- Piedad
mariana -
Aunque
los franciscanos, como lo hemos descrito en los temas anteriores, tengamos a
Cristo como centro de nuestra vida espiritual, sin embargo, quizá ninguna
familia religiosa haya desarrollado una teología y espiritualidad marianas tan
ricas como la nuestra. Y al estar en la víspera de la fiesta de la Inmaculada,
a mi pensamiento llega en seguida el Bto. Duns Scoto, el teólogo que dio el
golpe de gracia teológico sobre el dogma de la Inmaculada; y luego tenemos la
obra monumental “El Mariale” de san Lorenzo de Brindis, cuyo cuarto centenario
de su muerte vamos a celebrar el 22 de Julio del próximo año.
Fieles a
esta línea mariana, la Regla de la OFS redacta así el número 9 de la
misma: “La Virgen María, humilde sierva del Señor, siempre atenta a su palabra
y a todas sus mociones, fue para San Francisco centro de indecible amor, y por
él declarada Protectora y Abogada de su familia. Los Franciscanos seglares den
testimonio de su ardiente amor hacia Ella por la imitación de su disponibilidad
incondicional, y en la efusión de una confiada y consciente oración”.
Son
varios los aspectos de la piedad mariana que nos presenta este número y, por cierto, muy importantes.
Ante
todo, nos presenta dos aspectos de la persona de la Virgen María, muy
inspiradores para nosotros: es “la
humilde sierva del Señor” y esa actitud le lleva a estar “atenta siempre a su palabra y a sus mociones”.
Son dos experiencias de la Virgen que
las podemos ver como muy aplicables a nuestra vida.
Primero,
vernos como humildes siervos del Señor. Desde el principio la Virgen María
tiene clara conciencia de que es la sierva de Dios y por eso, ante el Ángel
Gabriel se declara “su esclava”.
En
segundo lugar, se habla de que está “siempre
atenta a su palabra y a sus mociones”. Ello nos lo dice claramente ella
misma, al respoder al Ángel: “que se haga
en mí según su Palabra”. Aunque no tenga muy claro lo que Dios quiere de
ella, confía en su gracia, en la que se manifiestan sus “mociones”; ella se va a dejar mover y guiar por las inspiraciones
de Dios a donde tenga que ir: a Egipto, a Nazareth, a Judea siguiendo a Jesús,
al Calvario y, sobre todo, las mociones interiores que garantizaran su
fidelidad a la voluntad de Dios y a la misión de su Hijo.
Otro
aspecto de esta piedad mariana franciscana es lo referente a san Francisco.
Para él, la Virgen es, ante todo, “centro
de indecible amor”. Por ello, toca su corazón el ver a María rodeada de
ángeles, de tal manera que quiere que esa capilla de la Porciúncula sea como la
cuna de la Orden. Se refiere a ella, al amor con que ella la recibe en su seno,
para poner de relieve el gran misterio de amor y de humildad, que es la
Eucaristía, en el que de nuevo “desciende
sobre el altar” en las especies
sacramentales. (Adm 1, 16-18).
Y en la
antífona del Oficio de la Pasión, la invoca poniendo de relieve la singularidad
de su persona, su actitud de esclava e hija del Padre celestial y la de madre
del Señor Jesucristo y esposa del Espíritu Santo. En consecuencia, la declara “Protectora y Abogada” de la familia
franciscana. Por ello, pone en la única antífona de ese Oficio, esta petición a
María: “ruega por nosotros ante tu amado
santísimo Hijo, Señor y Maestro” y, como he dicho antes, quiere que los hermanos,
en todas las circunstancias importantes de su historia se reúnan a sus pies en
la Porciúncula.
El tercer
aspecto a considerar es cómo van a expresar y vivir los hermanos de la
fraternidad franciscana seglar su piedad mariana. El centro de todo es su amor
a Ella. Un amor ardiente, es decir, un amor tierno y filial, que se va a
manifestar, no sólo en palabras o alabanzas, sino sobre todo en su testimonio
de vida, de manera que se pueda decir “de
tal madre tales hijos” porque ellos van a tener esa “disponibilidad incondicional”, que ella tuvo, para servir a Dios,
a la Iglesia y a cualquiera en
necesidad.
También
hay otro aspecto, no tan tomado en cuenta al hablar de la Virgen: “en la efusión de una confiada y consciente
oración”. María, con una confianza desconcertante, incluso para su hijo, se
acerca a él en las bodas de Caná y le dice: “Hijo, a ver qué haces, se les está acabando el vino”. Y al mismo
tiempo su oración es consciente; aunque no entienda bien las cosas, como cuando
se le anuncia que va a ser la madre del Mesías o como cuando ve que los
pastores y Magos vienen a rendirle homenaje o cuando oye que Herodes lo quiere
matar o que la gente dice que su hijo está loco. María lo guarda todo en su
corazón en actitud orante y contemplativa. Y porque es consciente de lo
desconcertante y misterioso de lo que le pasa a su Hijo, calla y hace oración.
Ojalá que
en este tiempo en que en algunos lugares la atención a la Virgen María va
desvaneciéndose, en otros se malentiende y en otros se queda en una dimensión
puramente afectuosa y ocasional, la fraternidad franciscana seglar sea punto de
referencia de una piedad mariana propia de cómo Francisco la vio y como la
Iglesia la ve hoy en su teología: en el centro del misterio de la redención, en
el centro de la vida y misión de la Iglesia, como “estrella de la evangelización”.
Hno.
Jesús Ma. Bezunartea, OFMCap.
0 comentarios:
Publicar un comentario