“No mates, no adulteres, no corrompas a los menores, no forniques, no robes, no practiques la magia o la hechicería, no mates al hijo por aborto, ni quites la vida al recién nacido. No codicies los bienes del prójimo…Perseguidores de los buenos, aborrecedores de la verdad, amadores de la mentira, desconocedores de los castigos de la justicia, sin afecto por lo bueno y lo justo, despiertos no para el bien sino para el mal; alejados de toda mansedumbre y paciencia, amantes de la vanidad, buscadores de recompensas, que no se compadecen de los pobres, no se ocupan de los afligidos, no reconocen a su creador, asesinos de sus hijos, corruptores de la obra de Dios por el aborto, ellos rechazan a los indigentes, y los oprimen más en su aflicción, patrocinadores de los ricos, jueces injustos de los pobres errando en todas las cosas” (Didaché).
Esta tradición bíblica-apostólica, con la defensa de la vida y dignidad de todo ser humano para una paz justa en un desarrollo humano e integral, la continúa la iglesia contemporánea y actual. Así nos lo transmite el Concilio Vaticano II (GS 27) y San Juan Pablo II (EV 3), en contra de “todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de coacción psicológica; todo lo que ofende a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables; todas estas cosas y otras semejantes son ciertamente oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia y son totalmente contrarios al honor debido al Creador” (Vaticano II, GS 27; EV 3).
San Juan Pablo II, en su citada encíclica sobre la vida (EV), señala como símbolos elocuentes del amor a la vida, esos “signos de esperanza”, la conciencia ética “cada vez más contraria a la guerra como instrumento de solución de los conflictos entre los pueblos. Y orientada cada vez más a la búsqueda de medios eficaces, pero « no violentos », para frenar la agresión armada. Además, en este mismo horizonte se da la aversión cada vez más difundida en la opinión pública a la pena de muerte, incluso como instrumento de « legítima defensa » social, al considerar las posibilidades con las que cuenta una sociedad moderna para reprimir eficazmente el crimen de modo que, neutralizando a quien lo ha cometido, no se le prive definitivamente de la posibilidad de redimirse. También se debe considerar positivamente una mayor atención a la calidad de vida y a la ecología, que se registra sobre todo en las sociedades más desarrolladas, en las que las expectativas de las personas no se centran tanto en los problemas de la supervivencia cuanto más bien en la búsqueda de una mejora global de las condiciones de vida. Particularmente significativo es el despertar de una reflexión ética sobre la vida. Con el nacimiento y desarrollo cada vez más extendido de la bioética se favorece la reflexión y el diálogo —entre creyentes y no creyentes, así como entre creyentes de diversas religiones— sobre problemas éticos, incluso fundamentales, que afectan a la vida del hombre” (EV 27).
Todo ello, sigue afirmando el Papa, frente a “la violencia contra la vida de millones de seres humanos, especialmente niños, forzados a la miseria, a la desnutrición, y al hambre, a causa de una inicua distribución de las riquezas entre los pueblos y las clases sociales. La violencia derivada, incluso antes que de las guerras, de un comercio escandaloso de armas, que favorece la espiral de tantos conflictos armados que ensangrientan el mundo. La siembra de muerte que se realiza con el temerario desajuste de los equilibrios ecológicos, con la criminal difusión de la droga, o con el fomento de modelos de práctica de la sexualidad que, además de ser moralmente inaceptables, son también portadores de graves riesgos para la vida…Las amenazas contra la vida humana, ¡son tantas sus formas, manifiestas o encubiertas, en nuestro tiempo! Estamos frente a una realidad más amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera « cultura de muerte». Esta estructura está activamente promovida por fuertes corrientes culturales, económicas y políticas, portadoras de una concepción de la sociedad basada en la eficiencia. Mirando las cosas desde este punto de vista, se puede hablar, en cierto sentido, de una guerra de los poderosos contra los débiles. La vida que exigiría más acogida, amor y cuidado es tenida por inútil, o considerada como un peso insoportable y, por tanto, despreciada de muchos modos.” (EV 10, 12).
Tal como se observa, y nos está insistiendo el Papa Francisco, la ética y la fe con la iglesia promueven una bioética global en una ecología integral, para el cuidado y justicia con todas las víctimas, los pobres, los excluidos y esa casa común que es el planeta tierra. Así nos testimoniaron todo ello testigos de la paz y de la justicia como Luther King, Gandhi o el querido Mons. Romero, un santo y mártir del Dios de la vida, de la fe y de la justicia con los pobres (cf. por ejemplo su Homilía del 3er. Domingo de Cuaresma, 18 de marzo de 1979). Y últimamente los curas y obispos villeros en Argentina que, con su comunicado “con los pobres abrazamos la vida”, expresan una defensa de la vida integral, desde el inicio frente al aborto o eugenesia y en todos los terrenos. Con "acciones concretas que realizamos en nuestros barrios para que se viva bien, se viva con dignidad; nuestra opción es por la vida como viene, sin grises…Nuestra experiencia de vecinos, fruto de una consagración, es la de haber aprendido de los villeros a amar y cuidar la vida. No necesitamos agregar más muertes. Nuestros barrios necesitan propuestas de vida digna. Y una sociedad que proteja al más débil". En contra de estos poderes del capital, del estado e ideológicos, con sus estructuras sociales e históricas de pecado, que dañan y niegan la vida de todos estos seres humanos vulnerables, indefensos, empobrecidos y excluidos.
Es, como nos comunica Francisco, la cultura del descarte y la globalización de la indiferencia ante dicho mal, injusticia y cultura de la muerte. Además, nos debemos liberar de incoherencias e ideologizaciones en torno a la protección de la vida. En este sentido, Francisco afirma que “no puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos. Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada…. Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad -por poner sólo algunos ejemplos-, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona” (LS 91, 117).
Como reconoce Francisco con el magisterio de la iglesia junto con la ciencia, “la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien determinadas” (EV 60; DV 78-79). En esta línea, la Universidad Jesuita Pontificia Comillas (Madrid) esclarece que “el conocimiento de la biología molecular del embrión y del feto nos llevan a la convicción de que desde la concepción nos encontramos ante una nueva vida humana distinta de sus progenitores y que, aunque dependiente y en fase de desarrollo, merece el respeto y la protección de la que gozan todos los seres humanos” (Declaración “defensa de la vida humana naciente y protección de toda mujer gestante”). De esta forma, como explica Zubiri, “en el germen está ya todo lo que en su desarrollo constituirá lo que suele llamarse hombre, sin transformación ninguna, sólo por desarrollo; porque el germen es ya un ser humano”. Desde la propia filosofía, un pensador no creyente como Gustavo Bueno afirma que “el germen, el embrión, el feto e infante tienen una vida individual propia y autónoma respecto de la madre. Y acabar con su vida es como un regreso o retroceso reaccionario a la época de la barbarie”.
La iglesia con los Papas como Francisco nos llaman a un creíble movimiento pro-vida, que esté liberado de incoherencias e ideologizaciones que impiden defender la vida y dignidad de toda persona en todo su desarrollo, aspectos y con el cuidado de la hermana tierra. En una conversión ecológica integral. Tal como nos acaba de transmitir, “es nocivo e ideológico el error de quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista. O lo relativizan como si hubiera otras cosas más importantes o como si solo interesara una determinada ética o una razón que ellos defienden. La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente” (Papa Francisco, GE 101).
Ph. D. Agustín Ortega
Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología). Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y, actualmente, de la UNAE (Universidad Nacional de Educación) así como invitado en diversas universidades latinoamericanas. Autor de diversas publicaciones, libros y artículos.
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