jueves, 15 de marzo de 2018

Carta del Papa Francisco al Ministro General de los Capuchinos


Queridísimo Padre Mauro:

me siento muy contento de habernos encontrado recientemente, junto a los frailes de las Familias franciscanas. Te estoy muy agradecido por los saludos navideños que has querido acompañar con un presente de caridad que rápidamente reservé para los hermanos marcados por el dolor y marginalidad. La Navidad suscita en nosotros la urgencia de saciar la sed de amor a Jesús en el servicio a los más pobres entre los pobres como nos enseña San Francisco cuando contemplaba el misterio del Amor no amado.

Mientras respondo tu carta, levanto la mirada hacia el Pesebre y pienso en el camino al que los llevará el Capítulo General marcado por la reflexión compartida acerca de la Ratio Formationis Ordinis. Mirando la pequeñez del niño Jesús, contemplo la obediencia, y me resuena en el corazón las palabras de Pablo a los Filipenses «Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús: el cual, siendo de condición divina, no retuvo el privilegio de ser como Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Apareciendo en su porte como hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (2,5-8).

Es lo que se lee en las Constituciones de la Compañía de Jesús: «La verdadera obediencia no mira a quién se hace, sino por quién se hace; y si se hace solo por nuestro Creador y Señor, es a Él, Señor de todos, que se obedece» (84), San Ignacio lo deduce del pensamiento propuesto en la Legenda maior S. Francisci escrita por San Buenaventura: «[…] el verdadero obediente: no juzga por qué lo trasladan de una parte a otra; no se preocupa del lugar donde vaya a ser colocado ni insiste en que se lo cambie de lugar; si es promovido a un alto cargo, mantiene su habitual humildad; cuanto más honrado se ve, tanto más indigno se siente» (c/VI,4)

La Vida Consagrada, por lo tanto, les está agradecida a ustedes Franciscanos por este carisma que se expresa en la obediencia al Evangelio sine glossa y extrae del misterio de la humanidad de Jesús la mansedumbre, la pobreza y la humildad para vivir en la alegría de la fraternidad que trasfigura el mundo. La minoridad se transforme entonces en la brújula para orientar el camino que están recorriendo. No hay pobreza sin obediencia ni tampoco humildad y castidad. La obediencia nos permite salir de nosotros mismos para vivir la auténtica libertad evangélica. Esta es la profecía, contra el germen de la anarquía, que en estos tiempos el diablo siembra a manos llenas.

Te deseo a vos y a toda la Fraternidad franciscana poder vivir el misterio de la Navidad de Jesús como los pastores la comprendieron, en esa noche, yendo «sin demora» (cf. Lc 2,16) a adorar al Señor.

Los bendigo de corazón y, por favor, recen por mí.

Franciscus

0 comentarios:

Publicar un comentario