LA PUREZA
DE CORAZÓN
“Testigos de los bienes futuros y
comprometidos a adquirir, según la vocación que han abrazado, la pureza de corazón, se harán libres, de
este modo, para el amor de Dios y de los hermanos” (n 12).
Me atrevo
a pensar que este tema es poco tratado entre nuestros valores religiosos
cristianos, ya que el concepto de pureza se ha querido encerrar en normas
morales referidas mayormente a la sexualidad.
Si bien
uno de los casos más significativos al respecto lo encontramos en el evangelio
de Mateo: “Si alguien mira a una mujer
deseándola, ya cometió adulterio en su corazón” (Mt 5, 28), Jesús con estas
palabras nos está llamando la atención sobre el deseo, que proviene de un
corazón, corrompido por intereses lujuriosos. Es decir, el problema de este
“alguien” no es el deseo ni el adulterio sino su corazón impuro, que confunde a
una persona con un objeto, una relación interpersonal con un placer egoísta.
Esta
palabra contundente de Jesús, que abre un nuevo horizonte en la conciencia
moral, se completa con su crítica a la pureza legal de los fariseos. Por una
parte, según ellos, la persona se
contamina de impureza por mantener ciertas relaciones –paganos, leprosos,
publicanos…- y por frecuentar ciertos lugares y usar ciertos objetos, como las casas de estas personas, el mercado
público, utensilios de la cocina, pero esa impureza se puede limpiar lavándose
“las manos meticulosamente” o
bañándose (Mc 7, 1-4). Por ello, Jesús explica a los discípulos, que parecen no
entender, que lo que constituye impura a una persona no es lo de fuera sino lo
de dentro de sí mismo: sus deseos, sentimientos y pensamientos, es decir, “lo que viene del corazón”, como son: “los malos pensamientos, los homicidios, los
adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios y las injurias”
(Mt 15, 15-19).
Volvamos
al texto de las Constituciones que nos inspira a hacer este comentario y
tomemos en cuenta varios conceptos expresados en este breve texto:
Un
compromiso a adquirir la pureza de corazón; es consecuencia de la vocación
abrazada; es camino hacia la libertad para el amor, a Dios y al prójimo y nos
hará capaces del testimonio “de los
bienes futuros”.
A modo de
aclaración del concepto de pureza de corazón, nos puede servir recordar la
florecilla contada en el libro Sabiduría
de un pobre: Caminan Francisco y León por el monte y tienen que cruzar un
arroyo; León se queda mirando el agua y Francisco después de un rato le cuestiona. León le dice que estaba
pensando en la pureza del agua y sobre cómo él quisiera tener esa pureza del
agua cristalina, libre de toda basura y contaminación. Francisco lo corrige con
tono paternal y le dice que esa pureza no se consigue, que la verdadera pureza
está en el corazón liberado de toda justicia humana, de esa justicia que quiere
verse libre de todo pecado o falta moral; corazón liberado en el sentido de
despreocupado de la propia perfección y que mira más bien la perfección de Dios
para adorarlo y glorificarlo siempre.
Por
tanto, añade Francisco, pureza de corazón es esa experiencia de conversión en
la que aprendemos a “buscar las cosas
celestiales y a adorar y contemplar a Dios incesantemente con corazón y
espíritu limpios, dejando de lado las cosas terrenas” (Adm 16).
Por ello,
en la historia mencionada, Francisco le dice a León: si supiéramos adorar a
Dios, nada nos quitaría la paz y pasaríamos por el mundo con la tranquilidad de
los grandes ríos, cuyo curso nada lo perturba.
Efectivamente,
esa pureza de corazón conlleva un desprendimiento total de todo lo que no sea
Dios, una liberación absoluta de todo lo que hay en este mundo y una adhesión
incondicional y completa a Dios porque “es
el bien, todo bien, sumo bien, sin el cual no hay ningún bien”, como dice y
escribe el santo repetidas veces.
Esta
pureza de corazón es pues la garantía de una fraternidad, que ama y sirve a
todos, de una pobreza, que nos desprende de todo y nos hace ricos en virtudes,
de una oración, que cada día es más contemplativa de la gloria de Dios, de una
mirada que ve la imagen de Dios en todas su creaturas.
La
conversión a la pureza incluye otras virtudes, como la humildad, la sinceridad,
la pobreza interior, la fe y la esperanza, la paz, cumpliéndose lo que nos dice
Francisco en el saludo a las virtudes: “Quien
posee una y no falta contra las otras, las tiene todas” (SV, 6). La pureza de corazón, que Jesús la incluye
entre sus bienaventuranzas, es como la plenitud de la conversión evangélica, ya
que sin ella ninguna otra virtud cristiana tiene sentido; es una experiencia
espiritual casi celestial, pues la consecuencia es “ver a Dios” en todo, en todos y a pesar de todo, como san Francisco
nos lo dejó bien claro en su Cántico de las criaturas.
Hno.
Jesús Ma. Bezunartea, OFMCap
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