lunes, 19 de marzo de 2018

Obispos de México sobre el Proceso Electoral 2018


NUEVO DOCUMENTO DE LOS OBISPOS MEXICANOS SOBRE EL PROCESO ELECTORAL 2018


“En la actualidad, como en otros momentos debemos recordar que “en las situaciones concretas, y teniendo siempre en cuenta la solidaridad que nos es debida, es necesario reconocer una legítima variedad de opciones [políticas] posibles. Una misma fe cristiana puede conducir a compromisos diferentes.” (Cfr. Paulo VI, Octogesima Adveniens, 50). Esto quiere decir que la fe cristiana trasciende las propuestas políticas concretas y deja en libertad a los fieles, para que elijan en conciencia de acuerdo a los principios y valores que han descubierto en la experiencia de la fe.”

La Regla OFS cumple 40 años


Este año se celebra el cuadragésimo aniversario de la publicación de la Regla de la Orden Franciscana Seglar del Papa Beato Pablo VI con la carta apostólica Seraphicus Patriarca del 24 de junio de 1978. Este año 2017 los cuatro Asistentes Generales de la OFS dedican el boletín Koinonia a este aniversario con el tema general: “Vivir el carisma franciscano secular en el mundo de hoy: 40 años después de la Seraphicus Patriarca”. En el primer número publicado a mitad de abril, fr. Amando Trujillo Cano TOR, escribe sobre el tema “Sacerdotes de Dios, buscadores de Cristo: Los franciscanos seculares y su relación con Dios”. “La razón más alta de la dignidad humana es la vocación del hombre a la unión con Dios y desde su nacimiento, el hombre está invitado a entrar en diálogo con Él. El hombre existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó, y por el amor de Dios que lo conserva” (GS 19). Dios es aquel que en primer lugar busca al hombre en su amor. Una búsqueda que el profeta Jeremías experimenta como una seducción irresistible al corazón: “Me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir; me has hecho violencia y has prevalecido” (Jr 20,7). En su Testamento, también San Francisco de Asís indica como su conversión comenzó por la iniciativa de Dios. Así, Fr. Amado demuestra como la Regla de la OFS sigue esta lógica por la que los Franciscanos Seculares, seducidos por el amor de Dios, encuentran el camino para responder en el Espíritu de Cristo el Señor para ser testigos valientes de Cristo resucitado. Lee los artículos que se publican cuatro veces al año aquí.
Estos artículos están pensados como instrumentos de formación permanente para los hermanos y las hermanas de la OFS y para los Asistentes Espirituales. Buen trabajo con  Koinonia 2017.
Fray Francis Bongajum Dor, OFM Cap.
Asistente General OFS-Jufra.

Carta Pastoral del CELAM 2018

El Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) dio a conocer la Carta Pastoral “Discípulos Misioneros Custodios de la Casa Común, Discernimiento a la luz de la Laudato si’”, sobre ecología integral. El documento del Celam expresa la voz de los obispos, en comunión con el papa Francisco y su encíclica Laudato si, desde una mirada latinoamericana, se lee en la presentación del documento.

“Queremos entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común” y especialmente “sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta”, lo cual implica “buscar juntos caminos de liberación” que conduzcan a la “verdadera sabiduría” y al planteamiento de “respuestas integrales”, señalan más adelante.

En el documento, los Obispos convocan a toda la Iglesia a asumir el enfoque de una Ecología Integral c”omo dimensión constitutiva de la evangelización en el Continente. Asimismo se hacen denuncias ante los graves atentados contra la vida y dignidad de los pobres por parte de la industria extractivista contra los pueblos indígenas y la Casa Común.

La Carta Pastoral será entregada a todos los presidentes y secretarios generales de las Conferencias Episcopales de América Latina y El Caribe. Además, la presidencia del Celam la entregará al papa Francisco en la audiencia que tienen prevista para mayo.

El padre Darío Bossi, directivo de la red Iglesias y Minería, se mostró muy emocionado al comentar la importancia de este documento: “Nos alegra ver que nuestros obispos se han pronunciado sobre este importante tema para América Latina, ya discutido en Laudato si’ y otros documentos; la nueva carta del Celam será, sin duda, una herramienta muy útil para nosotros en nuestro trabajo con comunidades y parroquias”.


jueves, 15 de marzo de 2018

Carta del Papa Francisco al Ministro General de los Capuchinos


Queridísimo Padre Mauro:

me siento muy contento de habernos encontrado recientemente, junto a los frailes de las Familias franciscanas. Te estoy muy agradecido por los saludos navideños que has querido acompañar con un presente de caridad que rápidamente reservé para los hermanos marcados por el dolor y marginalidad. La Navidad suscita en nosotros la urgencia de saciar la sed de amor a Jesús en el servicio a los más pobres entre los pobres como nos enseña San Francisco cuando contemplaba el misterio del Amor no amado.

Mientras respondo tu carta, levanto la mirada hacia el Pesebre y pienso en el camino al que los llevará el Capítulo General marcado por la reflexión compartida acerca de la Ratio Formationis Ordinis. Mirando la pequeñez del niño Jesús, contemplo la obediencia, y me resuena en el corazón las palabras de Pablo a los Filipenses «Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús: el cual, siendo de condición divina, no retuvo el privilegio de ser como Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Apareciendo en su porte como hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (2,5-8).

Es lo que se lee en las Constituciones de la Compañía de Jesús: «La verdadera obediencia no mira a quién se hace, sino por quién se hace; y si se hace solo por nuestro Creador y Señor, es a Él, Señor de todos, que se obedece» (84), San Ignacio lo deduce del pensamiento propuesto en la Legenda maior S. Francisci escrita por San Buenaventura: «[…] el verdadero obediente: no juzga por qué lo trasladan de una parte a otra; no se preocupa del lugar donde vaya a ser colocado ni insiste en que se lo cambie de lugar; si es promovido a un alto cargo, mantiene su habitual humildad; cuanto más honrado se ve, tanto más indigno se siente» (c/VI,4)

La Vida Consagrada, por lo tanto, les está agradecida a ustedes Franciscanos por este carisma que se expresa en la obediencia al Evangelio sine glossa y extrae del misterio de la humanidad de Jesús la mansedumbre, la pobreza y la humildad para vivir en la alegría de la fraternidad que trasfigura el mundo. La minoridad se transforme entonces en la brújula para orientar el camino que están recorriendo. No hay pobreza sin obediencia ni tampoco humildad y castidad. La obediencia nos permite salir de nosotros mismos para vivir la auténtica libertad evangélica. Esta es la profecía, contra el germen de la anarquía, que en estos tiempos el diablo siembra a manos llenas.

Te deseo a vos y a toda la Fraternidad franciscana poder vivir el misterio de la Navidad de Jesús como los pastores la comprendieron, en esa noche, yendo «sin demora» (cf. Lc 2,16) a adorar al Señor.

Los bendigo de corazón y, por favor, recen por mí.

Franciscus

lunes, 12 de marzo de 2018

La fe ante el mal de las guerras y de las armas



Como es sabido, el Dios revelado en Jesús y su Evangelio del Reino nos viene a traer el amor fraterno, la vida, el perdón, la reconciliación y la paz. Tal como se nos manifiesta en las Bienaventuranzas, en el Sermón del Monte y en la Pascua del Crucificado-Resucitado, Jesús se opuso a toda violencia y guerras. Cristo rechazó los conflictos armados y todo daño causado al otro. En el mismo momento en el que lo apresan y crucifican, poniendo coherentemente en práctica su mensaje, Jesús no quiere ejercer la violencia contra los poderes que lo llevan a la cruz, aún más, los perdona. Siguiendo a Jesús, el cristianismo originario con la primera iglesia siguió todo este camino de paz, oponiéndose a las guerras con sus ejércitos. Los primeros cristianos fueron pioneros de la objeción de conciencia e insumisión militar, negándose a estar en ningún ejército ni guerra, lo cual era un requisito para estar en la iglesia.

El movimiento mendicante con los frailes trinitarios, dominicos y franciscanos continúa con todo este Evangelio de la Paz y no aceptan ninguna cruzada violenta para la misión, al servicio de la fe. En este sentido, es paradigmático el acontecimiento de Francisco de Asís en su encuentro fraterno con el sultán Malik al-Kamil, al que el Pobre de Asís acude en son de paz y desarmado. Rechazando así toda esta guerra y cruzada militar. Inspirado en todo este Evangelio, testimonios contemporáneos como Gandhi, Luther King, H. Cámara o Mons. Romero prosiguieron todo esta acción no violenta en la lucha por la paz, por la solidaridad y la justicia con los pobres de la tierra. Los Papas como Benedicto XV exigieron que se pusiera fin a las guerras mundiales y, en palabras de Benedicto XVI, "tuvo la valentía de afirmar que ese conflicto era "una matanza inútil". Pío XI, por ejemplo con sus encíclicas Mit brennender Sorge o Non abbiamo bisogno, y posteriormente Pío XII se opusieron a los totalitarismos y fascismos con su odio, violencia y genocidios como el alemán con Hitler y el nazismo o el italiano. 

Juan XXIII (PT) y el Concilio Vaticano II (GS) siguen promoviendo todo este compromiso por la paz y en contra de las guerras que son injustas e inmorales, en oposición a las armas  y alentando al desarme mundial (GS 82). “Toda acción bélica que tienda indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras, o de extensas regiones junto con sus habitantes, es un crimen contra Dios y la humanidad que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones" (GS 80). Hay que buscar toda esta cultura de paz, leyes e instituciones que hagan posible el que "pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra" (GS 82). "La carrera de armamentos es la plaga más grave de la humanidad y perjudica a los pobres de manera intolerable. Hay que temer seriamente que, si perdura, engendre todos los estragos funestos cuyos medios ya prepara" (GS 81). Es el compromiso por la paz y por erradicar toda esta industria militar, con todo el incontable e injusto gasto bélico, que debe destinarse a la erradicación de la desigualdad e injusticia del hambre o la pobreza. Y, de esta forma, ir logrando un desarrollo humano e integral (GS 81)

En esta línea, en su primera y programática encíclica (RH), Juan Pablo II a la luz del Evangelio del amor fraterno, solidario y de la justicia con los pobres nos muestra que, “en vez del pan y de la ayuda cultural a los nuevos estados y naciones que se están despertando a la vida independiente, se les ofrece a veces en abundancia armas modernas y medios de destrucción. Puestos al servicio de conflictos armados y de guerras…, una forma de «patriotería», de imperialismo, de neocolonialismo de distinto tipo. Todos sabemos bien que las zonas de miseria o de hambre que existen en nuestro globo, hubieran podido ser «fertilizadas» en breve tiempo, si las gigantescas inversiones de armamentos que sirven a la guerra y a la destrucción, hubieran sido cambiadas en inversiones para el alimento que sirvan a la vida. Es posible que esta consideración provoque también nuevas acusaciones contra la Iglesia. Esta, en cambio, no disponiendo de otras armas, sino las del espíritu, de la palabra y del amor, no puede renunciar a anunciar «la palabra... a tiempo y a destiempo». Por esto no cesa de pedir a todos en nombre de Dios y en nombre del hombre: ¡no matéis! ¡No preparéis a los hombres destrucciones y exterminio! ¡Pensad en vuestros hermanos que sufren hambre y miseria! ¡Respetad la dignidad y la libertad de cada uno!”  (RH 16).

Frente a toda violencia, muerte y conflicto bélico, San Juan Pablo II nos sigue enseñando: “¡nunca más la guerra!». ¡No, nunca más la guerra!, que destruye la vida de los inocentes, que enseña a matar y trastorna igualmente la vida de los que matan, que deja tras de sí una secuela de rencores y odios, y hace más difícil la justa solución de los mismos problemas que la han provocado. Así como dentro de cada Estado ha llegado finalmente el tiempo en que el sistema de la venganza privada y de la represalia ha sido sustituido por el imperio de la ley, así también es urgente ahora que semejante progreso tenga lugar en la Comunidad internacional. No hay que olvidar tampoco que en la raíz de la guerra hay, en general, reales y graves razones: injusticias sufridas, frustraciones de legítimas aspiraciones, miseria o explotación de grandes masas humanas desesperadas, las cuales no ven la posibilidad objetiva de mejorar sus condiciones por las vías de la paz. Por eso, el otro nombre de la paz es el desarrollo. Igual que existe la responsabilidad colectiva de evitar la guerra, existe también la responsabilidad colectiva de promover el desarrollo. Y así como a nivel interno es posible y obligado construir una economía social que oriente el funcionamiento del mercado hacia el bien común, del mismo modo son necesarias también intervenciones adecuadas a nivel internacional. Por esto hace falta un gran esfuerzo de comprensión recíproca, de conocimiento y sensibilización de las conciencias “(CA 52)

Lo cual recuerda y valora profundamente Benedicto XVI. “Pablo VI y Juan Pablo II, en sus memorables discursos ante la Asamblea de las Naciones Unidas, repitieron en nombre de la Iglesia: ¡nunca más la guerra! Desde este lugar de paz, en el que los horrores de las "matanzas inútiles" se experimentan con mayor intensidad como inaceptables, renuevo el llamamiento a seguir con tenacidad el camino del derecho, a rechazar con determinación la carrera de armamentos y la tentación de afrontar nuevas situaciones con viejos sistemas" (Benedicto XVI, 22 de Julio del 2007) Y el Papa Francisco afirma lo mismo: “no más, nunca más la guerra. Nunca más esta «inútil matanza»”, como dijo Benedicto XV…Ésta es la guerra: la destrucción de nosotros mismos. Éste es el fruto de la guerra: la muerte” (Papa Francisco, 2 de Noviembre del 2017). Francisco ha denunciado que vivimos en “una tercera guerra mundial por partes, a pedazos, en todas partes. Las guerras son un negocio, continúa criticando Francisco, son guerras comerciales para vender armas, para que se enriquezcan los mercaderes de la muerte. Los poderosos no quieren la paz porque la mayoría de ellos vive de las guerras y hacen negocios con la venta de armas”. Son guerras para imponer un imperialismo económico, saqueando los bienes y recursos de los pobres a través del actual e injusto sistema económico, comercial y financiero que es salvaje. “A las guerras hechas de enfrentamientos armados se suman otras guerras menos visibles, pero no menos crueles, que se combaten en el campo económico y financiero con medios igualmente destructivos de vidas, de familias, de empresas” (Papa Francisco, Mensajes para la Jornada Mundial de la Paz 2014)

Agustín Ortega Cabrera

Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología).  Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y, actualmente, de la UNAE (Universidad Nacional de Educación) así como invitado en diversas universidades latinoamericanas. Autor de diversas publicaciones, libros y artículos. 





jueves, 1 de marzo de 2018

Carta “Placuit Deo” de la Congregación para la Doctrina de la Fe a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la salvación cristiana

Se ha pu­bli­ca­do en la ma­ña­na de este jue­ves, 1 de mar­zo, la Car­ta de la Con­gre­ga­ción para la Doc­tri­na de la Fe, “Pla­cuit Deo”, di­ri­gi­da a los Obis­pos de la Igle­sia Ca­tó­li­ca so­bre al­gu­nos as­pec­tos de la sal­va­ción cris­tia­na. Se espera que con esta Carta se pueda ayudar a los fieles para que tomen mayor conciencia de su dignidad de hijos de Dios. La salvación no puede reducirse simplemente a un mensaje, a una praxis, o a una gnosis […]

En su in­ter­ven­ción, el Pre­fec­to re­cor­da­ba que, des­pués de la pu­bli­ca­ción de la De­cla­ra­ción “Do­mi­nus Ie­sus”, en el año 2000, di­ver­sos teó­lo­gos pi­die­ron a la Con­gre­ga­ción para la Doc­tri­na de la Fe profundi­zar al­gu­nos as­pec­tos ya enun­cia­dos en esta De­cla­ra­ción, so­bre el tema de la sal­va­ción cris­tia­na. En este sen­ti­do, afir­ma Mons. La­da­ria, des­pués de ha­ber es­tu­dia­do y pro­fun­di­za­do la te­má­ti­ca con al­gu­nos Con­sul­to­res de la Con­gre­ga­ción, hoy es pre­sen­ta­da la Car­ta “Pla­cuit Deo”, so­bre al­gu­nos as­pec­tos de la sal­va­ción cris­tia­na

Fren­te a es­tas ten­den­cias del mundo contemporáneo, pre­ci­sa el Pre­fec­to, “la pre­sen­te Car­ta desea reafir­mar que la sal­va­ción con­sis­te en nues­tra unión con Cris­to, quien, con su En­car­na­ción, vida, muer­te y re­su­rrec­ción, ha ge­ne­ra­do un nue­vo or­den de re­la­cio­nes con el Pa­dre y en­tre los hom­bres, y nos ha in­tro­du­ci­do en este or­den gra­cias al don de su Es­pí­ri­tu, para que po­da­mos unir­nos al Pa­dre como hi­jos en el Hijo, y con­ver­tir­nos en un solo cuer­po en el «pri­mo­gé­ni­to en­tre mu­chos her­ma­nos» (Rom 8, 29)”.



Carta “Placuit Deo” de la Congregación para la Doctrina de la Fe a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la salvación cristiana, 01.03.2018


Congregación para la Doctrina de la Fe

Carta Placuit Deo
a los Obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la salvación cristiana

I.      Introducción
1.    «Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (cf. Ef 1, 9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (cf. Ef 2, 18; 2 P 1, 4). […] Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación»[1]. La enseñanza sobre la salvación en Cristo requiere siempre ser profundizada nuevamente. Manteniendo fija la mirada en el Señor Jesús, la Iglesia se dirige con amor materno a todos los hombres, para anunciarles todo el designio de la Alianza del Padre que, a través del Espíritu Santo, quiere «recapitular en Cristo todas las cosas» (cf. Ef 1,1 0). La presente Carta pretende resaltar, en el surco de la gran tradición de la fe y con particular referencia a la enseñanza del Papa Francisco, algunos aspectos de la salvación cristiana que hoy pueden ser difíciles de comprender debido a las recientes transformaciones culturales.

II.   El impacto de las transformaciones culturales de hoy en el significado de la salvación cristiana
2.     El mundo contemporáneo percibe no sin dificultad la confesión de la fe cristiana, que proclama a Jesús como el único Salvador de toda el hombre y de toda la humanidad (cf. Hch 4, 12; Rm 3, 23-24; 1 Tm 2, 4-5; Tt 2, 11-15).[2] Por un lado, el individualismo centrado en el sujeto autónomo tiende a ver al hombre como un ser cuya realización depende únicamente de su fuerza.[3] En esta visión, la figura de Cristo corresponde más a un modelo que inspira acciones generosas, con sus palabras y gestos, que a Aquel que transforma la condición humana, incorporándonos en una nueva existencia reconciliada con el Padre y entre nosotros a través del Espíritu (cf. 2 Co 5, 19; Ef 2, 18). Por otro lado, se extiende la visión de una salvación meramente interior, la cual tal vez suscite una fuerte convicción personal, o un sentimiento intenso, de estar unidos a Dios, pero no llega a asumir, sanar y renovar nuestras relaciones con los demás y con el mundo creado. Desde esta perspectiva, se hace difícil comprender el significado de la Encarnación del Verbo, por la cual se convirtió miembro de la familia humana, asumiendo nuestra carne y nuestra historia, por nosotros los hombres y por nuestra salvación.

3.El Santo Padre Francisco, en su magisterio ordinario, se ha referido a menudo a dos tendencias que representan las dos desviaciones que acabamos de mencionar y que en algunos aspectos se asemejan a dos antiguas herejías: el pelagianismo y el gnosticismo.[4] En nuestros tiempos, prolifera una especia de neo-pelagianismo para el cual el individuo, radicalmente autónomo, pretende salvarse a sí mismo, sin reconocer que depende, en lo más profundo de su ser, de Dios y de los demás. La salvación es entonces confiada a las fuerzas del individuo, o las estructuras puramente humanas, incapaces de acoger la novedad del Espíritu de Dios.[5] Un cierto neo-gnosticismo, por su parte, presenta una salvación meramente interior, encerrada en el subjetivismo,[6] que consiste en elevarse «con el intelecto hasta los misterios de la divinidad desconocida».[7] Se pretende, de esta forma, liberar a la persona del cuerpo y del cosmos material, en los cuales ya no se descubren las huellas de la mano providente del Creador, sino que ve sólo una realidad sin sentido, ajena de la identidad última de la persona, y manipulable de acuerdo con los intereses del hombre.[8] Por otro lado, está claro que la comparación con las herejías pelagiana y gnóstica solo se refiere a rasgos generales comunes, sin entrar en juicios sobre la naturaleza exacta de los antiguos errores. De hecho, la diferencia entre el contexto histórico secularizado de hoy y el de los primeros siglos cristianos, en el que nacieron estas herejías, es grande[9]. Sin embargo, en la medida en que el gnosticismo y el pelagianismo son peligros perennes de una errada comprensión de la fe bíblica, es posible encontrar cierta familiaridad con los movimientos contemporáneos apenas descritos.

4.Tanto el individualismo neo-pelagiano como el desprecio neo-gnóstico del cuerpo deforman la confesión de fe en Cristo, el Salvador único y universal. ¿Cómo podría Cristo mediar en la Alianza de toda la familia humana, si el hombre fuera un individuo aislado, que se autorrealiza con sus propias fuerzas, como lo propone el neo-pelagianismo? ¿Y cómo podría llegar la salvación a través de la Encarnación de Jesús, su vida, muerte y resurrección en su verdadero cuerpo, si lo que importa solamente es liberar la interioridad del hombre de las limitaciones del cuerpo y la materia, según la nueva visión neo-gnóstica? Frente a estas tendencias, la presente Carta desea reafirmar que la salvación consiste en nuestra unión con Cristo, quien, con su Encarnación, vida, muerte y resurrección, ha generado un nuevo orden de relaciones con el Padre y entre los hombres, y nos ha introducido en este orden gracias al don de su Espíritu, para que podamos unirnos al Padre como hijos en el Hijo, y convertirnos en un solo cuerpo en el «primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8, 29).

III.    Aspiración humana a la salvación
5. El hombre se percibe a sí mismo, directa o indirectamente, como un enigma: ¿Quién soy yo que existo, pero no tengo en mí el principio de mi existir? Cada persona, a su modo, busca la felicidad, e intenta alcanzarla recurriendo a los recursos que tiene a disposición. Sin embargo, esta aspiración universal no necesariamente se expresa o se declara; más bien, es más secreta y oculta de lo que parece, y está lista para revelarse en situaciones particulares. Muy a menudo coincide con la esperanza de la salud física, a veces toma la forma de ansiedad por un mayor bienestar económico, se expresa ampliamente a través de la necesidad de una paz interior y una convivencia serena con el prójimo. Por otro lado, si bien la cuestión de la salvación se presenta como un compromiso por un bien mayor, también conserva el carácter de resistencia y superación del dolor. A la lucha para conquistar el bien, se une la lucha para defenderse del mal: de la ignorancia y el error, de la fragilidad y la debilidad, de la enfermedad y la muerte.

6. Con respecto a estas aspiraciones, la fe en Cristo nos enseña, rechazando cualquier pretensión de autorrealización, que solo se pueden realizar plenamente si Dios mismo lo hace posible, atrayéndonos hacia Él mismo. La salvación completa de la persona no consiste en las cosas que el hombre podría obtener por sí mismo, como la posesión o el bienestar material, la ciencia o la técnica, el poder o la influencia sobre los demás, la buena reputación o la autocomplacencia.[10] Nada creado puede satisfacer al hombre por completo, porque Dios nos ha destinado a la comunión con Él y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Él.[11] «La vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina».[12] La revelación, de esta manera, no se limita a anunciar la salvación como una respuesta a la expectativa contemporánea. «Si la redención, por el contrario, hubiera de ser juzgada o medida por la necesidad existencial de los seres humanos, ¿cómo podríamos soslayar la sospecha de haber simplemente creado un Dios Redentor a imagen de nuestra propia necesidad?».[13]

7. Además es necesario afirmar que, de acuerdo con la fe bíblica, el origen del mal no se encuentra en el mundo material y corpóreo, experimentada como un límite o como una prisión de la que debemos ser salvados. Por el contrario, la fe proclama que todo el cosmos es bueno, en cuanto creado por Dios (cf. Gn 1, 31; Sb 1, 13-14; 1 Tm 4 4), y que el mal que más daña al hombre es el que procede de su corazón (cf. Mt 15, 18-19; Gn 3, 1-19). Pecando, el hombre ha abandonado la fuente del amor y se ha perdido en formas espurias de amor, que lo encierran cada vez más en sí mismo. Esta separación de Dios – de Aquel que es fuente de comunión y de vida – que conduce a la pérdida de la armonía entre los hombres y de los hombres con el mundo, introduciendo el dominio de la disgregación y de la muerte (cf. Rm 5, 12). En consecuencia, la salvación que la fe nos anuncia no concierne solo a nuestra interioridad, sino a nuestro ser integral. Es la persona completa, de hecho, en cuerpo y alma, que ha sido creada por el amor de Dios a su imagen y semejanza, y está llamada a vivir en comunión con Él.

IV. Cristo, Salvador y Salvación
8.En ningún momento del camino del hombre, Dios ha dejado de ofrecer su salvación a los hijos de Adán (cf. Gn 3, 15), estableciendo una alianza con todos los hombres en Noé (cf. Gn 9, 9) y, más tarde, con Abraham y su descendencia (cf. Gn 15, 18). La salvación divina asume así el orden creativo compartido por todos los hombres y recorre su camino concreto a través de la historia. Eligiéndose un pueblo, a quien ha ofrecido los medios para luchar contra el pecado y acercarse a Él, Dios ha preparado la venida de «un poderoso Salvador en la casa de David, su servidor» (Lc 1, 69). En la plenitud de los tiempos, el Padre ha enviado a su Hijo al mundo, quien anunció el reino de Dios, curando todo tipo de enfermedades (cf. Mt 4, 23). Las curaciones realizadas por Jesús, en las cuales se hacía presente la providencia de Dios, eran un signo que se refería a su persona, a Aquel que se ha revelado plenamente como el Señor de la vida y la muerte en su evento pascual. Según el Evangelio, la salvación para todos los pueblos comienza con la aceptación de Jesús: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa» (Lc 19, 9). La buena noticia de la salvación tienen nombre y rostro: Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador. «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».[14]

9. La fe cristiana, a través de su tradición centenaria, ha ilustrado, a través de muchas figuras, esta obra salvadora del Hijo encarnado. Lo ha hecho sin nunca separar el aspecto curativo de la salvación, por el que Cristo nos rescata del pecado, del aspecto edificante, por el cual Él nos hace hijos de Dios, partícipes de su naturaleza divina (cf. 2 P 1, 4). Teniendo en cuenta la perspectiva salvífica que desciende (de Dios que viene a rescatar a los hombres), Jesús es iluminador y revelador, redentor y liberador, el que diviniza al hombre y lo justifica. Asumiendo la perspectiva ascendiente (desde los hombres que acuden a Dios), Él es el que, como Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, ofrece al Padre, en el nombre de los hombres, el culto perfecto: se sacrifica, expía los pecados y permanece siempre vivo para interceder a nuestro favor. De esta manera aparece, en la vida de Jesús, una admirable sinergia de la acción divina con la acción humana, que muestra la falta de fundamento de la perspectiva individualista. Por un lado, de hecho, el sentido descendiente testimonia la primacía absoluta de la acción gratuita de Dios; la humildad para recibir los dones de Dios, antes de cualquier acción nuestra, es esencial para poder responder a su amor salvífico. Por otra parte, el sentido ascendiente nos recuerda que, por la acción humana plenamente de su Hijo, el Padre ha querido regenerar nuestras acciones, de modo que, asimilados a Cristo, podamos hacer «buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos» (Ef 2, 10).

10. Está claro, además, que la salvación que Jesús ha traído en su propia persona no ocurre solo de manera interior. De hecho, para poder comunicar a cada persona la comunión salvífica con Dios, el Hijo se ha hecho carne (cf. Jn 1, 14). Es precisamente asumiendo la carne (cf. Rm 8, 3; Hb 2, 14: 1 Jn 4, 2), naciendo de una mujer (cf. Ga 4, 4), que «se hizo el Hijo de Dios Hijo del Hombre»[15] y nuestro hermano (cf. Hb 2, 14). Así, en la medida en que Él ha entrado a formar pare de la familia humana, «se ha unido, en cierto modo, con todo hombre»[16] y ha establecido un nuevo orden de relaciones con Dios, su Padre, y con todos los hombres, en quienes podemos ser incorporado para participar a su propia vida. En consecuencia, la asunción de la carne, lejos de limitar la acción salvadora de Cristo, le permite mediar concretamente la salvación de Dios para todos los hijos de Adán.

11. En conclusión, para responder, tanto al reduccionismo individualista de tendencia pelagiana, como al reduccionismo neo-gnóstico que promete una liberación meramente interior, es necesario recordar la forma en que Jesús es Salvador. No se ha limitado a mostrarnos el camino para encontrar a Dios, un camino que podríamos seguir por nuestra cuenta, obedeciendo sus palabras e imitando su ejemplo. Cristo, más bien, para abrirnos la puerta de la liberación, se ha convertido Él mismo en el camino: «Yo soy el camino» (Jn 14, 6).[17] Además, este camino no es un camino meramente interno, al margen de nuestras relaciones con los demás y con el mundo creado. Por el contrario, Jesús nos ha dado un «camino nuevo y viviente que él nos abrió a través del velo del Templo, que es su carne» (Hb 10, 20). En resumen, Cristo es Salvador porque ha asumido nuestra humanidad integral y vivió una vida humana plena, en comunión con el Padre y con los hermanos. La salvación consiste en incorporarnos a nosotros mismos en su vida, recibiendo su Espíritu (cf. 1 Jn 4, 13). Así se ha convirtió «en cierto modo, en el principio de toda gracia según la humanidad».[18] Él es, al mismo tiempo, el Salvador y la Salvación.

V.     La Salvación en la Iglesia, cuerpo de Cristo
12. El lugar donde recibimos la salvación traída por Jesús es la Iglesia, comunidad de aquellos que, habiendo sido incorporados al nuevo orden de relaciones inaugurado por Cristo, pueden recibir la plenitud del Espíritu de Cristo (Rm 8, 9). Comprender esta mediación salvífica de la Iglesia es una ayuda esencial para superar cualquier tendencia reduccionista. La salvación que Dios nos ofrece, de hecho, no se consigue sólo con las fuerzas individuales, como indica el neo-pelagianismo, sino a través de las relaciones que surgen del Hijo de Dios encarnado y que forman la comunión de la Iglesia. Además, dado que la gracia que Cristo nos da no es, como pretende la visión neo-gnóstica, una salvación puramente interior, sino que nos introduce en las relaciones concretas que Él mismo vivió, la Iglesia es una comunidad visible: en ella tocamos el carne de Jesús, singularmente en los hermanos más pobres y más sufridos. En resumen, la mediación salvífica de la Iglesia, «sacramento universal de salvación»,[19] nos asegura que la salvación no consiste en la autorrealización del individuo aislado, ni tampoco en su fusión interior con el divino, sino en la incorporación en una comunión de personas que participa en la comunión de la Trinidad.

13. Tanto la visión individualista como la meramente interior de la salvación contradicen también la economía sacramental a través de la cual Dios ha querido salvar a la persona humana. La participación, en la Iglesia, al nuevo orden de relaciones inaugurado por Jesús sucede a través de los sacramentos, entre los cuales el bautismo es la puerta,[20] y la Eucaristía, la fuente y cumbre.[21] Así vemos, por un lado, la inconsistencia de las pretensiones de auto-salvación, que solo cuentan con las fuerzas humanas. La fe confiesa, por el contrario, que somos salvados por el bautismo, que nos da el carácter indeleble de pertenencia a Cristo y a la Iglesia, del cual deriva la transformación de nuestro modo concreto de vivir las relaciones con Dios, con los hombres y con la creación (cf. Mt 28, 19). Así, limpiados del pecado original y de todo pecado, estamos llamados a una vida nueva existencia conforme a Cristo (cf. Rm 6, 4). Con la gracia de los siete sacramentos, los creyentes crecen y se regeneran continuamente, especialmente cuando el camino se vuelve más difícil y no faltan las caídas. Cuando, pecando, abandonan su amor a Cristo, pueden ser reintroducidos, a través del sacramento de la Penitencia, en el orden de las relaciones inaugurado por Jesús, para caminar como ha caminado Él (cf. 1 Jn 2, 6). De esta manera, miramos con esperanza el juicio final, en el que se juzgará a cada persona en la realidad de su amor (cf. Rm 13, 8-10), especialmente para los más débiles (cf. Mt 25, 31-46).

14. La economía salvífica sacramental también se opone a las tendencias que proponen una salvación meramente interior. El gnosticismo, de hecho, se asocia con una mirada negativa en el orden creado, comprendido como limitación de la libertad absoluta del espíritu humano. Como consecuencia, la salvación es vista como la liberación del cuerpo y de las relaciones concretas en las que vive la persona. En cuanto somos salvados, en cambio, «por la oblación del cuerpo de Jesucristo» (Hb 10, 10; cf. Col 1, 22), la verdadera salvación, lejos de ser liberación del cuerpo, también incluye su santificación (cf. Ro 12, 1). El cuerpo humano ha sido modelado por Dios, quien ha inscrito en él un lenguaje que invita a la persona humana a reconocer los dones del Creador y a vivir en comunión con los hermanos.[22] El Salvador ha restablecido y renovado, con su Encarnación y su misterio pascual, este lenguaje originario y nos lo ha comunicado en la economía corporal de los sacramentos. Gracias a los sacramentos, los cristianos pueden vivir en fidelidad a la carne de Cristo y, en consecuencia, en fidelidad al orden concreto de relaciones que Él nos ha dado. Este orden de relaciones requiere, de manera especial, el cuidado de la humanidad sufriente de todos los hombres, a través de las obras de misericordia corporales y espirituales.[23]

VI. Conclusión: comunicar la fe, esperando al Salvador
15. La conciencia de la vida plena en la que Jesús Salvador nos introduce empuja a los cristianos a la misión, para anunciar a todos los hombres el gozo y la luz del Evangelio.[24] En este esfuerzo también estarán listos para establecer un diálogo sincero y constructivo con creyentes de otras religiones, en la confianza de que Dios puede conducir a la salvación en Cristo a «todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia».[25] Mientras se dedica con todas sus fuerzas a la evangelización, la Iglesia continúa a invocar la venida definitiva del Salvador, ya que «en esperanza estamos salvados» (Rm 8, 24). La salvación del hombre se realizará solamente cuando, después de haber conquistado al último enemigo, la muerte (cf. 1 Co 15, 26), participaremos plenamente en la gloria de Jesús resucitado, que llevará a plenitud nuestra relación con Dios, con los hermanos y con toda la creación. La salvación integral del alma y del cuerpo es el destino final al que Dios llama a todos los hombres. Fundados en la fe, sostenidos por la esperanza, trabajando en la caridad, siguiendo el ejemplo de María, la Madre del Salvador y la primera de los salvados, estamos seguros de que «somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo. El transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio» (Flp 3, 20-21).

El Sumo Pontífice Francisco, en la Audiencia concedida el día 16 de febrero de 2018. Ha aprobado esta Carta, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación el 24 de enero de 2018, y ha ordenado su publicación.

Dado en Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 22 de febrero de 2018, Fiesta de la Cátedra de San Pedro.

Luis F. Ladaria, S.I.
Arzobispo titular de Thibica
Prefecto

Giacomo Morandi
Arzobispo titular de Cerveteri
Secretario

 [1] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, n. 2.
[2] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Dominus Iesus (6 de agosto del 2000), nn. 5-8: AAS 92 (2000), 745-749.
[3] Cf. Francisco, Exhort. apost. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), n. 67: AAS 105 (2013), 1048.
[4] Cf. Id., Carta enc. Lumen fidei (29 de junio de 2013), n. 47: AAS 105 (2013), 586-587; Exhort. apost. Evangelii gaudium, nn. 93-94: AAS (2013), 1059; Encuentro con los participantes en el V Congreso de la Iglesia Italiana, Florencia (10 de noviembre de 2015): AAS 107 (2015), 1287.
[5] Cf. Id., Encuentro con los participantes en el V Congreso de la Iglesia Italiana, Florencia (10 de noviembre de 2015): AAS107 (2015), 1288.
[6] Cf. Id., Exhort. apost. Evangelii gaudium, n. 94: AAS 105 (2013), 1059: «la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos»; Consejo Pontificio de la Cultura –– Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, Jesucristo, portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la “Nueva Era” (enero de 2003), Ciudad del Vaticano 2003.
[7] Francisco, Carta. enc. Lumen fidei, n. 47: AAS 105 (2013), 586-587.
[8] Cf. Id., Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en la peregrinación de la diócesis de Brescia (22 de junio de 2013): AAS 95 (2013), 627: «en este mundo donde se niega al hombre, donde se prefiere caminar por la senda del gnosticismo, […] del “nada de carne” —un Dios que no se hizo carne».
[9] Según la herejía pelagiana, desarrollada durante el siglo V alrededor de Pelagio, el hombre, para cumplir los mandamientos de Dios y ser salvado, necesita de la gracia solo como una ayuda externa a su libertad (a manera de luz, ejemplo, fuerza), pero no como una curación y regeneración radical de la libertad, sin mérito previo, para que pueda hacer el bien y alcanzar la vida eterna.
      Más complejo es el movimiento gnóstico, que surgió en los siglos I y II, y que tiene formas muy diferentes entre ellas. En general, los gnósticos creían que la salvación se obtiene a través de un conocimiento esotérico o "gnosis". Esta gnosis revela al gnóstico su verdadera esencia, es decir, una chispa del Espíritu divino que reside en su interioridad, que debe ser liberada del cuerpo, ajeno a su verdadera humanidad. Sólo de esta manera el gnóstico regresa a su ser original en Dios, del cual se había alejado debido a una caída primordial.
[10] Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q. 2.
[11] Cf. San Agustín, Confesiones, I, 1: Corpus Christianorum, 27, 1.
[12] Conc. Ecum. Vat. II, Const. Past. Gaudium et spes, n. 22.
[13] Comisión Teológica Internacional, Algunas cuestiones sobre la teología de la Redención, 1995, n. 2.
[14] Benedicto XVI, Carta. enc. Deus caritas est (25 de diciembre de 2005), n. 1: AAS 98 (2006), 217; cf. Francisco, Exhort. apost. Evangelii gaudium, n. 3: AAS 105 (2013), 1020.
[15] San Ireneo, Adversus haereses, III 19, 1: Sources Chrétiennes, 211, 374.
[16] Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past. Gaudium et spes, n. 22.
[17] Cf. San Agustín, Tractatus in Ioannem, 13, 4: Corpus Christianorum, 36, 132: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn14, 6). Si buscas la verdad, mantén el camino, porque el Camino es el mismo que la Verdad. Ella en persona es adónde vas, ella en persona es por donde vas; no vas por una realidad a otra, no vienes a Cristo por otra cosa; por Cristo vienes a Cristo. ¿Cómo «por Cristo a Cristo»? Por Cristo hombre a Cristo Dios; por la Palabra hecha carne a la Palabra que en el principio era Dios en Dios».
[18] Santo Tomás de Aquino, Quaestio de veritate, q. 29, a. 5, co.
[19] Conc. Ecum. Vat. II, Cost. dogm. Lumen gentium, n. 48.
[20] Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, III, q. 63, a. 3.
[21] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Cost. dogm. Lumen gentium, n. 11; Cost. dogm. Sacrosanctum Concilium, n. 10.
[22] Cf. Francisco, Carta enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), n. 155, AAS 107 (2015), 909-910.
[23] Cf. Id., Carta apost. Misericordia et misera (20 de noviembre de 2016), n. 20: AAS 108 (2016), 1325-1326.
[24] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), n. 40: AAS 83 (1991), 287-288; Francisco, Exhort. apost. Evangelii gaudium, nn. 9-13: AAS 105 (2013), 1022-1025.
[25] Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past. Gaudium et spes, n. 22