privilegios y complicidad con el poder, la riqueza e injusticia establecida (GE 100-103).

Tal como nos enseña la fe en los profetas y Jesús con su iglesia, ahí tenemos a Tomás de Aquino (II-II, q.30, a.4), no hay un verdadero culto y oración a Dios: cuando nuestra vida espiritual no va unida al compromiso solidario por la justicia con los pobres; cuando nos desentendemos de la defensa de los otros que sufren la opresión e injusticia como son, por ejemplo, los hermanos migrantes y refugiados. Por tanto, el camino de santidad nos lleva a toda esta vida de amor, pobreza, humidad y sacrificio en la pasión por el Reino de Dios que, siguiendo a Jesús Crucificado, nos libera del egocentrismo. Y nos capacita para la el servicio de la fe y de la defensa de la justicia con los pobres, víctimas y oprimidos.

Es una lucha activa no violenta, pacifica que respeta siempre la vida digna del otro, que no cae en el insulto, odio, venganza u otras lacras de la violencia que son contrarias al Evangelio. Con el gozo y la alegría de la santidad, ya que un santo triste es un triste santo, que posibilita la audacia y valentía de una fe e iglesia que es misionera. Iglesia en salida, como Jesús, hacia las periferias para llevar la salvación y liberación integral de todo sufrimiento, mal e injusticia. Frente a una espiritualidad burguesa, cómoda e individualista encerrada en sus propias seguridades y privilegios; en contra del miedo y falsa prudencia que paraliza el dinamismo misionero, evangelizador y liberador (GE 112-139).

Y en esta línea, frente a una fe y espiritualidad elitista e individualista o maniquea (purista), la santidad se vive en la comunidad e iglesia. “La comunidad está llamada a crear ese «espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado». Compartir la Palabra y celebrar juntos la Eucaristía nos hace más hermanos y nos va convirtiendo en comunidad santa y misionera. Esto da lugar también a verdaderas experiencias místicas vividas en comunidad….Esto ocurría en la comunidad santa que formaron Jesús, María y José, donde se reflejó de manera paradigmática la belleza de la comunión trinitaria. También es lo que sucedía en la vida comunitaria que Jesús llevó con sus discípulos y con el pueblo sencillo” (GE 143).

La santidad se alimenta de la oración, que es contemplar el Rostro de Dios revelado en Jesús y su Pascua, el diálogo y comunión con Cristo Crucificado-Resucitado (GE 147-157). Frente a todo espiritualismo, esta oración no nos hace alejarnos ni evadirnos del mundo e historia. Al contrario, te dispone al discernimiento y encarnación más profunda en la realidad de los otros con sus esperanzas, alegrías, sufrimientos e injusticias. La santidad de la fe implica el discernir los signos de los tiempos con sus anhelos y causas justas, la lucha contra lo perverso y maligno que tienta, corrompe y destruye la vida (GE 158-175). Y en la vida de la fe e iglesia, siempre encontraremos a María como modelo de santidad y de alegría (GE 176).

Agustín Ortega Cabrera


Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología).  Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y, actualmente, de la UNAE (Universidad Nacional de Educación) así como invitado en diversas universidades latinoamericanas. Autor de diversas publicaciones, libros y artículos. 


lunes, 12 de marzo de 2018

La fe ante el mal de las guerras y de las armas



Como es sabido, el Dios revelado en Jesús y su Evangelio del Reino nos viene a traer el amor fraterno, la vida, el perdón, la reconciliación y la paz. Tal como se nos manifiesta en las Bienaventuranzas, en el Sermón del Monte y en la Pascua del Crucificado-Resucitado, Jesús se opuso a toda violencia y guerras. Cristo rechazó los conflictos armados y todo daño causado al otro. En el mismo momento en el que lo apresan y crucifican, poniendo coherentemente en práctica su mensaje, Jesús no quiere ejercer la violencia contra los poderes que lo llevan a la cruz, aún más, los perdona. Siguiendo a Jesús, el cristianismo originario con la primera iglesia siguió todo este camino de paz, oponiéndose a las guerras con sus ejércitos. Los primeros cristianos fueron pioneros de la objeción de conciencia e insumisión militar, negándose a estar en ningún ejército ni guerra, lo cual era un requisito para estar en la iglesia.

El movimiento mendicante con los frailes trinitarios, dominicos y franciscanos continúa con todo este Evangelio de la Paz y no aceptan ninguna cruzada violenta para la misión, al servicio de la fe. En este sentido, es paradigmático el acontecimiento de Francisco de Asís en su encuentro fraterno con el sultán Malik al-Kamil, al que el Pobre de Asís acude en son de paz y desarmado. Rechazando así toda esta guerra y cruzada militar. Inspirado en todo este Evangelio, testimonios contemporáneos como Gandhi, Luther King, H. Cámara o Mons. Romero prosiguieron todo esta acción no violenta en la lucha por la paz, por la solidaridad y la justicia con los pobres de la tierra. Los Papas como Benedicto XV exigieron que se pusiera fin a las guerras mundiales y, en palabras de Benedicto XVI, "tuvo la valentía de afirmar que ese conflicto era "una matanza inútil". Pío XI, por ejemplo con sus encíclicas Mit brennender Sorge o Non abbiamo bisogno, y posteriormente Pío XII se opusieron a los totalitarismos y fascismos con su odio, violencia y genocidios como el alemán con Hitler y el nazismo o el italiano. 

Juan XXIII (PT) y el Concilio Vaticano II (GS) siguen promoviendo todo este compromiso por la paz y en contra de las guerras que son injustas e inmorales, en oposición a las armas  y alentando al desarme mundial (GS 82). “Toda acción bélica que tienda indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras, o de extensas regiones junto con sus habitantes, es un crimen contra Dios y la humanidad que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones" (GS 80). Hay que buscar toda esta cultura de paz, leyes e instituciones que hagan posible el que "pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra" (GS 82). "La carrera de armamentos es la plaga más grave de la humanidad y perjudica a los pobres de manera intolerable. Hay que temer seriamente que, si perdura, engendre todos los estragos funestos cuyos medios ya prepara" (GS 81). Es el compromiso por la paz y por erradicar toda esta industria militar, con todo el incontable e injusto gasto bélico, que debe destinarse a la erradicación de la desigualdad e injusticia del hambre o la pobreza. Y, de esta forma, ir logrando un desarrollo humano e integral (GS 81)

En esta línea, en su primera y programática encíclica (RH), Juan Pablo II a la luz del Evangelio del amor fraterno, solidario y de la justicia con los pobres nos muestra que, “en vez del pan y de la ayuda cultural a los nuevos estados y naciones que se están despertando a la vida independiente, se les ofrece a veces en abundancia armas modernas y medios de destrucción. Puestos al servicio de conflictos armados y de guerras…, una forma de «patriotería», de imperialismo, de neocolonialismo de distinto tipo. Todos sabemos bien que las zonas de miseria o de hambre que existen en nuestro globo, hubieran podido ser «fertilizadas» en breve tiempo, si las gigantescas inversiones de armamentos que sirven a la guerra y a la destrucción, hubieran sido cambiadas en inversiones para el alimento que sirvan a la vida. Es posible que esta consideración provoque también nuevas acusaciones contra la Iglesia. Esta, en cambio, no disponiendo de otras armas, sino las del espíritu, de la palabra y del amor, no puede renunciar a anunciar «la palabra... a tiempo y a destiempo». Por esto no cesa de pedir a todos en nombre de Dios y en nombre del hombre: ¡no matéis! ¡No preparéis a los hombres destrucciones y exterminio! ¡Pensad en vuestros hermanos que sufren hambre y miseria! ¡Respetad la dignidad y la libertad de cada uno!”  (RH 16).

Frente a toda violencia, muerte y conflicto bélico, San Juan Pablo II nos sigue enseñando: “¡nunca más la guerra!». ¡No, nunca más la guerra!, que destruye la vida de los inocentes, que enseña a matar y trastorna igualmente la vida de los que matan, que deja tras de sí una secuela de rencores y odios, y hace más difícil la justa solución de los mismos problemas que la han provocado. Así como dentro de cada Estado ha llegado finalmente el tiempo en que el sistema de la venganza privada y de la represalia ha sido sustituido por el imperio de la ley, así también es urgente ahora que semejante progreso tenga lugar en la Comunidad internacional. No hay que olvidar tampoco que en la raíz de la guerra hay, en general, reales y graves razones: injusticias sufridas, frustraciones de legítimas aspiraciones, miseria o explotación de grandes masas humanas desesperadas, las cuales no ven la posibilidad objetiva de mejorar sus condiciones por las vías de la paz. Por eso, el otro nombre de la paz es el desarrollo. Igual que existe la responsabilidad colectiva de evitar la guerra, existe también la responsabilidad colectiva de promover el desarrollo. Y así como a nivel interno es posible y obligado construir una economía social que oriente el funcionamiento del mercado hacia el bien común, del mismo modo son necesarias también intervenciones adecuadas a nivel internacional. Por esto hace falta un gran esfuerzo de comprensión recíproca, de conocimiento y sensibilización de las conciencias “(CA 52)

Lo cual recuerda y valora profundamente Benedicto XVI. “Pablo VI y Juan Pablo II, en sus memorables discursos ante la Asamblea de las Naciones Unidas, repitieron en nombre de la Iglesia: ¡nunca más la guerra! Desde este lugar de paz, en el que los horrores de las "matanzas inútiles" se experimentan con mayor intensidad como inaceptables, renuevo el llamamiento a seguir con tenacidad el camino del derecho, a rechazar con determinación la carrera de armamentos y la tentación de afrontar nuevas situaciones con viejos sistemas" (Benedicto XVI, 22 de Julio del 2007) Y el Papa Francisco afirma lo mismo: “no más, nunca más la guerra. Nunca más esta «inútil matanza»”, como dijo Benedicto XV…Ésta es la guerra: la destrucción de nosotros mismos. Éste es el fruto de la guerra: la muerte” (Papa Francisco, 2 de Noviembre del 2017). Francisco ha denunciado que vivimos en “una tercera guerra mundial por partes, a pedazos, en todas partes. Las guerras son un negocio, continúa criticando Francisco, son guerras comerciales para vender armas, para que se enriquezcan los mercaderes de la muerte. Los poderosos no quieren la paz porque la mayoría de ellos vive de las guerras y hacen negocios con la venta de armas”. Son guerras para imponer un imperialismo económico, saqueando los bienes y recursos de los pobres a través del actual e injusto sistema económico, comercial y financiero que es salvaje. “A las guerras hechas de enfrentamientos armados se suman otras guerras menos visibles, pero no menos crueles, que se combaten en el campo económico y financiero con medios igualmente destructivos de vidas, de familias, de empresas” (Papa Francisco, Mensajes para la Jornada Mundial de la Paz 2014)

Agustín Ortega Cabrera

Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología).  Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y, actualmente, de la UNAE (Universidad Nacional de Educación) así como invitado en diversas universidades latinoamericanas. Autor de diversas publicaciones, libros y artículos. 





domingo, 11 de febrero de 2018

Francisco y la paz interior


Hemos oído decir que “de la abundancia del corazón habla la boca”. En un tiempo en que la paz es la gran ausente de la convivencia humana a niveles diversos, no podemos menos de preguntarnos: ¿qué tiene que ver mi paz interior con la paz en mi familia, en mi sociedad, en la humanidad, en mi Iglesia?

Quisiera responder la pregunta desde un enfoque franciscano partiendo de dos principios y experiencias muy importantes en la vida y espiritualidad de Francisco de Asís. Son la pureza de corazón y la pobreza de espíritu.

Son dos temas que el santo trata escueta pero repetidamente en sus admoniciones y que están mutuamente relacionados como causa y efecto.

Sirva como introducción la anécdota bellamente descrita en Sabiduría de un pobre cuando Fray León añora tener en su corazón la pureza del agua del riachuelo y Francisco le dice que la pureza de corazón es liberarse de todo sentimiento negativo y dejarlo todo en las manos de Dios de manera que se pueda ir por la vida con la paz y tranquilidad de los grandes ríos, que asumen todo lo que se cruza en su curso que sigue fluyendo sin alteración alguna.

Una de las admoniciones más importantes es la que nos habla del “participar del espíritu del Señor”, en la que Francisco no dice que sabremos si participamos de ese espíritu si “cuando el Señor obra algún bien por medio de él (de nosotros), no se engríe por ello su carne, antes bien se mira más vil a sus propios ojos y se estima inferior a todos los demás” (Adm. 12).

Efectivamente, el Espíritu del Señor, que en palabras de Pablo tiene como fruto genuino la paz (Gal 5, 22), necesita que nuestro corazón esté liberado de todo impedimento humano para poder derramar en él la riqueza de sus dones. Esa liberación es lo que hace posible así mismo la pureza de corazón, que nos capacita para ver todo como obra y regalo de Dios. Al respecto nos dice el santo en otra admonición: “Son de corazón limpio de verdad los que desprecian las cosas terrenas, buscan las celestiales y nunca dejan de adorar y contemplar, con corazón y espíritu limpios, al Señor Dios vivo y verdadero” (Adm. 16).

Quizá nos suene fuerte y negativo lo de “despreciar las cosas terrenas”; es el lenguaje del tiempo. Hoy podríamos decir: “dejar de lado” o “a través de las cosas terrenas” y estaríamos muy en sintonía con el pensamiento de Francisco, que por una parte nos habla de “no apropiarnos de nada” y por otra encuentra en el espectáculo de la creación la alabanza admirable de Dios, inmortalizada en su Cántico del hermano sol.

En definitiva, el corazón y espíritu limpios se liberan para “adorar y contemplar siempre al Señor”, siendo esta experiencia la piedra de toque y el fruto auténtico de la pobreza y de la pureza.

Volviendo a la pobreza de espíritu, primera bienaventuranza según el primer evangelio, que Francisco comenta en su admonición 14, leemos: “el que es verdaderamente pobre de espíritu se aborrece a sí mismo y ama al que le abofetea”. Aunque el término “aborrecer” nos suene muy fuerte, éste traduce el término que Jesús usa como primera condición para ser su seguidor: “negarse a sí mismo” (Lc 9, 23; Mt 16, 24; Mc 8, 34). De hecho Jesús nos dice a través de estas palabras que no basta con abandonar los bienes o la familia sino también a sí mismo, incluso “odiar la propia vida” (Lc 14, 26).
Desde otro punto de vista y más explícitamente refiriéndose a la paz interior, san Francisco nos dice en la adm 15: “Son pacíficos de verdad los que, en medio de los padecimientos que soportan en este mundo por amor de nuestro Señor Jesucristo, conservan la paz de alma y cuerpo”.

Si nos preguntamos por qué perdemos la paz interior o, en otras palabras por qué nos enojamos y somos violentos a veces, descubrimos que son las contrariedades de la vida o, como decimos comúnmente, los problemas de la vida, los que nos llevan al límite de la paciencia y muchas veces explotamos. Digamos que la paciencia es la capacidad que tenemos para conservar la paz interior y a su vez la paz interior nos capacita para tener paciencia; por ello, decimos que a veces “llueve sobre mojado”, puesto que estando en una situación difícil, nos enfrentamos a un problema o contrariedad inesperada y barremos con todo.

San Francisco usa el término evangélico de “pacífico”; es decir, la persona que es tranquila, que no se enoja fácilmente, y tiene mucho aguante ante las circunstancias adversas. Eso significa que esa persona tiene o una buena concha o un buen colchón para aguantar los ataques, incluso inesperados o de las personas de las que menos lo esperábamos. Al respecto nos dice en la adm. 13 que “cuando al siervo de Dios le llega el tiempo en que le contrarían los mismos que deberían contentarle, el grado de paciencia y de humildad que entonces demuestra es el que tiene, y no más”. También a estos el santo los califica de pacíficos.

Y en la adm. 23 se aplica todo lo dicho sobre la paciencia y la paz interior a quienes tienen que sobrellevar la corrección. Por experiencia sabemos que corregir a alguien es un reto y un riesgo, aun tratándose de amigos. Tenemos que encontrar el momento y las palabras oportunas. De hecho, san Francisco dice a los ministros que cuando tengan que corregir a algún hermano lo hagan con “humildad y caridad” (Regla X, 1). 

Volviendo a la admonición mencionada, el santo dice: “bienaventurado el siervo que está dispuesto a sobrellevar las advertencias, las acusaciones y las reprensiones que le vienen de otro con la misma paciencia que si se las hiciera él a sí mismo”. ¡Qué hermosa calificación y descripción de la paciencia!  Quizá más de una vez, después de poner mala cara ante la corrección que alguien nos hace, hemos reconocido interiormente que tenía razón, pero muchas veces la paciencia va de la mano con la humildad, la humildad que nos capacita para reconocer que “lo único de que podemos gloriarnos es de nuestras debilidades y de cargar cada día con la cruz” (Adm 5, 8).

Y en la misma adm. 23, se llama “bienaventurado a quien al ser reprendido, se reconoce bondadosamente, se somete respetuosamente, confiesa humildemente y repara de buen grado”. Todo esto cuando se supone que el corregido es y se reconoce culpable. Pero, el santo insiste en que puede darse el caso en que un hermano puede ser “avergonzado y reprendido por un pecado que no ha cometido”. Éste será “bienaventurado si no trata en seguida de excusarse y sobrelleva  humildemente el ser avergonzado y la reprensión”.

En conclusión, la paz interior es posible contando con estas actitudes interiores mencionadas, que son todo un programa de ascética espiritual y de conversión evangélica. Ascética espiritual, es decir, trabajo para controlar las pasiones, particularmente la soberbia, tan profundamente enraizada en nuestra condición humana; y conversión evangélica para dejar de lado los criterios y prejuicios del mundo, y asumir los criterios y principios de Jesús “manso y humilde corazón”, que nos invita a aprender de él (Mt 11, 29).

Fr. Jesús Ma. Bezunartea, OFMCap

sábado, 3 de febrero de 2018

Qué está pasando en nuestro país?

lunes, 1 de enero de 2018

¡Busquemos la paz, hagamos el bien!


¡Busquemos la paz, hagamos el bien!
Familia Franciscana, constructores de paz y de bien


Paz y Bien, queridos hermanos y hermanas:

Reciban el saludo de Jesús con nosotros: ¡La paz esté con ustedes!

Como Familia Franciscana vemos y vivimos nuestra realidad con dolor, conociendo y experimentando el sufrimiento que provoca la violencia en nuestro país. Los cientos de miles de víctimas de la inseguridad son para nosotros una interpelación de nuestra vocación franciscano-clareana.

Creemos que en este momento crítico, en el que muchas estructuras sociales y políticas se han colapsado, estamos llamados a reavivar con ilusión las palabras del Señor: Francisco, repara mi Iglesia. Estas palabras nos comprometen a construir una sociedad más justa, próspera y en paz, reconociendo que los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo (GS 1).

Siendo miembro del pueblo de Dios, queremos discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, los múltiples signos de nuestro tiempo y valorarlos, a fin de que la dignidad de la persona sea reconocida y el bien común sea alcanzado. La imagen de Francisco de Asís frente al lobo de Gubbio (cf. Fl XXI) nos invita a vivir firme y confiadamente comprometidos, en realizar la justicia y trabajar por la paz en los diversos ámbitos donde nuestra vida evangélica está presente. Nuestra identidad de ser hermanos nos alienta a promover la fraternidad, como un medio eficaz de transformación de la existencia humana y de las relaciones con los otros, abriendo a los hombres a la solidaridad y a la reciprocidad. Hoy, la Buena Nueva para nosotros es Dios clamando la salvación para los otros, para los que sufren injustamente, para las víctimas y los vencidos de nuestra historia.

Los atentados a la familia, a la niñez, a las mujeres y la juventud, la injusticia e iniquidad, la corrupción e impunidad, la violencia, el narcotráfico, los asesinatos y desaparecidos, la inseguridad y la extorsión, son situaciones que nos invitan a reconstruir nuestro tejido social. Además, el proceso electoral del 1 de julio de 2018 será un momento de gran intensidad para repensar nuestro actuar como ciudadanos comprometidos con el Reino. Desde un espíritu solidario lleno de humanidad, queremos proclamar que Dios es nuestro protector, nuestro custodio y nuestro defensor y que todas las situaciones que vivimos nos hacen reconocer su presencia en medio de nosotros y buscar mantenernos firmes en la fe (cfr. 1 Cor 16, 13).

Nos sentimos profundamente llamados a experimentar la esperanza del Señor, acompañando y caminando con nuestra gente, buscando ser testigos con nuestro carisma de la unidad, la paz y el amor del Dios de la Vida. Desde esta vivencia de fe y unidos como hermanos de una misma familia, queremos proclamar el 2018 como un Año por la Paz en México. Iniciando un camino de oración y de penitencia, de memoria y de reflexión y sobre todo de acción. A ejemplo de Francisco y Clara de Asís asumimos la tarea de buscar la paz y hacer el bien, siendo los constructores del Reino que las situaciones de hoy demandan.

Serán varias las actividades que iremos realizando a lo largo de este año. En un primer momento te invitaremos a las jornadas de oración que las hermanas Clarisas irán realizando en nuestro país en este año. Cada dos meses iremos publicando un tema de reflexión para su lectura personal. Además, proponemos una oración franciscana por la paz y la oportunidad de sumar a un ramillete espiritual uniendo nuestra voz en una misma plegaria. A lo largo del año nos encontraremos como Familia Franciscana en diversos puntos del país para realizar una acción concreta por la paz. Te invitamos a visitar nuestro blog: http://coframex.blogspot.mx/ y fanpage: https://www.facebook.com/infocoframex/  para conocer más datos sobre estas actividades.

Con la confianza puesta en el Señor, imploramos la intercesión de Santa María de Guadalupe, Reina de la Paz, para tener la valentía y la fortaleza de ser constructores de un México más digno y en paz.

Cd. de México, 1 de enero de 2018.
Solemnidad de Santa María, Madre de Dios.


Fraternalmente


Sor Griselda Quiroz, OSCUrb
Sor Lourdes García, OSCCap
Sor Guadalupe Sainz, OSC
Hna. María Esther Pérez, OFS
Hno. Ángel de la Rosa, OFS
Fr. Mario Castro, OFMConv
Fr. Armando Vázquez Soto, OFM
Fr. Mauricio Alarcón, TOR


Fr. Néstor Wer, OFMCap

viernes, 29 de diciembre de 2017

La equidad con los pobres y contra la injusticia de la pobreza, caminos para la paz


Este artículo, forma parte de mi colaboración con la Conferencia Franciscana de México (COFRAMEX) para la formación en la paz, con la elaboración de materiales educativos y formativos para dicho fin. Con la campaña que se inicia este 1 de Enero, “Familia Franciscana, constructores de paz y de bien” y su lema: “hagamos el bien, busquemos la paz”. Los diversos estudios o ciencias sociales y la propia fe e iglesia, con su doctrina moral y social, nos muestran claramente que si no se promueve la solidaridad, justicia, derechos y el desarrollo humano e integral: se generan los conflictos, violencias y guerras. Por ejemplo, el Papa Francisco viene enseñando e insistiendo en esta realidad clave de una paz justa, con equidad que libere del mal, desigualdades e injusticias que padecen los pueblos y pobres; que termine con el actual sistema socio-económico que es injusto en su raíz y que, con sus estructuras sociales perversas, impiden la vida, dignidad y desarrollo (EG 59). 

“Los mecanismos de la economía actual promueven una exacerbación del consumo, pero resulta que el consumismo desenfrenado unido a la inequidad es doblemente dañino del tejido social. Así la inequidad genera tarde o temprano una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás. Sólo sirven para pretender engañar a los que reclaman mayor seguridad, como si hoy no supiéramos que las armas y la represión violenta, más que aportar soluciones, crean nuevos y peores conflictos. Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones, y pretenden encontrar la solución en una «educación» que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países —en sus gobiernos, empresarios e instituciones— cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes” (EG 60)

 Como nos enseña en LS, el Papa Francisco denuncia proféticamente la actual política y  economía que no se orientan al bien común. Ya que están esclavizadas por los ídolos  del  rédito económico y por conservar o acrecentar el poder. Lo que provoca guerras o acuerdos espurios, donde lo que menos interesa es preservar el ambiente y cuidar a los más débiles (LG 198). Todo lo anterior, supone ir a las causas de todas desigualdades e injusticias que sufren los pobres de la tierra, por ejemplo las que sufren los hermanos migrantes y refugiados. Tal como nos ha recordado Francisco en su mensaje para la Jornada de la Paz 2018 (n. 2). Los migrantes, refugiados y el resto de los pobres de la tierra se movilizan en la búsqueda de un futuro con más vida, dignidad y derechos, por un mundo con más justicia y paz. 

“La necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar, no sólo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que sólo podrá llevarla a nuevas crisis. Los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras. Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales” (EG 202).

Para lo cual, es necesario e imprescindible que toda persona y creyente desarrolle su inherente dimensión pública, el amor civil y político, la caridad política, que es una vital virtud ética y espiritual (teologal). “El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a «las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas». Por eso, la Iglesia propuso al mundo el ideal de una «civilización del amor». El amor social es la clave de un auténtico desarrollo: «Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la vida social –a nivel político, económico, cultural–, haciéndolo la norma constante y suprema de la acción»” (LS 231)

Asimismo por tanto, unido inseparablemente a esta transformación socio-política y estructural que erradique el sistema injusto que domina, hay que realizar un cambio profundo (conversión) a nivel personal y espiritual. Una renovación del corazón y del alma, una nueva mente y conciencia, que en la fe supone acoger la Gracia de Dios con su Don de la paz y justicia liberadora. Para llevar una vida austera, sobria, ecológica y de pobreza solidaria con los pobres (LS 216-227). Es la existencia de paz, alegría y felicidad desde la comunión de amor y pobreza fraterna en solidaridad de vida, bienes y compromiso por la justicia con los pobres de la tierra. Lo que nos trae la salvación liberadora del mal y pecado del egoísmo con sus idolatrías de la riqueza-ser rico, del poder y de la violencia, del poseer y tener que se imponen sobre este ser persona fraterna, solidaria y pacífica.

“La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo” (EG 231).

El Dios encarnado en Jesús, el niño pobre con su familia obrera y empobrecida, nos entrega esta salvación en el amor fraterno, paz y justicia con los pobres (Lc 2, 8-20) que nos libera de todos estos falsos dioses. Tales como el mercado, el capital o el estado-nación que sacrifican la vida de los inocentes, víctimas y pobres en el altar del beneficio, lucro y poder. El Dios que se encarna en Jesús nos dona todo este auténtico sentido y real felicidad de la vida, nos regala el Don (Gracia) del amor, la paz justa y vida humanizadora, realizada, plena y eterna. Como nos han testimoniado los santos y testigos de la fe, por ejemplo como todo un paradigma de esta paz justa y ecología integral, los queridos San Francisco de Asís o Francisco de Roma.

Dr. Agustín Ortega Cabrera Ph. D.


Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología).  Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y, actualmente, de la UNAE (Universidad Nacional de Educación) así como invitado en diversas universidades latinoamericanas. Autor de diversas publicaciones, libros y artículos. 

domingo, 24 de diciembre de 2017

2018: Año por la paz en México


sábado, 9 de diciembre de 2017

Paz justa y ecoteología desde San Francisco de Asís para vivir la Navidad


Este artículo, forma parte de mi colaboración con la Conferencia Franciscana de México (COFRAMEX). En especial con mi amigo y hermano Fr. Néstor Wer, OFMCap (fraile capuchino), su presidente, para impulsar la formación en la paz, con la elaboración de materiales educativos y formativos para dicho fin. En una campaña que se realizará, “Familia Franciscana, constructores de paz y de bien” con el lema: “hagamos el bien, busquemos la paz”. A Fr. Nestor, por su acogida y cercanía, está dedicado con todo el cariño dicho escrito. Se cuenta que Lenin llegó a decir que le dieran 10 San Francisco de Asís y que, de esta forma, haría la revolución ya que, para el ruso, el santo italiano era el hombre la revolución.

Evidentemente, la revolución en la que pensaba Lenin, la del comunismo colectivista o colectivismo que acaba siendo una dictadura, no es la misma que traía San Francisco que es la del Evangelio de Jesús. Más Lenin, que no se le puede negar su astucia, sabía bien que a una persona como San Francisco no se le puede corromper ni hacer que traicione su fe e ideales: es pobre; con la honradez y solidaridad que dicha pobreza fraterna, en la comunión solidaria, supone. Francisco, “el sol de Asís” como lo llamó Dante en su Divina Comedia, nos trae la revolución de la alegría y misericordia compasiva, la paz, justicia y fraternidad solidaria con los pobres que es la propia del Evangelio. Como nos muestra el Papa Francisco.

En su encíclica “Laudato Si” (LS), el Papa ha propuesto a Francisco de Asís como modelo de una ecología integral, que es la que realmente trae la paz. Y es que, como nos enseña la fe e iglesia, la verdadera paz no es sólo la mera ausencia de guerra o violencia. Sino que supone e incluye un estado de realización, un desarrollo global del ser humano con la realidad en todas sus dimensiones. Esta realización y auténtico desarrollo que trae la paz, es el que nos transmite la ecología integral que, como nos testimonian el Francisco de Asís y el de Roma, se realiza en la comunión con Dios, con los otros, con los pobres y con la naturaleza. Como se observa, la ecología integral efectúa el desarrollo global, clave de la paz justa que abarca todas estas inherentes dimensiones del ser humano.

Una paz justa, auténtica basada en la vida, dignidad, justicia (social-global), derechos humanos, solidaridad, bien común y desarrollo humano (ecología) integral. Es una ecología espiritual que acoge el Don (Gracia) del Otro, para la fe Dios mismo, y de los otros. Ellos nos traen el regalo de su amor, paz y justicia liberadora de todo mal, pecado e injusticia. En una espiritualidad del encuentro de vida con la trascendencia del rostro de ese Otro que es Dios, revelado para la fe en Jesucristo que nos llama a su seguimiento, y de los otros. Una mística del amor en comunión con Dios en Cristo y con ese prójimo que es toda la humanidad, en especial, los pobres.

Lo que nos lleva a la ecología mental. En esa razón cordial, del corazón, que cultiva los afectos y sentimientos con la empatía, sensibilidad y com-pasión misericordiosa hacia los otros. Compartiendo sus alegrías, esperanzas, sufrimientos e injusticias. Los deseos, pasiones, sentimientos e ideales que nos dan sentido, felicidad y realización en la vida como son el amor fraterno, la solidaridad, paz y justicia con los pobres. Tal como nos muestra el relevante filósofo Max Scheler, “San Francisco es el prototipo occidental de la razón cordial y emocional, cosa que posteriormente fue relegada al margen”.

En el relato de la verdadera y perfecta alegría, se nos transmite como Francisco desarrolla este sentido de la vida que afronta e integra aquel mal o negatividad, que todos padecemos. En una existencia de amor, humilde y reconciliada que le lleva liberarse de este peso de lo negativo, en la esperanza y paz de Dios. Como aparece en otros pasajes franciscanos, el del lobo de Gubbio, el del obispo y el podestà de Asís o ante el sultán Malik al-Kamil, Francisco efectuó toda esta constitutiva dimensión social y pública de la fe. Es lo que los Papas denominan “la caridad política”. En palabras del Papa Francisco (LS 228), este “amor cívico y político” que busca el bien común, la civilización del amor, la justicia, reconciliación y paz. Una macro-caridad, más extensa y universal, que va a erradicar las raíces y causas del mal e injusticia.

Y esta inteligencia del amor, se une a la ecología social. El escuchar la voz de los sin voz, los gritos de los pobres y crucificados de la tierra por el mal e injusticia, con la promoción de la justicia social y global. Francisco considera al pobre en toda su dignidad, como hijo de Dios y hermano nuestro que le hace, más que objeto de ayuda, sujeto de su vida, protagonista de su promoción y liberación integral. Él vivió enamorado de su “dama pobreza” en comunión solidaria de vida, bienes y compromiso por la justicia con los pobres. Lo que nos va liberando del egoísmo y sus ídolos de la riqueza-ser rico, poder y violencia.

Tal como lo simboliza Francisco en esa acción ante su padre, Pedro Bernardone, prototipo de las semillas del naciente capitalismo comercial. Francisco, por repartir los bienes de su padre a los pobres, es llevado por este ante los tribunales y, entonces, se despoja de todo ante él. Renunciado a su estirpe paterna burguesa, Francisco toma a Dios como auténtico Padre, que le lleva a este amor fraterno, paz y justicia con sus hermanos los pobres. Como afirma el significativo historiador Arnold Toynbee, “Francisco, el mayor de los hombres que han vivido en Occidente, debe ser imitado por todos nosotros. Pues su actitud es la única que puede salvar la Tierra y no la de su padre, el mercader Bernardone”.

Después de este gesto, totalmente despojado y sin nada en la vida, cuando cualquiera caería en la más absoluta desesperación, Francisco empieza su nueva vida con alegría cantando por el bosque. Es la vida alegre en la esperanza y comunión más plena con Dios. Lo que le traslada a la ecología ambiental, al cuidado y fraternidad con la hermana tierra, esa casa común que cobija a la familia humana. No es por casualidad que San Francisco de Asís sea el patrono de la ecología. Su célebre “Cántico de las criaturas, al hermano sol, a la hermana luna…”, excelsa obra poética y mística, expresa toda esta ecología ambiental e integral. En una fraternidad ecoteológica y cósmica con Dios, con toda la creación y sus seres que incluye a “la hermana muerte”. Integrando así lo negativo de la vida en el amor y esperanza, que libera del caos y sin sentido. Como cuando fraterniza con el fuego que estaba destinado a cauterizar sus ojos, a causa de su ceguera, ya al borde de su muerte.

Tal como nos enseña en nuestra época la filosofía y las diversas ciencias, Francisco hace la experiencia de religación de todas las cosas y dimensiones de la realidad. En una inter-relación y comunión solidaria de todo con todo, con sus dinamismos de apertura, trascendencia y liberación integral de toda la realidad y del cosmos. Y es que como afirmó ese escritor tan genial que es Chesterton, en su maravillosa obra sobre el santo, Francisco hizo de la vida una obra de arte. El auténtico arte de la vida, como nos manifiestan esos genios espirituales y éticos que son los santos. Ellos nos transmiten toda una estética liberadora en la búsqueda de la belleza, el bien y la verdad que se testimonia en el amor fraterno, paz, justicia y vida plena-eterna. Como Francisco de Asís, nos enseñan una auténtica inteligencia espiritual de la santidad que, con su amor y pobreza liberadora de los ídolos de la riqueza-ser rico o del poder, posibilitan la paz.

La codicia, ambición y el tener con la idolatría del dinero: son siempre los obstáculos para la paz; y bien lo entendió Francisco con su vida de pobreza fraterna, solidaria y liberadora con los pobres y con la creación. Francisco llevó una vida de auténtica pasión, enamorado de ese Dios que se encarna en el Niño Jesús, nacido en el seno de una familia empobrecida y obrera, en la pobreza fraterna y solidaria con los pobres. El Dios encarnado en la humanidad pobre y fraterna de Jesús, que tanto amó Francisco. Al igual que manifestara C. de Foucauld, Francisco afirmaría que "no sé si habrá alguien que pueda contemplarte en el pesebre y seguir siendo rico: yo no puedo”. Y esta experiencia con su espiritualidad de encarnación en la conversión y amor a Cristo, a la iglesia, a la comunidad franciscana que él suscitó y a los pobres: le encamina al Dios Crucificado.

Dicha espiritualidad de encarnación, de contemplación y lucha por la paz justa en Cristo Pobre-Crucificado, le lleva a ser el creador del Belén y del Viacrucis. En donde contempla y experiencia a ese Dios, que nos trae la salvación liberadora del egoísmo y dichos ídolos, por el camino que lleva de Belén al Calvario. Tal como vive Francisco en la experiencia del Monte Alverna. Es el culmen de esa espiritualidad de encarnación en la comunión con Cristo Pobre-Crucificado, en la pasión solidaria del Dios Crucificado y de los pueblos crucificados por el mal e injusticia. Terminamos, como no podía ser de otra forma, con todo un legado para la paz justa como nos trae el Niño Dios en Navidad, con la oración de Francisco.

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz:
donde haya odio, ponga yo amor,
donde haya ofensa, ponga yo perdón,
donde haya discordia, ponga yo unión,
donde haya error, ponga yo verdad,
donde haya duda, ponga yo la fe,
donde haya desesperación, ponga yo esperanza,
donde haya tinieblas, ponga yo luz,
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
Oh Maestro, que no busque yo tanto
ser consolado como consolar,
ser comprendido como comprender,
ser amado como amar.
Porque dando se recibe,
olvidando se encuentra,
perdonando se es perdonado,
y muriendo se resucita a la vida eterna.

Dr. Agustín Ortega Cabrera Ph. D.

Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología).  Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y, actualmente, de la UNAE (Universidad Nacional de Educación) así como invitado en diversas universidades latinoamericanas. Autor de diversas publicaciones, libros y artículos.