El mes
pasado comentaba la primera parte del n. 8 de la Regla, sobre la dimensión
contemplativa de esta forma de vida, inspirados en Cristo, y hacía referencia
también al Padre San Francisco. En el mismo número se trata un tema
fundamental, al que quiero dedicar mi reflexión en este mes y que, por
supuesto, es una fuente fecunda de contemplación y lo fue para san Francisco.
El texto dice así:
“Participen de la vida sacramental de la
Iglesia, especialmente de la Eucaristía, y asóciense a la oración litúrgica en
alguna de las formas propuestas por la misma Iglesia, reviviendo así los
misterios de la vida de Cristo”.
Aquí se
resume la vida litúrgica del hermano franciscano, fuente de toda la vida
espiritual. Por supuesto, no podía faltar el acento en la Eucaristía, que en la
mente de la Iglesia es “fuente y cima de
toda la vida cristiana”, según la Const. Lumen Gentium, 11.
La
participación en la liturgia ha de ser según otra Constitución Conciliar “plena, consciente y activa” (SC 14); y
en el n. 11 se añade “fructuosamente”.
Son adjetivos que comportan actitudes muy comprometedoras y que cambiarían la
imagen de muchas de nuestras comunidades eclesiales radicalmente. No faltan
entre nuestros cristianos quienes todavía piensan más en el aspecto del “cumplimiento moral” que en el fruto
espiritual y en la dimensión eclesial y vivencial de nuestras celebraciones
litúrgicas. Y para ello, ante todo es necesaria una formación doctrinal
litúrgica, que no se ofrece en muchas de nuestras parroquias y fraternidades de
la OFS, pero que tampoco se echa en falta de parte de la mayoría de los que
frecuentan las celebraciones de nuestras parroquias.
A
fortalecer lo anterior vienen las palabras de otro documento (Instrucción General del Misal Romano) al
decir que la participación de los fieles ha de ser “en cuerpo y mente, una participación ferviente de fe, esperanza y
caridad" (IGMR, n. 18). ¿Necesitan explicación estas palabras? Son
suficientemente claras y expresivas. Decimos después de la consagración
eucarística: “Este es el misterio de
nuestra fe”; pero sabemos que es también un misterio del amor inefable de
Dios a la humanidad en la persona de su Hijo Jesucristo y todo ello da sentido
y razón a nuestra esperanza. Por ello, la celebración de la liturgia tendrá
sentido y fruto en nosotros en la medida en que crezcamos en estas tres
virtudes teologales.
En
segundo lugar se pide que nos unamos “a
la oración litúrgica en alguna de sus formas”; es lo que llamamos Liturgia
de las Horas, que en la actualidad está al alcance de todos los cristianos, ya
que los libros para ello están disponibles para todos en las librerías
católicas. Esta parte de la liturgia es una fuente abundante de vida
espiritual; en ella encontramos las palabras adecuadas para orar, inspiración
para meditar y contemplar “los misterios
de la vida de Cristo”, como se dice en este texto. Los Salmos, las lecturas
bíblicas, las de los santos Padres, los cánticos, constituyen una gran riqueza
de la tradición eclesial que, a raíz del Concilio, la Iglesia ha querido poner
a disposición de todos. ¡Qué bueno sería que las fraternidades de la OFS recibieran
una iniciación a esta oración y que las fraternidades se juntarán diaria o
semanalmente o con cierta frecuencia para rezar alguna de estas Horas en común!
Vuelvo
a la última frase del párrafo: “reviviendo
así los misterios de la vida de Cristo”. Ojalá se nos graben estas palabras,
pues en estos misterios está el verdadero sentido de la Liturgia: “revivir” ante todo. No es un mero recuerdo
histórico o una ocasión para conseguir gracias o aumentar la gracia
santificante, como se decía en tiempos pasados, sino que es, ante todo, la
celebración de los misterios salvadores de Cristo, que son nuestros, y no es lo
mismo asistir a una celebración que celebrar. ¡Cuántos simplemente asisten!
Pero estos misterios serán salvadores sólo y en la medida que los hagamos
nuestros o, en palabras de San Pablo, en tanto en cuanto tengamos “los mismos sentimientos de Cristo” (Fil
2, 5).
Ello
conlleva que en cualquier celebración litúrgica, tomemos esa parte “activa y consciente”, que se expresa de
muchas formas, y que manifiesta nuestra participación comprometida. Lejos de
esto está ya aquella mentalidad del pasado, pero que todavía se oye: “voy a oír Misa”, de parte de laicos o “voy a decir Misa”, de parte de clérigos
sacerdotes. Y es por esa nueva mentalidad y actitud que se dice que es la
asamblea creyente (iglesia) la que celebra la Eucaristía; los novios son los
ministros del sacramento del matrimonio; en la Reconciliación penitente y
ministro tienen una parte activa; el bautismo lo puede administrar cualquier
cristiano con la fe del que lo recibe y, en general, todos los sacramentos
serán tanto más eficaces cuanto más sea la participación “activa y consciente, ferviente de fe, esperanza y caridad, de cuerpo y
mente” del ministro, del sujeto receptor y de la comunidad eclesial
participante.
Y
para concluir, en relación a este revivir los misterios, cito unas palabras de
San Francisco en la Admonición primera:
“Mirad cómo se humilla cada día, lo mismo
que cuando, desde el trono real, vino al seno de la Virgen; cada día viene a
nosotros en humildes apariencias; cada día desciende del seno del Padre sobre
el altar en las manos del sacerdote” (16-18).
Hno.
Jesús Ma. Bezunartea
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