Después de poner de relieve en la primera parte el
lugar fundamental de Cristo en la forma de vida evangélica de la OFS, quiero
abundar en ello, siguiendo la lectura del segundo capítulo. No voy a agotar
toda la enseñanza sobre el tema; me fijaré en dos puntos que están íntimamente
relacionados y que describen una vida en comunión con Cristo.
Aunque estamos más acostumbrados a describir el
ideal franciscano como “seguimiento” de Cristo, creo que no es ajeno a san
Francisco este concepto de comunión con Cristo; más aún, me atrevería a decir
que describe mejor su relación personal con él. ¿Qué otra imagen y experiencia
proyecta sobre su persona el decir que
es “otro Cristo”, conformado con él incluso externamente en la gracia
extraordinaria de sus estigmas?
¿Cómo llegar a esta experiencia de comunión en la vida
de los hermanos de la OFS? Su Regla nos da dos sugerencias o, nos sugiere dos
medios.
Lo primero: “Busquen
la persona viviente y operante de Cristo”.
El Evangelio nos habla dos veces de la búsqueda, que
nos interesa recordar aquí. Nos dice Jesús que “ante todo busquemos el Reino de Dios y su justicia” (Mt 6, 32), y
entre las parábolas nos dice una muy breve pero muy importante: “un mercader que anda buscando perlas finas,
al encontrar una de gran valor, vende todo lo que tiene y la compra” (Mt
13, 45-46).
Por otra parte, haciendo referencia a la “persona viviente y operante de Cristo”,
no podemos menos de recordar una palabra semejante de Francisco en su Regla al
decir a los hermanos: “aspirar sobre
todas las cosas a poseer el espíritu del Señor y su santa operación” (R.B.
X, 9).
Con todo esto, entendemos que esta búsqueda de Cristo es el contenido de
ese “ante todo”; no hay otra realidad
en nuestra vida que pueda priorizar nuestros deseos que la “persona de Cristo”, en él encontramos “el Reino de Dios” con toda su riqueza (“justicia”).
Siempre recuerdo al mencionar el término buscar, las
palabras de un himno de la Liturgia de las Horas: “lo buscas es que lo tienes” (Pascal). La búsqueda es la primera
experiencia operativa de comunión con Cristo. También se dice que para que la
búsqueda no sea inútil hay que buscar donde se puede encontrar.
Por ello, se dice aquí dónde los hermanos pueden
encontrar a Cristo, a saber: en los
hermanos, sin especificar, por tanto en toda persona, que es nuestro
prójimo por una razón o por otra, pues como Jesús nos dijo: “ustedes son todos hermanos” (Mt 23, 8) y
el prójimo es todo el que está junto a ti, conocido o desconocido, amigo o
enemigo (Lc 10, 29-37).
En segundo lugar en
la Sagrada Escritura. Sabemos cómo san Francisco fue un amante y adorador
de Cristo en su Palabra: “Y dondequiera
que encuentre los santísimos nombres y su palabras escritas, los quiero recoger
y ruego que sean recogidos y colocados en lugar decoroso” (Testamento 12).
No es éste el lugar para extenderme sobre el tema, pero sí quiero, por una
parte, recordar las sabias palabras de san Jerónimo: “ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo” y, por otra, la oportunidad
que la Iglesia nos da hoy a todos de conocer la Palabra de Dios, máxime si
hemos de asumir responsablemente su labor evangelizadora.
Y la presencia “viviente
y operante de Cristo” la encontramos en
la Iglesia. En estos tiempos en que la Iglesia, como en tiempos de
Francisco, es tan ignorada y ofendida por muchos, los hermanos franciscanos
estamos invitados con urgencia a encontrar a Cristo en ella, pues él mismo lo
dijo: “donde dos o tres estén reunidos en
mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Y nos daría tema
para un largo discurso hablar de la dimensión eclesial de nuestro Padre
Francisco; sólo citaré unas palabras de su Testamento: “Después me dio el Señor y me da tanta fe en los sacerdotes, que viven
conforme a las normas de la santa Iglesia…” (v. 6).
Finalmente, buscar y encontrar a Cristo en las acciones litúrgicas. No sé si es
la expresión más apropiada, pero ella tiene el matiz de expresar la
responsabilidad de los celebrantes: ministros y asamblea, de celebrar, como nos
dice el Concilio, de manera que lleve a “una
participación plena, consciente y activa” (S.C.14; CIC 1141). El texto
citado de esta Regla hace referencia a las palabras de San Francisco: “Nada veo corporalmente en este mundo del
mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y sangre”, como “inspiración y guía de la vida eucarística”.
El segundo medio para cultivar la comunión con la persona de Cristo, viviente y operante, es: “conformar su modo de pensar y de obrar al de Cristo”, que supone un
“cambio interior radical” y que “debe actualizarse cada día”, conversión
que se llama evangélica, en contraste con la conversión ascética, que cuida
sólo las prácticas de penitencia, o la conversión moral, que mira al cambio de
ciertas actitudes de vida.
Si bien es importante este cambio radical interior,
que nos une y conforma a Cristo, también lo es la “actualización”, que –según el texto- “debido a la fragilidad humana”, está siempre en peligro de
descuidarse. Precisamente, en este aspecto, son sabias y oportunas las palabras
de Santa Clara, dirigidas a sus hermanas en el Testamento: “Una vez, pues, que hemos entrado por el
camino del Señor, guardémonos de apartarnos de él en manera alguna por nuestra
culpa, negligencia e ignorancia…” (v. 74).
Hoy en día, todos los miembros de las tres Órdenes
tenemos muchos medios para superar la ignorancia, pero ¿cuáles son los medios
para superar la “negligencia”? Creo
que toca lo más profundo de nuestra conversión. No se puede compaginar una
verdadera conversión con una conversión negligente o una conversión que no se
actualiza y renueva interior y exteriormente.
Interiormente, refiriéndonos a la
propia experiencia de conversión, de una comunión “viva y operante con Cristo”, que nos transforme cada día de manera
que también nosotros crezcamos “en edad y
gracia ante Dios”; exteriormente, porque ese crecimiento también sea “ante los hombres” (Lc 2, 52); porque Jesús
nos lo encomendó: “brille su luz ante los
hombres que viendo sus buenas obras, glorifiquen al Padre que está en los cielos”
(Mt 5, 16). Y como dice el santo en su carta a los Fieles: “Puesto que soy servidor de todos, a todos
estoy obligado a servir y a suministrar las perfumadas palabras de mi Señor” (I
Cta. II, v.2).
Hno. Jesús Ma. Bezunartea, OfmCap.
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