miércoles, 12 de diciembre de 2018

Haciendo memoria, haciendo vida. A 40 años de la regla OFS - VI Parte -




-  Piedad mariana -

Aunque los franciscanos, como lo hemos descrito en los temas anteriores, tengamos a Cristo como centro de nuestra vida espiritual, sin embargo, quizá ninguna familia religiosa haya desarrollado una teología y espiritualidad marianas tan ricas como la nuestra. Y al estar en la víspera de la fiesta de la Inmaculada, a mi pensamiento llega en seguida el Bto. Duns Scoto, el teólogo que dio el golpe de gracia teológico sobre el dogma de la Inmaculada; y luego tenemos la obra monumental “El Mariale” de san Lorenzo de Brindis, cuyo cuarto centenario de su muerte vamos a celebrar el 22 de Julio del próximo año.

Fieles a esta línea mariana, la Regla de la OFS redacta así el número 9 de la misma:         La Virgen María, humilde sierva del Señor, siempre atenta a su palabra y a todas sus mociones, fue para San Francisco centro de indecible amor, y por él declarada Protectora y Abogada de su familia. Los Franciscanos seglares den testimonio de su ardiente amor hacia Ella por la imitación de su disponibilidad incondicional, y en la efusión de una confiada y consciente oración”.

Son varios los aspectos de la piedad mariana que nos presenta  este número y, por cierto, muy importantes.
Ante todo, nos presenta dos aspectos de la persona de la Virgen María, muy inspiradores para nosotros: es “la humilde sierva del Señor” y esa actitud le lleva a estar “atenta siempre a su palabra y a sus mociones”. Son  dos experiencias de la Virgen que las podemos ver como muy aplicables a nuestra vida.

Primero, vernos como humildes siervos del Señor. Desde el principio la Virgen María tiene clara conciencia de que es la sierva de Dios y por eso, ante el Ángel Gabriel se declara “su esclava”.

En segundo lugar, se habla de que está “siempre atenta a su palabra y a sus mociones”. Ello nos lo dice claramente ella misma, al respoder al Ángel: “que se haga en mí según su Palabra”. Aunque no tenga muy claro lo que Dios quiere de ella, confía en su gracia, en la que se manifiestan sus “mociones”; ella se va a dejar mover y guiar por las inspiraciones de Dios a donde tenga que ir: a Egipto, a Nazareth, a Judea siguiendo a Jesús, al Calvario y, sobre todo, las mociones interiores que garantizaran su fidelidad a la voluntad de Dios y a la misión de su Hijo.

Otro aspecto de esta piedad mariana franciscana es lo referente a san Francisco. Para él, la Virgen es, ante todo, “centro de indecible amor”. Por ello, toca su corazón el ver a María rodeada de ángeles, de tal manera que quiere que esa capilla de la Porciúncula sea como la cuna de la Orden. Se refiere a ella, al amor con que ella la recibe en su seno, para poner de relieve el gran misterio de amor y de humildad, que es la Eucaristía, en el que de nuevo “desciende sobre el altar” en las especies sacramentales. (Adm 1, 16-18).

Y en la antífona del Oficio de la Pasión, la invoca poniendo de relieve la singularidad de su persona, su actitud de esclava e hija del Padre celestial y la de madre del Señor Jesucristo y esposa del Espíritu Santo. En consecuencia, la declara “Protectora y Abogada” de la familia franciscana. Por ello, pone en la única antífona de ese Oficio, esta petición a María: “ruega por nosotros ante tu amado santísimo Hijo, Señor y Maestro” y, como he dicho antes, quiere que los hermanos, en todas las circunstancias importantes de su historia se reúnan a sus pies en la Porciúncula.

El tercer aspecto a considerar es cómo van a expresar y vivir los hermanos de la fraternidad franciscana seglar su piedad mariana. El centro de todo es su amor a Ella. Un amor ardiente, es decir, un amor tierno y filial, que se va a manifestar, no sólo en palabras o alabanzas, sino sobre todo en su testimonio de vida, de manera que se pueda decir “de tal madre tales hijos” porque ellos van a tener esa “disponibilidad incondicional”, que ella tuvo, para servir a Dios, a  la Iglesia y a cualquiera en necesidad.

También hay otro aspecto, no tan tomado en cuenta al hablar de la Virgen: “en la efusión de una confiada y consciente oración”. María, con una confianza desconcertante, incluso para su hijo, se acerca a él en las bodas de Caná y le dice: “Hijo, a ver qué haces, se les está acabando el vino”. Y al mismo tiempo su oración es consciente; aunque no entienda bien las cosas, como cuando se le anuncia que va a ser la madre del Mesías o como cuando ve que los pastores y Magos vienen a rendirle homenaje o cuando oye que Herodes lo quiere matar o que la gente dice que su hijo está loco. María lo guarda todo en su corazón en actitud orante y contemplativa. Y porque es consciente de lo desconcertante y misterioso de lo que le pasa a su Hijo, calla y hace oración.

Ojalá que en este tiempo en que en algunos lugares la atención a la Virgen María va desvaneciéndose, en otros se malentiende y en otros se queda en una dimensión puramente afectuosa y ocasional, la fraternidad franciscana seglar sea punto de referencia de una piedad mariana propia de cómo Francisco la vio y como la Iglesia la ve hoy en su teología: en el centro del misterio de la redención, en el centro de la vida y misión de la Iglesia, como “estrella de la evangelización”.

Hno. Jesús Ma. Bezunartea, OFMCap.

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