Mostrando entradas con la etiqueta Artículos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Artículos. Mostrar todas las entradas

miércoles, 12 de junio de 2019

Haciendo memoria, haciendo vida. A 40 años de la regla OFS - VIII Parte -



LA PUREZA DE CORAZÓN

Testigos de los bienes futuros y comprometidos a adquirir, según la vocación que han abrazado, la pureza de corazón, se harán libres, de este modo, para el amor de Dios y de los hermanos” (n 12).
Me atrevo a pensar que este tema es poco tratado entre nuestros valores religiosos cristianos, ya que el concepto de pureza se ha querido encerrar en normas morales referidas mayormente a la sexualidad.

Si bien uno de los casos más significativos al respecto lo encontramos en el evangelio de Mateo: “Si alguien mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio en su corazón” (Mt 5, 28), Jesús con estas palabras nos está llamando la atención sobre el deseo, que proviene de un corazón, corrompido por intereses lujuriosos. Es decir, el problema de este “alguien” no es el deseo ni el adulterio sino su corazón impuro, que confunde a una persona con un objeto, una relación interpersonal con un placer egoísta.

Esta palabra contundente de Jesús, que abre un nuevo horizonte en la conciencia moral, se completa con su crítica a la pureza legal de los fariseos. Por una parte, según ellos,  la persona se contamina de impureza por mantener ciertas relaciones –paganos, leprosos, publicanos…- y por frecuentar ciertos lugares y usar ciertos objetos,  como las casas de estas personas, el mercado público, utensilios de la cocina, pero esa impureza se puede limpiar lavándose “las manos meticulosamente” o bañándose (Mc 7, 1-4). Por ello, Jesús explica a los discípulos, que parecen no entender, que lo que constituye impura a una persona no es lo de fuera sino lo de dentro de sí mismo: sus deseos, sentimientos y pensamientos, es decir, “lo que viene del corazón”, como son: “los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios y las injurias” (Mt 15, 15-19).

Volvamos al texto de las Constituciones que nos inspira a hacer este comentario y tomemos en cuenta varios conceptos expresados en este breve texto:
Un compromiso a adquirir la pureza de corazón; es consecuencia de la vocación abrazada; es camino hacia la libertad para el amor, a Dios y al prójimo y nos hará capaces del testimonio “de los bienes futuros”.

A modo de aclaración del concepto de pureza de corazón, nos puede servir recordar la florecilla contada en el libro Sabiduría de un pobre: Caminan Francisco y León por el monte y tienen que cruzar un arroyo; León se queda mirando el agua y Francisco después de un  rato le cuestiona. León le dice que estaba pensando en la pureza del agua y sobre cómo él quisiera tener esa pureza del agua cristalina, libre de toda basura y contaminación. Francisco lo corrige con tono paternal y le dice que esa pureza no se consigue, que la verdadera pureza está en el corazón liberado de toda justicia humana, de esa justicia que quiere verse libre de todo pecado o falta moral; corazón liberado en el sentido de despreocupado de la propia perfección y que mira más bien la perfección de Dios para adorarlo y glorificarlo siempre.
Por tanto, añade Francisco, pureza de corazón es esa experiencia de conversión en la que aprendemos a “buscar las cosas celestiales y a adorar y contemplar a Dios incesantemente con corazón y espíritu limpios, dejando de lado las cosas terrenas” (Adm 16).

Por ello, en la historia mencionada, Francisco le dice a León: si supiéramos adorar a Dios, nada nos quitaría la paz y pasaríamos por el mundo con la tranquilidad de los grandes ríos, cuyo curso nada lo perturba.

Efectivamente, esa pureza de corazón conlleva un desprendimiento total de todo lo que no sea Dios, una liberación absoluta de todo lo que hay en este mundo y una adhesión incondicional y completa a Dios porque “es el bien, todo bien, sumo bien, sin el cual no hay ningún bien”, como dice y escribe el santo repetidas veces.

Esta pureza de corazón es pues la garantía de una fraternidad, que ama y sirve a todos, de una pobreza, que nos desprende de todo y nos hace ricos en virtudes, de una oración, que cada día es más contemplativa de la gloria de Dios, de una mirada que ve la imagen de Dios en todas su creaturas.
La conversión a la pureza incluye otras virtudes, como la humildad, la sinceridad, la pobreza interior, la fe y la esperanza, la paz, cumpliéndose lo que nos dice Francisco en el saludo a las virtudes: “Quien posee una y no falta contra las otras, las tiene todas” (SV, 6).  La pureza de corazón, que Jesús la incluye entre sus bienaventuranzas, es como la plenitud de la conversión evangélica, ya que sin ella ninguna otra virtud cristiana tiene sentido; es una experiencia espiritual casi celestial, pues la consecuencia es “ver a Dios” en todo, en todos y a pesar de todo, como san Francisco nos lo dejó bien claro en su Cántico de las criaturas.

Hno. Jesús Ma. Bezunartea, OFMCap

lunes, 22 de abril de 2019

Venerable Carlos de Dios MURIAS


Nuestra Orden de Frailes Menores Conventuales nuevamente se prepara para rendir gloria y honor al Altísimo y Omnipotente Dios, porque uno de sus frailes será agregado próximamente a la grande estirpe de los beatos mártires que han sabido hacer de su vida y muerte semilla fecunda y Evangelio viviente para todos aquellos que buscan la salvación.

Queridos hermanos, elevando a nuestro hermano Carlos al honor de los altares, el Buen Dios nos ofrece una nueva ocasión para reflexionar sobre nuestra identidad como frailes menores conventuales, sobre nuestra seriedad en la vivencia de nuestra llamada en el tiempo y en los lugares donde la obediencia nos ha destinado, pero sobre todo sobre cómo encarnamos la Buena Noticia, ante todo en nuestra vida y en nuestras fraternidades, pero también en medio del pueblo de Dios en que vivimos.
De hecho, el 27 de abril de 2019, en la ciudad de La Rioja en Argentina, será beatificado nuestro hermano Carlos de Dios MURIAS, religioso sacerdote mártir, junto con otros tres Venerables testigos de Cristo, Mons. Enrico Angelo ANGELELLI CARLETTI, obispo de la diócesis de La Rioja, el francés Don Gabriel LONGUEVILLE, sacerdote diocesano fidei donum y Wenceslao PEDERNERA, laico y padre de familia. Digno de mención es el hecho de que estos cuatro nuevos beatos, así como en vida estuvieron estrechamente unidos, así también lo estuvieron en la muerte, y ahora y por siempre seguirán juntos como intercesores ante Dios en favor de todos nosotros, en particular de los frailes de la Provincia Rioplatense y de todo el pueblo argentino…

El texto de la carta del Ministro general

miércoles, 6 de marzo de 2019

Haciendo memoria, haciendo vida. A 40 años de la regla OFS - VII Parte -



VALORES EVANGÉLICOS DEL SEGUIMIENTO DE CRISTO (Regla, n. 10-11)

Todos hemos oído con mayor o menor frecuencia que “seguir las huellas de Cristo pobre, humilde y crucificado” expresa el carisma de San Francisco. De ahí el famoso himno de la OFS “Las huellas del caudillo enamorado sigamos con fervor”, que antes se cantaba en la Orden franciscana en general con mucha frecuencia.

Efectivamente, la actual Regla dice así, resumiendo los números 10 y 11: “asociándose a la obediencia redentora de Jesús…sigan a Cristo, pobre y crucificado”, y también “esfuércense en purificar el corazón de toda tendencia y deseos de posesión y dominio como peregrinos y forasteros hacia la casa del Padre”.

Ante todo quiero decir que al poner como parte del título Valores Evangélicos, quiero poner de relieve que no son simples consejos, que los seguiremos si nos parece bien, como comúnmente se identifican, sino que son valores, sin los cuales no hay seguimiento de Cristo: obediencia, pobreza y pureza de corazón.

Se habla de “obediencia redentora de Jesús” al Padre. Y quiero subrayar aquí el aspecto teológico de esta obediencia, ya que comúnmente se ha puesto de relieve más bien el aspecto ascético moral. ¿Qué diferencia hay? La obediencia de Jesús no es un acto de penitencia, un sacrificio de valor infinito, por el cual nos gana la salvación. Es más bien una actitud de vida en comunión con el Padre, que Jesús la asume desde que llega a este mundo, como lo proclama la carta a los Hebreos: “Por eso, al entrar en este mundo, dice: sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Entonces dije: ¡He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad” (10, 5-7). Si se dice que Dios no quiere “sacrificio y oblación” no podemos ver ni la vida ni la muerte de Jesús como un sacrificio por medio del cual paga nuestra salvación sino una forma de vida en comunión con el Padre, por medio de la cual regenera nuestra condición humana de manera semejante a lo que se significa en la parábola del “hijo pródigo”, a quien su padre, viendo su deseo de restablecer la amistad con él aunque sea como su criado, abraza y lo restablece a la vida familia con todos los derechos.

Esa obediencia, por tanto, se encarna en la vida del hermano franciscano al “cumplir las obligaciones propias” y también en las circunstancias difíciles de la vida. Efectivamente, en todo ello se manifiesta la voluntad de Dios, que en resumen es hacer de la vida un servicio a propios y extraños, es decir, tanto en la vida familiar como en la vida laboral, en la vida social y en la eclesial. Subrayemos este aspecto del servicio como forma de hacer la voluntad de Dios y como forma de unirnos a la obediencia redentora de Cristo, pues lo importante es que toda la humanidad vibre al unísono en la comunión con Cristo, y por medio de él con Dios.

Se habla a continuación de la “vida pobre y humilde”, que Cristo eligió para sí y para su Madre y se explica cómo lo han de vivir los Franciscanos seglares. Se mencionan varios detalles: primero, una justa relación con los bienes terrenos, que se traduce en el desapego de los mismos y éste a su vez se muestra en el modo cómo se usan estos bienes; una forma de uso correcto se sugiere en otros de los detalles de esta vida pobre y humilde: simplificar las propias exigencias materiales, es decir, evitar acumular bienes materiales y aprender a vivir como reza el dicho antiguo “con lo mínimo necesario, no con lo máximo permitido”. Es una tentación que de muchas formas se filtra en la vida social y familiar por medio de los medios de comunicación y la abundancia de bienes en los centro comerciales, incluso por el modo cómo viven los demás, familiares, amigos o vecinos.

El tercer detalle, que ayuda a mantener ese estilo de vida, relacionado con lo dicho anteriormente, es “ser administradores de los bienes”, y no almacenadores de los bienes al alcance del nivel económico que tenemos al momento. Esa labor administradora significa que se cultive en el corazón del hermano franciscano y de las fraternidades la conciencia de compartir con quien lo necesite, dentro o fuera de la fraternidad y de nuestros ambientes próximos, todo aquello que no se necesita, teniendo en cuenta aquí también el dicho de que “la necesidad se contenta con poco” y de que, como decía san Agustín: “lo que tú no necesitas pertenece a los pobres” o “a los otros pobres”, diría san Francisco.

En esta línea de pensamiento, se dice en este número que son administradores de los bienes “en favor de los hijos de Dios”; aquí pues entra la fraternidad universal, como es la de Francisco y ha de ser la de la familia franciscana. Así lo dejó escrito en su carta a los Fieles: “Puesto que soy servidor de todos, a todos estoy obligado a servir y a suministrar las perfumadas palabras de mi Señor” (1 C II v. 2).

Para todo ello, la Regla recomienda cultivar el espíritu de las bienaventuranzas, especialmente la pureza de corazón, que dará la correcta visión de las cosas y de las personas, cultivando la actitud de “peregrinos y forasteros”, que ni viven en su propia tierra ni están allí mucho tiempo, por tanto no tiene sentido cargarse de cosas, ni apegarse a las personas, pues todas las creaturas son hermanas, que no se pueden someter de ninguna forma sino que con ellas se ha de compartir el regalo de la vida y los medios, que Dios nos facilita para cultivarla con dignidad. Si los puros de corazón “verán a Dios”, lo han de ver en las obras de sus manos, pues “vio Dios que todo era bueno”, particularmente en aquellas creaturas que Dios hizo “a su imagen y semejanza” (Gn 1). “Loado seas, mi Señor, con todas tus creaturas…Alabad y bendecir a mi Señor, y dadle gracias y servidle con grande humildad” (Cant v. 3.14).

Hno. Jesús Ma. Bezunartea, OFMCap.

miércoles, 2 de enero de 2019

MENSAJE DE SAN FRANCISCO AL SULTÁN EN EGIPTO


San Francisco se dirigió desde la Porciúncula a Egipto a encontrarse con el Sultán. Ahora el Papa Francisco, como peregrino del Perdón de Asís el 4 de agosto de 2016, sigue su camino – idealmente siguiendo las huellas del Poverello de Asís – viajando a Egipto a encontrarse, entre otros, también con los musulmanes.

El encuentro de Francisco de Asís con el Sultán al-Malik al-.Kamil en Egipto – precisamente en Damieta – ha despertado interés en los contemporáneos que lo describen con brevedad de palabras. Después de su muerte – y sobre todo de la canonización – del Asisiense se multiplicaron las amplificaciones, relecturas y actualizaciones. Entre éstas se destaca la de Enrique de Avranches que compuso la Legenda sancti Francisci versificada por encargo del papa Gregorio IX en 1232 o en 1234. En efecto, entre los 2585 hexámetros de dicha obra se destaca la narración del encuentro de san Francisco con el Sultán – tomada de la precedente Prima Vita, obra de Tomás de Celano – y en especial las palabras que Enrique de Avranches pone en boca del Santo. Como puede suponerse, el lenguaje es más un discurso de un hombre culto como el autor del poema que una breve exhortación como solía hacerla un simple alfabetizado como fray Francisco. Sin embargo esta narración resulta interesante porque muestra cómo un autor no franciscano pocos años después de la muerte y canonización imaginó las palabras que san Francisco habría dicho al Sultán rodeado de sus hombres de confianza.

A continuación la traducción de dicho trozo del bello estudio de Francisco Marzella, La prédica di Francesco al Sultano nella Legenda sancti Francisci, versificada de Enrique de Avranches (publicado en Controversie. Dispute letterarie, storiche, religiose dall’antichità al Rinascimento, Padova, 2013).

Después que la fama del santo varón, que ningún golpe logra dominar, llenó el campamento […], el rey clemente, que admiraba un valor tan grande, lo acogió con todos los honores y le ofreció dones preciosos; aquél, satisfecho de lo que posee, rechaza los dones del rey y le pide como supremo regalo, que le conceda ser escuchado. El rey, decidido a escucharlo, impone silencio a la turba y hace cesar todo el desorden. Y dijo a los siervos: “Llámenme a los filósofos, para que por su juicio quede claro si éste enseña según la fe o pretende más bien extraviar la fe”.

Por tanto, después que fueron reunidos los sabios, aquel sabio muestra con la palabra de qué fuente ha bebido la sabiduría de los filósofos y arrastra todas las mentes a las alturas celestiales, tejió discursos nunca escuchados y parece no ignorar nada, como trascendiendo el sentir humano. En efecto, silogiza cosas conocidas a pocos mortales y los orígenes de las cosas solo conocidas a Dios, para introducir, a partir de éstas, consideraciones sobre la causa primera, […] y prueba que hay un solo Dios y no existe una multitud de dioses; demuestra cómo de aquel único se deriva todo, cual fue la duración del primer principio, substancia simple, simple intervalo de un instante, substancia más simple que un punto; cuán admirablemente tal esencia está toda en todas partes y prescindiendo del lugar, siempre presente sin tiempo. Porque montó en soberbia y como aquel que un tiempo fue Lucifer es ahora “lucífero”, y qué gran precio costó la redención del mundo, por qué motivos se dio la encarnación; cómo la antigua serpiente conquistó a Eva, Eva al primer hombre, el primer hombre a la posteridad, la posteridad  Cristo, Cristo a la serpiente, forzando a la muerte a volver a aquel mismo de donde había partido; cómo no solo fue glorificada la carne, sino que también la misma carne llena de vida de Cristo, que glorifica a las demás, superando las dotes del alma, está junto y al mismo tiempo por todas partes toda presente en las diversas iglesias,  y como Cristo reúne en una sola Iglesia a todos los santos; cómo el Bautismo es un baño espiritual que purifica a las almas de la culpa del primer padre.

Mientras así enseña los artículos de la fe con elocuencia, impresiona a los sabios y al rey y ninguno se atreve a hacerle daño; así en efecto se ordena por medio de pregón del heraldo. Va y vuelve a menudo, pero porque no es capaz de convertir él solo.

ofm.org

Francisco, el santo del encuentro


Quien contempla en la iglesia superior de la Basílica de San Francisco, en Asís, los 28 famosos frescos en los que Giotto reproduce la vida del Poverello, comprueba que ninguno de ellos representa a Francisco en solitario. Siempre está rodeado de otras personas, o tiene a alguien a su lado. En el mismo eremitorio del monte Alverna, donde decide retirarse hacia el final de su vida, tiene a su lado a fray León. A las puertas de la muerte, manda que acudan en torno a su lecho todos los compañeros del lugar y celebra su despedida a la manera de Jesús: bendice un pan, lo parte y distribuye entre los presentes, bendice a todos y cada uno de ellos y manda que le canten el Cántico del hermano sol. El encuentro y la comunión, esos dos rasgos tan evidentes en las horas que precedieron a su muerte, caracterizan toda la vida de Francisco.

No tiene nada de extraño, por tanto, que los frescos en los que Giotto ha plasmado acontecimientos de la vida de Francisco, reproduzcan sobre todo encuentros: Francisco encuentra a un leproso, a un pobre, a una mujer ciega, a un rico hacendado, al papa, al sultán, etc.

Un diálogo respetuoso en medio de una guerra de religión

El encuentro con el sultán Malek Al-Kamil (1218-1223), en el año 1212, fue sin duda el más importante de todos esos encuentros. Tan llamativo fue que no sólo nos informan sobre él todas las fuentes franciscanas, sino también varios cronistas de fuera de la Orden e incluso una inscripción arábigo-musulmana. El hecho de que Francisco cruzara el mar en un barco de los cruzados y predicara al ejército cristiano, acampado ante los muros de Damieta, no fue lo más extraordinario. La fiebre de la cruzada había hecho presa en muchos, y el papa y sus aliados políticos se habían propuesto reconquistar los Santos Lugares. Lo más llamativo consistió en que el pequeño y enjuto hombrecillo de Asís lograra llegar a la presencia del sultán y pudiera predicarle —¡y regresar sano y salvo!—; de hecho los mahometanos habían puesto precio a la cabeza de los cristianos. Aquel encuentro sólo fue posible gracias a la forma, al método empleado por el misionero de Asís, un método con el que logró superar las barreras y que no es otro que el del diálogo y la renuncia a la violencia.

Y, en efecto, durante varios días el sultán y los suyos «le escucharon (a Francisco) con mucha atención la predicación de la fe en Cristo. Pero, finalmente, el sultán, temeroso de que algunos de su ejército se convirtiesen al Señor por la eficacia de las palabras del santo varón y se pasasen al ejército de los cristianos, mandó que lo devolviesen a nuestros campamentos con muestras de honor y garantías de seguridad, y al despedirse le dijo: «Ruega por mí, para que Dios se digne revelarme la ley y la fe que más le agrada.» Así describe el encuentro Jacobo de Vitry, a la sazón obispo de San Juan de Acre y presente en el campamento cristiano de Damieta (BAC 967b).

¿Una misión ineficaz?

Visto desde fuera, el éxito de este trabajoso viaje fue insignificante. Francisco no consiguió nada: ni el martirio anhelado ni la conversión del sultán, como tampoco logró la paz entre cristianos y musulmanes ni un entendimiento mediante el diálogo y la renuncia a las armas. Es como si esta ineficacia confirmara el concepto de misión de Francisco. Para Francisco, en efecto, lo importante en el encuentro con otros hombres y religiones no es el éxito visible, sino el testimonio de la propia vida. Así lo vemos claramente en su Regla de 1221, donde indica:

«Dice el Señor: He aquí que os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas.

»Así, pues, cualquier hermano que quiera ir entre sarracenos y otros infieles, vaya con la licencia de su ministro y siervo. Y el ministro déles licencia y no se la niegue, si los ve idóneos para ser enviados; pues tendrá que dar cuenta al Señor (cf. Lc 16,2) si en esto o en otras cosas procede sin discernimiento.

»Y los hermanos que van, pueden comportarse entre ellos espiritualmente de dos modos. Uno, que no promuevan disputas y controversias, sino que se sometan a toda humana criatura por Dios (1 Pe 2,13) y confiesen que son cristianos. Otro, que, cuando les parezca que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios para que crean en Dios omnipotente, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo, creador de todas las cosas, y en el Hijo, redentor y salvador, y para que se bauticen y hagan cristianos» (1 R 16,1-7).

Quien entra, en calidad de enviado de Jesús, en contacto con otras religiones, debe comportarse como él se comportó. Puede hallar, a pesar de su humildad y sencillez (ovejas, palomas), o precisamente debido a ellas, una dura oposición. Semejante vida misionera sólo puede llevarse a cabo «por inspiración divina», no por pura iniciativa propia. Francisco acentúa lo espiritual y subraya, igualmente, la «sumisión». Los conceptos elegidos por Francisco muestran cómo entiende él en principio la misión: ésta implica movilidad (ire, ir), sumisión a los no cristianos en medio de los cuales se vive (inter eos, entre ellos), oído fino y discernimiento para captar el Espíritu (spiritualiter, espiritualmente).*

El anuncio ocupa un segundo lugar. Y supone, una vez más, una llamada especial de Dios y la capacidad de comprender y valorar la situación concreta. El misionero no debe actuar intempestivamente. No es dueño, sino oyente de la Palabra. Debe comportarse, por tanto, también como oyente de la Palabra cuando vive entre no cristianos. Tiene que comprender las distintas situaciones y ver cuál es la voluntad de Dios. Sólo debe predicar cuando vea que esto le «agrada al Señor».

Principios básicos para el diálogo

Del comportamiento y de la Regla de san Francisco se deducen los siguientes principios básicos para el encuentro y el diálogo con otras religiones:

1. Tomar la iniciativa. Francisco no espera que el sultán vaya a su encuentro. Es él quien va al encuentro del sultán. Se sabe enviado.

2. Ser uno mismo. El diálogo es un encuentro entre dos personas. Francisco va al encuentro del sultán en calidad de cristiano. A los hermanos que van a misiones les exige que «se sometan» a los demás, pero también les exige que «se confiesen cristianos».

3. Confiar en el otro. A pesar de todas las advertencias en contra, Francisco atraviesa la línea de la muerte. Confía en Dios y, por tanto, confía en que los hombres tendrán una actitud abierta si uno se comporta con ellos con esa misma actitud de apertura.

4. Arriesgarse. Francisco se arriesga en cuerpo y alma al peligro de la muerte. No tiene nada que perder. Por eso gana: la amistad del sultán y un regreso con garantías de seguridad. Quien se entrega, se arriesga.

5. Renunciar a las armas y a la autodefensa. En la renuncia a la violencia y en la actitud pacífica está la alternativa a la cruzada. El diálogo no puede triunfar bajo la presión militar o psicológica.

6. Compartir la vida de los hombres. No querer estar por encima de ellos, sino vivir entre ellos y con ellos, compartiendo sus mismas condiciones de vida.

7. Someterse a los demás. Los hermanos no deben querer estar al mismo nivel que los demás, sino buscar siempre, en la medida de lo posible, una situación inferior.

8. Predicar más con la vida que con las palabras. Lo que más le impresionó al sultán no fue la palabra arrebatadora de Francisco (que tal vez ni siquiera entendía), sino su actitud resuelta, libre en relación con las cosas terrenas y pobre. En el encuentro entre religiones, en el que con frecuencia las palabras hieren más que apaciguan, lo principal es el ejemplo de la propia vida, la hospitalidad y acogida, el amor desinteresado.

9. Comprender más que querer ser comprendido. Con su disposición a escuchar, Francisco aprendió incluso de los musulmanes. Quiso introducir en Occidente su costumbre de postrarse a orar, a la llamada del muecín, pero no encontró ningún eco. El auténtico diálogo no es unilateral, conduce a la conversión recíproca y al mutuo enriquecimiento espiritual.

10. Beber en las fuentes más profundas. Francisco fue hasta el sultán movido «por inspiración divina», y el sultán le pidió: «Ruega por mí, para que Dios se digne revelarme la ley y la fe que más le agrada.» La relación con Dios preserva del autoensalzamiento y del endurecimiento. Quien desea el diálogo, lo busca siempre y en primer lugar con Dios. Ora.

LEONHARD LEHMANN, OFMCap

* El autor trata más ampliamente el tema en su artículo Rasgos esenciales del concepto franciscano de misión según 1 R 16, en Selecciones de Franciscanismo n. 45 (1986) 428-444.

Franziskus - der Heilige der Begegnung, en Wort und Antwort, Zeitschrift für Fragen des Glaubens. Dialog der Religionen, año 32, núm. 3 (1991) 139-140.

[Selecciones de Franciscanismo, vol. XXI, n. 62 (1992) 239-242]

Cuando san Francisco de Asís se reunió con el sultán egipcio



El viaje del papa Francisco a Egipto, del 28 al 29 de abril de 2017 y, en especial, su visita al imam Al-Azhar, evocan a un lejano precedente: el encuentro de san Francisco de Asís con el sultán Malik al-Kamil, en 1219. Aunque, históricamente, todos los detalles del relato no están comprobados, siguen siendo discutidos casi ocho siglos más tarde.

En 1219, la guerra causaba estragos entre los Cruzados y el Islam. Dos siglos más tarde, la tumba de Cristo sería reducida a polvo por las tropas del sultán. En la llanura egipcia de Damieta, en el delta del Nilo, los dos ejércitos se hacen frente.

El sultán Al-Kamil ha emitido un decreto que promete una gran recompensa en oro a cualquiera que traiga la cabeza de un cristiano. Por su lado, los Cruzados, comandados por Pelagio Galvani, intentan tomar el puerto de Damieta con la intención de conquistar Egipto.

Dos intentos previos de predicar el Evangelio
En estas circunstancias, san Francisco decide, en compañía del hermano Iluminado, ir a predicar el Evangelio en territorio musulmán. En un segundo intento, ya que “il Poverello d’Assisi” ya había intentado dar a conocer a Cristo en Tierra Santa, sin éxito.

El único relato detallado sobre este episodio del que disponen los historiadores está firmado por san Buenaventura. Es un escrito posterior al acontecimiento, de más de un siglo más tarde, y sobre todo pretende ensalzar la gloriosa epopeya del santo fundador de la orden franciscana.

Francisco, tras ser capturado por los sarracenos al tratar de franquear sus líneas, según cuenta san Bonaventura, pide una audiencia con el sultán y se la conceden.

Considerada un fracaso
El sobrino de Saladino le recibe con gran cortesía, según describe el cronista, pero esta visita es considerada un fracaso, ya que el santo no ha conseguido convencer al sultán de la validez de la religión cristiana. Ni tampoco obtuvo la palma del martirio.

Durante siete siglos, el episodio permanece relativamente fuera de los registros de los hagiógrafos de san Francisco. Incluso a pesar de que las fioretti de san Francisco informaran de que, al final, el sultán le habría murmurado: “Hermano Francisco, yo me convertiría de buena gana a la fe de Cristo, pero temo hacerlo ahora, porque, si éstos llegaran a saberlo, me matarían a mí y te matarían a ti con todos tus compañeros”.

Un detalle olvidado 
El padre Gwenolé Jeusset, franciscano, participó el 19 de septiembre de 2016 en Asís durante el encuentro “Sed de Paz: religiones y culturas en diálogo”. Recordando el mencionado episodio, este antiguo responsable de la Comisión franciscana para las relaciones con los musulmanes y miembro de la Comisión vaticana con el mismo propósito, añadió un detalle prácticamente olvidado hasta el siglo XX.

Se trata de la meditación que san Francisco mismo extrajo de su experiencia. “Los hermanos  que viven entre musulmanes y otros no cristianos -escribe el santo de Asís- pueden contemplar su función espiritual de dos maneras: o bien no hacer ni censuras ni disputas, ser sumisos a toda criatura humana a causa de Dios y confesar simplemente que son cristianos; o bien, si ven que esta es la voluntad de Dios, anunciar la Palabra de Dios con el fin de que los no cristianos crean en Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Creador de todas las cosas, y en su Hijo Redentor y Salvador, que se hagan bautizar y se conviertan en cristianos”.

La sonrisa de san Francisco
Por otro lado, Albert Jacquard escribe en La preocupación por los pobres (editorial Herder, 1996) que “el sultán no olvidó la sonrisa de Francisco, su dulzura en la expresión de una fe sin límite. Quizás este recuerdo fuera decisivo cuando decidió, diez años más tarde, cuando ninguna fuerza le obligaba, entregar Jerusalén a los cristianos”.

De modo que para “aquello que los ejércitos venidos de Europa no habían podido conseguir”, prosigue Jacquard, “(…) sin duda la mirada clara de Francisco había seguido haciendo su lento trabajo en la conciencia de este hombre abierto al pensamiento de los otros”.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Haciendo memoria, haciendo vida. A 40 años de la regla OFS - VI Parte -




-  Piedad mariana -

Aunque los franciscanos, como lo hemos descrito en los temas anteriores, tengamos a Cristo como centro de nuestra vida espiritual, sin embargo, quizá ninguna familia religiosa haya desarrollado una teología y espiritualidad marianas tan ricas como la nuestra. Y al estar en la víspera de la fiesta de la Inmaculada, a mi pensamiento llega en seguida el Bto. Duns Scoto, el teólogo que dio el golpe de gracia teológico sobre el dogma de la Inmaculada; y luego tenemos la obra monumental “El Mariale” de san Lorenzo de Brindis, cuyo cuarto centenario de su muerte vamos a celebrar el 22 de Julio del próximo año.

Fieles a esta línea mariana, la Regla de la OFS redacta así el número 9 de la misma:         La Virgen María, humilde sierva del Señor, siempre atenta a su palabra y a todas sus mociones, fue para San Francisco centro de indecible amor, y por él declarada Protectora y Abogada de su familia. Los Franciscanos seglares den testimonio de su ardiente amor hacia Ella por la imitación de su disponibilidad incondicional, y en la efusión de una confiada y consciente oración”.

Son varios los aspectos de la piedad mariana que nos presenta  este número y, por cierto, muy importantes.
Ante todo, nos presenta dos aspectos de la persona de la Virgen María, muy inspiradores para nosotros: es “la humilde sierva del Señor” y esa actitud le lleva a estar “atenta siempre a su palabra y a sus mociones”. Son  dos experiencias de la Virgen que las podemos ver como muy aplicables a nuestra vida.

Primero, vernos como humildes siervos del Señor. Desde el principio la Virgen María tiene clara conciencia de que es la sierva de Dios y por eso, ante el Ángel Gabriel se declara “su esclava”.

En segundo lugar, se habla de que está “siempre atenta a su palabra y a sus mociones”. Ello nos lo dice claramente ella misma, al respoder al Ángel: “que se haga en mí según su Palabra”. Aunque no tenga muy claro lo que Dios quiere de ella, confía en su gracia, en la que se manifiestan sus “mociones”; ella se va a dejar mover y guiar por las inspiraciones de Dios a donde tenga que ir: a Egipto, a Nazareth, a Judea siguiendo a Jesús, al Calvario y, sobre todo, las mociones interiores que garantizaran su fidelidad a la voluntad de Dios y a la misión de su Hijo.

Otro aspecto de esta piedad mariana franciscana es lo referente a san Francisco. Para él, la Virgen es, ante todo, “centro de indecible amor”. Por ello, toca su corazón el ver a María rodeada de ángeles, de tal manera que quiere que esa capilla de la Porciúncula sea como la cuna de la Orden. Se refiere a ella, al amor con que ella la recibe en su seno, para poner de relieve el gran misterio de amor y de humildad, que es la Eucaristía, en el que de nuevo “desciende sobre el altar” en las especies sacramentales. (Adm 1, 16-18).

Y en la antífona del Oficio de la Pasión, la invoca poniendo de relieve la singularidad de su persona, su actitud de esclava e hija del Padre celestial y la de madre del Señor Jesucristo y esposa del Espíritu Santo. En consecuencia, la declara “Protectora y Abogada” de la familia franciscana. Por ello, pone en la única antífona de ese Oficio, esta petición a María: “ruega por nosotros ante tu amado santísimo Hijo, Señor y Maestro” y, como he dicho antes, quiere que los hermanos, en todas las circunstancias importantes de su historia se reúnan a sus pies en la Porciúncula.

El tercer aspecto a considerar es cómo van a expresar y vivir los hermanos de la fraternidad franciscana seglar su piedad mariana. El centro de todo es su amor a Ella. Un amor ardiente, es decir, un amor tierno y filial, que se va a manifestar, no sólo en palabras o alabanzas, sino sobre todo en su testimonio de vida, de manera que se pueda decir “de tal madre tales hijos” porque ellos van a tener esa “disponibilidad incondicional”, que ella tuvo, para servir a Dios, a  la Iglesia y a cualquiera en necesidad.

También hay otro aspecto, no tan tomado en cuenta al hablar de la Virgen: “en la efusión de una confiada y consciente oración”. María, con una confianza desconcertante, incluso para su hijo, se acerca a él en las bodas de Caná y le dice: “Hijo, a ver qué haces, se les está acabando el vino”. Y al mismo tiempo su oración es consciente; aunque no entienda bien las cosas, como cuando se le anuncia que va a ser la madre del Mesías o como cuando ve que los pastores y Magos vienen a rendirle homenaje o cuando oye que Herodes lo quiere matar o que la gente dice que su hijo está loco. María lo guarda todo en su corazón en actitud orante y contemplativa. Y porque es consciente de lo desconcertante y misterioso de lo que le pasa a su Hijo, calla y hace oración.

Ojalá que en este tiempo en que en algunos lugares la atención a la Virgen María va desvaneciéndose, en otros se malentiende y en otros se queda en una dimensión puramente afectuosa y ocasional, la fraternidad franciscana seglar sea punto de referencia de una piedad mariana propia de cómo Francisco la vio y como la Iglesia la ve hoy en su teología: en el centro del misterio de la redención, en el centro de la vida y misión de la Iglesia, como “estrella de la evangelización”.

Hno. Jesús Ma. Bezunartea, OFMCap.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Populismos, totalitarismos y paz




Uno de los fenómenos a los que, actualmente, se le está prestando más atención es a los denominados “populismos”, relacionados con las realidades de hegemonía cultural, política y económica. Tal como ha sido estudiado por pensadores y autores de diversas corrientes. Estas cuestiones sociales y políticas, esenciales para la vida de las personas y de los pueblos, pueden ser iluminadas por la filosofía y teología, por la ética y la moral-doctrina social de la iglesia con los Papas como Francisco. 

Empecemos diciendo que, como nos indica el mismo Francisco, el término populismo es ambiguo y tiene diversas connotaciones, según los autores o las realidades donde se trate. En una conocida entrevista que le hicieron, el Papa afirma que es “una palabra equívoca porque en América Latina el populismo tiene otro significado. Allí significa el protagonismo de los pueblos, por ejemplo los movimientos populares. Se organizan entre ellos… es otra cosa”.

Y, en dicha entrevista, sigue mostrando Francisco esa ambigüedad y cara oscura del populismo, poniendo como ejemplo a Hitler y la Alemania nazi. En donde, con una situación de crisis y por buscar una supuesta identidad como pueblo-nación o patria, se acabó con la vital relación y encuentro con los otros pueblos. Aupando al totalitarismo de Hitler, perpetrando la barbarie nazi y el holocausto judío. Un ejemplo paradigmático de lo que puede ser esa versión negativa y nefasta del populismo que, desgraciadamente como nos sigue mostrando el Papa, sigue cobrando actualidad. En diversas ocasiones, Francisco nos ha alertado de esos populismos perversos. "El populismo es maligno y termina mal, como demostró el siglo pasado", dijo el Papa en otra entrevista. Y ante los políticos europeos afirmó que “no se puede limitar a gestionar la grave crisis migratoria de estos años como si fuera un problema numérico, económico o de seguridad. La solidaridad es elemento central de la vitalidad…, el antídoto más eficaz contra los populismos modernos y la falta de valores de nuestro tiempo que alimentan los extremismos”.

De esta forma, con lo anteriormente expuesto, creemos que tenemos elementos de análisis y juicio o valoración que, junto a los que nos muestra la filosofía o la teología con la iglesia y los Papas como Francisco, nos aportan claves para tratar dicha realidad del populismo. Con sus significados complejos o diversos en la relación con la realidad social, política e histórica. Ciertamente, como nos enseña lo más valioso del pensamiento social y ético, la autoridad primera y de base reside en el pueblo que mediante la democracia, se dota de responsables y mecanismos jurídicos-políticos. Lo que posibilita el gobierno de las diversas realidades como la nación o país y el estado, los pueblos y realidades internacionales… Esta es una clave de toda política y democracia real: las personas, los pueblos y los pobres de la tierra son los sujetos protagonistas y gestores de la vida humana, social, civil-pública, socioeconómica y cultural al servicio del bien común. De ahí que, en esta línea, otra clave o entraña de la política y la democracia es su base ética. Asentada en la naturaleza humana, antropológica de la persona con sus dimensiones y valores o principios morales, razonables y universales que hagan posible el bien común. Tales como la defensa de la vida y dignidad de las personas, los deberes y derechos humanos, el desarrollo humano e integral, la libertad democrática y autogestión, la solidaridad internacional y la justicia social-global en la opción liberadora por (con) los pobres de la tierra.

Una democracia, autoridad o ley y pueblo que no esté cimentado sobre esta entraña antropológica y ética, en el servicio y respeto a la persona con los valores o principios morales universales, acaba atrapado en la dominación, totalitarismo y en un populismo perverso. Así nos lo muestra la realidad histórica e indica el Papa, como sucede en la actualidad. Esta democracia real, participativa o autogestionaria y ética está fundada en estos valores o principios de la vida social, transmitidos por Francisco, tales como "la realidad está antes que la idea". Las ideas e ideologías no pueden ser lo primero, sino el hacernos cargo de la realidad, el cargar y encargarnos de la realidad. La realidad de las personas y de los pueblos, la realidad social e histórica con la opción por los pobres como clave hermenéutica. Y, de esta forma, ejercer el discernimiento de los signos de los tiempos, cuyo signo permanente y principal son los pueblos crucificados por el mal e injusticia. El principio-misericordia en la “memoria passionis” de las víctimas y oprimidos de la historia, que asume compasiva y solidariamente la realidad de sufrimiento e injusticia que padecen las personas, los pueblos y los pobres de la tierra. "El todo es mayor que la parte" es un principio esencial ya que nos muestra la universalidad, la clave católica, de la ética y del amor fraterno que sólo es auténtico si realiza este bien universal, la solidaridad internacional y la justicia mundial. Con una moral cosmopolita, una equidad global y una liberación planetaria e integral de todo mal e injusticia que domine la tierra, más allá de toda barrera y frontera.

Se acaba en el populismo insano, corporativista y egolátrico cuando se pone primero la patria, la nación e intereses nacionales por encima de esta conciencia ética universal en la solidaridad internacional, en la justicia mundial con todos los pueblos y los pobres de la tierra. Es esencia de la fe, en el Evangelio de Jesús e iglesia, esta universalidad (catolicidad) del amor fraterno, de la solidaridad y justicia que derriba todo muro, frontera y barrera, todo aquello que nos hace indiferentes o separa y excluye del resto de la familia humana; que nos libera de todo lo que impide la fraternidad universal con toda la humanidad. Este amor fraterno universal que opta por los pobres de la tierra y víctimas de la historia, a los que se les niega verdadera y realmente esta universalidad de la caridad (amor fraterno), de la solidaridad internacional y la justicia global. Ya que se les daña y viola su vida, su dignidad y derechos. Se trata del principio de "asumir el conflicto en la unidad fraterna". Adquirir conciencia moral de las dominaciones, desigualdades e injusticias que causan el egoísmo, el individualismo posesivo e insolidario con sus ídolos del poder, de la violencia y riqueza-ser rico que niegan esta comunión, fraternidad, paz y justicia universal.

Es clave respetar y acoger la diversidad de culturas, creencias, espiritualidades y religiones con una búsqueda del diálogo y encuentro intercultural e inter-religioso para la paz. La acogida y promoción de todos estos valores o virtudes de la cultura de los pueblos, de sus tradiciones como la religiosidad popular que muestran la fe y espiritualidad de las gentes más sencillas, más humildes. Es la sabiduría popular de los pobres con su existencia solidaria, los valores o virtudes de la vida y solidaridad, como nos muestran esta cultura y religiosidad popular de los pobres. Lo que realmente, en la realidad social e histórica, contrasta con la dominación e injusticia que padecen estos pueblos empobrecidos y oprimidos a manos de los poderes políticos, económicos e ideológicos. Hay que tener una conciencia crítica, ética y liberadora: ante la dependencia, dominación, desigualdad e injusticia que sufren los pueblos y los pobres a todos los niveles, ya sea cultural, político, social y económico; frente a las esclavitudes e idolatrías del poder, de la violencia y de la riqueza-ser rico que nos afectan a todos, a las personas, a los pueblos y a los mismos pobres.

La civilización del trabajo y de la pobreza, frente a la del capital y de la riqueza, son un antídoto imprescindible contra los populismos, violencias e injusticias. El principio del trabajo sobre el capital, ya que lo primero es la vida y dignidad de la persona trabajadora, el sujeto vivo del trabajo que es el ser humano con sus deberes y derechos, por encima del lucro o ganancia. Un trabajo decente con salario digno, con unas condiciones laborales humanizadoras, etc. Es una economía al servicio de las personas, de los pueblos y de los pobres, del bien común, que sirve a las necesidades y desarrollo humano liberador e integral. En contra de la idolatría del capital y de la nación, de los ídolos del mercado, del estado y la competitividad que, convertidos en falsos dioses, sacrifican en su altar del beneficio o del dominio a los pueblos y pobres. El principio y valor-virtud de la solidaridad fraterna se realiza en la pobreza solidaria y evangélica, los "pobres de (con) espíritu", con la comunión de vida, de bienes y de luchas liberadoras por la justicia con los pobres de la tierra. Lo cual nos va humanizando, realizando y dando la felicidad; frente a estos ídolos de la riqueza-ser rico, del tener, poseer y consumir, de la “buena vida” del lujo, derroche y hedonismo.

Esta civilización de la pobreza, frente a la idolátrica de la riqueza-ser rico, realiza la santidad en esta comunidad e iglesia pobre con los pobres. En el amor, la caridad, la paz y la no violencia, el perdón, la reconciliación fraterna y la justicia con los empobrecidos del mundo. Es la vida de pobreza, en justicia liberadora con los pobres, que pone el ser (fraterno y solidario), la solidaridad, por encima del tener con sus idolatrías de la posesión y de la propiedad- el propietarismo posesivo e individualista-, antes que el consumismo y productivismo. Lo que posibilita la equidad y la justicia en el valor del destino del universal de los bienes, que tiene la prioridad sobre la propiedad, la ecología integral en la vida sobria, sostenible para el cuidado del planeta y de las personas, acogiendo el clamor liberador de la tierra y de los pobres.

Todo lo expuesto hasta aquí, como nos transmite la filosofía o teología. Por ejemplo lo más valioso de la teoría crítica, el personalismo y el mismo pensamiento iberoamericano, como nos enseña la fe en Jesús e iglesia con los Papas como Francisco, podrá impedir caer en los populismos perversos, en los totalitarismos e injusticias. Tal como han dominado e impuesto en nuestra época los fascismos, el comunismo colectivista o colectivismo y el (neo-)liberalismo economicista con el capitalismo. Estos totalitarismos, elitismos e individualismos no dejan que las personas, los pueblos y los pobres sean los sujetos protagonistas de su promoción, desarrollo y procesos de liberación integral. Negando así el principio de que "el tiempo es superior al espacio", que queda borrado por las idolatrías del poder, la violencia y la riqueza-ser rico. Desde estas claves, principios y valores expuestos se hace posible un sano o adecuado populismo como afirma el Papa, entendido como una verdadera educación y cultura (promoción) popular. Una buena ética, filosofía y teología del pueblo en el desarrollo humano, solidario, universal, espiritual e integral con los pueblos, la humanidad y los pobres de la tierra como autores de su existencia. Tal como se nos revela en Jesús, es el Dios de la vida, de los pueblos y de los pobres que nos libera de toda idolatría: la del estado, patria, nación, poder, mercado, capital y riqueza-ser rico que como falsos dioses dan muerte e injusticia.

Ph. D. Agustín Ortega 

Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología).  Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador en diversas universidades e instituciones universitarias y educativas latinoamericanas. Autor de distintas publicaciones, libros y artículos.

viernes, 19 de octubre de 2018

Haciendo memoria, haciendo vida. A 40 años de la regla OFS - V Parte -




El mes pasado comentaba la primera parte del n. 8 de la Regla, sobre la dimensión contemplativa de esta forma de vida, inspirados en Cristo, y hacía referencia también al Padre San Francisco. En el mismo número se trata un tema fundamental, al que quiero dedicar mi reflexión en este mes y que, por supuesto, es una fuente fecunda de contemplación y lo fue para san Francisco. El texto dice así:
Participen de la vida sacramental de la Iglesia, especialmente de la Eucaristía, y asóciense a la oración litúrgica en alguna de las formas propuestas por la misma Iglesia, reviviendo así los misterios de la vida de Cristo”.

Aquí se resume la vida litúrgica del hermano franciscano, fuente de toda la vida espiritual. Por supuesto, no podía faltar el acento en la Eucaristía, que en la mente de la Iglesia es “fuente y cima de toda la vida cristiana”, según la Const. Lumen Gentium, 11.

La participación en la liturgia ha de ser según otra Constitución Conciliarplena, consciente y activa” (SC 14); y en el n. 11 se añade “fructuosamente”. Son adjetivos que comportan actitudes muy comprometedoras y que cambiarían la imagen de muchas de nuestras comunidades eclesiales radicalmente. No faltan entre nuestros cristianos quienes todavía piensan más en el aspecto del “cumplimiento moral” que en el fruto espiritual y en la dimensión eclesial y vivencial de nuestras celebraciones litúrgicas. Y para ello, ante todo es necesaria una formación doctrinal litúrgica, que no se ofrece en muchas de nuestras parroquias y fraternidades de la OFS, pero que tampoco se echa en falta de parte de la mayoría de los que frecuentan las celebraciones de nuestras parroquias.

A fortalecer lo anterior vienen las palabras de otro documento (Instrucción General del Misal Romano) al decir que la participación de los fieles ha de ser “en cuerpo y mente, una participación ferviente de fe, esperanza y caridad" (IGMR, n. 18). ¿Necesitan explicación estas palabras? Son suficientemente claras y expresivas. Decimos después de la consagración eucarística: “Este es el misterio de nuestra fe”; pero sabemos que es también un misterio del amor inefable de Dios a la humanidad en la persona de su Hijo Jesucristo y todo ello da sentido y razón a nuestra esperanza. Por ello, la celebración de la liturgia tendrá sentido y fruto en nosotros en la medida en que crezcamos en estas tres virtudes teologales.

En segundo lugar se pide que nos unamos “a la oración litúrgica en alguna de sus formas”; es lo que llamamos Liturgia de las Horas, que en la actualidad está al alcance de todos los cristianos, ya que los libros para ello están disponibles para todos en las librerías católicas. Esta parte de la liturgia es una fuente abundante de vida espiritual; en ella encontramos las palabras adecuadas para orar, inspiración para meditar y contemplar “los misterios de la vida de Cristo”, como se dice en este texto. Los Salmos, las lecturas bíblicas, las de los santos Padres, los cánticos, constituyen una gran riqueza de la tradición eclesial que, a raíz del Concilio, la Iglesia ha querido poner a disposición de todos. ¡Qué bueno sería que las fraternidades de la OFS recibieran una iniciación a esta oración y que las fraternidades se juntarán diaria o semanalmente o con cierta frecuencia para rezar alguna de estas Horas en común!

Vuelvo a la última frase del párrafo: “reviviendo así los misterios de la vida de Cristo”. Ojalá se nos graben estas palabras, pues en estos misterios está el verdadero sentido de la Liturgia: “revivir” ante todo. No es un mero recuerdo histórico o una ocasión para conseguir gracias o aumentar la gracia santificante, como se decía en tiempos pasados, sino que es, ante todo, la celebración de los misterios salvadores de Cristo, que son nuestros, y no es lo mismo asistir a una celebración que celebrar. ¡Cuántos simplemente asisten! Pero estos misterios serán salvadores sólo y en la medida que los hagamos nuestros o, en palabras de San Pablo, en tanto en cuanto tengamos “los mismos sentimientos de Cristo” (Fil 2, 5).

Ello conlleva que en cualquier celebración litúrgica, tomemos esa parte “activa y consciente”, que se expresa de muchas formas, y que manifiesta nuestra participación comprometida. Lejos de esto está ya aquella mentalidad del pasado, pero que todavía se oye: “voy a oír Misa”, de parte de laicos o “voy a decir Misa”, de parte de clérigos sacerdotes. Y es por esa nueva mentalidad y actitud que se dice que es la asamblea creyente (iglesia) la que celebra la Eucaristía; los novios son los ministros del sacramento del matrimonio; en la Reconciliación penitente y ministro tienen una parte activa; el bautismo lo puede administrar cualquier cristiano con la fe del que lo recibe y, en general, todos los sacramentos serán tanto más eficaces cuanto más sea la participación “activa y consciente, ferviente de fe, esperanza y caridad, de cuerpo y mente” del ministro, del sujeto receptor y de la comunidad eclesial participante.

Y para concluir, en relación a este revivir los misterios, cito unas palabras de San Francisco en la Admonición  primera: “Mirad cómo se humilla cada día, lo mismo que cuando, desde el trono real, vino al seno de la Virgen; cada día viene a nosotros en humildes apariencias; cada día desciende del seno del Padre sobre el altar en las manos del sacerdote” (16-18).

Hno. Jesús Ma. Bezunartea








miércoles, 26 de septiembre de 2018

Paz y perdón en la experiencia de reconciliación


Como es sabido, una de las enseñanzas y prácticas más significativas que nos transmitió el Dios revelado en Jesús fue el perdón. Así nos lo enseña el Evangelio. “Entonces Pedro, acercándose a él, dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mt 18, 21-2). Jesús nos manifiesta este camino de paz, no violencia y reconciliación en el que la experiencia del perdón es clave para irnos liberando del odio, del resentimiento, la venganza y toda violencia.

“Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 33-34). Sin esta práctica constante y permanente del perdón, como nos mostró Jesús hasta en la cruz, no es posible la vivencia de la paz y del amor fraterno. El sentirse perdonado y perdonar nos posibilita la sanación de las heridas, conflictos, peleas y daños que los seres humanos nos causamos mutuamente. 

Dios en Cristo nos ha regalado su Gracia (Don) del Amor que nos perdona y cura de estos males, violencias y odios destructores de la persona, que nos libera de toda agresión, mal e injusticia que nos causamos los unos a los otros. Así nos lo transmitió San Francisco, por ejemplo en el relato de los tres ladrones: “aunque hubiéramos cometido infinitos pecados, todavía es más grande la misericordia de Dios; según el Evangelio y el apóstol San Pablo, Cristo bendito ha venido a la tierra para rescatar a los pecadores” (Florecillas 26). Francisco de Asís nos muestra pues a ese Dios de la misericordia que siempre nos acoge, perdona y reconcilia. 

En este sentido, el Papa Francisco en su visita a la Porciúncula con motivo del VIII Centenario del Perdón de Asís, nos enseña que “el mundo necesita el perdón. Demasiadas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio; porque, incapaces de perdonar, arruinan su propia vida y la de los demás. En lugar de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz”. Francisco nos asegura que el Señor nos ha hecho un gran regalo “enseñándonos a perdonar para experimentar en carne propia la misericordia del Padre”. Además, nos recuerda que debemos perdonar a una persona que nos ha hecho mal “porque nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados, e infinitamente más. Sabemos bien  que estamos llenos de defectos y recaemos frecuentemente en los mismos pecados. Sin embargo, Dios no se cansa de ofrecer siempre su perdón cada vez que se lo pedimos”.

Y este es un “perdón pleno, nos sigue comunicando el Papa, que nos da la certeza de que Él tiene piedad de nosotros y no deja de amarnos. Nuestro Padre se apiada siempre cuando estamos arrepentidos, y nos manda a casa con el corazón tranquilo y sereno, diciéndonos que nos ha liberado y perdonado todo. El perdón de Dios no conoce límites; va más allá de nuestra imaginación y alcanza a quien reconoce, en el íntimo del corazón, haberse equivocado y quiere volver a Él. Dios mira el corazón que pide ser perdonado. El problema surge cuando nosotros nos ponemos a confrontarnos con nuestro hermano que nos ha hecho una pequeña injusticia…Cuando estamos nosotros en deuda con los demás, pretendemos la misericordia. En cambio, cuando estamos en crédito, invocamos la justicia. Este no puede ser el estilo de vida de los cristianos. Limitarnos a lo justo no nos mostraría como discípulos de Cristo, que han obtenido misericordia a los pies de la cruz sólo en virtud del amor del Hijo de Dios”. 

Acoger este Don y experiencia del perdón es fuente de humanización, ternura y compromiso por la justicia. El sentirnos amado y perdonados nos reconcilia con nosotros mismos, con los otros y con Dios. De esta forma, se hace posible el agradecimiento a ese amor y la humildad de sentirnos frágiles, limitados y vulnerables que son motivación y sentido para la militancia por un mundo mejor, más justo y fraterno como quiere Dios. 

En esta línea, el perdón supone la memoria y la verdad, recordar y reconocer la realidad de mal e injusticia. Implica la solidaridad compasiva y la justicia con las víctimas, en la restitución de este daño y maldad injusta causada, que abre al perdón y a la reconciliación. Un perdón sincero requiere esta verdad real, con el reconocimiento del daño y mal realizado, y la realización de la justicia para restituir todo el mal e injusticia que sufren las víctimas. Todo este proceso de verdad, justicia y reconciliación culmina en el perdón fraterno del otro para re-comenzar juntos de nuevo el camino de la paz.

No podemos dejar de recordar aquí, para terminar, el gesto que tuvo San Juan Pablo II con Ali Ağca, la persona que trató de asesinarlo, disparando e hiriendo de muerte al Papa. San Juan Pablo II iría después a la cárcel a visitarlo y diría: “hablé con él como con un hermano al que he perdonado, y quien tiene toda mi confianza…La verdadera paz no tiene que ver sólo con estructuras y mecanismos. Realmente, sobre lo que descansa es sobre la adopción de un estilo de vida de coexistencia humana, marcada por la aceptación mutua y la capacidad de perdonar de corazón. Todos necesitamos ser perdonados por otros, entonces todos debemos estar listos para perdonar. Pedir y dar perdón es algo de lo que cada uno de nosotros merecemos profundamente”

Ph. D. Agustín Ortega

Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología).  Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador en diversas universidades e instituciones universitarias y educativas latinoamericanas. Autor de distintas publicaciones, libros y artículos.
















miércoles, 16 de mayo de 2018

Paz y vida en la bioética global con una ecología integral

La Sagrada escritura y la teología nos muestran la verdadera utopía que sueña Dios para toda la humanidad: una vida humanizadora, digna, feliz, realizada, plena y eterna. Tal como se manifiesta en la Revelación Bíblica, es el Dios de la vida que, con su Alianza salvífica- su plan e historia de salvación-, nos regala el don de la paz, de la justicia y de la liberación integral del mal, de todo ataque a la vida e injusticia. Este Revelación llega a su culmen con Jesús de Nazaret, el Dios encarnado, que ha venido para traernos vida y vida en abundancia (Jn 10, 10) con su Reino de amor fraterno, de paz y justicia con los pobres de la tierra. Jesús Crucificado-Resucitado, en la Pascua salvadora, nos regala su Espíritu que nos da vida y nos hace hijos de Dios en el amor fraterno, liberándonos del mal, de toda esclavitud, ley injusta y muerte (Rm 8). La primera comunidad de seguidores de Jesús e iglesia acogió toda esta espiritualidad y ética de la vida. Y promueve la defensa de la vida en todas sus fases, desde el inicio con la fecundación-concepción del no nacido, y dimensiones con la justicia con los pobres, oprimidos y víctimas; frente a todo mal, violencia, agresión a la vida e injusticia causadas por los poderosos y ricos. Tal como nos enseña la Didaché o Enseñanza de los Doce Apóstoles, una de las primeras enseñanzas de este cristianismo originario.

“No mates, no adulteres, no corrompas a los menores, no forniques, no robes, no practiques la magia o la hechicería, no mates al hijo por aborto, ni quites la vida al recién nacido. No codicies los bienes del prójimo…Perseguidores de los buenos, aborrecedores de la verdad, amadores de la mentira, desconocedores de los castigos de la justicia, sin afecto por lo bueno y lo justo, despiertos no para el bien sino para el mal; alejados de toda mansedumbre y paciencia, amantes de la vanidad, buscadores de recompensas, que no se compadecen de los pobres, no se ocupan de los afligidos, no reconocen a su creador, asesinos de sus hijos, corruptores de la obra de Dios por el aborto, ellos rechazan a los indigentes, y los oprimen más en su aflicción, patrocinadores de los ricos, jueces injustos de los pobres errando en todas las cosas” (Didaché).

Esta tradición bíblica-apostólica, con la defensa de la vida y dignidad de todo ser humano para una paz justa en un desarrollo humano e integral, la continúa la iglesia contemporánea y actual. Así nos lo transmite el Concilio Vaticano II (GS 27) y San Juan Pablo II (EV 3), en contra de “todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de coacción psicológica; todo lo que ofende a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables; todas estas cosas y otras semejantes son ciertamente oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia y son totalmente contrarios al honor debido al Creador” (Vaticano II, GS 27; EV 3).

San Juan Pablo II, en su citada encíclica sobre la vida (EV), señala como símbolos elocuentes del amor a la vida, esos “signos de esperanza”, la conciencia ética “cada vez más contraria a la guerra como instrumento de solución de los conflictos entre los pueblos. Y orientada cada vez más a la búsqueda de medios eficaces, pero « no violentos », para frenar la agresión armada. Además, en este mismo horizonte se da la aversión cada vez más difundida en la opinión pública a la pena de muerte, incluso como instrumento de « legítima defensa » social, al considerar las posibilidades con las que cuenta una sociedad moderna para reprimir eficazmente el crimen de modo que, neutralizando a quien lo ha cometido, no se le prive definitivamente de la posibilidad de redimirse. También se debe considerar positivamente una mayor atención a la calidad de vida y a la ecología, que se registra sobre todo en las sociedades más desarrolladas, en las que las expectativas de las personas no se centran tanto en los problemas de la supervivencia cuanto más bien en la búsqueda de una mejora global de las condiciones de vida. Particularmente significativo es el despertar de una reflexión ética sobre la vida. Con el nacimiento y desarrollo cada vez más extendido de la bioética se favorece la reflexión y el diálogo —entre creyentes y no creyentes, así como entre creyentes de diversas religiones— sobre problemas éticos, incluso fundamentales, que afectan a la vida del hombre” (EV 27). 

Todo ello, sigue afirmando el Papa, frente a “la violencia contra la vida de millones de seres humanos, especialmente niños, forzados a la miseria, a la desnutrición, y al hambre, a causa de una inicua distribución de las riquezas entre los pueblos y las clases sociales. La violencia derivada, incluso antes que de las guerras, de un comercio escandaloso de armas, que favorece la espiral de tantos conflictos armados que ensangrientan el mundo. La siembra de muerte que se realiza con el temerario desajuste de los equilibrios ecológicos, con la criminal difusión de la droga, o con el fomento de modelos de práctica de la sexualidad que, además de ser moralmente inaceptables, son también portadores de graves riesgos para la vida…Las amenazas contra la vida humana, ¡son tantas sus formas, manifiestas o encubiertas, en nuestro tiempo! Estamos frente a una realidad más amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera « cultura de muerte». Esta estructura está activamente promovida por fuertes corrientes culturales, económicas y políticas, portadoras de una concepción de la sociedad basada en la eficiencia. Mirando las cosas desde este punto de vista, se puede hablar, en cierto sentido, de una guerra de los poderosos contra los débiles. La vida que exigiría más acogida, amor y cuidado es tenida por inútil, o considerada como un peso insoportable y, por tanto, despreciada de muchos modos.” (EV 10, 12).

Tal como se observa, y nos está insistiendo el Papa Francisco, la ética y la fe con la iglesia promueven una bioética global en una ecología integral, para el cuidado y justicia con todas las víctimas, los pobres, los excluidos y esa casa común que es el planeta tierra. Así nos testimoniaron todo ello testigos de la paz y de la justicia como Luther King, Gandhi o el querido Mons. Romero, un santo y mártir del Dios de la vida, de la fe y de la justicia con los pobres (cf. por ejemplo su Homilía del 3er. Domingo de Cuaresma, 18 de marzo de 1979). Y últimamente los curas y obispos villeros en Argentina que, con su comunicado “con los pobres abrazamos la vida”, expresan una defensa de la vida integral, desde el inicio frente al aborto o eugenesia y en todos los terrenos. Con "acciones concretas que realizamos en nuestros barrios para que  se viva bien, se viva con dignidad; nuestra opción es por la vida como viene, sin grises…Nuestra experiencia de vecinos, fruto de una consagración, es la de haber aprendido de los villeros a amar y cuidar la vida. No necesitamos agregar más muertes. Nuestros barrios necesitan propuestas de vida digna. Y una sociedad que proteja al más débil". En contra de estos poderes del capital, del estado e ideológicos, con sus estructuras sociales e históricas de pecado, que dañan y niegan la vida de todos estos seres humanos vulnerables, indefensos, empobrecidos y excluidos. 

Es, como nos comunica Francisco, la cultura del descarte y la globalización de la indiferencia ante dicho mal, injusticia y cultura de la muerte. Además, nos debemos liberar de incoherencias e ideologizaciones en torno a la protección de la vida. En este sentido, Francisco afirma que “no puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos. Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada…. Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad -por poner sólo algunos ejemplos-, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona” (LS 91, 117).

Como reconoce Francisco con el magisterio de la iglesia junto con la ciencia, “la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien determinadas” (EV 60; DV 78-79). En esta línea, la Universidad Jesuita Pontificia Comillas (Madrid) esclarece que “el conocimiento de la biología molecular del embrión y del feto nos llevan a la convicción de que desde la concepción nos encontramos ante una nueva vida humana distinta de sus progenitores y que, aunque dependiente y en fase de desarrollo, merece el respeto y la protección de la que gozan todos los seres humanos” (Declaración “defensa de la vida humana naciente y protección de toda mujer gestante”). De esta forma, como explica Zubiri, “en el germen está ya todo lo que en su desarrollo constituirá lo que suele llamarse hombre, sin transformación ninguna, sólo por desarrollo; porque el germen es ya un ser humano”. Desde la propia filosofía, un pensador no creyente como Gustavo Bueno afirma que “el germen, el embrión, el feto e infante tienen una vida individual propia y autónoma respecto de la madre. Y acabar con su vida es como un regreso o retroceso reaccionario a la época de la barbarie”. 

La iglesia con los Papas como Francisco nos llaman a un creíble movimiento pro-vida, que esté liberado de incoherencias e ideologizaciones que impiden defender la vida y dignidad de toda persona en todo su desarrollo, aspectos y con el cuidado de la hermana tierra. En una conversión ecológica integral. Tal como nos acaba de transmitir, “es nocivo e ideológico el error de quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista. O lo relativizan como si hubiera otras cosas más importantes o como si solo interesara una determinada ética o una razón que ellos defienden. La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente” (Papa Francisco, GE 101).
Ph. D. Agustín Ortega


Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología).  Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y, actualmente, de la UNAE (Universidad Nacional de Educación) así como invitado en diversas universidades latinoamericanas. Autor de diversas publicaciones, libros y artículos.