miércoles, 17 de febrero de 2021

La Cuaresma de San Francisco

En las “florecillas” (c.7), se cuenta que San Francisco, previo a la cuaresma, junto al lago de Perusa, hospedado en casa de un amigo seglar, tuvo la inspiración de Dios de ir a pasar toda la cuaresma en solitario en una pequeña isla deshabitada de dicho lago.


Francisco le pidió a su amigo que lo llevara en su barca a la isla del lago durante la noche del miércoles de ceniza, sin que nadie se diera cuenta y su amigo así lo hizo. Para su estancia, San Francisco no llevó consigo más que dos panecillos.


Llegados a la isla, al dejarlo el amigo para volverse a casa, San Francisco le pidió que no le dijera a nadie dónde estaba y que volviera a recogerlo hasta el día del jueves santo. Y con esto partió, quedando solo San Francisco en la isla.


En la isla no había más que naturaleza, por lo que se adentró dentro de ella, hasta que encontró un resguardo natural entre zarzas y arbustos. En este sitio se puso a orar y a contemplar las cosas de Dios sin comer otra cosa mas que la mitad de uno de aquellos dos panecillos que llevó, como pudo comprobar el día de jueves santo aquel mismo amigo, al ir a recogerlo; de los dos panes halló uno entero y la mitad del otro.


¿Por qué Francisco comió solo ese medio pan de los dos que llevaba? Se cuenta que lo comió para alejar de sí el veneno de la vanagloria, de igualarse al perfecto ayuno que logró Jesús cuarenta días y cuarenta noches.


En el tiempo fuerte de la cuaresma, propongo una reflexión sobre el valor de esta práctica en la vida de San Francisco de Asís, su ejemplo nos estimula a vivir bien este tiempo propicio de conversión y expectativa de la Pascua.


Para San Francisco la oración y el ayuno tiene especial lugar en su ascesis. Él nos dice en su Regla No Bulada (III,1): “Dice el Señor: 'esta clase de demonios no puede salir más que a fuerza de ayuno y oración' (cf. Mc 8,28)”. El monte Alvernia es una demostración clara de que San Francisco, al final de sus días, sentía la necesidad de lo que llamamos “ratos fuertes de oración y de una experiencia del desierto” (Charles de Foucault). Su inserción en Dios era tan fuerte y profunda, que era un hombre hecho oración.



San Francisco no se contenta de vivir la Cuaresma así dicha “Grande” o de la Redención, convocada por la Iglesia, que inicia el Miércoles de Cenizas hasta la Semana Santa en preparación a la Pascua (RegB III, 6). Creó la Cuaresma de Adviento o de la Encarnación, en preparación a la Navidad, que san Francisco hacia, y que va de la fiesta de todos los Santos a la vigilia de la Natividad del Señor. Solo estas dos eran obligatorias para todos sus frailes, escribe en la Regla (RegB III, 6): Y ayunen desde la fiesta de Todos los Santos hasta la Navidad del Señor. Sin embargo, la santa cuaresma que comienza en la Epifanía y se prolonga cuarenta días continuos, la que el Señor consagró con su santo ayuno (cf. Mt 4,2).


San Francisco personalmente hace otras tres, y todas ellas pasaba en ayunas y oraciones, apartado del mundo, para estar solo y solamente con Dios, en continuo proceso de conversión. Viviendo más profundamente el misterio de la Encarnación de Jesucristo, la Cuaresma de la Epifanía o “Benedetta” (RegNB III, 11; LM IX, 2); con esta cuaresma, San Francisco entendía hacer una relación entre el tiempo de Navidad y de Pascua. Como ya vimos, él no hace separación entre la Navidad y la Pascua, pues representan los dos polos del único misterio de salvación.


Su gran devoción por los santos y servidores celestiales hacen en él una cuaresma especial, toda propia del Poverello, que no la ha impuesto y ni menos la aconseja a sus frailes; la busca solo para sí mismo. La Cuaresma en honor a San Miguel, ayunaba devotísimamente e iniciaba el día de la Asunción (15 de Agosto), y la terminaba en el día de la fiesta de San Miguel Arcángel (29 de Septiembre). Solía decir que: “cada uno debería ofrecer alguna alabanza u ofrenda especial a Dios en honor a tan gran príncipe” (2Cel 197; LM VIII, 10, IX 3, XIII, 1.5.)


Otra devoción cuaresmal del Seráfico hermano era a los santos Pedro y Pablo; “exprimía” la comunión con la sagrada jerarquía, sobre todo, con el papa, signo de la unidad de la Iglesia. Iniciaba el día de la fiesta de los apóstolos Pedro y Pablo (29 de Junio) hasta la fiesta de Asunción (15 de Agosto), demostrando la particular devoción por María, madre y figura de la Iglesia (LM IX, 3).


Tenemos así las cinco las cuaresmas de San Francisco durante el año: esto quiere decir que cerca de doscientos días él pasaba cada año en soledad, orando y mortificándose; apartado de las personas, solo con Dios. Empleando así dos tercios de su tiempo a la contemplación y a la oración, y solo un tercio en la acción, Con una vivencia así, por cerca de veinte años ha cambiado la faz al mundo.


Los tempos litúrgicos de la Iglesia, como el Adviento, las fiestas de Navidad, la Cuaresma, las fiestas Pascuales, son momentos privilegiados del retorno a Dios, cuando reconocemos que todo es vano fuera del contexto religioso y que solo Cristo da un sentido, y un significado a nuestra vida personal.


San Francisco nos dio un grande ejemplo. Nos ha enseñado la entrada que lo condujo a hacer la experiencia del infinito amor de Dios, gracia y don especial que el Poverello tuvo dos años antes de su muerte, de participar en el sufrimiento y en el amor de Jesús Crucificado por nuestra salvación. Así nos enseña (cfr Test 4): el Señor me dio una fe tal en las iglesias, que oraba y decía así sencillamente:
Te adoramos, Señor Jesucristo, también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. (Test 5)

0 comentarios:

Publicar un comentario