viernes, 22 de junio de 2018

Mensaje final de la Asamblea COFRAMEX 2018







Haciendo camino, iban recordando los innumerables y grandes beneficios recibidos de Dios clementísimo; con qué benevolencia habían sido acogidos por el Vicario de Cristo, señor y padre de toda la cristiandad; cómo buscar juntos la mejor manera de cumplir sus consejos y mandatos; cómo observar y custodiar con sinceridad y fidelidad la Regla que habían aceptado; cómo debían caminar por la vía de la santidad delante del Altísimo; en fin, cómo su vida y costumbres, mediante el crecimiento en las santas virtudes, habrían podido servir de ejemplo al prójimo (1 Cel 34: FF 377).



Reunidos como Familia Franciscana en México, los días 18, 19 y 20 de junio en San Juan de los Lagos, agradecemos al Dios de la Vida la magnífica oportunidad que hemos tenido para encontrarnos todas las obediencias de la Orden Franciscana, además de las Hermanas Franciscanas de Jesús Crucificado, las Misioneras Franciscanas de Guadalupe, las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción y las Hermanas Misioneras Franciscanas de Nuestra Señora de la Paz. Este encuentro nos ha ayudado a conocernos, apreciarnos y a compartir algo de nuestro propio camino carismático.

Han sido días donde hemos profundizado los temas de la migración, los jóvenes y la paz en nuestro país. Desde esta reflexión nos sentimos interpelados por la trágica realidad. Como Familia Franciscana asumimos la tarea de colaborar por la paz y el bien desde cada una de nuestras presencias para así construir un México más justo y en paz.

Experimentando la gratitud por el carisma heredado de nuestros hermanos Francisco y Clara de Asís y siguiendo la petición del Papa Francisco a los Ministros Generales, nos hemos dedicado a reflexionar y a dialogar sobre la unidad de nuestra Orden. Apreciando la pluralidad de la Familia Franciscana, nos comprometemos a vivir una reconciliación auténtica y profunda entre nosotros que nos dé la oportunidad de testimoniar con mayor fuerza y  esplendor el carisma evangélico que hemos recibido.

Nos sumamos a la alegría de nuestros hermanos de la Orden Franciscana Seglar por la celebración del 40° aniversario de su Regla, proclamada el 24 de junio de 1978. Como Familia Franciscana los acompañamos con nuestra oración, pidiendo la intercesión de San Luis, rey de Francia y de Santa Isabel de Hungría para que cada hermano viva fielmente su carisma siendo sal y luz en el mundo del hoy.

Agradecemos la presencia de cada hermano y hermana en esta asamblea. Con la confianza puesta en el Señor, imploramos la intercesión de Santa María de Guadalupe, para continuar viviendo en fidelidad nuestra profesión de vida.

Fraternalmente


Sor Virginia Ramírez, OIC

Fr. Ángel Gabino Gutiérrez, OFM

Hno. Ángel de la Rosa, OFS

Fr. Constantino Alosnso, OFMCap

Sor Lourdes García, OSCCap

Fr. Herlindo Aparicio, OFMConv

Sor Guadalupe Sainz, OSC

Fr. Armando Vázquez, OFM

Hna. María Esther Pérez, OFS

Fr. Sergio Bello, TOR

Fr. Néstor Wer, OFMCap
PRESIDENTE COFRAMEX


miércoles, 6 de junio de 2018

Haciendo memoria, haciendo vida. A 40 años de la regla OFS - III Parte -



Después de considerar en el tema del mes pasado la experiencia de comunión con Cristo, la Regla presenta un compromiso y un reto, consecuencia de esa experiencia cristiforme, ser: “miembros vivos de la Iglesia” y  testigos e instrumentos de su misión”.

Para que quede más claro, cito el número 6: “Sepultados y resucitados con Cristo en el Bautismo, que los hace miembros vivos de la Iglesia, y a ella más estrechamente vinculados por la Profesión, háganse testigos e instrumentos de su misión entre los hombres, anunciando a Cristo con la vida y con la Palabra”.

La presencia viviente y operante de Cristo”, que nos planteaba el número 5, comienza en nuestro Bautismo, en el que, como nos explica san Pablo, morimos y resucitamos con Cristo. Morimos, como él, a una vida según un plan personal, humano, centrado en sí mismo, y asumimos el plan del Padre para tener también nosotros, como él por medio del misterio pascual, una vida nueva, la vida que Dios quiere para nosotros, la vida de unos hijos que gocen en plenitud la vida de hijos de Dios. Por ello, nos dice también san Pablo: “A los que predestinó, a esos también los llamó; y a los que llamó, a esos también los justificó; a los que justificó, a esos también los glorificó” (Rm 8, 30).

Sin entrar en detalles sobre cómo vamos renovando constantemente estas experiencias, el “resucitar” con Cristo nos “hace miembros vivos de la Iglesia”. Y ¿cómo se nota la vida? Cuando un cuerpo no se mueve; cuando vemos un cuerpo tendido en el suelo, que no hace ningún movimiento, que ni siquiera respira, decimos que está muerto. Aunque suene muy feo decir que en la Iglesia, incluso en la familia franciscana, parece que hay muchos miembros muertos, porque no hacen ninguna actividad, digna de su vida cristiana, de su vida en comunión con Cristo, creo que esa es una triste realidad.

Demasiado tiempo hemos tenido a nuestros laicos relegados al olvido en la Iglesia, como sujetos pasivos, que si iban a “oír Misa” los domingos, ya eran considerados buenos cristianos, “católicos practicantes”. Pero, qué diremos de una persona que simplemente desayuna y se va a la cama, se levanta a comer y se vuelve a la cama, por tercera vez se levanta, cena y se vuelve a acostar. Quizá alguno diga: ¡qué buena vida!; pero quizá otro diga: ¡vaya parásito! y un tercero dirá: ¡qué vida tan aburrida! ¿qué sentido tiene vivir así?

Efectivamente la vida es reto y tarea. Ser miembros vivos de la Iglesia es participar en la vida de la Iglesia, aportando todo lo que esté a nuestro alcance con los dones que el Espíritu nos concede a este propósito: “A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común” (I Cor 12, 7).

Creo que podemos decir que en la mayoría de los países católicos, si no en todos, hoy en día la influencia de la Iglesia y la presencia de Cristo, está más en la vida y acción de los laicos que en la de los religiosos y sacerdotes. El trabajo que nos ha propuesto el Papa al hablar de la evangelización, de salir, de una “Iglesia en salida”, es una forma de decir a los laicos: llegó su hora, lleven a Cristo en su corazón, en sus labios, en sus manos, en su sonrisa, en sus palabras; llévenlo a  sus hogares, a sus puestos de trabajo, a la calle, a donde quiera que estén.
Ser “testigos e instrumentos” de la misión de Cristo “entre los hombres” va a tener lugar por medio de un anuncio, que a veces se hará con la palabra, pero que siempre se hará con la vida. Y el Papa Francisco ha dirigido ese mensaje apremiante de evangelizar a todos los miembros de la Iglesia. La tareas fundamentales de la Iglesia – gobernar, enseñar, santificar- son para todos sus miembros, pero vividas y realizadas de forma distinta según los propios carismas. Cada Iglesia doméstica, como ha calificado el magisterio conciliar a la familia, tiene las mismas atribuciones básicamente –derechos y obligaciones- que la Iglesia jerárquica. ¡Cuánta toma de conciencia nos falta en esa línea y cómo urge el hacerlo!

Esa brecha, que notamos ahora en muchos países católicos entre los que ahora son adultos mayores –abuelos- y las generaciones de padres de familia con hijos en edad de educación, nos plantea una tarea muy difícil, pues no hemos preparado a nuestros laicos para salvarla, para cerrarla. Más que ponernos a pensar si todavía esto se puede remediar, debemos ponernos a revitalizar nuestras familias con esta conciencia, que nos urge, de ser “miembros vivos de la Iglesia” y “testigos e instrumentos de su misión”.

Esto presenta un doble reto muy eclesial y actual a la OFS: evangelizar a las familias, y preparar a los matrimonios jóvenes para ser miembros vivos de esa Iglesia doméstica, que iniciarán cuando reciban el sacramento del matrimonio.

Hno. Jesús Ma. Bezunartea, OFMCap.

martes, 5 de junio de 2018

Asamblea COFRAMEX 2018