viernes, 19 de octubre de 2018

Haciendo memoria, haciendo vida. A 40 años de la regla OFS - V Parte -




El mes pasado comentaba la primera parte del n. 8 de la Regla, sobre la dimensión contemplativa de esta forma de vida, inspirados en Cristo, y hacía referencia también al Padre San Francisco. En el mismo número se trata un tema fundamental, al que quiero dedicar mi reflexión en este mes y que, por supuesto, es una fuente fecunda de contemplación y lo fue para san Francisco. El texto dice así:
Participen de la vida sacramental de la Iglesia, especialmente de la Eucaristía, y asóciense a la oración litúrgica en alguna de las formas propuestas por la misma Iglesia, reviviendo así los misterios de la vida de Cristo”.

Aquí se resume la vida litúrgica del hermano franciscano, fuente de toda la vida espiritual. Por supuesto, no podía faltar el acento en la Eucaristía, que en la mente de la Iglesia es “fuente y cima de toda la vida cristiana”, según la Const. Lumen Gentium, 11.

La participación en la liturgia ha de ser según otra Constitución Conciliarplena, consciente y activa” (SC 14); y en el n. 11 se añade “fructuosamente”. Son adjetivos que comportan actitudes muy comprometedoras y que cambiarían la imagen de muchas de nuestras comunidades eclesiales radicalmente. No faltan entre nuestros cristianos quienes todavía piensan más en el aspecto del “cumplimiento moral” que en el fruto espiritual y en la dimensión eclesial y vivencial de nuestras celebraciones litúrgicas. Y para ello, ante todo es necesaria una formación doctrinal litúrgica, que no se ofrece en muchas de nuestras parroquias y fraternidades de la OFS, pero que tampoco se echa en falta de parte de la mayoría de los que frecuentan las celebraciones de nuestras parroquias.

A fortalecer lo anterior vienen las palabras de otro documento (Instrucción General del Misal Romano) al decir que la participación de los fieles ha de ser “en cuerpo y mente, una participación ferviente de fe, esperanza y caridad" (IGMR, n. 18). ¿Necesitan explicación estas palabras? Son suficientemente claras y expresivas. Decimos después de la consagración eucarística: “Este es el misterio de nuestra fe”; pero sabemos que es también un misterio del amor inefable de Dios a la humanidad en la persona de su Hijo Jesucristo y todo ello da sentido y razón a nuestra esperanza. Por ello, la celebración de la liturgia tendrá sentido y fruto en nosotros en la medida en que crezcamos en estas tres virtudes teologales.

En segundo lugar se pide que nos unamos “a la oración litúrgica en alguna de sus formas”; es lo que llamamos Liturgia de las Horas, que en la actualidad está al alcance de todos los cristianos, ya que los libros para ello están disponibles para todos en las librerías católicas. Esta parte de la liturgia es una fuente abundante de vida espiritual; en ella encontramos las palabras adecuadas para orar, inspiración para meditar y contemplar “los misterios de la vida de Cristo”, como se dice en este texto. Los Salmos, las lecturas bíblicas, las de los santos Padres, los cánticos, constituyen una gran riqueza de la tradición eclesial que, a raíz del Concilio, la Iglesia ha querido poner a disposición de todos. ¡Qué bueno sería que las fraternidades de la OFS recibieran una iniciación a esta oración y que las fraternidades se juntarán diaria o semanalmente o con cierta frecuencia para rezar alguna de estas Horas en común!

Vuelvo a la última frase del párrafo: “reviviendo así los misterios de la vida de Cristo”. Ojalá se nos graben estas palabras, pues en estos misterios está el verdadero sentido de la Liturgia: “revivir” ante todo. No es un mero recuerdo histórico o una ocasión para conseguir gracias o aumentar la gracia santificante, como se decía en tiempos pasados, sino que es, ante todo, la celebración de los misterios salvadores de Cristo, que son nuestros, y no es lo mismo asistir a una celebración que celebrar. ¡Cuántos simplemente asisten! Pero estos misterios serán salvadores sólo y en la medida que los hagamos nuestros o, en palabras de San Pablo, en tanto en cuanto tengamos “los mismos sentimientos de Cristo” (Fil 2, 5).

Ello conlleva que en cualquier celebración litúrgica, tomemos esa parte “activa y consciente”, que se expresa de muchas formas, y que manifiesta nuestra participación comprometida. Lejos de esto está ya aquella mentalidad del pasado, pero que todavía se oye: “voy a oír Misa”, de parte de laicos o “voy a decir Misa”, de parte de clérigos sacerdotes. Y es por esa nueva mentalidad y actitud que se dice que es la asamblea creyente (iglesia) la que celebra la Eucaristía; los novios son los ministros del sacramento del matrimonio; en la Reconciliación penitente y ministro tienen una parte activa; el bautismo lo puede administrar cualquier cristiano con la fe del que lo recibe y, en general, todos los sacramentos serán tanto más eficaces cuanto más sea la participación “activa y consciente, ferviente de fe, esperanza y caridad, de cuerpo y mente” del ministro, del sujeto receptor y de la comunidad eclesial participante.

Y para concluir, en relación a este revivir los misterios, cito unas palabras de San Francisco en la Admonición  primera: “Mirad cómo se humilla cada día, lo mismo que cuando, desde el trono real, vino al seno de la Virgen; cada día viene a nosotros en humildes apariencias; cada día desciende del seno del Padre sobre el altar en las manos del sacerdote” (16-18).

Hno. Jesús Ma. Bezunartea








0 comentarios:

Publicar un comentario