De entrada, quiero decir que estoy convencido de que
hoy tiene su lugar relevante en la Iglesia, que su carisma tiene un mensaje
importante para los laicos y para nuestro mundo laico y secularizado y, por
tanto, lo es también para la Iglesia en su compromiso tibiamente asumido de
promover a los laicos dentro de su vida y de su misión.
Quiero, para empezar, ceñirme, efectivamente, a las
primeras palabras del Capítulo II de la Regla, titulado “La forma de vida”. Con
los dos primeros breves párrafos me parece más que suficiente para aportar mi
grano de arena a lo que podemos hacer en este aniversario: releer y valorar en
clave de actualidad esta Regla de vida de nuestros hermanos de la OFS. Este es
el texto, que reproduzco literalmente:
“La Regla y la vida de los
Franciscanos seglares es ésta: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo siguiendo el ejemplo de San Francisco de Asís, que hizo de Cristo el
inspirador y centro de su vida con Dios y con los hombres”.
“Cristo, don del amor del Padre,
es el camino hacia Él, es la verdad en la cual nos introduce el Espíritu Santo,
es la vida que Él ha venido a traer abundantemente”.
A
continuación y como conclusión de estos dos párrafos, hay un tercero que
recomienda la lectura del santo
Evangelio y la aplicación a la vida, lógico pero no necesario para mi interés
ahora.
Creo que
en estos párrafos se pone de relieve el tripié de la vida y misión de nuestra
Tercera Orden, como me gusta llamarla: el Evangelio, Francisco y Jesucristo.
Diría que
el primero –el Evangelio- es el contenido ocupacional de esta vida, el segundo –Francisco-
es el guía y el tercero –Jesucristo- es la inspiración y ejemplo.
Ante
todo, quiero llamar la atención sobre la expresión “guardar”, que es al mismo tiempo, una expresión común pero
profundamente evangélica y contemplativa, pues nos recuerda a María, que “guardaba todas esas cosas y las meditaba en
su corazón” (Lc 2, 19). ¿Qué les parece? Ser lectores contemplativos del
Evangelio. Y para ello, claro, tener el corazón sencillo de María, el corazón
de “la esclava del Señor”, que le
dice: “hágase en mí según tu Palabra”.
No puede ser de otra forma, y así se cumple lo que se recuerda como prólogo de
esta Regla en la Exhortación de San Francisco a los Hermanos y Hermanas de
Penitencia:
“Somos
esposos cuando, por el Espíritu Santo, el alma fiel se une a nuestro Señor Jesucristo.
Somos para él hermanos cuando hacemos la voluntad del Padre que está en los
cielos; madres, cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo, por
el amor divino y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por medio
de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo”.
Y es que
pensar en “guardar” bajo una acepción
moral, es falta de comprensión y de respeto hacia el Evangelio, que es Buena
Nueva. Por eso, la predicación inicial de Jesús, según el evangelio de Marcos
es: “Conviértanse y crean en el Evangelio”
(1, 15). No es “conviértanse y cumplan el
Evangelio”. Por otra parte, mientras el ser humano ha sentido y siente, en
edad adulta, un rechazo a las personas y actitudes impositivas, se abre y
simpatiza con las personas y actitudes invitacionales y afables. ¡Cuánto tiene
que ver esto, a la hora de querer evangelizar a nuestro mundo postmoderno, tan reacio a lo moral y obligatorio”.
Sigue a
continuación la referencia a San Francisco, de quien se dice que “hizo de Cristo el inspirador y centro de su
vida con Dios y con los hombres”. Algo que lo vemos y leemos en sus
escritos y biografías, como dice, por ejemplo su primer biógrafo oficial: “Jesús en el corazón, Jesús en los labios,
Jesús en los oídos, Jesús en los ojos, Jesús en las manos, Jesús presente
siempre en todos sus miembros. Porque con ardoroso amor llevaba y conservaba
siempre en su corazón a Jesucristo, y éste crucificado, fue señalado
gloriosamente sobre todos con el sello de Cristo”(I Cel, 115).
Y para no
alargarme en esto, sólo citaré el testimonio de santa Clara cuando dice en su
Testamento: “El Hijo de Dios se ha hecho
para nosotros camino, y ese camino nos lo ha mostrado y enseñado, con la
palabra y el ejemplo, nuestro padre san Francisco, verdadero amante e imitador
suyo” (v. 5).
Por fin,
la referencia a Cristo es de una riqueza exuberante, que incluye un compendio
de espiritualidad; de una espiritualidad, propia de un hijo/a y seguidor o
seguidora de Francisco en esta vida evangélica, que está marcada decisivamente
por la relación personal con Cristo.
Ante
todo, él es “don del amor del Padre”,
como nos lo dice el discípulo que fue tocado especialmente por el amor: “tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo”
(Jn 3,16). Que nadie dude o se atreva a decir “Dios no me ama”, porque allí
está Cristo, que ha venido, como él mismo lo dice, a “buscar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10) y “deja a las noventaynueve ovejas en el aprisco y se va en busca de la
descarriada” y “hay más alegría en el
cielo por un pecador que se convierte que por noventaynueve justos que no
necesitan conversión” (Lc 15, 4-7).
Y, como
nos dice el mismo discípulo amado: “es el
camino hacia Él” (Jn 14, 6). En medio de tantos caminos que se ofrecen hoy
por falsos profetas, “encantadores de
serpientes” y “charlatanes”, como
dice el Papa Francisco en su mensaje de Cuaresma, en Cristo tenemos el camino
seguro, aunque sea tortuoso y estrecho, “que
conduce a la Vida” (Mt 7, 13-14).
Es “ verdad en la cual nos introduce el Espíritu
Santo”, porque, en palabras de Jesús, este Espíritu es el compañero, el
maestro, el abogado y el consolador que
“nos conduce a la verdad completa”(Jn 14, 26).
Y Él es “la vida que ha venido a traer abundantemente”
(Jn 10, 10); porque los cristianos que nuestro mundo necesita hoy, como en el
tiempo de Francisco, no pueden ser mediocres sino radicales. Vivimos tiempos de
renovación, de reforma, de rebeldía en la Iglesia y en la sociedad, como lo fue
en el tiempo de Francisco. Su carisma evangélico se abrió camino en medio de
todos los grupos reformistas y ha dado frutos abundantes y permanentes de
santidad, de sabiduría y de evangelización a lo largo de ocho siglos. ¿Podrá
seguir sirviendo a la sociedad y a la Iglesia, necesitadas ambas de testigos
fehacientes de verdad y de vida? La Orden Franciscana Seglar tiene parte de la
respuesta.
De nuevo,
volviendo al mensaje mencionado, el Papa nos dice que “da la impresión de que la caridad se ha apagado en muchos corazones,
pero no se apaga en el corazón de Dios”. He aquí una forma concreta para la
Fraternidad Seglar de la Tercera Orden de hacer presente esta vida abundante de
Cristo en nuestro tiempo: revitalizar el amor en el corazón de muchos mediante
la fraternidad viva, comprometida en el aquí y ahora de nuestro mundo, de nuestra sociedad, de nuestra Iglesia. Ésta
será la garantía para que el Evangelio de Cristo, vivido radicalmente por
Francisco de Asís, pueda ser una aportación válida de toda nuestra familia
franciscana a la evangelización.
Hno.
Jesús Ma. Bezunartea, OfmCap.
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