Queridos jóvenes, mis hermanos y hermanas:
Como ustedes, también fui joven. Era hijo de un rico comerciante de telas: Pedro Bernardone. Con él fui a las famosas ferias del sur de Francia y de Holanda. Aprendí francés y conocí un poco del mundo, especialmente la música de los juglares y cantigas de amor de la Provence.
Mi festiva juventud. Mi padre, muy rico, me proporcionó todas las facilidades. Yo lideraba un grupo de jóvenes bohemios que adoraban pasarse muchas horas a la noche en los pasillos de las villas, cantando poemas de amor cortés y oyendo a los trovadores que narraban historias de caballería. Hacíamos festines y mucho ruido. Así transcurrieron varios y alegres años. Después de algún tiempo, empecé a sentir un gran vacío interior. Todo aquello era bueno, pero no me satisfacía. Para superar la crisis, intenté ser caballero y realizar hazañas en batallas contra los moros. Pero en medio del camino desistí. Entré a un monasterio para orar y hacer penitencia. Pero luego me di cuenta de que ese no era mi camino.
El llamado para reconstruir la Iglesia en ruinas. Lentamente comenzó a crecer dentro de mí un extraño amor por los pobres y profunda compasión por los leprosos que vivían aislados, fuera de la ciudad. Me acordaba de Jesús que también fue pobre y lo mucho que sufrió en la cruz.
Cierto día, cuando entre a una pequeña Iglesia, de nombre San Damián, me quede detenidamente contemplando el rostro llagado de Cristo crucificado. De repente, me pareció oír una voz que venía de el: “Francisco, ve y repara mi Iglesia que está en ruinas”. Aquellas palabras calaron hondo en mi corazón. No conseguía olvidarlas. Empecé, con mis propias manos, a reconstruir una pequeñita y vieja iglesia en ruinas, llamada Porciúncula. Después, pensando mejor, me di cuenta de que aquella voz se refería a la Iglesia hecha de hombres y de mujeres, de prelados, abades, padres, no excluyendo al propio Papa. Ella estaba en ruina moral. Había muchas inmoralidades, hambre de poder, acumulación de riquezas, construcciones de palacios cardenales, de papas y suntuosas iglesias. Todo aquello que Jesús seguramente no quería de sus seguidores.
El descubrimiento del Evangelio y de los pobres. Me pareció bien beber de la fuente genuina de la reconstrucción de la Iglesia: los Evangelios y el seguimiento de Jesús pobre. Nadie me inspiró o mandó; fue Dios mismo quien me llevó junto a los leprosos. Y tuve inmensa compasión por ellos. Aquello que antes me parecía amargo, ahora, por amor compasivo, se me hacía dulce. Empecé a predicar por los burgos las palabras de Cristo, en lengua popular que todos entendían. Veía en los ojos de las personas que era eso lo que esperaban y querían oír.
Todos los seres de la creación son hermanos y hermanas. En mis andanzas me fascinaba la belleza de las flores, el canto de los pajaritos, el ruido de las aguas en los riachos. Sacaba del camino polvoriento a la lombriz para que no fuera pisada. Entendí que todos habíamos nacido del corazón del Padre de bondad. Por eso éramos hermanos y hermanas: el hermano fuego, la hermana agua, el hermano y el Señor sol, la hermana y Madre tierra y hasta el hermano lobo de Gubbio. Muchos antiguos compañeros de fiestas y diversiones se unieron a mí. Una bella y querida amiga, Clara de Asís, huyó de su casa y quiso compartir nuestra vida simple. Empezamos un movimiento de pobres. No llevábamos nada con nosotros. Apenas el ardor del corazón y la alegría del espíritu. Trabajábamos en los campos o pedíamos limosnas. Queríamos seguir los pasos de Cristo humilde, pobre y amigo de los pobres. Y el Papa Inocencio III, aún lleno de dudas, aprobó nuestra opción en 1209 permitiéndonos predicar por todas partes el Evangelio de Jesús. Después de algunos años, ya éramos una multitud, al punto de que yo no sabía más como abrigar y animar a tanta gente. El resto de la historia ustedes ya la conocen. No necesito repetirla. Más tarde, con el apoyo del Papa de aquel tiempo, se creó la Orden de los Frailes Menores, con diversas ramas, que persiste hasta el día de hoy.
Vean, queridos jóvenes, hermanos y hermanas queridos míos. Tuve una experiencia que ciertamente ustedes, como jóvenes, también tuvieron o están teniendo: de rueda de amigos, de fiestas y de farras. Por lo tanto, tenemos algo en común.
Déjenme que me transporte a vuestro tiempo y que les diga lo que el Espíritu de Dios me inspire:
Amar y cuidar a la Madre Tierra.
En primer lugar les suplico: amen y cuiden a la Hermana y Madre tierra. Ella está enferma y con fiebre. Ya hace mucho tiempo que la estamos superexplotando. Para reponer lo que le sacamos en un año ella necesita un año y medio. (…) la Tierra les entregó la herencia más preciosa (…). Guarden esa herencia para vuestros hijos e hijas y para toda la humanidad.
Debemos urgentemente formar una alianza global para cuidar la Tierra y los unos a otros, en el caso de que no queramos conocer grandes exterminios que afectaran a toda la comunidad de vida. Corremos, por tanto, gran riesgo. Pero si asumimos una responsabilidad solidaria y un comportamiento de cuidado con todo lo que existe y vive, podremos escapar de esta tragedia. Y vamos a escapar.
Estar del lado de los pobres y oprimidos.
Muchos hijos e hijas de la Madre Tierra, hermanos y hermanas vuestras son pobres y pasan hambre. Millones sacados de la pobreza y pueden tener una vida mínimamente digna. Aun así, hay tantos caídos en los caminos, por causa de las enfermedades, de las drogas, de la falta de un techo. Sean como el buen samaritano que se curvó ante ellos y los ayudó a levantarse. Jesús continúa crucificado en los crucificados de este mundo. Necesitamos bajarlo de la cruz y hacerlo resucitar.
Rescatar los derechos del corazón.
Hay otra cosa que me viene del fondo de mi corazón y que necesito decirles: tenemos que cambiar nuestra mente y nuestro corazón. Cambiar la mente para mirar la realidad con otros ojos. Los estudiosos hoy nos comprueban que la Tierra es viva y no apenas algo muerto y sin propósito, una especie de baúl de recursos ilimitados que podemos usar como queremos. Ellos son limitados, como la energía fósil del carbón y del petróleo, la fertilidad de los suelos y las semillas. Tenemos que ahorrar estos bienes y servicios para que sean suficientes para nosotros y para las futuras generaciones.
Los astronautas, desde la luna o desde sus naves espaciales, nos testimoniaron: Tierra y humanidad son inseparables: forman una única entidad, indivisible y compleja. Por eso nosotros, seres humanos, somos aquella porción de la Tierra que siente, que piensa, que ama y que venera. Somos Tierra y salidos de la Tierra como nos dicen las primeras páginas de la Biblia. Pero recibimos una misión única, la de cuidar y guardar todas las bondades naturales. Somos los guardianes de la herencia que Dios y el universo nos confiaron para que pueda durar y atender nuestras necesidades y las de nuestros hijos y nietos.
Además de nuestra mente debemos también cambiar nuestro corazón . El corazón es el lugar del sentimiento profundo, del afecto caluroso y del amor sincero. El corazón es el nicho en donde crecen todos los valores. Necesitamos rescatar los derechos del corazón. Junto con la razón intelectual que ustedes tanto ejercitan en la escuela, en el trabajo y en la conducción de la vida, existe la inteligencia cordial y sensible. Sólo con la razón intelectual, sin la razón cordial, no vamos a sentir el grito de los pobres, de la Tierra, de las florestas y de las aguas. Sin la razón cordial, no nos movemos para ir al encuentro de los que gritan y sufren para auxiliarlos, ofrecerles un hombro y salvarlos.
Por eso, mis queridos jóvenes, ustedes que naturalmente son sensibles a los grandes sueños y al vuelo del águila en dirección a las alturas, cultiven un corazón que siente, que se conmueve, que no tiene vergüenza de llorar ante el sufrimiento de muchos hermanos y hermanas.
Aprender a habitar de manera diferente la Madre Tierra.
Me gustaría decirles una cosa más en confianza: lo que importa es que inauguremos una manera de habitar el planeta Tierra. Así como estamos, no podemos continuar. Hasta ahora habitamos dominando con el puño cerrado y sometiendo todo a nuestro interés. Soñábamos con un progreso ilimitado. Hoy estamos conscientes de que la Tierra, pequeña y limitada, no soporta un proyecto ilimitado. Llegamos a sus límites. Porque continuamos forzando esos límites, la Tierra responde con tifones, inundaciones, sequias terremotos y tsunamis. Tenemos que cambiar si queremos sobrevivir. En lugar de puño creado debemos tener la mano abierta para el cuidado esencial, para el entrelazamiento de los dedos en una alianza de valores y principios que podrán sustentar un nuevo ensayo civilizado.
El centro será ocupado por la vida de la naturaleza, por la vida humana y por la vida de la Tierra. La economía y la política estarán al servicio más de la vida que del mercado y del lucro.
El cambio comienza por ustedes.
Queridos jóvenes: sean ustedes mismos la mudanza que queremos para los otros. Comiencen ustedes mismos a vivir lo nuevo respetando, cada uno de los seres de la naturaleza, cada planeta, cada animal, cada paisaje porque ellos poseen valor propio, independientemente del uso racional que hagamos de ellos. Son nuestros hermanos y hermanas. Con ellos fundaremos una convivencia de respeto, de reciprocidad y de mutua ayuda para que todos puedan continuar vivos en este planeta, incluso los más vulnerables para los cuales demostraremos más cuidado y amor.
Queridos hermanos y hermanas jóvenes: resistan a la cultura de la acumulación y el consumo. Piensen en los otros hermanos y hermanas que son millones y millones que viven y duermen con hambre y con sed y pasando por grandes padecimientos. Nunca, en ningún momento, dejen de pensar y preocuparse por los pobres y con su destino dramático, principalmente, con niños inocentes.
Tengan un consumo solidario. Realicen las tres famosas erres: reducir, reutilizar y reciclar todo lo que consuman. Y yo agregaría otra erre (r): reforestar, sembrar. Planten árboles, recuperen zonas deforestadas. Los árboles secuestran los gases contaminantes, nos dan sombra, flores y frutos. Hagan la experiencia de que con menos podrán ser más y que la felicidad reside no en el enriquecimiento y en una profesión rentable, sino en el compartir y en el tratar siempre humanamente a todos los humanos, nuestros semejantes.
Mantengan dentro de ustedes la llama sagrada siempre viva.
Finalmente, queridos jóvenes, hermanos y hermanas: nada de todo lo que reflexionamos tendrá eficacia si no mezclamos a Dios en todos nuestros emprendimientos. Él no está en ninguna parte, porque está en todas partes. Pero está principalmente en vuestro corazón. Dentro de cada uno de ustedes quema una brasa viva y arde una llama sagrada: es la presencia misteriosa y amorosa de Dios. Él emerge de forma sensible en el fenómeno del entusiasmo, tan fuerte en la edad de ustedes. Entusiasmo que significa tener un Dios adentro: es el Dios interior, el Dios compañero y amigo, el Dios de amor incondicional.
Nuestra cultura materialista y consumista cubrió de cenizas esa brasa y amenaza apagar la llama sagrada. Aparten esa ceniza a través de la apertura del corazón a ese Dios; reserven cada día un momento para pensar en él, conversar con él, quejarse y llorar delante de él y dirigirle una súplica. A veces no digan nada. Quédense apenas silenciosos delante de él. Él podrá hablarles y suscitarles buenos sentimientos y luminosas intuiciones. Nunca abandonen a Dios, porque él nunca los abandona ni abandonará. Vivan como quien se siente en la palma de su mano. Y entonces estarán protegidos porque Él es el Buen Pastor que los conducirá por verdes pastos para que nada les falte. Él es el Padre y Madre de Infinita ternura.
Dios es el “soberano amante de la vida” y nuestro gran aliado.
Desde que Él, hijo de Dios, Jesús, asumió nuestra humanidad, Él asumió también una parte de la Tierra y de los elementos del universo. Por lo tanto, estos ya fueron divinizados y eternizados. Nunca más serán amenazados. Nos consuelan las palabras de la revelación de los que dicen que Él, Dios, es un “soberano amante de la vida” (Sab. 11,24). Él siempre ama todo lo que un día creó. No se olvida de ninguna criatura que nació de su corazón. Por eso, confiemos todos, Él va a proteger nuestra querida Madre Tierra y garantizar el futuro de la vida que es el futuro de todos ustedes..
No desperdicien el tiempo. Esta vez no podemos llegar atrasados ni cometer errores, pues corremos el riesgo de que no haya retornos ni formas de corrección de los errores cometidos. Pero no pierdan el entusiasmo ni la alegría del corazón. La vida siempre triunfa porque Dios es vivo y nos envió a Jesús que dijo haber venido para traer vida y vida en abundancia.
Finalmente, desde el fondo de mi corazón, les hago un pedido muy especial: recen, apoyen, colaboren con el Papa que lleva mi nombre, Francisco. Él intentara restaurar la Iglesia de hoy como yo intenté restaurar la Iglesia de mi época. Sin la ayuda de ustedes, se sentirá débil y tendrá grandes dificultades. Pero con el entusiasmo y el apoyo de ustedes, en sus grupos y movimientos, él va a cumplir la misión que Jesús le confió: darle un rostro confiable a nuestra Iglesia y confirmar a todos en la fe y en la esperanza. Con ustedes él será fuerte y lo va a lograr.
Ahora, antes de que nos despidamos, les daré la bendición que un día le di a mi íntimo amigo Fray León, la ovejita de Dios:
Que el Señor te bendiga y te guarde
Que Él muestre su rostro y se compadezca de ti.
Que vuelva su rostro hacia ti y te dé la paz.
Que Dios te bendiga.
Paz y bien.
Francisco
El Poverello y Fratello de Asís
Del libro "Francisco de Asís y Francisco de Roma" - Leonardo Boff
¡FELIZ DÍA DE NUESTRO AMADO SAN FRANCISCO DE ASÍS!