Uno de los fenómenos a los que,
actualmente, se le está prestando más atención es a los denominados
“populismos”, relacionados con las realidades de hegemonía cultural, política y
económica. Tal como ha sido estudiado por pensadores y autores de diversas
corrientes. Estas cuestiones sociales y políticas, esenciales para la vida de
las personas y de los pueblos, pueden ser iluminadas por la filosofía y
teología, por la ética y la moral-doctrina social de la iglesia con los Papas
como Francisco.
Empecemos diciendo que, como nos indica el mismo Francisco, el
término populismo es ambiguo y tiene diversas connotaciones, según los autores
o las realidades donde se trate. En una conocida entrevista que le hicieron, el
Papa afirma que es “una palabra equívoca porque en América Latina el populismo
tiene otro significado. Allí significa el protagonismo de los pueblos, por
ejemplo los movimientos populares. Se organizan entre ellos… es otra cosa”.
Y, en dicha entrevista, sigue
mostrando Francisco esa ambigüedad y cara oscura del populismo, poniendo como ejemplo
a Hitler y la Alemania nazi. En donde, con una situación de crisis y por buscar
una supuesta identidad como pueblo-nación o patria, se acabó con la vital
relación y encuentro con los otros pueblos. Aupando al totalitarismo de Hitler,
perpetrando la barbarie nazi y el holocausto judío. Un ejemplo paradigmático de
lo que puede ser esa versión negativa y nefasta del populismo que,
desgraciadamente como nos sigue mostrando el Papa, sigue cobrando actualidad.
En diversas ocasiones, Francisco nos ha alertado de esos populismos perversos.
"El populismo es maligno y termina mal, como demostró el siglo
pasado", dijo el Papa en otra entrevista. Y ante los políticos europeos
afirmó que “no se puede limitar a gestionar la grave crisis migratoria de estos
años como si fuera un problema numérico, económico o de seguridad. La
solidaridad es elemento central de la vitalidad…, el antídoto más eficaz contra
los populismos modernos y la falta de valores de nuestro tiempo que alimentan
los extremismos”.
De esta forma, con lo anteriormente
expuesto, creemos que tenemos elementos de análisis y juicio o valoración que,
junto a los que nos muestra la filosofía o la teología con la iglesia y los
Papas como Francisco, nos aportan claves para tratar dicha realidad del
populismo. Con sus significados complejos o diversos en la relación con la
realidad social, política e histórica. Ciertamente, como nos enseña lo más
valioso del pensamiento social y ético, la autoridad primera y de base reside
en el pueblo que mediante la democracia, se dota de responsables y mecanismos
jurídicos-políticos. Lo que posibilita el gobierno de las diversas realidades
como la nación o país y el estado, los pueblos y realidades internacionales… Esta
es una clave de toda política y democracia real: las personas, los pueblos y
los pobres de la tierra son los sujetos protagonistas y gestores de la vida
humana, social, civil-pública, socioeconómica y cultural al servicio del bien
común. De ahí que, en esta línea, otra clave o entraña de la política y la
democracia es su base ética. Asentada en la naturaleza humana, antropológica de
la persona con sus dimensiones y valores o principios morales, razonables y
universales que hagan posible el bien común. Tales como la defensa de la vida y
dignidad de las personas, los deberes y derechos humanos, el desarrollo humano
e integral, la libertad democrática y autogestión, la solidaridad internacional
y la justicia social-global en la opción liberadora por (con) los pobres de la
tierra.
Una democracia, autoridad o ley y
pueblo que no esté cimentado sobre esta entraña antropológica y ética, en el
servicio y respeto a la persona con los valores o principios morales
universales, acaba atrapado en la dominación, totalitarismo y en un populismo
perverso. Así nos lo muestra la realidad histórica e indica el Papa, como
sucede en la actualidad. Esta democracia real, participativa o autogestionaria
y ética está fundada en estos valores o principios de la vida social,
transmitidos por Francisco, tales como "la realidad está antes que la
idea". Las ideas e ideologías no pueden ser lo primero, sino el hacernos
cargo de la realidad, el cargar y encargarnos de la realidad. La realidad de
las personas y de los pueblos, la realidad social e histórica con la opción por
los pobres como clave hermenéutica. Y, de esta forma, ejercer el discernimiento
de los signos de los tiempos, cuyo signo permanente y principal son los pueblos
crucificados por el mal e injusticia. El principio-misericordia en la “memoria
passionis” de las víctimas y oprimidos de la historia, que asume compasiva y
solidariamente la realidad de sufrimiento e injusticia que padecen las
personas, los pueblos y los pobres de la tierra. "El todo es mayor que la
parte" es un principio esencial ya que nos muestra la universalidad, la
clave católica, de la ética y del amor fraterno que sólo es auténtico si
realiza este bien universal, la solidaridad internacional y la justicia mundial.
Con una moral cosmopolita, una equidad global y una liberación planetaria e
integral de todo mal e injusticia que domine la tierra, más allá de toda
barrera y frontera.
Se acaba en el populismo insano,
corporativista y egolátrico cuando se pone primero la patria, la nación e
intereses nacionales por encima de esta conciencia ética universal en la
solidaridad internacional, en la justicia mundial con todos los pueblos y los
pobres de la tierra. Es esencia de la fe, en el Evangelio de Jesús e iglesia,
esta universalidad (catolicidad) del amor fraterno, de la solidaridad y
justicia que derriba todo muro, frontera y barrera, todo aquello que nos hace
indiferentes o separa y excluye del resto de la familia humana; que nos libera
de todo lo que impide la fraternidad universal con toda la humanidad. Este amor
fraterno universal que opta por los pobres de la tierra y víctimas de la
historia, a los que se les niega verdadera y realmente esta universalidad de la
caridad (amor fraterno), de la solidaridad internacional y la justicia global.
Ya que se les daña y viola su vida, su dignidad y derechos. Se trata del
principio de "asumir el conflicto en la unidad fraterna". Adquirir
conciencia moral de las dominaciones, desigualdades e injusticias que causan el
egoísmo, el individualismo posesivo e insolidario con sus ídolos del poder, de
la violencia y riqueza-ser rico que niegan esta comunión, fraternidad, paz y
justicia universal.
Es clave respetar y acoger la
diversidad de culturas, creencias, espiritualidades y religiones con una
búsqueda del diálogo y encuentro intercultural e inter-religioso para la paz.
La acogida y promoción de todos estos valores o virtudes de la cultura de los
pueblos, de sus tradiciones como la religiosidad popular que muestran la fe y
espiritualidad de las gentes más sencillas, más humildes. Es la sabiduría
popular de los pobres con su existencia solidaria, los valores o virtudes de la
vida y solidaridad, como nos muestran esta cultura y religiosidad popular de
los pobres. Lo que realmente, en la realidad social e histórica, contrasta con
la dominación e injusticia que padecen estos pueblos empobrecidos y oprimidos a
manos de los poderes políticos, económicos e ideológicos. Hay que tener una
conciencia crítica, ética y liberadora: ante la dependencia, dominación,
desigualdad e injusticia que sufren los pueblos y los pobres a todos los
niveles, ya sea cultural, político, social y económico; frente a las
esclavitudes e idolatrías del poder, de la violencia y de la riqueza-ser rico
que nos afectan a todos, a las personas, a los pueblos y a los mismos pobres.
La civilización del trabajo y de la
pobreza, frente a la del capital y de la riqueza, son un antídoto
imprescindible contra los populismos, violencias e injusticias. El principio
del trabajo sobre el capital, ya que lo primero es la vida y dignidad de la
persona trabajadora, el sujeto vivo del trabajo que es el ser humano con sus
deberes y derechos, por encima del lucro o ganancia. Un trabajo decente con
salario digno, con unas condiciones laborales humanizadoras, etc. Es una
economía al servicio de las personas, de los pueblos y de los pobres, del bien
común, que sirve a las necesidades y desarrollo humano liberador e integral. En
contra de la idolatría del capital y de la nación, de los ídolos del mercado,
del estado y la competitividad que, convertidos en falsos dioses, sacrifican en
su altar del beneficio o del dominio a los pueblos y pobres. El principio y
valor-virtud de la solidaridad fraterna se realiza en la pobreza solidaria y
evangélica, los "pobres de (con) espíritu", con la comunión de vida,
de bienes y de luchas liberadoras por la justicia con los pobres de la tierra.
Lo cual nos va humanizando, realizando y dando la felicidad; frente a estos
ídolos de la riqueza-ser rico, del tener, poseer y consumir, de la “buena vida”
del lujo, derroche y hedonismo.
Esta civilización de la pobreza,
frente a la idolátrica de la riqueza-ser rico, realiza la santidad en esta
comunidad e iglesia pobre con los pobres. En el amor, la caridad, la paz y la
no violencia, el perdón, la reconciliación fraterna y la justicia con los
empobrecidos del mundo. Es la vida de pobreza, en justicia liberadora con los
pobres, que pone el ser (fraterno y solidario), la solidaridad, por encima del
tener con sus idolatrías de la posesión y de la propiedad- el propietarismo
posesivo e individualista-, antes que el consumismo y productivismo. Lo que
posibilita la equidad y la justicia en el valor del destino del universal de
los bienes, que tiene la prioridad sobre la propiedad, la ecología integral en
la vida sobria, sostenible para el cuidado del planeta y de las personas,
acogiendo el clamor liberador de la tierra y de los pobres.
Todo lo expuesto hasta aquí, como
nos transmite la filosofía o teología. Por ejemplo lo más valioso de la teoría
crítica, el personalismo y el mismo pensamiento iberoamericano, como nos enseña
la fe en Jesús e iglesia con los Papas como Francisco, podrá impedir caer en
los populismos perversos, en los totalitarismos e injusticias. Tal como han
dominado e impuesto en nuestra época los fascismos, el comunismo colectivista o
colectivismo y el (neo-)liberalismo economicista con el capitalismo. Estos
totalitarismos, elitismos e individualismos no dejan que las personas, los
pueblos y los pobres sean los sujetos protagonistas de su promoción, desarrollo
y procesos de liberación integral. Negando así el principio de que "el
tiempo es superior al espacio", que queda borrado por las idolatrías del
poder, la violencia y la riqueza-ser rico. Desde estas claves, principios y
valores expuestos se hace posible un sano o adecuado populismo como afirma el
Papa, entendido como una verdadera educación y cultura (promoción) popular. Una
buena ética, filosofía y teología del pueblo en el desarrollo humano,
solidario, universal, espiritual e integral con los pueblos, la humanidad y los
pobres de la tierra como autores de su existencia. Tal como se nos revela en
Jesús, es el Dios de la vida, de los pueblos y de los pobres que nos libera de
toda idolatría: la del estado, patria, nación, poder, mercado, capital y
riqueza-ser rico que como falsos dioses dan muerte e injusticia.
Ph. D. Agustín Ortega
Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de
Psicología y Sociología). Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía
y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador en
diversas universidades e instituciones universitarias y educativas
latinoamericanas. Autor de distintas publicaciones, libros y artículos.