Este artículo, forma parte de mi colaboración con la Conferencia Franciscana de México (COFRAMEX) para la formación en la paz, con la elaboración de materiales educativos y formativos para dicho fin. Con la campaña que se inicia este 1 de Enero, “Familia Franciscana, constructores de paz y de bien” y su lema: “hagamos el bien, busquemos la paz”. Los diversos estudios o ciencias sociales y la propia fe e iglesia, con su doctrina moral y social, nos muestran claramente que si no se promueve la solidaridad, justicia, derechos y el desarrollo humano e integral: se generan los conflictos, violencias y guerras. Por ejemplo, el Papa Francisco viene enseñando e insistiendo en esta realidad clave de una paz justa, con equidad que libere del mal, desigualdades e injusticias que padecen los pueblos y pobres; que termine con el actual sistema socio-económico que es injusto en su raíz y que, con sus estructuras sociales perversas, impiden la vida, dignidad y desarrollo (EG 59).
“Los mecanismos de la economía actual promueven una exacerbación del consumo, pero resulta que el consumismo desenfrenado unido a la inequidad es doblemente dañino del tejido social. Así la inequidad genera tarde o temprano una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás. Sólo sirven para pretender engañar a los que reclaman mayor seguridad, como si hoy no supiéramos que las armas y la represión violenta, más que aportar soluciones, crean nuevos y peores conflictos. Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones, y pretenden encontrar la solución en una «educación» que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países —en sus gobiernos, empresarios e instituciones— cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes” (EG 60)
Como nos enseña en LS, el Papa Francisco denuncia proféticamente la actual política y economía que no se orientan al bien común. Ya que están esclavizadas por los ídolos del rédito económico y por conservar o acrecentar el poder. Lo que provoca guerras o acuerdos espurios, donde lo que menos interesa es preservar el ambiente y cuidar a los más débiles (LG 198). Todo lo anterior, supone ir a las causas de todas desigualdades e injusticias que sufren los pobres de la tierra, por ejemplo las que sufren los hermanos migrantes y refugiados. Tal como nos ha recordado Francisco en su mensaje para la Jornada de la Paz 2018 (n. 2). Los migrantes, refugiados y el resto de los pobres de la tierra se movilizan en la búsqueda de un futuro con más vida, dignidad y derechos, por un mundo con más justicia y paz.
“La necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar, no sólo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que sólo podrá llevarla a nuevas crisis. Los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras. Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales” (EG 202).
Para lo cual, es necesario e imprescindible que toda persona y creyente desarrolle su inherente dimensión pública, el amor civil y político, la caridad política, que es una vital virtud ética y espiritual (teologal). “El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a «las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas». Por eso, la Iglesia propuso al mundo el ideal de una «civilización del amor». El amor social es la clave de un auténtico desarrollo: «Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la vida social –a nivel político, económico, cultural–, haciéndolo la norma constante y suprema de la acción»” (LS 231)
Asimismo por tanto, unido inseparablemente a esta transformación socio-política y estructural que erradique el sistema injusto que domina, hay que realizar un cambio profundo (conversión) a nivel personal y espiritual. Una renovación del corazón y del alma, una nueva mente y conciencia, que en la fe supone acoger la Gracia de Dios con su Don de la paz y justicia liberadora. Para llevar una vida austera, sobria, ecológica y de pobreza solidaria con los pobres (LS 216-227). Es la existencia de paz, alegría y felicidad desde la comunión de amor y pobreza fraterna en solidaridad de vida, bienes y compromiso por la justicia con los pobres de la tierra. Lo que nos trae la salvación liberadora del mal y pecado del egoísmo con sus idolatrías de la riqueza-ser rico, del poder y de la violencia, del poseer y tener que se imponen sobre este ser persona fraterna, solidaria y pacífica.
“La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo” (EG 231).
El Dios encarnado en Jesús, el niño pobre con su familia obrera y empobrecida, nos entrega esta salvación en el amor fraterno, paz y justicia con los pobres (Lc 2, 8-20) que nos libera de todos estos falsos dioses. Tales como el mercado, el capital o el estado-nación que sacrifican la vida de los inocentes, víctimas y pobres en el altar del beneficio, lucro y poder. El Dios que se encarna en Jesús nos dona todo este auténtico sentido y real felicidad de la vida, nos regala el Don (Gracia) del amor, la paz justa y vida humanizadora, realizada, plena y eterna. Como nos han testimoniado los santos y testigos de la fe, por ejemplo como todo un paradigma de esta paz justa y ecología integral, los queridos San Francisco de Asís o Francisco de Roma.
Dr. Agustín Ortega Cabrera Ph. D.
Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología). Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y, actualmente, de la UNAE (Universidad Nacional de Educación) así como invitado en diversas universidades latinoamericanas. Autor de diversas publicaciones, libros y artículos.
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