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viernes, 7 de diciembre de 2018

Populismos, totalitarismos y paz




Uno de los fenómenos a los que, actualmente, se le está prestando más atención es a los denominados “populismos”, relacionados con las realidades de hegemonía cultural, política y económica. Tal como ha sido estudiado por pensadores y autores de diversas corrientes. Estas cuestiones sociales y políticas, esenciales para la vida de las personas y de los pueblos, pueden ser iluminadas por la filosofía y teología, por la ética y la moral-doctrina social de la iglesia con los Papas como Francisco. 

Empecemos diciendo que, como nos indica el mismo Francisco, el término populismo es ambiguo y tiene diversas connotaciones, según los autores o las realidades donde se trate. En una conocida entrevista que le hicieron, el Papa afirma que es “una palabra equívoca porque en América Latina el populismo tiene otro significado. Allí significa el protagonismo de los pueblos, por ejemplo los movimientos populares. Se organizan entre ellos… es otra cosa”.

Y, en dicha entrevista, sigue mostrando Francisco esa ambigüedad y cara oscura del populismo, poniendo como ejemplo a Hitler y la Alemania nazi. En donde, con una situación de crisis y por buscar una supuesta identidad como pueblo-nación o patria, se acabó con la vital relación y encuentro con los otros pueblos. Aupando al totalitarismo de Hitler, perpetrando la barbarie nazi y el holocausto judío. Un ejemplo paradigmático de lo que puede ser esa versión negativa y nefasta del populismo que, desgraciadamente como nos sigue mostrando el Papa, sigue cobrando actualidad. En diversas ocasiones, Francisco nos ha alertado de esos populismos perversos. "El populismo es maligno y termina mal, como demostró el siglo pasado", dijo el Papa en otra entrevista. Y ante los políticos europeos afirmó que “no se puede limitar a gestionar la grave crisis migratoria de estos años como si fuera un problema numérico, económico o de seguridad. La solidaridad es elemento central de la vitalidad…, el antídoto más eficaz contra los populismos modernos y la falta de valores de nuestro tiempo que alimentan los extremismos”.

De esta forma, con lo anteriormente expuesto, creemos que tenemos elementos de análisis y juicio o valoración que, junto a los que nos muestra la filosofía o la teología con la iglesia y los Papas como Francisco, nos aportan claves para tratar dicha realidad del populismo. Con sus significados complejos o diversos en la relación con la realidad social, política e histórica. Ciertamente, como nos enseña lo más valioso del pensamiento social y ético, la autoridad primera y de base reside en el pueblo que mediante la democracia, se dota de responsables y mecanismos jurídicos-políticos. Lo que posibilita el gobierno de las diversas realidades como la nación o país y el estado, los pueblos y realidades internacionales… Esta es una clave de toda política y democracia real: las personas, los pueblos y los pobres de la tierra son los sujetos protagonistas y gestores de la vida humana, social, civil-pública, socioeconómica y cultural al servicio del bien común. De ahí que, en esta línea, otra clave o entraña de la política y la democracia es su base ética. Asentada en la naturaleza humana, antropológica de la persona con sus dimensiones y valores o principios morales, razonables y universales que hagan posible el bien común. Tales como la defensa de la vida y dignidad de las personas, los deberes y derechos humanos, el desarrollo humano e integral, la libertad democrática y autogestión, la solidaridad internacional y la justicia social-global en la opción liberadora por (con) los pobres de la tierra.

Una democracia, autoridad o ley y pueblo que no esté cimentado sobre esta entraña antropológica y ética, en el servicio y respeto a la persona con los valores o principios morales universales, acaba atrapado en la dominación, totalitarismo y en un populismo perverso. Así nos lo muestra la realidad histórica e indica el Papa, como sucede en la actualidad. Esta democracia real, participativa o autogestionaria y ética está fundada en estos valores o principios de la vida social, transmitidos por Francisco, tales como "la realidad está antes que la idea". Las ideas e ideologías no pueden ser lo primero, sino el hacernos cargo de la realidad, el cargar y encargarnos de la realidad. La realidad de las personas y de los pueblos, la realidad social e histórica con la opción por los pobres como clave hermenéutica. Y, de esta forma, ejercer el discernimiento de los signos de los tiempos, cuyo signo permanente y principal son los pueblos crucificados por el mal e injusticia. El principio-misericordia en la “memoria passionis” de las víctimas y oprimidos de la historia, que asume compasiva y solidariamente la realidad de sufrimiento e injusticia que padecen las personas, los pueblos y los pobres de la tierra. "El todo es mayor que la parte" es un principio esencial ya que nos muestra la universalidad, la clave católica, de la ética y del amor fraterno que sólo es auténtico si realiza este bien universal, la solidaridad internacional y la justicia mundial. Con una moral cosmopolita, una equidad global y una liberación planetaria e integral de todo mal e injusticia que domine la tierra, más allá de toda barrera y frontera.

Se acaba en el populismo insano, corporativista y egolátrico cuando se pone primero la patria, la nación e intereses nacionales por encima de esta conciencia ética universal en la solidaridad internacional, en la justicia mundial con todos los pueblos y los pobres de la tierra. Es esencia de la fe, en el Evangelio de Jesús e iglesia, esta universalidad (catolicidad) del amor fraterno, de la solidaridad y justicia que derriba todo muro, frontera y barrera, todo aquello que nos hace indiferentes o separa y excluye del resto de la familia humana; que nos libera de todo lo que impide la fraternidad universal con toda la humanidad. Este amor fraterno universal que opta por los pobres de la tierra y víctimas de la historia, a los que se les niega verdadera y realmente esta universalidad de la caridad (amor fraterno), de la solidaridad internacional y la justicia global. Ya que se les daña y viola su vida, su dignidad y derechos. Se trata del principio de "asumir el conflicto en la unidad fraterna". Adquirir conciencia moral de las dominaciones, desigualdades e injusticias que causan el egoísmo, el individualismo posesivo e insolidario con sus ídolos del poder, de la violencia y riqueza-ser rico que niegan esta comunión, fraternidad, paz y justicia universal.

Es clave respetar y acoger la diversidad de culturas, creencias, espiritualidades y religiones con una búsqueda del diálogo y encuentro intercultural e inter-religioso para la paz. La acogida y promoción de todos estos valores o virtudes de la cultura de los pueblos, de sus tradiciones como la religiosidad popular que muestran la fe y espiritualidad de las gentes más sencillas, más humildes. Es la sabiduría popular de los pobres con su existencia solidaria, los valores o virtudes de la vida y solidaridad, como nos muestran esta cultura y religiosidad popular de los pobres. Lo que realmente, en la realidad social e histórica, contrasta con la dominación e injusticia que padecen estos pueblos empobrecidos y oprimidos a manos de los poderes políticos, económicos e ideológicos. Hay que tener una conciencia crítica, ética y liberadora: ante la dependencia, dominación, desigualdad e injusticia que sufren los pueblos y los pobres a todos los niveles, ya sea cultural, político, social y económico; frente a las esclavitudes e idolatrías del poder, de la violencia y de la riqueza-ser rico que nos afectan a todos, a las personas, a los pueblos y a los mismos pobres.

La civilización del trabajo y de la pobreza, frente a la del capital y de la riqueza, son un antídoto imprescindible contra los populismos, violencias e injusticias. El principio del trabajo sobre el capital, ya que lo primero es la vida y dignidad de la persona trabajadora, el sujeto vivo del trabajo que es el ser humano con sus deberes y derechos, por encima del lucro o ganancia. Un trabajo decente con salario digno, con unas condiciones laborales humanizadoras, etc. Es una economía al servicio de las personas, de los pueblos y de los pobres, del bien común, que sirve a las necesidades y desarrollo humano liberador e integral. En contra de la idolatría del capital y de la nación, de los ídolos del mercado, del estado y la competitividad que, convertidos en falsos dioses, sacrifican en su altar del beneficio o del dominio a los pueblos y pobres. El principio y valor-virtud de la solidaridad fraterna se realiza en la pobreza solidaria y evangélica, los "pobres de (con) espíritu", con la comunión de vida, de bienes y de luchas liberadoras por la justicia con los pobres de la tierra. Lo cual nos va humanizando, realizando y dando la felicidad; frente a estos ídolos de la riqueza-ser rico, del tener, poseer y consumir, de la “buena vida” del lujo, derroche y hedonismo.

Esta civilización de la pobreza, frente a la idolátrica de la riqueza-ser rico, realiza la santidad en esta comunidad e iglesia pobre con los pobres. En el amor, la caridad, la paz y la no violencia, el perdón, la reconciliación fraterna y la justicia con los empobrecidos del mundo. Es la vida de pobreza, en justicia liberadora con los pobres, que pone el ser (fraterno y solidario), la solidaridad, por encima del tener con sus idolatrías de la posesión y de la propiedad- el propietarismo posesivo e individualista-, antes que el consumismo y productivismo. Lo que posibilita la equidad y la justicia en el valor del destino del universal de los bienes, que tiene la prioridad sobre la propiedad, la ecología integral en la vida sobria, sostenible para el cuidado del planeta y de las personas, acogiendo el clamor liberador de la tierra y de los pobres.

Todo lo expuesto hasta aquí, como nos transmite la filosofía o teología. Por ejemplo lo más valioso de la teoría crítica, el personalismo y el mismo pensamiento iberoamericano, como nos enseña la fe en Jesús e iglesia con los Papas como Francisco, podrá impedir caer en los populismos perversos, en los totalitarismos e injusticias. Tal como han dominado e impuesto en nuestra época los fascismos, el comunismo colectivista o colectivismo y el (neo-)liberalismo economicista con el capitalismo. Estos totalitarismos, elitismos e individualismos no dejan que las personas, los pueblos y los pobres sean los sujetos protagonistas de su promoción, desarrollo y procesos de liberación integral. Negando así el principio de que "el tiempo es superior al espacio", que queda borrado por las idolatrías del poder, la violencia y la riqueza-ser rico. Desde estas claves, principios y valores expuestos se hace posible un sano o adecuado populismo como afirma el Papa, entendido como una verdadera educación y cultura (promoción) popular. Una buena ética, filosofía y teología del pueblo en el desarrollo humano, solidario, universal, espiritual e integral con los pueblos, la humanidad y los pobres de la tierra como autores de su existencia. Tal como se nos revela en Jesús, es el Dios de la vida, de los pueblos y de los pobres que nos libera de toda idolatría: la del estado, patria, nación, poder, mercado, capital y riqueza-ser rico que como falsos dioses dan muerte e injusticia.

Ph. D. Agustín Ortega 

Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología).  Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador en diversas universidades e instituciones universitarias y educativas latinoamericanas. Autor de distintas publicaciones, libros y artículos.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Paz y perdón en la experiencia de reconciliación


Como es sabido, una de las enseñanzas y prácticas más significativas que nos transmitió el Dios revelado en Jesús fue el perdón. Así nos lo enseña el Evangelio. “Entonces Pedro, acercándose a él, dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mt 18, 21-2). Jesús nos manifiesta este camino de paz, no violencia y reconciliación en el que la experiencia del perdón es clave para irnos liberando del odio, del resentimiento, la venganza y toda violencia.

“Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 33-34). Sin esta práctica constante y permanente del perdón, como nos mostró Jesús hasta en la cruz, no es posible la vivencia de la paz y del amor fraterno. El sentirse perdonado y perdonar nos posibilita la sanación de las heridas, conflictos, peleas y daños que los seres humanos nos causamos mutuamente. 

Dios en Cristo nos ha regalado su Gracia (Don) del Amor que nos perdona y cura de estos males, violencias y odios destructores de la persona, que nos libera de toda agresión, mal e injusticia que nos causamos los unos a los otros. Así nos lo transmitió San Francisco, por ejemplo en el relato de los tres ladrones: “aunque hubiéramos cometido infinitos pecados, todavía es más grande la misericordia de Dios; según el Evangelio y el apóstol San Pablo, Cristo bendito ha venido a la tierra para rescatar a los pecadores” (Florecillas 26). Francisco de Asís nos muestra pues a ese Dios de la misericordia que siempre nos acoge, perdona y reconcilia. 

En este sentido, el Papa Francisco en su visita a la Porciúncula con motivo del VIII Centenario del Perdón de Asís, nos enseña que “el mundo necesita el perdón. Demasiadas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio; porque, incapaces de perdonar, arruinan su propia vida y la de los demás. En lugar de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz”. Francisco nos asegura que el Señor nos ha hecho un gran regalo “enseñándonos a perdonar para experimentar en carne propia la misericordia del Padre”. Además, nos recuerda que debemos perdonar a una persona que nos ha hecho mal “porque nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados, e infinitamente más. Sabemos bien  que estamos llenos de defectos y recaemos frecuentemente en los mismos pecados. Sin embargo, Dios no se cansa de ofrecer siempre su perdón cada vez que se lo pedimos”.

Y este es un “perdón pleno, nos sigue comunicando el Papa, que nos da la certeza de que Él tiene piedad de nosotros y no deja de amarnos. Nuestro Padre se apiada siempre cuando estamos arrepentidos, y nos manda a casa con el corazón tranquilo y sereno, diciéndonos que nos ha liberado y perdonado todo. El perdón de Dios no conoce límites; va más allá de nuestra imaginación y alcanza a quien reconoce, en el íntimo del corazón, haberse equivocado y quiere volver a Él. Dios mira el corazón que pide ser perdonado. El problema surge cuando nosotros nos ponemos a confrontarnos con nuestro hermano que nos ha hecho una pequeña injusticia…Cuando estamos nosotros en deuda con los demás, pretendemos la misericordia. En cambio, cuando estamos en crédito, invocamos la justicia. Este no puede ser el estilo de vida de los cristianos. Limitarnos a lo justo no nos mostraría como discípulos de Cristo, que han obtenido misericordia a los pies de la cruz sólo en virtud del amor del Hijo de Dios”. 

Acoger este Don y experiencia del perdón es fuente de humanización, ternura y compromiso por la justicia. El sentirnos amado y perdonados nos reconcilia con nosotros mismos, con los otros y con Dios. De esta forma, se hace posible el agradecimiento a ese amor y la humildad de sentirnos frágiles, limitados y vulnerables que son motivación y sentido para la militancia por un mundo mejor, más justo y fraterno como quiere Dios. 

En esta línea, el perdón supone la memoria y la verdad, recordar y reconocer la realidad de mal e injusticia. Implica la solidaridad compasiva y la justicia con las víctimas, en la restitución de este daño y maldad injusta causada, que abre al perdón y a la reconciliación. Un perdón sincero requiere esta verdad real, con el reconocimiento del daño y mal realizado, y la realización de la justicia para restituir todo el mal e injusticia que sufren las víctimas. Todo este proceso de verdad, justicia y reconciliación culmina en el perdón fraterno del otro para re-comenzar juntos de nuevo el camino de la paz.

No podemos dejar de recordar aquí, para terminar, el gesto que tuvo San Juan Pablo II con Ali Ağca, la persona que trató de asesinarlo, disparando e hiriendo de muerte al Papa. San Juan Pablo II iría después a la cárcel a visitarlo y diría: “hablé con él como con un hermano al que he perdonado, y quien tiene toda mi confianza…La verdadera paz no tiene que ver sólo con estructuras y mecanismos. Realmente, sobre lo que descansa es sobre la adopción de un estilo de vida de coexistencia humana, marcada por la aceptación mutua y la capacidad de perdonar de corazón. Todos necesitamos ser perdonados por otros, entonces todos debemos estar listos para perdonar. Pedir y dar perdón es algo de lo que cada uno de nosotros merecemos profundamente”

Ph. D. Agustín Ortega

Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología).  Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador en diversas universidades e instituciones universitarias y educativas latinoamericanas. Autor de distintas publicaciones, libros y artículos.
















lunes, 7 de mayo de 2018

CARTA DE AGRADECIMIENTO DEL PAPA FRANCISCO AL MINISTRO GENERAL



Muy querido Padre Mauro,

Aún tengo impreso en ojos y corazón los encuentros que San Pío me concedió en la inolvidable jornada vivida en Pietrelcina y en San Giovanni Rotondo. Al reconocimiento por este precioso don, agrego asimismo el agradecimiento por el saludo que, también en nombre de toda la Fraternidad franciscana, quisiste hacerme llegar, junto al gesto de caridad que rápidamente reservé para tantos hermanos necesitados que golpean a mi puerta.

Encontrarse con los pobres y con los abandonados es un acontecimiento de gracia. Por eso vayamos hacia los pobres, para volver a descubrir en cada pobre a Jesús. San Ignacio de Loyola enseña que: «la pobreza es madre y muro. La pobreza genera, es madre, genera la vida espiritual, vida de santidad, vida apostólica. Y es muro, defiende. ¡Cuántos desastres eclesiales comenzaron por la falta de pobreza!».

En un mundo que engendra la cultura del descarte y la indiferencia, no dejo de querer una Iglesia pobre y para los pobres. No es un programa liberal, sino un programa radical porque significa una vuelta a las raíces. El volver a los orígenes no es un replegarse en el pasado, sino una fuerza para un comienzo valiente mirando al mañana. Las obras de misericordia, a través de tantos simples gestos cotidianos, suscitan en nosotros la auténtica revolución de la ternura divina.

San Pío de Pietrelcina, que nos dejó ejemplo de una existencia que ardía del deseo de comunicar la vida de Dios a los hermanos, nos conceda la gracia que el mismo fuego nos consuma y la misma caridad nos guie.

Invocando la intercesión de la Madre de Dios y de San Francisco de Asís, te bendigo de corazón a vos y a tus hermanos, con el deseo que la Pascua sea el renovado anuncio de que el mundo no está destinado a la nada sino a la transfiguración en Dios, meta incomparable y realmente digna del hombre.

Por favor, recuérdenme en sus oraciones.

Francisco

________________________________________
Reverendísimo Padre
Fr. Mauro JÖHRI
Ministro General OFM Cap.
Curia Generalis Fratrum Minorum Capuccinorum
Via Piemonte, 70
00187 ROMA

martes, 10 de abril de 2018

Santidad y justicia en la alegría de la fe con Francisco



Se ha publicado la nueva, bella e imprescindible Exhortación Apostólica del Papa Francisco, "Gaudete et exsultate (GE)”, sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo. En este significativo documento, actualizando toda la teología y enseñanza conciliar en el horizonte del Vaticano II, Francisco nos muestra las claves que orientan la fe y espiritualidad para la vida de santidad. Frente a todo elitismo y pastoral de selectos, en el camino de la fe con los movimientos apostólicos obreros como la JOC o la HOAC (con E. Merino, G. Rovirosa…) y el Concilio, el Papa nos llama a todos para vivir esta vocación universal de la santidad. Una santidad que se realiza en la vida cotidiana, con una espiritualidad y mística que se encarna en la realidad, en el mundo y en la historia de los pueblos con sus relaciones humanas, comunitarias y sociales (GE 6-18).

Esta santidad tiene como entraña, sentido y modelo a Jesucristo (GE 19-24). Y “como no puedes entender a Cristo sin el reino que él vino a traer, tu propia misión es inseparable de la construcción de ese reino: «Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia» (Mt 6,33). Tu identificación con Cristo y sus deseos, implica el empeño por construir, con él, ese reino de amor, justicia y paz para todos” (GE 25). La santidad significa seguir a Jesús celebrando, anunciando y sirviendo al Reino de amor que nos trae su salvación y justicia liberadora de todo mal, pecado, muerte e injusticia. El Dios encarnado en Jesús, con el Reino y su justicia, nos viene a traer toda esta existencia de santidad que nos proporciona alegría, realización, sentido, dignidad, felicidad, liberación integral de toda esclavitud y vida humanizadora, plena y eterna (GE 32-34).

Frente al gnosticismo y pelagianismo (GE 47-59), como se observa, Francisco nos presenta una espiritualidad del Don (Gracia) del Reino con la conversión a su amor y justicia liberadora, que se encarna en el mundo e historia. La fe vive de esta humildad y reconocimiento agradecido al Dios de la vida que, de forma gratuita, con su amor y misericordia nos salva, justifica y libera de toda maldad e injusticia. Frente al poder, dominación y esclavitud de una ley si amor ni justicia liberadora, como nos manifiesta la Revelación, la caridad fraterna con el hermano (todo ser humano) es la entraña de la fe y de toda ley (Rm 13,8.10; Ga 5,14). El amor, la misericordia y la justicia que libera son lo primero.

En el seguimiento de Jesús, el camino de la santidad se nos muestra en “el programa y carta magna” del Reino, las Bienaventuranzas (Mt 5,3-12; Lc 6,20-23) que “van muy a contracorriente con respecto a lo que es costumbre, a lo que se hace en la sociedad” (GE 65). La santidad se realiza en la “pobreza de espíritu”, como Jesús Pobre, una vida austera, sobria y en comunión solidaria con los pobres de la tierra. Y que como han enseñado y vivido los santos, por ejemplo San Ignacio de Loyola (EE 23), nos libera de los ídolos de las cosas y de la riqueza-ser rico, no hace libres frente a la esclavitud e idolatría del tener y poseer (GE 67-70). El camino de la bienaventuranza (felicidad), como nos propone el Evangelio de Jesús, es esta misericordia ante el sufrimiento e injusticia con el compromiso por la fraternidad, la paz y la justicia. En la defensa de la vida, dignidad y derechos de los pobres, oprimidos y excluidos (Is 1,17).

Lo cual conlleva la persecución, el conflicto y la cruz a causa de esta pasión por el Reino de Dios y su justicia que es impuesta por el mal, por estos falsos dioses de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia con sus poderes económicos o políticos. Frente a una existencia cómoda o mediocre, esta persecución y cruz por la vida apasionada del Reino con su justicia desde los pobres, siguiendo a Jesús Crucificado, nos da la auténtica felicidad, entusiasmo y alegría con la confianza y esperanza puesta en el Dios de la vida. Tal como nos testimonian los santos y mártires que, por el Reino de Dios y su justicia, siguen entregando la vida en amor por los otros (GE 80-94). La santidad se efectúa, pues, en esta opción por los pobres que son sacramento (presencia) real de Cristo Pobre (Mt 25, 31-46). El camino de santidad y salvación es la misericordia, el amor fraterno y la justicia con los pobres que, frente al asistencialismo paternalista, supone el compromiso transformador con la implantación de sistemas económicos y políticos más justos (GE 96-99). 

Frente a toda ideologización de la fe, como nos muestra la fe e iglesia con los Papas como Francisco, no hay que separar ni contraponer la espiritualidad y la lucha por la justicia con los pobres de la tierra. La vida de santidad une la mística y el compromiso sociopolítico por la defensa de la dignidad de toda persona, defiende la vida y los derechos de todo ser humano, desde el momento de su concepción hasta su muerte. Es incoherente para la fe e iglesia decir que, por una parte, se es "pro-vida" en la defensa del no nacido y, por otra, no comprometerse por los pobres luchando contra toda desigualdad e injusticia social-global que causan los ricos sobre los pobres. Todavía peor, en esta lacra de la ideologización de la fe, es perverso desacreditar y calumniar, por ejemplo con acusaciones falsas, a aquellos que llevan a cabo toda esta militancia por el Reino de Dios y su justicia con los pobres. Y todo ello, esta ideologización de la fe que acusa y niega la justicia, para defender los privilegios y complicidad con el poder, la riqueza e injusticia establecida (GE 100-103).

Tal como nos enseña la fe en los profetas y Jesús con su iglesia, ahí tenemos a Tomás de Aquino (II-II, q.30, a.4), no hay un verdadero culto y oración a Dios: cuando nuestra vida espiritual no va unida al compromiso solidario por la justicia con los pobres; cuando nos desentendemos de la defensa de los otros que sufren la opresión e injusticia como son, por ejemplo, los hermanos migrantes y refugiados. Por tanto, el camino de santidad nos lleva a toda esta vida de amor, pobreza, humidad y sacrificio en la pasión por el Reino de Dios que, siguiendo a Jesús Crucificado, nos libera del egocentrismo. Y nos capacita para la el servicio de la fe y de la defensa de la justicia con los pobres, víctimas y oprimidos.

Es una lucha activa no violenta, pacifica que respeta siempre la vida digna del otro, que no cae en el insulto, odio, venganza u otras lacras de la violencia que son contrarias al Evangelio. Con el gozo y la alegría de la santidad, ya que un santo triste es un triste santo, que posibilita la audacia y valentía de una fe e iglesia que es misionera. Iglesia en salida, como Jesús, hacia las periferias para llevar la salvación y liberación integral de todo sufrimiento, mal e injusticia. Frente a una espiritualidad burguesa, cómoda e individualista encerrada en sus propias seguridades y privilegios; en contra del miedo y falsa prudencia que paraliza el dinamismo misionero, evangelizador y liberador (GE 112-139).

Y en esta línea, frente a una fe y espiritualidad elitista e individualista o maniquea (purista), la santidad se vive en la comunidad e iglesia. “La comunidad está llamada a crear ese «espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado». Compartir la Palabra y celebrar juntos la Eucaristía nos hace más hermanos y nos va convirtiendo en comunidad santa y misionera. Esto da lugar también a verdaderas experiencias místicas vividas en comunidad….Esto ocurría en la comunidad santa que formaron Jesús, María y José, donde se reflejó de manera paradigmática la belleza de la comunión trinitaria. También es lo que sucedía en la vida comunitaria que Jesús llevó con sus discípulos y con el pueblo sencillo” (GE 143).

La santidad se alimenta de la oración, que es contemplar el Rostro de Dios revelado en Jesús y su Pascua, el diálogo y comunión con Cristo Crucificado-Resucitado (GE 147-157). Frente a todo espiritualismo, esta oración no nos hace alejarnos ni evadirnos del mundo e historia. Al contrario, te dispone al discernimiento y encarnación más profunda en la realidad de los otros con sus esperanzas, alegrías, sufrimientos e injusticias. La santidad de la fe implica el discernir los signos de los tiempos con sus anhelos y causas justas, la lucha contra lo perverso y maligno que tienta, corrompe y destruye la vida (GE 158-175). Y en la vida de la fe e iglesia, siempre encontraremos a María como modelo de santidad y de alegría (GE 176).

Agustín Ortega Cabrera


Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología).  Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y, actualmente, de la UNAE (Universidad Nacional de Educación) así como invitado en diversas universidades latinoamericanas. Autor de diversas publicaciones, libros y artículos. 


viernes, 24 de noviembre de 2017

Saludo de los Franciscanos al Papa en la audiencia del 23 de noviembre de 2017.

Santo Padre, querido Papa Francisco,

En nombre de toda la Familia Franciscana lo saludo con las mismas palabras de san Francisco de Asís: ¡El Señor te dé la paz! Le estamos muy agradecidos por este encuentro con Usted. A pocos días del 29 de noviembre, día en que en 1223 el Papa Honorio III confirmó la Regla escrita por san Francisco, estamos aquí para contarle el camino que hemos recorrido y deseamos recorrer, desde cuando el 4 de octubre del año 2013 nos encontramos junto a la tumba de San Francisco en Asís. Recuerdo que en aquella ocasión tuve el honor de presentarle los Ministros generales, la hermana Ministra de la Orden Franciscana Seglar y a la Representante de las numerosas Congregaciones femeninas y masculinas que adoptan la Regla de Tercera Orden Franciscana. Al término de las presentaciones preguntó Usted con tono delicadamente y quizás a propósito admirado: “¿Entonces existe también un ecumenismo franciscano?”. Y añadió luego: “¡Permanezcan unidos!” Santo Padre, hemos acogido con gozo esa invitación y hoy brevemente le cuento lo que hemos hecho.

Diversos hermanos de la Familia Franciscana, en especial los que residen en Asís, han propuesto en forma creativa una serie de encuentros para conocernos y apreciarnos. Los encuentros con la recurrencia de eventos que conserva la historia y el deseo de celebrarlas adecuadamente, han sido ocasiones que han favorecido la confrontación y el diálogo. Comienzo recordando el V centenario de la bula papal “Ite vos” promulgada por León X el 29 de mayo de 1517, cuya intención era la de unificar todas las diversas agregaciones franciscanas de ese tiempo bajo la jurisdicción de un solo Ministro general. La bula no tuvo resultado positivo y se asistió a la separación entre los Hermanos Menores y los Hermanos Menores Conventuales. Pasados once años en 1528, el Papa Clemente VII confirmó la reforma de los Hermanos Menores Capuchinos. Junto a la gratitud por las grandes cosas que el espíritu del Señor ha obrado en los diversos componentes de la Familia Franciscana, debemos reconocer que también hemos vivido tiempos de tensión y de discordia. El acontecimiento del octavo centenario del “Perdón de Asís” ha sido la feliz ocasión para pedirnos perdón y así el día 11 de julio de 2016, en la Basílica de Santa María de los Ángeles hemos vivido la celebración de reconciliación y de paz. Desde el 29 de mayo al 2 de junio del año en curso, los Hermanos Franciscanos de la Umbría con los respectivos Ministros y Vicarios generales se encontraron en Foligno para un Capítulo que han querido llamar ‘Capítulo generalísimo’. La gratitud, el deseo de comunión y la esperanza han caracterizado este evento.

Un ulterior y significativo recorrido que estamos realizando juntos es la realización de una única universidad Franciscana. Asimismo, dentro de pocos días, en Rieti, comenzará un nuevo camino una Fraternidad compuesta por Hermanos Menores, Menores Conventuales y Menores Capuchinos. También están en marcha otros proyectos de estrecha colaboración en el campo formativo, como los cursos trimestrales de formación para los misioneros en Bruselas, y a partir de este año ofrecemos y animamos cursos de actualización a los formadores de las tres Órdenes masculinas en África.

Santo Padre, le estamos agradecidos por su empeño incansable por anunciar el Evangelio de Nuestro Señor con palabras accesibles a todos y con el estilo fraterno y cordial que lo distingue. Un particular agradecimiento por su carta Encíclica Laudato si’ en la cual su llamamiento para el cuidado de nuestra Hermana madre tierra interpreta y actualiza el espíritu de nuestro Santo Fundador. ¡Bendíganos, Santo Padre! Le pedimos que nos confirme en este camino de unidad y de comunión que queremos continuar con fuerza y convicción, por el bien de la Iglesia. Estamos además en espera de Su decisión sobre los hermanos.

Bendiga también a nuestras hermanas Clarisas y a todos los hermanos y hermanas de la Orden Franciscana Seglar. ¡Paz y Bien!

Fr. Mauro Jöhri, Ministro general OFMCap y Presidente de turno de la CMG OFM y TOR

Città del Vaticano (Aula Clementina), 23 de noviembre de 2017