viernes, 27 de abril de 2018

Mensaje del Consejo Internacional para las Misiones y la Evangelización OFM



MENSAJE DEL CONSEJO INTERNACIONAL PARA LAS MISIONES
 Y LA EVANGELIZACIÓN (CIME) 
A LOS HERMANOS DE LA ORDEN

Convento de San Salvador, Jerusalén

27 de abril de 2018



Los Secretarios de las Conferencias para las Misiones y la Evangelización, reunidos también como peregrinos para el encuentro bienal del Consejo Internacional para las Misiones y la Evangelización (abril 23-27 del 2018) les deseamos ¡Pax et Bonum – Paz y Bien!

En este año en que celebramos los 800 años de presencia franciscana en la Tierra bendecida por nuestro Señor – la “perla de las misiones” de nuestra Orden – deseamos compartir con ustedes lo que “hemos visto, oído y tocado con nuestras manos” durante estos días de gracia. Han sido para nosotros un tiempo privilegiado para contemplar, vivir, profundizar  y evaluar fraternalmente los temas fundamentales sobre la misión y la evangelización en nuestro mundo contemporáneo. Al hacerlo hemos tenido ante nosotros la memoria de nuestros primeros hermanos misioneros, incluido nuestro Seráfico Padre san Francisco.

Nuestro encuentro se dividió en dos partes. En la primera hemos considerado precisamente los comienzos de nuestra fe, los retos actuales que enfrenta la Orden y el significado del diálogo ecuménico e inter-religioso para nuestro compromiso permanente por la misión y la evangelización. En la segunda parte hemos escuchado a nuestros hermanos de la Custodia de Tierra Santa, ellos compartieron con nosotros el servicio que realizan como custodios de los santos lugares, a través de las diversas formas de acompañar a los cristianos en su vida de fe – no sólo a los peregrinos que vienen de fuera, sino también a los fieles de la “Iglesia Madre” de Jerusalén.

Las presentaciones, los testimonios, las reflexiones que hemos escuchado de nuestros hermanos que sirven en los Santuarios,  los que reciben a los peregrinos, los que atienden al cuidado pastoral de las parroquias, los que dirigen el Centro Cristiano de la Comunicación, los que enseñan en el Estudio Bíblico franciscano y a los que están comprometidos en las numerosas obras sociales de la Custodia de Tierra Santa, todo este compartir fue de una riqueza grande. A través de la diversidad de las experiencias y de las actividades nos han mostrado una historia dorada, pero también de grandes desafíos. No ha sido otra cosa que mirar de cerca nuestro carisma y manera de ser franciscanos en ese contexto concreto – formas de vivir y de compartir el carisma inspirado por Francisco de Asís, que continúa enriqueciendo la misión de la Iglesia en su expresión de servicio en el mundo.

Mientras considerábamos el profundo significado de este don de vida y servicio en el espíritu del Poverello, hemos hecho una memoria histórica de cuán insistentes han sido nuestros Ministros generales para que nosotros, como Orden, debiéramos fiel y temerariamente responder a los mandatos del Vaticano II de encarnar el carisma encomendado a nosotros por las innumerables generaciones de hermanos. Solamente a través de esta actualización seremos capaces de proclamar con eficacia la Buena Nueva de Jesucristo a los hombres y mujeres de nuestro mundo.

Nuestro mundo parece tranquilo. Pero, es un mundo con profundas e infinitas contradicciones, en las cuales el pueblo encuentra tanto: motivos de desesperación y de esperanza. Es un mundo herido por el relativismo religioso y cultural, y sin embargo afirma la existencia de los derechos humanos y universales. Es un mundo animado por un implacable hedonismo, y al mismo tiempo tiene personas que voluntariamente renuncian a todo placer personal por un “bien mayor” de los seres humanos que sufren y por la integridad de su “casa común”: la creación. Es un mundo gobernado por sistemas filosóficos y económicos basados en el materialismo ateo, y sin embargo rico en “buscadores espirituales” que tienen hambre y sed de toda experiencia de lo “trascendente”. Es un mundo que, en nombre de la libertad, ha abrazado numerosas ideologías contrarias a Dios y al hombre – una cultura de muerte, como la llamó el Santo Papa Juan Pablo II – además es un mundo en que nosotros los Franciscanos queremos volver a proponer a todos la Buena Noticia anunciada en la Tierra Santa por el mismo Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo.

A la luz de todo lo que hemos compartido y experimentado en este tiempo de gracia, deseamos llamar la atención de ustedes, nuestros hermanos,  sobre ciertos aspectos de nuestra vida y servicio franciscano que, en los diversos lugares donde estamos presentes se han debilitado a nivel de toda nuestra Orden. 

En respuesta pedimos a nuestros hermanos de todas las Entidades a que se empeñen de manera renovada y urgente:

A redescubrir el privilegiado lugar que debe tener la vida de oración y devoción en la vida diaria, pues son inseparables de nuestra vida de servicio, estamos llamados a ser contemplativos en la acción.
A recuperar la importancia de la itinerancia tanto de la mente como de la vida, para que podamos estar listos para responder a los desafíos de nuestro tiempo – como el mismo Papa Francisco lo pide insistentemente.
A insistir en que nuestro carisma franciscano debe ser el fiel relflejo del Evangelio, de la vida y misión a la que éste nos llama a vivir diariamente.
A encontrarnos con los jóvenes en su propio contexto de vida y de comprometernos a acompañarlos frente a los retos del mundo contemporáneo.
A intensificar nuestra solidaridad con la Orden, recordando que somos una fraternidad universal y que debemos apoyar los proyectos internacionales e interculturales.
A recordar concretamente y no sólo de palabra de que nuestra fraternidad debe ser el primer y mejor medio de evangelización.
A superar toda actitud de clericalismo en nuestra vida de servicio al Evangelio y a estar totalmente abiertos a la misión compartida con los laicos.
A diversificar nuestros compromisos ministeriales, de modo que no nos limitemos a nosotros mismos y a la fuerza de nuestras Entidades en las formas de vida y servicio que ofrecemos al Pueblo de Dios.
A garantizar que nuestra presencia franciscana sea un signo eficaz y profético del Reino de Dios en el mundo en cada fraternidad.
A promover nuevas formas de vida y misión, de manera especial, insertas entre los pobres y en lugares de frontera, a nivel de nuestras Entidades y Conferencias.
A ser conscientes de que la misión hoy, se llama diálogo, en todas las circunstancias: ecuménico, inter-religioso e intercultural.
A renovar el compromiso de la misión ad gentes como modo de fortalecer la vocación misionera de la Orden en todas las Entidades; así podremos responder de manera más auténtica a la invitación que el Papa Francisco hace a la Iglesia, para celebrar un mes misionero extraordinario en el 2019: celebración al servicio de un renovado y efectivo compromiso.
Los signos de nuestro tiempo nos llaman con urgencia a volver a la gracia de los orígenes y a renovar la experiencia de san Francisco y de los primeros hermanos. Por lo tanto, también pedimos que las Entidades de la Orden identifiquen aquellas áreas en donde están debilitadas, desarrollen planes que respondan a las necesidades concretas, y mediante los respectivos Secretarios de las Misiones y de la Evangelización se comuniquen con el Secretariado general de Misiones y Evangelización (SGME). Solamente con esta luz el SGME podrá acompañarlos en su vida y servicio al Evangelio como Hermanos Menores.

San Francisco y los primeros hermanos siguen dando testimonio de aquella libertad del corazón que es el verdadero don del Espíritu Santo. Debemos redescubrir este don, no sólo como don personal, sino también como un don para toda la Orden – como Fraternidad evangelizadora. 

Sólo un corazón así, puede transmitir fuera la belleza del Evangelio a los pueblos en todas las formas de servicio que nos ha encomendado la Iglesia. Bajo esta luz debemos preguntarnos, confiados y sin temor, si tal libertad realmente caracteriza nuestra vida y servicio al Evangelio y a las instituciones y estructuras que organizan esta vida y servicio. 

En la medida en que estas instituciones y estructuras nos bloqueen o se vuelvan una excusa para que los hermanos den libre rienda a sus egoísmos, rompan con los compromisos fraternos y el testimonio fraterno del Evangelio, nos alejamos de la gracia de los orígenes y del auténtico testimonio evangélico y profético que el Espíritu Santo nos llama a dar en el mundo de hoy. Este en particular es el caso respecto al mundo juvenil, que está en busca del verdadero sentido de la vida y de una genuina comunión que los haga experimentar la auténtica belleza de su diversidad.

El joven Francisco de Asís nos ofrece todavía hoy,  el poderoso mensaje del amor al Cristo que él mismo descubrió en su vida. Él todavía nos llama a abandonarnos con amorosa confianza en las manos de Dios con el corazón libre y feliz. Que podamos responder a este llamado con todas nuestras fuerzas y así permitir al Espíritu del Señor que nos transforme en lenguas vivientes capaces de proclamar el gozo y la esperanza del Evangelio a todos los pueblos de nuestro tiempo que nos ven y nos “escuchan”.

La inspiración que hemos recibido en la Tierra Santa proviene de la experiencia de nuestros hermanos de la Custodia y de la belleza de ser Hermanos Menores en esta tierra bendecida y llena de contrastes a la vez. 

Les agradecemos infinitamente, a los hermanos, por la hospitalidad y por su amor fraterno. 

Hemos sido contagiados más una vez por los dones que brotan del Espíritu Santo, lo hemos experimentado  y deseamos llevarlos a nuestras Conferencias.

Fraternalmente,

Sus hermanos del Consejo Internacional para las Misiones y la Evangelización

Fuente: ofm.org

jueves, 26 de abril de 2018

Haciendo memoria, haciendo vida. A 40 años de la regla OFS - II Parte -



Después de poner de relieve en la primera parte el lugar fundamental de Cristo en la forma de vida evangélica de la OFS, quiero abundar en ello, siguiendo la lectura del segundo capítulo. No voy a agotar toda la enseñanza sobre el tema; me fijaré en dos puntos que están íntimamente relacionados y que describen una vida en comunión con Cristo.

Aunque estamos más acostumbrados a describir el ideal franciscano como “seguimiento” de Cristo, creo que no es ajeno a san Francisco este concepto de comunión con Cristo; más aún, me atrevería a decir que describe mejor su relación personal con él. ¿Qué otra imagen y experiencia proyecta  sobre su persona el decir que es “otro Cristo”, conformado con él incluso externamente en la gracia extraordinaria de sus estigmas?

¿Cómo llegar a esta experiencia de comunión en la vida de los hermanos de la OFS? Su Regla nos da dos sugerencias o, nos sugiere dos medios.

Lo primero: “Busquen la persona viviente y operante de Cristo”.
El Evangelio nos habla dos veces de la búsqueda, que nos interesa recordar aquí. Nos dice Jesús que “ante todo busquemos el Reino de Dios y su justicia” (Mt 6, 32), y entre las parábolas nos dice una muy breve pero muy importante: “un mercader que anda buscando perlas finas, al encontrar una de gran valor, vende todo lo que tiene y la compra” (Mt 13, 45-46).

Por otra parte, haciendo referencia a la “persona viviente y operante de Cristo”, no podemos menos de recordar una palabra semejante de Francisco en su Regla al decir a los hermanos: “aspirar sobre todas las cosas a poseer el espíritu del Señor y su santa operación” (R.B. X, 9).
Con todo esto, entendemos que esta búsqueda de Cristo es el contenido de ese “ante todo”; no hay otra realidad en nuestra vida que pueda priorizar nuestros deseos que la “persona de Cristo”, en él encontramos “el Reino de Dios” con toda su riqueza (“justicia”).

Siempre recuerdo al mencionar el término buscar, las palabras de un himno de la Liturgia de las Horas: “lo buscas es que lo tienes” (Pascal). La búsqueda es la primera experiencia operativa de comunión con Cristo. También se dice que para que la búsqueda no sea inútil hay que buscar donde se puede encontrar.

Por ello, se dice aquí dónde los hermanos pueden encontrar a Cristo, a saber: en los hermanos, sin especificar, por tanto en toda persona, que es nuestro prójimo por una razón o por otra, pues como Jesús nos dijo: “ustedes son todos hermanos” (Mt 23, 8) y el prójimo es todo el que está junto a ti, conocido o desconocido, amigo o enemigo (Lc 10, 29-37).
En segundo lugar en la Sagrada Escritura. Sabemos cómo san Francisco fue un amante y adorador de Cristo en su Palabra: “Y dondequiera que encuentre los santísimos nombres y su palabras escritas, los quiero recoger y ruego que sean recogidos y colocados en lugar decoroso” (Testamento 12). No es éste el lugar para extenderme sobre el tema, pero sí quiero, por una parte, recordar las sabias palabras de san Jerónimo: “ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo” y, por otra, la oportunidad que la Iglesia nos da hoy a todos de conocer la Palabra de Dios, máxime si hemos de asumir responsablemente su labor evangelizadora.

Y la presencia “viviente y operante de Cristo” la encontramos en la Iglesia. En estos tiempos en que la Iglesia, como en tiempos de Francisco, es tan ignorada y ofendida por muchos, los hermanos franciscanos estamos invitados con urgencia a encontrar a Cristo en ella, pues él mismo lo dijo: “donde dos o tres estén reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Y nos daría tema para un largo discurso hablar de la dimensión eclesial de nuestro Padre Francisco; sólo citaré unas palabras de su Testamento: “Después me dio el Señor y me da tanta fe en los sacerdotes, que viven conforme a las normas de la santa Iglesia…” (v. 6).

Finalmente, buscar y encontrar a Cristo en las acciones litúrgicas. No sé si es la expresión más apropiada, pero ella tiene el matiz de expresar la responsabilidad de los celebrantes: ministros y asamblea, de celebrar, como nos dice el Concilio, de manera que lleve a “una participación plena, consciente y activa” (S.C.14; CIC 1141). El texto citado de esta Regla hace referencia a las palabras de San Francisco: “Nada veo corporalmente en este mundo del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y sangre”, como “inspiración y guía de la vida eucarística”.

El segundo medio para cultivar la comunión con la persona de Cristo, viviente y  operante, es: “conformar su modo de pensar y de obrar al de Cristo”, que supone un “cambio interior radical” y que “debe actualizarse cada día”, conversión que se llama evangélica, en contraste con la conversión ascética, que cuida sólo las prácticas de penitencia, o la conversión moral, que mira al cambio de ciertas actitudes de vida.

Si bien es importante este cambio radical interior, que nos une y conforma a Cristo, también lo es la “actualización”, que –según el texto- “debido a la fragilidad humana”, está siempre en peligro de descuidarse. Precisamente, en este aspecto, son sabias y oportunas las palabras de Santa Clara, dirigidas a sus hermanas en el Testamento: “Una vez, pues, que hemos entrado por el camino del Señor, guardémonos de apartarnos de él en manera alguna por nuestra culpa, negligencia e ignorancia…” (v. 74).

Hoy en día, todos los miembros de las tres Órdenes tenemos muchos medios para superar la ignorancia, pero ¿cuáles son los medios para superar la “negligencia”? Creo que toca lo más profundo de nuestra conversión. No se puede compaginar una verdadera conversión con una conversión negligente o una conversión que no se actualiza y renueva interior y exteriormente. 

Interiormente, refiriéndonos a la propia experiencia de conversión, de una comunión “viva y operante con Cristo”, que nos transforme cada día de manera que también nosotros crezcamos “en edad y gracia ante Dios”; exteriormente, porque ese crecimiento también sea “ante los hombres” (Lc 2, 52); porque Jesús nos lo encomendó: “brille su luz ante los hombres que viendo sus buenas obras, glorifiquen al Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16). Y como dice el santo en su carta a los Fieles: “Puesto que soy servidor de todos, a todos estoy obligado a servir y a suministrar las perfumadas palabras de mi Señor” (I Cta. II, v.2).


Hno. Jesús Ma. Bezunartea, OfmCap.


martes, 10 de abril de 2018

Santidad y justicia en la alegría de la fe con Francisco



Se ha publicado la nueva, bella e imprescindible Exhortación Apostólica del Papa Francisco, "Gaudete et exsultate (GE)”, sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo. En este significativo documento, actualizando toda la teología y enseñanza conciliar en el horizonte del Vaticano II, Francisco nos muestra las claves que orientan la fe y espiritualidad para la vida de santidad. Frente a todo elitismo y pastoral de selectos, en el camino de la fe con los movimientos apostólicos obreros como la JOC o la HOAC (con E. Merino, G. Rovirosa…) y el Concilio, el Papa nos llama a todos para vivir esta vocación universal de la santidad. Una santidad que se realiza en la vida cotidiana, con una espiritualidad y mística que se encarna en la realidad, en el mundo y en la historia de los pueblos con sus relaciones humanas, comunitarias y sociales (GE 6-18).

Esta santidad tiene como entraña, sentido y modelo a Jesucristo (GE 19-24). Y “como no puedes entender a Cristo sin el reino que él vino a traer, tu propia misión es inseparable de la construcción de ese reino: «Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia» (Mt 6,33). Tu identificación con Cristo y sus deseos, implica el empeño por construir, con él, ese reino de amor, justicia y paz para todos” (GE 25). La santidad significa seguir a Jesús celebrando, anunciando y sirviendo al Reino de amor que nos trae su salvación y justicia liberadora de todo mal, pecado, muerte e injusticia. El Dios encarnado en Jesús, con el Reino y su justicia, nos viene a traer toda esta existencia de santidad que nos proporciona alegría, realización, sentido, dignidad, felicidad, liberación integral de toda esclavitud y vida humanizadora, plena y eterna (GE 32-34).

Frente al gnosticismo y pelagianismo (GE 47-59), como se observa, Francisco nos presenta una espiritualidad del Don (Gracia) del Reino con la conversión a su amor y justicia liberadora, que se encarna en el mundo e historia. La fe vive de esta humildad y reconocimiento agradecido al Dios de la vida que, de forma gratuita, con su amor y misericordia nos salva, justifica y libera de toda maldad e injusticia. Frente al poder, dominación y esclavitud de una ley si amor ni justicia liberadora, como nos manifiesta la Revelación, la caridad fraterna con el hermano (todo ser humano) es la entraña de la fe y de toda ley (Rm 13,8.10; Ga 5,14). El amor, la misericordia y la justicia que libera son lo primero.

En el seguimiento de Jesús, el camino de la santidad se nos muestra en “el programa y carta magna” del Reino, las Bienaventuranzas (Mt 5,3-12; Lc 6,20-23) que “van muy a contracorriente con respecto a lo que es costumbre, a lo que se hace en la sociedad” (GE 65). La santidad se realiza en la “pobreza de espíritu”, como Jesús Pobre, una vida austera, sobria y en comunión solidaria con los pobres de la tierra. Y que como han enseñado y vivido los santos, por ejemplo San Ignacio de Loyola (EE 23), nos libera de los ídolos de las cosas y de la riqueza-ser rico, no hace libres frente a la esclavitud e idolatría del tener y poseer (GE 67-70). El camino de la bienaventuranza (felicidad), como nos propone el Evangelio de Jesús, es esta misericordia ante el sufrimiento e injusticia con el compromiso por la fraternidad, la paz y la justicia. En la defensa de la vida, dignidad y derechos de los pobres, oprimidos y excluidos (Is 1,17).

Lo cual conlleva la persecución, el conflicto y la cruz a causa de esta pasión por el Reino de Dios y su justicia que es impuesta por el mal, por estos falsos dioses de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia con sus poderes económicos o políticos. Frente a una existencia cómoda o mediocre, esta persecución y cruz por la vida apasionada del Reino con su justicia desde los pobres, siguiendo a Jesús Crucificado, nos da la auténtica felicidad, entusiasmo y alegría con la confianza y esperanza puesta en el Dios de la vida. Tal como nos testimonian los santos y mártires que, por el Reino de Dios y su justicia, siguen entregando la vida en amor por los otros (GE 80-94). La santidad se efectúa, pues, en esta opción por los pobres que son sacramento (presencia) real de Cristo Pobre (Mt 25, 31-46). El camino de santidad y salvación es la misericordia, el amor fraterno y la justicia con los pobres que, frente al asistencialismo paternalista, supone el compromiso transformador con la implantación de sistemas económicos y políticos más justos (GE 96-99). 

Frente a toda ideologización de la fe, como nos muestra la fe e iglesia con los Papas como Francisco, no hay que separar ni contraponer la espiritualidad y la lucha por la justicia con los pobres de la tierra. La vida de santidad une la mística y el compromiso sociopolítico por la defensa de la dignidad de toda persona, defiende la vida y los derechos de todo ser humano, desde el momento de su concepción hasta su muerte. Es incoherente para la fe e iglesia decir que, por una parte, se es "pro-vida" en la defensa del no nacido y, por otra, no comprometerse por los pobres luchando contra toda desigualdad e injusticia social-global que causan los ricos sobre los pobres. Todavía peor, en esta lacra de la ideologización de la fe, es perverso desacreditar y calumniar, por ejemplo con acusaciones falsas, a aquellos que llevan a cabo toda esta militancia por el Reino de Dios y su justicia con los pobres. Y todo ello, esta ideologización de la fe que acusa y niega la justicia, para defender los privilegios y complicidad con el poder, la riqueza e injusticia establecida (GE 100-103).

Tal como nos enseña la fe en los profetas y Jesús con su iglesia, ahí tenemos a Tomás de Aquino (II-II, q.30, a.4), no hay un verdadero culto y oración a Dios: cuando nuestra vida espiritual no va unida al compromiso solidario por la justicia con los pobres; cuando nos desentendemos de la defensa de los otros que sufren la opresión e injusticia como son, por ejemplo, los hermanos migrantes y refugiados. Por tanto, el camino de santidad nos lleva a toda esta vida de amor, pobreza, humidad y sacrificio en la pasión por el Reino de Dios que, siguiendo a Jesús Crucificado, nos libera del egocentrismo. Y nos capacita para la el servicio de la fe y de la defensa de la justicia con los pobres, víctimas y oprimidos.

Es una lucha activa no violenta, pacifica que respeta siempre la vida digna del otro, que no cae en el insulto, odio, venganza u otras lacras de la violencia que son contrarias al Evangelio. Con el gozo y la alegría de la santidad, ya que un santo triste es un triste santo, que posibilita la audacia y valentía de una fe e iglesia que es misionera. Iglesia en salida, como Jesús, hacia las periferias para llevar la salvación y liberación integral de todo sufrimiento, mal e injusticia. Frente a una espiritualidad burguesa, cómoda e individualista encerrada en sus propias seguridades y privilegios; en contra del miedo y falsa prudencia que paraliza el dinamismo misionero, evangelizador y liberador (GE 112-139).

Y en esta línea, frente a una fe y espiritualidad elitista e individualista o maniquea (purista), la santidad se vive en la comunidad e iglesia. “La comunidad está llamada a crear ese «espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado». Compartir la Palabra y celebrar juntos la Eucaristía nos hace más hermanos y nos va convirtiendo en comunidad santa y misionera. Esto da lugar también a verdaderas experiencias místicas vividas en comunidad….Esto ocurría en la comunidad santa que formaron Jesús, María y José, donde se reflejó de manera paradigmática la belleza de la comunión trinitaria. También es lo que sucedía en la vida comunitaria que Jesús llevó con sus discípulos y con el pueblo sencillo” (GE 143).

La santidad se alimenta de la oración, que es contemplar el Rostro de Dios revelado en Jesús y su Pascua, el diálogo y comunión con Cristo Crucificado-Resucitado (GE 147-157). Frente a todo espiritualismo, esta oración no nos hace alejarnos ni evadirnos del mundo e historia. Al contrario, te dispone al discernimiento y encarnación más profunda en la realidad de los otros con sus esperanzas, alegrías, sufrimientos e injusticias. La santidad de la fe implica el discernir los signos de los tiempos con sus anhelos y causas justas, la lucha contra lo perverso y maligno que tienta, corrompe y destruye la vida (GE 158-175). Y en la vida de la fe e iglesia, siempre encontraremos a María como modelo de santidad y de alegría (GE 176).

Agustín Ortega Cabrera


Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología).  Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y, actualmente, de la UNAE (Universidad Nacional de Educación) así como invitado en diversas universidades latinoamericanas. Autor de diversas publicaciones, libros y artículos.