sábado, 19 de enero de 2019
Carta circular de la Conferencia de Ministros Generales de las Primeras Órdenes Franciscanas y de la Tercera Orden Ordinaria on motivo del 40° aniversario de la promulgación de la Regla OFS
Carta circular de la Conferencia de Ministros Generales de las Primeras Órdenes Franciscanas y de la Tercera Orden Ordinaria a todos los frailes, y a los hermanos y hermanas de la Orden Franciscana Seglar (OFS) y de la Juventud Franciscana (Jufra) con motivo del 40° aniversario de la promulgación de la Regla OFS
Queridas hermanas, queridos hermanos, ¡que el Señor les dé paz!
1. Cuarenta años: un período simbólico.
El 24 de junio de 1978, la Santa Sede, a través de la carta apostólica Seraphicus Patriarcha, aprobó la Regla renovada de la Orden Franciscana Seglar. Fue el Papa Pablo VI, recientemente canonizado y que en su juventud fue un postulante terciario franciscano, quien hizo este regalo a la Familia Franciscana, unas semanas antes de su muerte. Ya han pasado 40 años desde esa aprobación y este aniversario parece ser una buena ocasión para enviarles esta carta celebrativa. El número cuarenta en la Biblia, como se sabe, tiene un significado simbólico: cuarenta son principalmente los años de una generación y parecen designar el momento de las decisiones maduras. Por lo tanto, parece una ocasión propicia para agradecer al Señor por todo lo que ya viven las hermanas y hermanos de la OFS y dar un nuevo impulso a esta realidad tan preciosa para toda la Familia Franciscana.
2. La Orden Franciscana Seglar en la Familia Franciscana.
“El Patriarca seráfico San Francisco de Asís, mientras estaba vivo y también después de su preciosa muerte, ha alentado a muchos a servir a Dios dentro de la familia religiosa que fundó, pero también ha atraído a innumerables laicos a ingresar en sus instituciones permaneciendo en mundo, en la medida de lo posible”. Así comienza la Carta de Aprobación Apostólica firmada por Pablo VI en 1978, que recuerda cómo de la experiencia de San Francisco nacieron diferentes modos de vida cristiana para seguir a Cristo en la Iglesia. “Entre las familias espirituales, despertadas por el Espíritu Santo en la Iglesia [Lumen Gentium 43], la franciscana reúne a todos los miembros del Pueblo de Dios, laicos, religiosos y sacerdotes, que se reconocen llamados a seguir a Cristo, siguiendo los pasos de San Francisco. Asís [Pío XII, 1.7.1956, Discurso a los Terciarios I]. De diversos modos y formas, pero en comunión vital mutua, pretenden hacer presente el carisma del Padre Seráfico común en la vida y misión de la Iglesia [Apostolicam Actuositatem 4,8]” (Regla de la OFS, cap. I, n. 1). Por tanto, parece que ya era clara en Francisco la intuición que es posible servir plenamente al Señor en cada estado de la vida. Así de alguna manera, anticipaba la conciencia de que todos los cristianos de la Iglesia están llamados a la santidad, aquella conciencia que el Concilio Vaticano II enfatizó fuertemente y que el Papa Francisco recordó recientemente en su Exhortación apostólica Gaudete et exsultate (n.10): “Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre”. (LG 11 ). De hecho, la Tercera Orden Franciscana (ahora la Orden Franciscana Seglar) en su historia ha sido enriquecida por numerosos dones de santidad, basta pensar en las figuras de Angela de Foligno, Brigida de Suecia, Catalina de Génova, Isabel de Hungría, Gianna Beretta Molla, Juan Bosco, Juan XXIII, José Moscati, Luis IX rey de Francia, Margarita de Cortona, Pius X, Tomas Moro, solo para nombrar algunos de los santos y santas más famosos, o Verónica Antal, la última de esta larga lista de santos y beatos, beatificada el 22 de septiembre de 2018. Con este “admirable y variado florecimiento de la santidad seráfica”, la Tercera Orden Franciscana ha demostrado ser necesaria para la plena expresión de nuestro carisma.
3. Los retos de hoy y la misión de la Iglesia.
Los desafíos que enfrenta la Iglesia hoy en día son muchos y complejos. Pero el tiempo que vivimos es ciertamente también un kairos, un momento de gracia particular en el cual es posible vivir una “nueva etapa evangelizadora”, como el Papa Francisco nos llama en su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium: " En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar.. [...]En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador" (EG 119-120). Como franciscanos, nos sentimos particularmente en sintonía con la invitación del Papa a vivir en la Iglesia que sale, a ir a las periferias geográficas y existenciales de este mundo lleno de divisiones, injusticias y sufrimientos. Estamos llamados a contribuir a la construcción de una fraternidad evangélica universal, a trabajar en el campo de la custodia de la creación, la paz y la justicia, con especial consideración por los más pobres y necesitados, siguiendo el ejemplo del padre seráfico Francisco, quien "manifestó Especial atención a la creación de Dios y a los más pobres y abandonados. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior." (LM 10). Una tarea tan compleja y exigente requiere una colaboración activa y efectiva y una comunión visible entre todos los miembros de la Familia Franciscana, y en esta colaboración, la contribución de los hermanos y hermanas de la Orden Franciscana Seglar parece particularmente urgente hoy en día.
4. Custodia mutua
La colaboración y la comunión entre los miembros de la Familia Franciscana, hoy más que nunca, deben manifestarse con enriquecimiento mutuo. “En la Iglesia-Comunión los estados de vida están de tal modo relacionados entre sí que están ordenados el uno al otro. [...] Son modalidades a la vez diversas y complementarias, de modo que cada una de ellas tiene su original e inconfundible fisionomía, y al mismo tiempo cada una de ellas está en relación con las otras y a su servicio” (Juan Pablo II, Christifideles Laici, 55). Por un lado, la Iglesia ha confiado a los frailes de la Primera Orden y de la TOR el cuidado espiritual y pastoral de la OFS, como se recuerda en la Regla: “Como signo concreto de comunión y de corresponsabilidad, los Consejos de los diferentes niveles, según las Constituciones, pedirán religiosos idóneos y preparados para la asistencia espiritual, a los Superiores de las cuatro Familias religiosas franciscanas, a las cuales, desde siglos, está unida la Fraternidad Seglar” (Regla de la OFS, capítulo III, núm. 26). Por otro lado, los miembros de la OFS están llamados a mostrar la naturaleza secular del carisma franciscano, que es lo que caracteriza su espiritualidad y su vida apostólica, y por lo tanto, viviendo plenamente su llamado específico, cuidarán a su vez con la oración y la acción la vocación de los frailes con quienes comparten el carisma.
5. Conclusión
Queridas hermanas, queridos hermanos, Cuarenta años después de la aprobación de la Regla de la Orden Franciscana Seglar, los invitamos a todos a agradecer al Señor el don de la vocación franciscana común y renovar el celo apostólico para vivir la misión de cada uno de manera creativa. Por nuestra parte, imploramos una abundancia de bendiciones divinas para todos ustedes, a través de la intercesión de nuestro padre seráfico Francisco y la Santísima Virgen María, reina de la familia franciscana.
Fr. Roberto Genuin, OFMCap
Minister Generalis
Fr. Nicholas Polichnowski, TOR
Minister Generalis
Fr. Marco Tasca, OFMConv
Minister Generalis Minister
Fr. Michael Anthony Perry, OFM
Generalis
Romae, 23 XII 2018
Carta del Ministro General OFM por el 800° aniversario del encuentro entre San Francisco y el Sultán Al-Malik Al Kamil
Carta del Ministro general de la Orden de los Hermanos Menores por el 800° aniversario del Encuentro entre san Francisco y el Sultán al-Malik al-Kamil
Mis queridos hermanos de la Orden de los Hermanos Menores,
a todos los hermanos y hermanas de nuestra Familia Franciscana,
y a todos mis hermanos y hermanas Musulmanes,
¡El Señor les dé a todos ustedes Su Paz!
Hace ochocientos años, nuestro Seráfico Padre san Francisco, zarpó para Egipto, realizando finalmente el sueño largamente anhelado de ir entre los musulmanes. Llegó al campamento del ejército cruzado, entre los cristianos latinos que a través de años de predicación y de retórica sobre la guerra santa habían sido adoctrinados para despreciar a los musulmanes. Esos mismos musulmanes tenían toda la razón para despreciar a Francisco, conjeturando que él, como la mayor parte del campamento cruzado, era un enemigo y no un portador de paz. Hoy celebramos lo que nadie en ese tiempo podía haber previsto: que un hombre lleno del Espíritu, desarmado y sin nada propio atravesó las líneas de la batalla para pedir un encuentro con el Sultán. Francisco fue recibido atentamente por el Sultán y disfrutó por un largo período de la hospitalidad del jefe musulmán, posteriormente regresó de la visita para reflexionar nuevamente sobre la misión de los Hermanos Menores. Francisco regresó sano y salvo a su tierra natal, profundamente impresionado por ese encuentro y maduró una nueva y creativa visión para sus hermanos sobre cómo debían ir entre los musulmanes, sobre las cosas que los hermanos debían hacer y decir a fin “que agradenal Señor” (Rnb16,8). El aniversario del encuentro de Francisco con al-Malik al-Kamil en Damieta en 1219 nos invita a preguntarnos nuevamente cuáles acciones y palabras, en medio del pluralismo y complejidad del mundo actual, serían agradables a Dios.
Al discernir los signos de los tiempos (Mt 16,3), la Iglesia subraya cada vez más el diálogo interreligioso como un elemento esencial de la misión de la Iglesia hoy. El Concilio Vaticano II exhortó a los fieles cristianos a participar en el “diálogo y la colaboración con los seguidores de otras religiones, a fin de que, con prudencia y caridad, den siempre al mundo testimonio de fe y vida cristiana” (Nostra Aetate, 2). En especial, el Concilio enseñó que la Iglesia debe considerar a los musulmanes “con aprecio” e instó a los cristianos a trabajar con los hermanos y hermanas musulmanes para promover “la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad en beneficio de todos” (Nostra Aetate3). San Juan Pablo II continuó esta misión de diálogo en su ministerio como Obispo de Roma, especialmente cuando invitó a los líderes religiosos del mundo a nuestra casa espiritual, Asís, para presenciar allí la calidad trascendente de la paz. Para aquellos que se reunieron para orar por la paz, la “lección permanente de Asís” es un ideal encarnado de “mansedumbre, humildad, de profundo sentido de Dios y de compromiso en servir a todos” (Juan Pablo II, Discurso en Asís, n. 9, 27 de octubre de 1986), de Francisco. Los Papas Benedicto XVI y Francisco también invitaron a los líderes religiosos a peregrinar a Asís y a orar allí por la paz, y posteriormente, el Papa Francisco invocó la intercesión del Poverelloen su viaje a Egipto, orando para que cristianos y musulmanes se llamen recíprocamente hermanos y hermanas de verdad, viviendo en renovada fraternidad bajo el sol del único misericordioso Dios (Papa Francisco, Discurso a la Conferencia internacional de la Paz,28 de abril de 2017). Es asícomo la Iglesia universal llama a la Familia Franciscana a animar esta fraternidad interreligiosa en el espíritu pacífico de nuestro Seráfico Padre. La Iglesia nos invita a renovar este momento originario de nuestra historia, el viaje de san Francisco a Egipto, para abrirnos de nuevo a la transformación que experimentó el Santo de Asís y caminar junto con los musulmanes y con los pueblos de todas las creencias como compañeros de viaje, como constructores de civilidad, y más profundamente, como hermanas y hermanos hijos de Abrahán, nuestro padre en la fe.
Aliento a la Familia Franciscana a celebrar este aniversario como un momento en el que la luz del Evangelio pueda abrir su propio corazón para ver la imagen de Diosen las personas que miramos con miedo y desconfianza, o peor aún, en las personas que nos sentimos impulsados a odiar. Con ese fin, se han preparado una serie de recursos para asistir a todos aquellos que se sientan inspirados a conmemorar este encuentro de una manera apropiada. Acompañan esta carta las intercesiones que invito a los hermanos a usarlas durante la Liturgia de las Horas a lo largo de todo el año conmemorativo, intercesiones que pueden emplearse apropiadamente en una variedad de ámbitos ministeriales. En abril la Curia general pondrá a disposición on líneun folleto preparado por la Comisión especial para el Diálogo con el islam, que ofrece un cuadro histórico, las perspectivas franciscanas y musulmanas sobre el encuentro y otros materiales para conmemorar Damieta. Nuestra Fraternidad de Estambul, una comunidad de hermanos principalmente dedicada al diálogo ecuménico e interreligioso albergará en octubre un encuentro de hermanos que trabajan en los países de mayoría musulmana. La Pontificia Universidad Antonianumigualmente ha organizado diversos eventos públicos en diversas naciones durante el año centenario. Invito, tanto a los académicos como a los pastoralistas, a participar activamente en estos y otros eventos, y, también, a que consideren creativamente cómo puede su comunidad local conmemorar Damieta a la luz de la realidad local.
Este aniversario ofrece una oportunidad única para una colaboración entre las diversas ramas de la Familia Franciscana. Varios frailes, hermanas, académicos del movimiento franciscano y promotores del diálogo cristiano-musulmán han preparado y editado publicaciones durante este aniversario, los invito a todos a dedicar tiempo este año para estudiar y reflexionar en oración sobre cómo, en su situación social, el valor y la apertura al Espíritu que se vivió en el Delta del Nilo hace tanto tiempo pueda vivir nuevamente en ustedes. La Curia general desea compartir la noticia de tales esfuerzos para construir puentes de discernimiento interreligioso, así es que infórmenos sobre los eventos y de las iniciativas para conmemorar Damieta en su comunidad y en las diversas Entidades de los Hermanos Menores.
Vivimos en una época en que personas de diversas confesiones se afanan en la demonización de los musulmanes e incitan a otros a temerles. Además del estudio y la oración sobre los temas de encuentro y diálogo, aliento a los seguidores de Francisco que no han tenido ningún contacto personal con el islam, a recordar la experiencia de nuestro fundador y dar un paso sencillo y concreto: conocer o encontrarse con un musulmán. Hagan el esfuerzo de conocerlo a él o a ella más allá de saborear una taza de té y de la delicadeza social. Traten de aprender y apreciar qué experiencia de Dios lo anima o la anima y permítanles a sus amigos musulmanes ver el amor que Dios ha derramado en su corazón por medio de Cristo. A pesar de la insistencia del Concilio Vaticano II de que los musulmanes, con nosotros, “adoran al único y misericordioso Dios” (Lumen Gentium, 16),muchas voces tristemente insisten en que es imposible el diálogo entre cristianos y musulmanes. Muchos contemporáneos de san Francisco y del Sultán estaban de acuerdo en que la única respuesta al desafío mutuo era el conflicto y el choque.
Los ejemplos de Francisco y del Sultán presentan una opción diferente. Ya no se puede insistir en que el diálogo con los musulmanes es imposible.Lo hemos visto y lo seguimos viendo en la vida de muchos franciscanos y de sus hermanos y hermanas musulmanes que, con corazón sincero y amoroso, comparten los dones que el Señor les ha dado a través de sus respectivas creencias. La fidelidad a la visión de Francisco nos compromete a compartirla con humildad. En efecto, el especial don cristiano que debemos compartir con nuestros hermanos y hermanas musulmanes no es simplemente el de un cristiano humilde, sino la experiencia de un Dios humilde. Único en su tiempo, Francisco alabó a Dios diciendo, “Tú eres la humildad” (AlD 4), y habló de la “sublime humildad”, de la “humilde sublimidad” de Dios (CtaO27). La búsqueda de Dios del corazón cristiano encuentra descanso en la humildad del pesebre y de la cruz, signos de un Dios que se rebajó hasta hacerse siervo y se humilló a sí mismo por amor nuestro. Francisco nos invita a reflejar esa divina humildad a quienes nos encontramos dando el primer paso como siervos y con amor. De cualquier modo, la fidelidad a la visión de Francisco nos invita a recibir los credos y los creyentes de otras tradiciones de fe con un sentido de reverencia(CCGG art. 93,2; 95,2), con corazones y mentes abiertas a la presencia de Dios en tal encuentro.
Reconozco que algunos miembros de la Familia Franciscana viven como minoría en las tierras de su nacimiento o adopción, se encuentran involucrados en luchas políticas y sectarias y pueden sentir la amenaza de violencia, al igual que muchos hoy en la tierra de Francisco. En algunos países cristianos y musulmanes comparten el sufrimiento de la injusticia social y de la inestabilidad política. Los invito a reflexionar sobre otro de los nombres que usó Francisco en sus Alabanzas al Dios Altísimo: “Tú eres paciencia” (AlD4), o como invocan los musulmanes a Dios:Yā Ṣabūr–“¡Oh Único Paciente!”. Francisco mismo aprendió la virtud de la paciencia a través de su servicio entre los leprosos, a través de los desafíos de sus viajes, y a través de las tendencias que vivió en la Orden al final de su vida, cuando sus propios hermanos abandonaron algunos de los ideales que él apreciaba. Francisco meditó largamente sobre el amor paciente que Cristo manifestó en su pasión, llegando finalmente a identificar la paciencia como un atributo de un Dios misericordioso. “Tú eres paciencia”. Dios sigue un esquema desconocido para nosotros, y Dios mueve los corazones de mujeres y hombres por caminos también desconocidos para nosotros. Francisco luchó por comprender el plan de Dios para aquellos que no seguían a Cristo como Señor, y encontró refugio en la oración de alabanza que afirma que el Señor es paciencia. Ojalá Dios conceda la gracia de la paciencia a cada uno de nosotros para que aprendamos a vivir juntos.
A nuestras hermanas y hermanos musulmanes, permítanme decirles con cuánta cordialidad nosotros los franciscanos recordamos la hospitalidad mostrada a nuestro Santo Padre Francisco cuando su vida estaba en peligro. El interés que muchos musulmanes han mostrado al conmemorar este aniversario demuestra el deseo de paz que se expresa cada vez que un musulmán saluda a un compañero creyente. Rezo para que este año profundice la fraternidad que compartimos en el Dios que ha creado todas las cosas en el cielo y en la tierra, y que este vínculo continúe fortaleciéndose mucho después de 2019. Dios podría habernos hecho a todos iguales, pero Dios no lo hizo así (Al-Shūrā42.8). Con ustedes, sus hermanas y hermanos franciscanos están ansiosos por mostrarle al mundo que los cristianos y los musulmanes pueden vivir juntos en paz y armonía.
En conclusión, nunca olvidemos que el ejemplo de san Francisco fue una vida de continua conversión. Cuando joven sentía repulsión por los leprosos, pero un acto de misericordia cambió su corazón y “lo que le parecía amargo se le cambió en dulzura” (Test3). Ese momentomarcó el comienzo de la vida de penitencia de Francisco, y está estrechamente ligado a la experiencia de Francisco en Damieta en el 1219. El corazón de Francisco ya había sido abierto por los leprosos anteriormente y, cuando se encontró en la presencia de un musulmán a quien había aprendido a odiar, se abrió una vez más. El llamamiento bíblico a la conversión (Heb, shuv; Aram. Tuv) resuena en el repetido mandato del Corán de volver a Dios(tūb), de cambiar el mal con la bondad y con actos de caridad para con los más vulnerables de la sociedad. Los creyentes hoy – respetando la diversidad con la que invocan a Dios y lo honran – están llamados al mismo valor y apertura recíproca de corazón. En medio de los gemidos del mundo por la comprensión interreligiosa, que nuestro humilde, paciente y misericordioso Dios nos muestre a todos los gestos y las palabras que más le agradan al Señor Dios.
Roma, 7 de enero de 2019.
Paz y todo bien,
Fr. Michael A. Perry, OFM
Ministro general y Siervo
miércoles, 2 de enero de 2019
MENSAJE DE SAN FRANCISCO AL SULTÁN EN EGIPTO
San Francisco se dirigió desde la Porciúncula a Egipto a encontrarse con el Sultán. Ahora el Papa Francisco, como peregrino del Perdón de Asís el 4 de agosto de 2016, sigue su camino – idealmente siguiendo las huellas del Poverello de Asís – viajando a Egipto a encontrarse, entre otros, también con los musulmanes.
El encuentro de Francisco de Asís con el Sultán al-Malik al-.Kamil en Egipto – precisamente en Damieta – ha despertado interés en los contemporáneos que lo describen con brevedad de palabras. Después de su muerte – y sobre todo de la canonización – del Asisiense se multiplicaron las amplificaciones, relecturas y actualizaciones. Entre éstas se destaca la de Enrique de Avranches que compuso la Legenda sancti Francisci versificada por encargo del papa Gregorio IX en 1232 o en 1234. En efecto, entre los 2585 hexámetros de dicha obra se destaca la narración del encuentro de san Francisco con el Sultán – tomada de la precedente Prima Vita, obra de Tomás de Celano – y en especial las palabras que Enrique de Avranches pone en boca del Santo. Como puede suponerse, el lenguaje es más un discurso de un hombre culto como el autor del poema que una breve exhortación como solía hacerla un simple alfabetizado como fray Francisco. Sin embargo esta narración resulta interesante porque muestra cómo un autor no franciscano pocos años después de la muerte y canonización imaginó las palabras que san Francisco habría dicho al Sultán rodeado de sus hombres de confianza.
A continuación la traducción de dicho trozo del bello estudio de Francisco Marzella, La prédica di Francesco al Sultano nella Legenda sancti Francisci, versificada de Enrique de Avranches (publicado en Controversie. Dispute letterarie, storiche, religiose dall’antichità al Rinascimento, Padova, 2013).
Después que la fama del santo varón, que ningún golpe logra dominar, llenó el campamento […], el rey clemente, que admiraba un valor tan grande, lo acogió con todos los honores y le ofreció dones preciosos; aquél, satisfecho de lo que posee, rechaza los dones del rey y le pide como supremo regalo, que le conceda ser escuchado. El rey, decidido a escucharlo, impone silencio a la turba y hace cesar todo el desorden. Y dijo a los siervos: “Llámenme a los filósofos, para que por su juicio quede claro si éste enseña según la fe o pretende más bien extraviar la fe”.
Por tanto, después que fueron reunidos los sabios, aquel sabio muestra con la palabra de qué fuente ha bebido la sabiduría de los filósofos y arrastra todas las mentes a las alturas celestiales, tejió discursos nunca escuchados y parece no ignorar nada, como trascendiendo el sentir humano. En efecto, silogiza cosas conocidas a pocos mortales y los orígenes de las cosas solo conocidas a Dios, para introducir, a partir de éstas, consideraciones sobre la causa primera, […] y prueba que hay un solo Dios y no existe una multitud de dioses; demuestra cómo de aquel único se deriva todo, cual fue la duración del primer principio, substancia simple, simple intervalo de un instante, substancia más simple que un punto; cuán admirablemente tal esencia está toda en todas partes y prescindiendo del lugar, siempre presente sin tiempo. Porque montó en soberbia y como aquel que un tiempo fue Lucifer es ahora “lucífero”, y qué gran precio costó la redención del mundo, por qué motivos se dio la encarnación; cómo la antigua serpiente conquistó a Eva, Eva al primer hombre, el primer hombre a la posteridad, la posteridad Cristo, Cristo a la serpiente, forzando a la muerte a volver a aquel mismo de donde había partido; cómo no solo fue glorificada la carne, sino que también la misma carne llena de vida de Cristo, que glorifica a las demás, superando las dotes del alma, está junto y al mismo tiempo por todas partes toda presente en las diversas iglesias, y como Cristo reúne en una sola Iglesia a todos los santos; cómo el Bautismo es un baño espiritual que purifica a las almas de la culpa del primer padre.
Mientras así enseña los artículos de la fe con elocuencia, impresiona a los sabios y al rey y ninguno se atreve a hacerle daño; así en efecto se ordena por medio de pregón del heraldo. Va y vuelve a menudo, pero porque no es capaz de convertir él solo.
ofm.org
Francisco, el santo del encuentro
Quien contempla en la iglesia superior de la Basílica de San Francisco, en Asís, los 28 famosos frescos en los que Giotto reproduce la vida del Poverello, comprueba que ninguno de ellos representa a Francisco en solitario. Siempre está rodeado de otras personas, o tiene a alguien a su lado. En el mismo eremitorio del monte Alverna, donde decide retirarse hacia el final de su vida, tiene a su lado a fray León. A las puertas de la muerte, manda que acudan en torno a su lecho todos los compañeros del lugar y celebra su despedida a la manera de Jesús: bendice un pan, lo parte y distribuye entre los presentes, bendice a todos y cada uno de ellos y manda que le canten el Cántico del hermano sol. El encuentro y la comunión, esos dos rasgos tan evidentes en las horas que precedieron a su muerte, caracterizan toda la vida de Francisco.
No tiene nada de extraño, por tanto, que los frescos en los que Giotto ha plasmado acontecimientos de la vida de Francisco, reproduzcan sobre todo encuentros: Francisco encuentra a un leproso, a un pobre, a una mujer ciega, a un rico hacendado, al papa, al sultán, etc.
Un diálogo respetuoso en medio de una guerra de religión
El encuentro con el sultán Malek Al-Kamil (1218-1223), en el año 1212, fue sin duda el más importante de todos esos encuentros. Tan llamativo fue que no sólo nos informan sobre él todas las fuentes franciscanas, sino también varios cronistas de fuera de la Orden e incluso una inscripción arábigo-musulmana. El hecho de que Francisco cruzara el mar en un barco de los cruzados y predicara al ejército cristiano, acampado ante los muros de Damieta, no fue lo más extraordinario. La fiebre de la cruzada había hecho presa en muchos, y el papa y sus aliados políticos se habían propuesto reconquistar los Santos Lugares. Lo más llamativo consistió en que el pequeño y enjuto hombrecillo de Asís lograra llegar a la presencia del sultán y pudiera predicarle —¡y regresar sano y salvo!—; de hecho los mahometanos habían puesto precio a la cabeza de los cristianos. Aquel encuentro sólo fue posible gracias a la forma, al método empleado por el misionero de Asís, un método con el que logró superar las barreras y que no es otro que el del diálogo y la renuncia a la violencia.
Y, en efecto, durante varios días el sultán y los suyos «le escucharon (a Francisco) con mucha atención la predicación de la fe en Cristo. Pero, finalmente, el sultán, temeroso de que algunos de su ejército se convirtiesen al Señor por la eficacia de las palabras del santo varón y se pasasen al ejército de los cristianos, mandó que lo devolviesen a nuestros campamentos con muestras de honor y garantías de seguridad, y al despedirse le dijo: «Ruega por mí, para que Dios se digne revelarme la ley y la fe que más le agrada.» Así describe el encuentro Jacobo de Vitry, a la sazón obispo de San Juan de Acre y presente en el campamento cristiano de Damieta (BAC 967b).
¿Una misión ineficaz?
Visto desde fuera, el éxito de este trabajoso viaje fue insignificante. Francisco no consiguió nada: ni el martirio anhelado ni la conversión del sultán, como tampoco logró la paz entre cristianos y musulmanes ni un entendimiento mediante el diálogo y la renuncia a las armas. Es como si esta ineficacia confirmara el concepto de misión de Francisco. Para Francisco, en efecto, lo importante en el encuentro con otros hombres y religiones no es el éxito visible, sino el testimonio de la propia vida. Así lo vemos claramente en su Regla de 1221, donde indica:
«Dice el Señor: He aquí que os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas.
»Así, pues, cualquier hermano que quiera ir entre sarracenos y otros infieles, vaya con la licencia de su ministro y siervo. Y el ministro déles licencia y no se la niegue, si los ve idóneos para ser enviados; pues tendrá que dar cuenta al Señor (cf. Lc 16,2) si en esto o en otras cosas procede sin discernimiento.
»Y los hermanos que van, pueden comportarse entre ellos espiritualmente de dos modos. Uno, que no promuevan disputas y controversias, sino que se sometan a toda humana criatura por Dios (1 Pe 2,13) y confiesen que son cristianos. Otro, que, cuando les parezca que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios para que crean en Dios omnipotente, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo, creador de todas las cosas, y en el Hijo, redentor y salvador, y para que se bauticen y hagan cristianos» (1 R 16,1-7).
Quien entra, en calidad de enviado de Jesús, en contacto con otras religiones, debe comportarse como él se comportó. Puede hallar, a pesar de su humildad y sencillez (ovejas, palomas), o precisamente debido a ellas, una dura oposición. Semejante vida misionera sólo puede llevarse a cabo «por inspiración divina», no por pura iniciativa propia. Francisco acentúa lo espiritual y subraya, igualmente, la «sumisión». Los conceptos elegidos por Francisco muestran cómo entiende él en principio la misión: ésta implica movilidad (ire, ir), sumisión a los no cristianos en medio de los cuales se vive (inter eos, entre ellos), oído fino y discernimiento para captar el Espíritu (spiritualiter, espiritualmente).*
El anuncio ocupa un segundo lugar. Y supone, una vez más, una llamada especial de Dios y la capacidad de comprender y valorar la situación concreta. El misionero no debe actuar intempestivamente. No es dueño, sino oyente de la Palabra. Debe comportarse, por tanto, también como oyente de la Palabra cuando vive entre no cristianos. Tiene que comprender las distintas situaciones y ver cuál es la voluntad de Dios. Sólo debe predicar cuando vea que esto le «agrada al Señor».
Principios básicos para el diálogo
Del comportamiento y de la Regla de san Francisco se deducen los siguientes principios básicos para el encuentro y el diálogo con otras religiones:
1. Tomar la iniciativa. Francisco no espera que el sultán vaya a su encuentro. Es él quien va al encuentro del sultán. Se sabe enviado.
2. Ser uno mismo. El diálogo es un encuentro entre dos personas. Francisco va al encuentro del sultán en calidad de cristiano. A los hermanos que van a misiones les exige que «se sometan» a los demás, pero también les exige que «se confiesen cristianos».
3. Confiar en el otro. A pesar de todas las advertencias en contra, Francisco atraviesa la línea de la muerte. Confía en Dios y, por tanto, confía en que los hombres tendrán una actitud abierta si uno se comporta con ellos con esa misma actitud de apertura.
4. Arriesgarse. Francisco se arriesga en cuerpo y alma al peligro de la muerte. No tiene nada que perder. Por eso gana: la amistad del sultán y un regreso con garantías de seguridad. Quien se entrega, se arriesga.
5. Renunciar a las armas y a la autodefensa. En la renuncia a la violencia y en la actitud pacífica está la alternativa a la cruzada. El diálogo no puede triunfar bajo la presión militar o psicológica.
6. Compartir la vida de los hombres. No querer estar por encima de ellos, sino vivir entre ellos y con ellos, compartiendo sus mismas condiciones de vida.
7. Someterse a los demás. Los hermanos no deben querer estar al mismo nivel que los demás, sino buscar siempre, en la medida de lo posible, una situación inferior.
8. Predicar más con la vida que con las palabras. Lo que más le impresionó al sultán no fue la palabra arrebatadora de Francisco (que tal vez ni siquiera entendía), sino su actitud resuelta, libre en relación con las cosas terrenas y pobre. En el encuentro entre religiones, en el que con frecuencia las palabras hieren más que apaciguan, lo principal es el ejemplo de la propia vida, la hospitalidad y acogida, el amor desinteresado.
9. Comprender más que querer ser comprendido. Con su disposición a escuchar, Francisco aprendió incluso de los musulmanes. Quiso introducir en Occidente su costumbre de postrarse a orar, a la llamada del muecín, pero no encontró ningún eco. El auténtico diálogo no es unilateral, conduce a la conversión recíproca y al mutuo enriquecimiento espiritual.
10. Beber en las fuentes más profundas. Francisco fue hasta el sultán movido «por inspiración divina», y el sultán le pidió: «Ruega por mí, para que Dios se digne revelarme la ley y la fe que más le agrada.» La relación con Dios preserva del autoensalzamiento y del endurecimiento. Quien desea el diálogo, lo busca siempre y en primer lugar con Dios. Ora.
LEONHARD LEHMANN, OFMCap
* El autor trata más ampliamente el tema en su artículo Rasgos esenciales del concepto franciscano de misión según 1 R 16, en Selecciones de Franciscanismo n. 45 (1986) 428-444.
Franziskus - der Heilige der Begegnung, en Wort und Antwort, Zeitschrift für Fragen des Glaubens. Dialog der Religionen, año 32, núm. 3 (1991) 139-140.
Cuando san Francisco de Asís se reunió con el sultán egipcio
El viaje del papa Francisco a Egipto, del 28 al 29 de abril de 2017 y, en especial, su visita al imam Al-Azhar, evocan a un lejano precedente: el encuentro de san Francisco de Asís con el sultán Malik al-Kamil, en 1219. Aunque, históricamente, todos los detalles del relato no están comprobados, siguen siendo discutidos casi ocho siglos más tarde.
En 1219, la guerra causaba estragos entre los Cruzados y el Islam. Dos siglos más tarde, la tumba de Cristo sería reducida a polvo por las tropas del sultán. En la llanura egipcia de Damieta, en el delta del Nilo, los dos ejércitos se hacen frente.
El sultán Al-Kamil ha emitido un decreto que promete una gran recompensa en oro a cualquiera que traiga la cabeza de un cristiano. Por su lado, los Cruzados, comandados por Pelagio Galvani, intentan tomar el puerto de Damieta con la intención de conquistar Egipto.
Dos intentos previos de predicar el Evangelio
En estas circunstancias, san Francisco decide, en compañía del hermano Iluminado, ir a predicar el Evangelio en territorio musulmán. En un segundo intento, ya que “il Poverello d’Assisi” ya había intentado dar a conocer a Cristo en Tierra Santa, sin éxito.
El único relato detallado sobre este episodio del que disponen los historiadores está firmado por san Buenaventura. Es un escrito posterior al acontecimiento, de más de un siglo más tarde, y sobre todo pretende ensalzar la gloriosa epopeya del santo fundador de la orden franciscana.
Francisco, tras ser capturado por los sarracenos al tratar de franquear sus líneas, según cuenta san Bonaventura, pide una audiencia con el sultán y se la conceden.
Considerada un fracaso
El sobrino de Saladino le recibe con gran cortesía, según describe el cronista, pero esta visita es considerada un fracaso, ya que el santo no ha conseguido convencer al sultán de la validez de la religión cristiana. Ni tampoco obtuvo la palma del martirio.
Durante siete siglos, el episodio permanece relativamente fuera de los registros de los hagiógrafos de san Francisco. Incluso a pesar de que las fioretti de san Francisco informaran de que, al final, el sultán le habría murmurado: “Hermano Francisco, yo me convertiría de buena gana a la fe de Cristo, pero temo hacerlo ahora, porque, si éstos llegaran a saberlo, me matarían a mí y te matarían a ti con todos tus compañeros”.
Un detalle olvidado
El padre Gwenolé Jeusset, franciscano, participó el 19 de septiembre de 2016 en Asís durante el encuentro “Sed de Paz: religiones y culturas en diálogo”. Recordando el mencionado episodio, este antiguo responsable de la Comisión franciscana para las relaciones con los musulmanes y miembro de la Comisión vaticana con el mismo propósito, añadió un detalle prácticamente olvidado hasta el siglo XX.
Se trata de la meditación que san Francisco mismo extrajo de su experiencia. “Los hermanos que viven entre musulmanes y otros no cristianos -escribe el santo de Asís- pueden contemplar su función espiritual de dos maneras: o bien no hacer ni censuras ni disputas, ser sumisos a toda criatura humana a causa de Dios y confesar simplemente que son cristianos; o bien, si ven que esta es la voluntad de Dios, anunciar la Palabra de Dios con el fin de que los no cristianos crean en Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Creador de todas las cosas, y en su Hijo Redentor y Salvador, que se hagan bautizar y se conviertan en cristianos”.
La sonrisa de san Francisco
Por otro lado, Albert Jacquard escribe en La preocupación por los pobres (editorial Herder, 1996) que “el sultán no olvidó la sonrisa de Francisco, su dulzura en la expresión de una fe sin límite. Quizás este recuerdo fuera decisivo cuando decidió, diez años más tarde, cuando ninguna fuerza le obligaba, entregar Jerusalén a los cristianos”.
De modo que para “aquello que los ejércitos venidos de Europa no habían podido conseguir”, prosigue Jacquard, “(…) sin duda la mirada clara de Francisco había seguido haciendo su lento trabajo en la conciencia de este hombre abierto al pensamiento de los otros”.