jueves, 26 de abril de 2018

Haciendo memoria, haciendo vida. A 40 años de la regla OFS - II Parte -



Después de poner de relieve en la primera parte el lugar fundamental de Cristo en la forma de vida evangélica de la OFS, quiero abundar en ello, siguiendo la lectura del segundo capítulo. No voy a agotar toda la enseñanza sobre el tema; me fijaré en dos puntos que están íntimamente relacionados y que describen una vida en comunión con Cristo.

Aunque estamos más acostumbrados a describir el ideal franciscano como “seguimiento” de Cristo, creo que no es ajeno a san Francisco este concepto de comunión con Cristo; más aún, me atrevería a decir que describe mejor su relación personal con él. ¿Qué otra imagen y experiencia proyecta  sobre su persona el decir que es “otro Cristo”, conformado con él incluso externamente en la gracia extraordinaria de sus estigmas?

¿Cómo llegar a esta experiencia de comunión en la vida de los hermanos de la OFS? Su Regla nos da dos sugerencias o, nos sugiere dos medios.

Lo primero: “Busquen la persona viviente y operante de Cristo”.
El Evangelio nos habla dos veces de la búsqueda, que nos interesa recordar aquí. Nos dice Jesús que “ante todo busquemos el Reino de Dios y su justicia” (Mt 6, 32), y entre las parábolas nos dice una muy breve pero muy importante: “un mercader que anda buscando perlas finas, al encontrar una de gran valor, vende todo lo que tiene y la compra” (Mt 13, 45-46).

Por otra parte, haciendo referencia a la “persona viviente y operante de Cristo”, no podemos menos de recordar una palabra semejante de Francisco en su Regla al decir a los hermanos: “aspirar sobre todas las cosas a poseer el espíritu del Señor y su santa operación” (R.B. X, 9).
Con todo esto, entendemos que esta búsqueda de Cristo es el contenido de ese “ante todo”; no hay otra realidad en nuestra vida que pueda priorizar nuestros deseos que la “persona de Cristo”, en él encontramos “el Reino de Dios” con toda su riqueza (“justicia”).

Siempre recuerdo al mencionar el término buscar, las palabras de un himno de la Liturgia de las Horas: “lo buscas es que lo tienes” (Pascal). La búsqueda es la primera experiencia operativa de comunión con Cristo. También se dice que para que la búsqueda no sea inútil hay que buscar donde se puede encontrar.

Por ello, se dice aquí dónde los hermanos pueden encontrar a Cristo, a saber: en los hermanos, sin especificar, por tanto en toda persona, que es nuestro prójimo por una razón o por otra, pues como Jesús nos dijo: “ustedes son todos hermanos” (Mt 23, 8) y el prójimo es todo el que está junto a ti, conocido o desconocido, amigo o enemigo (Lc 10, 29-37).
En segundo lugar en la Sagrada Escritura. Sabemos cómo san Francisco fue un amante y adorador de Cristo en su Palabra: “Y dondequiera que encuentre los santísimos nombres y su palabras escritas, los quiero recoger y ruego que sean recogidos y colocados en lugar decoroso” (Testamento 12). No es éste el lugar para extenderme sobre el tema, pero sí quiero, por una parte, recordar las sabias palabras de san Jerónimo: “ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo” y, por otra, la oportunidad que la Iglesia nos da hoy a todos de conocer la Palabra de Dios, máxime si hemos de asumir responsablemente su labor evangelizadora.

Y la presencia “viviente y operante de Cristo” la encontramos en la Iglesia. En estos tiempos en que la Iglesia, como en tiempos de Francisco, es tan ignorada y ofendida por muchos, los hermanos franciscanos estamos invitados con urgencia a encontrar a Cristo en ella, pues él mismo lo dijo: “donde dos o tres estén reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Y nos daría tema para un largo discurso hablar de la dimensión eclesial de nuestro Padre Francisco; sólo citaré unas palabras de su Testamento: “Después me dio el Señor y me da tanta fe en los sacerdotes, que viven conforme a las normas de la santa Iglesia…” (v. 6).

Finalmente, buscar y encontrar a Cristo en las acciones litúrgicas. No sé si es la expresión más apropiada, pero ella tiene el matiz de expresar la responsabilidad de los celebrantes: ministros y asamblea, de celebrar, como nos dice el Concilio, de manera que lleve a “una participación plena, consciente y activa” (S.C.14; CIC 1141). El texto citado de esta Regla hace referencia a las palabras de San Francisco: “Nada veo corporalmente en este mundo del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y sangre”, como “inspiración y guía de la vida eucarística”.

El segundo medio para cultivar la comunión con la persona de Cristo, viviente y  operante, es: “conformar su modo de pensar y de obrar al de Cristo”, que supone un “cambio interior radical” y que “debe actualizarse cada día”, conversión que se llama evangélica, en contraste con la conversión ascética, que cuida sólo las prácticas de penitencia, o la conversión moral, que mira al cambio de ciertas actitudes de vida.

Si bien es importante este cambio radical interior, que nos une y conforma a Cristo, también lo es la “actualización”, que –según el texto- “debido a la fragilidad humana”, está siempre en peligro de descuidarse. Precisamente, en este aspecto, son sabias y oportunas las palabras de Santa Clara, dirigidas a sus hermanas en el Testamento: “Una vez, pues, que hemos entrado por el camino del Señor, guardémonos de apartarnos de él en manera alguna por nuestra culpa, negligencia e ignorancia…” (v. 74).

Hoy en día, todos los miembros de las tres Órdenes tenemos muchos medios para superar la ignorancia, pero ¿cuáles son los medios para superar la “negligencia”? Creo que toca lo más profundo de nuestra conversión. No se puede compaginar una verdadera conversión con una conversión negligente o una conversión que no se actualiza y renueva interior y exteriormente. 

Interiormente, refiriéndonos a la propia experiencia de conversión, de una comunión “viva y operante con Cristo”, que nos transforme cada día de manera que también nosotros crezcamos “en edad y gracia ante Dios”; exteriormente, porque ese crecimiento también sea “ante los hombres” (Lc 2, 52); porque Jesús nos lo encomendó: “brille su luz ante los hombres que viendo sus buenas obras, glorifiquen al Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16). Y como dice el santo en su carta a los Fieles: “Puesto que soy servidor de todos, a todos estoy obligado a servir y a suministrar las perfumadas palabras de mi Señor” (I Cta. II, v.2).


Hno. Jesús Ma. Bezunartea, OfmCap.


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