miércoles, 21 de febrero de 2018

Asamblea 2018


"Caminando juntos para crecer en 
la común vocación y misión franciscana"


El 4 de octubre del 2013  los Ministros Generales de la Orden 
se encontraron con el Papa Francisco  en la tumba 
de San Francisco en Asís.  Aquí el Papa expresó el deseo
de buscar la unidad como Orden desde una auténtica
y profunda reconciliación.


Con la misión de cumplir este deseo y dar continuidad 
al trabajo impulsado por los Ministros Generales de la Orden, 
desde la Conferencia Franciscana de México  queremos 
dedicar la Asamblea Anual 2018 para encontrarnos, conocernos
y compartir nuestra vocación y misión  como Familia Franciscana.



martes, 20 de febrero de 2018

Haciendo memoria, haciendo vida. A 40 años de la regla OFS - I Parte -



De entrada, quiero decir que estoy convencido de que hoy tiene su lugar relevante en la Iglesia, que su carisma tiene un mensaje importante para los laicos y para nuestro mundo laico y secularizado y, por tanto, lo es también para la Iglesia en su compromiso tibiamente asumido de promover a los laicos dentro de su vida y de su misión.

Quiero, para empezar, ceñirme, efectivamente, a las primeras palabras del Capítulo II de la Regla, titulado “La forma de vida”. Con los dos primeros breves párrafos me parece más que suficiente para aportar mi grano de arena a lo que podemos hacer en este aniversario: releer y valorar en clave de actualidad esta Regla de vida de nuestros hermanos de la OFS. Este es el texto, que reproduzco literalmente:
“La Regla y la vida de los Franciscanos seglares es ésta: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo siguiendo el ejemplo de San Francisco de Asís, que hizo de Cristo el inspirador y centro de su vida con Dios y con los hombres”.
“Cristo, don del amor del Padre, es el camino hacia Él, es la verdad en la cual nos introduce el Espíritu Santo, es la vida que Él ha venido a traer abundantemente”.

A continuación y como conclusión de estos dos párrafos, hay un tercero que recomienda la lectura del santo Evangelio y la aplicación a la vida, lógico pero no necesario para mi interés ahora.
Creo que en estos párrafos se pone de relieve el tripié de la vida y misión de nuestra Tercera Orden, como me gusta llamarla: el Evangelio, Francisco y Jesucristo.

Diría que el primero –el Evangelio- es el contenido ocupacional de esta vida, el segundo –Francisco- es el guía y el tercero –Jesucristo- es la inspiración y ejemplo.

Ante todo, quiero llamar la atención sobre la expresión “guardar”, que es al mismo tiempo, una expresión común pero profundamente evangélica y contemplativa, pues nos recuerda a María, que “guardaba todas esas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19). ¿Qué les parece? Ser lectores contemplativos del Evangelio. Y para ello, claro, tener el corazón sencillo de María, el corazón de “la esclava del Señor”, que le dice: “hágase en mí según tu Palabra”. No puede ser de otra forma, y así se cumple lo que se recuerda como prólogo de esta Regla en la Exhortación de San Francisco a los Hermanos y Hermanas de Penitencia:
Somos esposos cuando, por el Espíritu Santo, el alma fiel se une a nuestro Señor Jesucristo. Somos para él hermanos cuando hacemos la voluntad del Padre que está en los cielos; madres, cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo, por el amor divino y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo”.

Y es que pensar en “guardar” bajo una acepción moral, es falta de comprensión y de respeto hacia el Evangelio, que es Buena Nueva. Por eso, la predicación inicial de Jesús, según el evangelio de Marcos es: “Conviértanse y crean en el Evangelio” (1, 15). No es “conviértanse y cumplan el Evangelio”. Por otra parte, mientras el ser humano ha sentido y siente, en edad adulta, un rechazo a las personas y actitudes impositivas, se abre y simpatiza con las personas y actitudes invitacionales y afables. ¡Cuánto tiene que ver esto, a la hora de querer evangelizar a nuestro mundo postmoderno,  tan reacio a lo moral y obligatorio”.

Sigue a continuación la referencia a San Francisco, de quien se dice que “hizo de Cristo el inspirador y centro de su vida con Dios y con los hombres”. Algo que lo vemos y leemos en sus escritos y biografías, como dice, por ejemplo su primer biógrafo oficial: “Jesús en el corazón, Jesús en los labios, Jesús en los oídos, Jesús en los ojos, Jesús en las manos, Jesús presente siempre en todos sus miembros. Porque con ardoroso amor llevaba y conservaba siempre en su corazón a Jesucristo, y éste crucificado, fue señalado gloriosamente sobre todos con el sello de Cristo”(I Cel, 115).

Y para no alargarme en esto, sólo citaré el testimonio de santa Clara cuando dice en su Testamento: “El Hijo de Dios se ha hecho para nosotros camino, y ese camino nos lo ha mostrado y enseñado, con la palabra y el ejemplo, nuestro padre san Francisco, verdadero amante e imitador suyo” (v. 5).
Por fin, la referencia a Cristo es de una riqueza exuberante, que incluye un compendio de espiritualidad; de una espiritualidad, propia de un hijo/a y seguidor o seguidora de Francisco en esta vida evangélica, que está marcada decisivamente por la relación personal con Cristo.

Ante todo, él es “don del amor del Padre”, como nos lo dice el discípulo que fue tocado especialmente por el amor: “tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo” (Jn 3,16). Que nadie dude o se atreva a decir “Dios no me ama”, porque allí está Cristo, que ha venido, como él mismo lo dice, a “buscar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10) y “deja a las noventaynueve ovejas en el aprisco y se va en busca de la descarriada” y “hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventaynueve justos que no necesitan conversión” (Lc 15, 4-7).

Y, como nos dice el mismo discípulo amado: “es el camino hacia Él” (Jn 14, 6). En medio de tantos caminos que se ofrecen hoy por falsos profetas, “encantadores de serpientes” y “charlatanes”, como dice el Papa Francisco en su mensaje de Cuaresma, en Cristo tenemos el camino seguro, aunque sea tortuoso y estrecho, “que conduce a la Vida” (Mt 7, 13-14).

Es “ verdad en la cual nos introduce el Espíritu Santo”, porque, en palabras de Jesús, este Espíritu es el compañero, el maestro, el abogado y el consolador que “nos conduce a la verdad completa”(Jn 14, 26).

Y Él es “la vida que ha venido a traer abundantemente” (Jn 10, 10); porque los cristianos que nuestro mundo necesita hoy, como en el tiempo de Francisco, no pueden ser mediocres sino radicales. Vivimos tiempos de renovación, de reforma, de rebeldía en la Iglesia y en la sociedad, como lo fue en el tiempo de Francisco. Su carisma evangélico se abrió camino en medio de todos los grupos reformistas y ha dado frutos abundantes y permanentes de santidad, de sabiduría y de evangelización a lo largo de ocho siglos. ¿Podrá seguir sirviendo a la sociedad y a la Iglesia, necesitadas ambas de testigos fehacientes de verdad y de vida? La Orden Franciscana Seglar tiene parte de la respuesta.

De nuevo, volviendo al mensaje mencionado, el Papa nos dice que “da la impresión de que la caridad se ha apagado en muchos corazones, pero no se apaga en el corazón de Dios”. He aquí una forma concreta para la Fraternidad Seglar de la Tercera Orden de hacer presente esta vida abundante de Cristo en nuestro tiempo: revitalizar el amor en el corazón de muchos mediante la fraternidad viva, comprometida en el aquí y ahora de nuestro mundo,  de nuestra sociedad, de nuestra Iglesia. Ésta será la garantía para que el Evangelio de Cristo, vivido radicalmente por Francisco de Asís, pueda ser una aportación válida de toda nuestra familia franciscana a la evangelización.

Hno. Jesús Ma. Bezunartea, OfmCap.

Franciscanos Menores - OFM



Hermanos Menores "de la Unión Leonina"
El 4 de octubre de 1897 el papa León XIII, por la Constitución Apostólica "Felcitate quadam", reunía cuatro reformas franciscanas: Observantes, Reformados, Descalzos o Alcantarinos y Recoletos, con la simple denominación de "Hermanos Menores", título que comparten con los Hermanos Menores Conventuales y los Hermanos Menores Capuchinos.

Origen de la Observancia
La reforma Observante o de la Regular Observancia, versión moderada del movimiento de los frailes Espirituales o Fraticelli, comenzó en Italia en 1368, por obra del beato fr. Paoluccio Trinci de Foligno, en la ermita de Brogliano, entre Foligno y Camerino. A su muerte en 1391, las ermitas y conventitos bajo su jurisdicción eran ya 16, todos ellos en el centro de Italia, entre las regiones de Umbria y Marcas. El beato Paoluccio, sin embargo, sólo fundó el de San Bartolomé de Marano (Foligno); los demás se los había cedido la Orden, es decir, los llamados Conventuales, a cuyos superiores legítimos estaban sujetos.
Las reformas observantes se extendieron enseguida por Italia, Francia, España y Portugal, y fueron reconocidas por el Concilio de Constanza, con la Constitución apostólica "Supplicationibus personarum" del 23 de septiembre de 1415. Con las bulas "Vinea Domini" del 15 de marzo de 1431 y "Ut sacra" del 11 de enero de 1446, el papa Eugenio IV separó prácticamente a la Observancia de los Conventuales, y la transformó en una especie de orden dentro de la orden, ya que la dependencia de los ministros generales conventuales era simplemente nominal.
La nueva familia franciscana quedó organizada, desde entonces, en dos Vicarías generales, autónomas entre sí: una Cismontana (Italia) y otra Ultramontana (el resto de Europa), ambas divididas en Vicarías provinciales. Los cuatro pilares que organizaron y consolidaron la reforma observante fueron san Bernardino de Siena, fray Alberto de Sarteano, san Juan de Capistrano y san Jaime de la Marca, animados todos ellos por una sincera voluntad de adaptar genuinamente los ideales de san Francisco a su tiempo. Con el ejemplo, y en virtud de su enérgico y acertado gobierno, la reforma creció y se extendió rápidamente, y empezó a abandonar los eremitorios y a volver a los estudios, imprescindibles para el apostolado popular, misionero, caritativo y social, en el que se distinguieron no pocos Santos y Beatos.

Difícil convivencia
Las relaciones con el resto de la Orden no fueron siempre ejemplares. Frente a los Franciscanos Conventuales o Claustrales, que defendían a ultranza una vida estable de observancia de la Regla con mitigaciones pontificias, sin las cuales pensaban que no podrían hacer frente al cúmulo de actividades que la misma Iglesia les encomendaba, muchos Observantes no veían más solución que la radical supresión de los mismos, cosa que consiguieron en España y en sus reinos con el poderoso apoyo de los Reyes Católicos y de Felipe II. La misma intransigencia excluyente mostraron frente a las otras reformas (Villacrecianos, Amadeitas, Alcantarinos, frailes del Capucho, etc.), que defendían su legítimo derecho a observar la regla sin tener que romper la comunión con la Orden. Tampoco ayudaron a mejorar las relaciones los mil y un litigios surgidos en torno a la posesión de los conventos, ya que los Observantes, cuyo crecimiento era imparable, en ciertos lugares, tendían a apropiarse de las casas conventuales, antes que fundar otras nuevas.

Bajo el signo de las divisiones
En ese ambiente de discordia, todos los esfuerzos por reunificar a la Orden fracasaron, de modo que el 29 de mayo de 1517, con la bula "Ite vos", el papa León X terminó de romper el dsssimbólico que aún mantenía unidas a ambas familias, concediendo a los frailes de la Regular Observancia el primado jurídico de la Orden, que hasta ese momento tenían los Conventuales. En cuanto a las otras reformas, el mismo papa las obligó a unirse a una u otra Orden. En ese momento, los Observantes eran ya 30.000, repartidos en 1.500 conventos. Los conventuales eran otros tantos.
En el siglo XVI, la Observancia ya no es la de antes: no rehuye los estudios, construye grandes conventos e iglesias enormes sin mayores escrúpulos de conciencia. Nada tiene, pues, de extraño que, apenas un año después de la división, se segregaran de ellos los Frailes Menores Reformados de la Estricta Observancia, aprobada por Clemente VII el 16 de noviembre de 1532, con la bula "In suprema". El mismo papa, cuatro años antes, había aprobado también la reforma de los Frailes Menores Capuchinos, desgajados igualmente de la Observancia. Los Alcantarinos, Reformados y Recoletos, aún dependiendo del ministro general observante, gozaban de amplia autonómía, con aprobación de la Iglesia.
Tantas divisiones podrían ser motivo de escándalo para algunos, pero no dejan de ser, en realidad, un signo de la gran vitalidad del árbol plantado por San Francisco, cuyos hijos nunca han dejado de competir -no siempre de la manera más apropiada- por alcanzar la meta de la perfección evangélica, estimulados siempre por los ejemplos y las palabras del santo fundador.
Excepto los Capuchinos, que lograron conquistar y mantener su independencia, las otras familias franciscanas reformadas siguieron formando parte de la familia Observante, compartiendo con ellos un mismo ministro general y los esfuerzos apostólicos y misioneros, distinguiéndose, de manera especial, en Hispanoamérica, donde aún son muy numerosos y constituyen una fuerza importante de la Iglesia Católica.

Crisis y reunificación
Las distintas ramas Observantes también fueron víctimas del ciclón revolucionario europeo de los siglos XIX y XX, pero su fuerte vitalidad interna, la rápida fundación de nuevos seminarios y del Colegio Internacional Romano (1890) para los estudios superiores, la erección de nuevas provincias, la creación de nuevos conventos y la recuperación de los antiguos les aseguró una fuerte recuperación y una presencia aún más numerosa y prestigiosa que antes.
La reunificación de León XIII del 4 de octubre de 1897 puso fin a la secular división de la familia observante, aunque aún tendrá que intervenir Pío XII en 1940, para hacer frente a ciertas resistencias, debidas, sobre todo, a motivos políticos y nacionales.

Presencia y actividades hoy en el mundo
Hoy, los Hermanos Menores están en todo el mundo y son la fuerza misionera más importante de la Iglesia católica. El 31 de diciembre de 1991 eran 16.008 profesos solemnes (6 cardenales, 9 arzobispos, 92 obispos, 12.492 sacerdotes, 69 diáconos permanentes, 684 clérigos y 2856 hermanos legos). Los profesos simples eran 2153 (1475 estudiantes de teología y 678 hermanos legos) y los novicios, 577, que sumaban en total 18.738 religiosos (ver estadísticas actualizadas).
Los Hermanos Menores tienen a su cargo importantes santuarios del franciscanismo primitivo, como San Damián, Las Cárceles y la Porciúncula en Asís, la Verna, Araceli en Roma y los santuarios del valle de Rieti. También tienen bajo su custodia los Santos Lugares de Tierra Santa. El "Ateneo Antoniano" de Roma, con sus facultades de teología, filosofía y derecho desarrolla una amplia actividad científica y cultural. El Colegio S. Buenaventura de Quaracchi (ahora Grottaferrata) es célebre por sus ediciones monumentales de autores y documentación franciscana. Dignos de mención son también la Comisión Escotista y el Instituto Bíblico de Jerusalén, los centros Angelicum de Milán y Antoniano de Bolonia. Pero no todo es cultura. Los Menores también desarrollan una intensa labor misionera y pastoral en multitud de parroquias, iglesias y santuarios de todo el mundo.
El grupo franciscano más numeroso se caracterizan por el hábito marrón o café, que sustituyó al gris tradicional en el siglo XIX, un capucho corto que no baja de los hombros y las típicas sandalias.
La curia general, después del derribo del convento de Araceli para la construcción del gigantesco monumento a Víctor Manuel II, se trasladó al convento de Santa María Mediadora, en la colina del Gelsomino de Roma.

domingo, 11 de febrero de 2018

Francisco y la paz interior


Hemos oído decir que “de la abundancia del corazón habla la boca”. En un tiempo en que la paz es la gran ausente de la convivencia humana a niveles diversos, no podemos menos de preguntarnos: ¿qué tiene que ver mi paz interior con la paz en mi familia, en mi sociedad, en la humanidad, en mi Iglesia?

Quisiera responder la pregunta desde un enfoque franciscano partiendo de dos principios y experiencias muy importantes en la vida y espiritualidad de Francisco de Asís. Son la pureza de corazón y la pobreza de espíritu.

Son dos temas que el santo trata escueta pero repetidamente en sus admoniciones y que están mutuamente relacionados como causa y efecto.

Sirva como introducción la anécdota bellamente descrita en Sabiduría de un pobre cuando Fray León añora tener en su corazón la pureza del agua del riachuelo y Francisco le dice que la pureza de corazón es liberarse de todo sentimiento negativo y dejarlo todo en las manos de Dios de manera que se pueda ir por la vida con la paz y tranquilidad de los grandes ríos, que asumen todo lo que se cruza en su curso que sigue fluyendo sin alteración alguna.

Una de las admoniciones más importantes es la que nos habla del “participar del espíritu del Señor”, en la que Francisco no dice que sabremos si participamos de ese espíritu si “cuando el Señor obra algún bien por medio de él (de nosotros), no se engríe por ello su carne, antes bien se mira más vil a sus propios ojos y se estima inferior a todos los demás” (Adm. 12).

Efectivamente, el Espíritu del Señor, que en palabras de Pablo tiene como fruto genuino la paz (Gal 5, 22), necesita que nuestro corazón esté liberado de todo impedimento humano para poder derramar en él la riqueza de sus dones. Esa liberación es lo que hace posible así mismo la pureza de corazón, que nos capacita para ver todo como obra y regalo de Dios. Al respecto nos dice el santo en otra admonición: “Son de corazón limpio de verdad los que desprecian las cosas terrenas, buscan las celestiales y nunca dejan de adorar y contemplar, con corazón y espíritu limpios, al Señor Dios vivo y verdadero” (Adm. 16).

Quizá nos suene fuerte y negativo lo de “despreciar las cosas terrenas”; es el lenguaje del tiempo. Hoy podríamos decir: “dejar de lado” o “a través de las cosas terrenas” y estaríamos muy en sintonía con el pensamiento de Francisco, que por una parte nos habla de “no apropiarnos de nada” y por otra encuentra en el espectáculo de la creación la alabanza admirable de Dios, inmortalizada en su Cántico del hermano sol.

En definitiva, el corazón y espíritu limpios se liberan para “adorar y contemplar siempre al Señor”, siendo esta experiencia la piedra de toque y el fruto auténtico de la pobreza y de la pureza.

Volviendo a la pobreza de espíritu, primera bienaventuranza según el primer evangelio, que Francisco comenta en su admonición 14, leemos: “el que es verdaderamente pobre de espíritu se aborrece a sí mismo y ama al que le abofetea”. Aunque el término “aborrecer” nos suene muy fuerte, éste traduce el término que Jesús usa como primera condición para ser su seguidor: “negarse a sí mismo” (Lc 9, 23; Mt 16, 24; Mc 8, 34). De hecho Jesús nos dice a través de estas palabras que no basta con abandonar los bienes o la familia sino también a sí mismo, incluso “odiar la propia vida” (Lc 14, 26).
Desde otro punto de vista y más explícitamente refiriéndose a la paz interior, san Francisco nos dice en la adm 15: “Son pacíficos de verdad los que, en medio de los padecimientos que soportan en este mundo por amor de nuestro Señor Jesucristo, conservan la paz de alma y cuerpo”.

Si nos preguntamos por qué perdemos la paz interior o, en otras palabras por qué nos enojamos y somos violentos a veces, descubrimos que son las contrariedades de la vida o, como decimos comúnmente, los problemas de la vida, los que nos llevan al límite de la paciencia y muchas veces explotamos. Digamos que la paciencia es la capacidad que tenemos para conservar la paz interior y a su vez la paz interior nos capacita para tener paciencia; por ello, decimos que a veces “llueve sobre mojado”, puesto que estando en una situación difícil, nos enfrentamos a un problema o contrariedad inesperada y barremos con todo.

San Francisco usa el término evangélico de “pacífico”; es decir, la persona que es tranquila, que no se enoja fácilmente, y tiene mucho aguante ante las circunstancias adversas. Eso significa que esa persona tiene o una buena concha o un buen colchón para aguantar los ataques, incluso inesperados o de las personas de las que menos lo esperábamos. Al respecto nos dice en la adm. 13 que “cuando al siervo de Dios le llega el tiempo en que le contrarían los mismos que deberían contentarle, el grado de paciencia y de humildad que entonces demuestra es el que tiene, y no más”. También a estos el santo los califica de pacíficos.

Y en la adm. 23 se aplica todo lo dicho sobre la paciencia y la paz interior a quienes tienen que sobrellevar la corrección. Por experiencia sabemos que corregir a alguien es un reto y un riesgo, aun tratándose de amigos. Tenemos que encontrar el momento y las palabras oportunas. De hecho, san Francisco dice a los ministros que cuando tengan que corregir a algún hermano lo hagan con “humildad y caridad” (Regla X, 1). 

Volviendo a la admonición mencionada, el santo dice: “bienaventurado el siervo que está dispuesto a sobrellevar las advertencias, las acusaciones y las reprensiones que le vienen de otro con la misma paciencia que si se las hiciera él a sí mismo”. ¡Qué hermosa calificación y descripción de la paciencia!  Quizá más de una vez, después de poner mala cara ante la corrección que alguien nos hace, hemos reconocido interiormente que tenía razón, pero muchas veces la paciencia va de la mano con la humildad, la humildad que nos capacita para reconocer que “lo único de que podemos gloriarnos es de nuestras debilidades y de cargar cada día con la cruz” (Adm 5, 8).

Y en la misma adm. 23, se llama “bienaventurado a quien al ser reprendido, se reconoce bondadosamente, se somete respetuosamente, confiesa humildemente y repara de buen grado”. Todo esto cuando se supone que el corregido es y se reconoce culpable. Pero, el santo insiste en que puede darse el caso en que un hermano puede ser “avergonzado y reprendido por un pecado que no ha cometido”. Éste será “bienaventurado si no trata en seguida de excusarse y sobrelleva  humildemente el ser avergonzado y la reprensión”.

En conclusión, la paz interior es posible contando con estas actitudes interiores mencionadas, que son todo un programa de ascética espiritual y de conversión evangélica. Ascética espiritual, es decir, trabajo para controlar las pasiones, particularmente la soberbia, tan profundamente enraizada en nuestra condición humana; y conversión evangélica para dejar de lado los criterios y prejuicios del mundo, y asumir los criterios y principios de Jesús “manso y humilde corazón”, que nos invita a aprender de él (Mt 11, 29).

Fr. Jesús Ma. Bezunartea, OFMCap

jueves, 8 de febrero de 2018

Jornada de oración por los sobrevivientes y las víctimas de la trata de personas.


Hoy, 8 de febrero, se celebra en la Iglesia Católica la Jornada de oración por los sobrevivientes y las víctimas de la trata de personas.

Se trata de una “fiesta” promovida por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantres e Itinerantes, el Pontificio Consejo Justicia y Paz y la Unión Internacional femenina y masculina de Superiores Generales (UISG y USG).

Es una fiesta vinculada a la memoria de Santa Josefina Bakhita (1868-1947), esclava sudanesa, “raptada y capturada” a los nueve años, vendida luego a varios amos, hasta que fue “comprada y liberada” por un diplomático italiano el año 1882, cuando ella sólo tenía 14.

Su mensaje de perdón y misericordia sigue vigente en este mundo lacerado por el odio y la violencia. Bakhita nos deja un testamento de perdón y misericordia: “Si volviese a encontrar a aquellos negreros que me raptaron y torturaron, me arrodillaría para besar sus manos”.

El triste fenómeno de la trata, como recuerda el Papa Francisco:"No esclavos sino hermanos"no se refiere sólo a las mujeres destinadas a la prostitución, sino también al tráfico de niños, al tráfico de personas destinadas al trabajo forzado o a la mendicidad, al tráfico de órganos: fenómenos que a menudo engendran la así definida esclavitud del siglo XXI.

Este fenómeno no afecta sólo a algunas áreas del mundo, es un fenómeno global que implica a los Países de procedencia de las personas víctimas de trata, a los de tránsito y a los países de llegada de tantos niños, mujeres y hombres....

La extensión y la complejidad del fenómeno hace que el testimonio profético de las personas consagradas en la lucha por la dignidad y los derechos de estas personas se pueda expresar mediante diversas actividades, entre otras, la actitud orante de los seguidores y seguidoras de Jesús de Nazaret.

miércoles, 7 de febrero de 2018

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2018


MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA CUARESMA 2018



«Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12)



Queridos hermanos y hermanas:

Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión»[1], que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida.

Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12).

Esta frase se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor. Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.

Los falsos profetas

Escuchemos este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas?

Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.

Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.

Un corazón frío

Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo[2]; su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?

Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos[3]. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.

También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.

El amor se enfría también en nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium traté de describir las señales más evidentes de esta falta de amor. estas son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero[4].

¿Qué podemos hacer?

Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.

El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos[5], para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.

El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?[6]

El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.

Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos.

El fuego de la Pascua

Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.

Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.

En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu»[7], para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.

Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.

Vaticano, 1 de noviembre de 2017
Solemnidad de Todos los Santos

Francisco



[1] Misal Romano, I Dom. de Cuaresma, Oración Colecta.

[2] «Salía el soberano del reino del dolor fuera de la helada superficie, desde la mitad del pecho» (Infierno XXXIV, 28-29).

[3] «Es curioso, pero muchas veces tenemos miedo a la consolación, de ser consolados. Es más, nos sentimos más seguros en la tristeza y en la desolación. ¿Sabéis por qué? Porque en la tristeza nos sentimos casi protagonistas. En cambio en la consolación es el Espíritu Santo el protagonista» (Ángelus, 7 diciembre 2014).

[4] Núms. 76-109.

[5] Cf. Benedicto XVI, Enc. Spe salvi, 33.

[6] Cf. Pío XII, Enc. Fidei donum, III.

[7] Misal Romano, Vigilia Pascual, Lucernario.

sábado, 3 de febrero de 2018

Qué está pasando en nuestro país?

jueves, 1 de febrero de 2018

Curso JPIC Guadalajara 2018