miércoles, 6 de marzo de 2019

Haciendo memoria, haciendo vida. A 40 años de la regla OFS - VII Parte -



VALORES EVANGÉLICOS DEL SEGUIMIENTO DE CRISTO (Regla, n. 10-11)

Todos hemos oído con mayor o menor frecuencia que “seguir las huellas de Cristo pobre, humilde y crucificado” expresa el carisma de San Francisco. De ahí el famoso himno de la OFS “Las huellas del caudillo enamorado sigamos con fervor”, que antes se cantaba en la Orden franciscana en general con mucha frecuencia.

Efectivamente, la actual Regla dice así, resumiendo los números 10 y 11: “asociándose a la obediencia redentora de Jesús…sigan a Cristo, pobre y crucificado”, y también “esfuércense en purificar el corazón de toda tendencia y deseos de posesión y dominio como peregrinos y forasteros hacia la casa del Padre”.

Ante todo quiero decir que al poner como parte del título Valores Evangélicos, quiero poner de relieve que no son simples consejos, que los seguiremos si nos parece bien, como comúnmente se identifican, sino que son valores, sin los cuales no hay seguimiento de Cristo: obediencia, pobreza y pureza de corazón.

Se habla de “obediencia redentora de Jesús” al Padre. Y quiero subrayar aquí el aspecto teológico de esta obediencia, ya que comúnmente se ha puesto de relieve más bien el aspecto ascético moral. ¿Qué diferencia hay? La obediencia de Jesús no es un acto de penitencia, un sacrificio de valor infinito, por el cual nos gana la salvación. Es más bien una actitud de vida en comunión con el Padre, que Jesús la asume desde que llega a este mundo, como lo proclama la carta a los Hebreos: “Por eso, al entrar en este mundo, dice: sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Entonces dije: ¡He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad” (10, 5-7). Si se dice que Dios no quiere “sacrificio y oblación” no podemos ver ni la vida ni la muerte de Jesús como un sacrificio por medio del cual paga nuestra salvación sino una forma de vida en comunión con el Padre, por medio de la cual regenera nuestra condición humana de manera semejante a lo que se significa en la parábola del “hijo pródigo”, a quien su padre, viendo su deseo de restablecer la amistad con él aunque sea como su criado, abraza y lo restablece a la vida familia con todos los derechos.

Esa obediencia, por tanto, se encarna en la vida del hermano franciscano al “cumplir las obligaciones propias” y también en las circunstancias difíciles de la vida. Efectivamente, en todo ello se manifiesta la voluntad de Dios, que en resumen es hacer de la vida un servicio a propios y extraños, es decir, tanto en la vida familiar como en la vida laboral, en la vida social y en la eclesial. Subrayemos este aspecto del servicio como forma de hacer la voluntad de Dios y como forma de unirnos a la obediencia redentora de Cristo, pues lo importante es que toda la humanidad vibre al unísono en la comunión con Cristo, y por medio de él con Dios.

Se habla a continuación de la “vida pobre y humilde”, que Cristo eligió para sí y para su Madre y se explica cómo lo han de vivir los Franciscanos seglares. Se mencionan varios detalles: primero, una justa relación con los bienes terrenos, que se traduce en el desapego de los mismos y éste a su vez se muestra en el modo cómo se usan estos bienes; una forma de uso correcto se sugiere en otros de los detalles de esta vida pobre y humilde: simplificar las propias exigencias materiales, es decir, evitar acumular bienes materiales y aprender a vivir como reza el dicho antiguo “con lo mínimo necesario, no con lo máximo permitido”. Es una tentación que de muchas formas se filtra en la vida social y familiar por medio de los medios de comunicación y la abundancia de bienes en los centro comerciales, incluso por el modo cómo viven los demás, familiares, amigos o vecinos.

El tercer detalle, que ayuda a mantener ese estilo de vida, relacionado con lo dicho anteriormente, es “ser administradores de los bienes”, y no almacenadores de los bienes al alcance del nivel económico que tenemos al momento. Esa labor administradora significa que se cultive en el corazón del hermano franciscano y de las fraternidades la conciencia de compartir con quien lo necesite, dentro o fuera de la fraternidad y de nuestros ambientes próximos, todo aquello que no se necesita, teniendo en cuenta aquí también el dicho de que “la necesidad se contenta con poco” y de que, como decía san Agustín: “lo que tú no necesitas pertenece a los pobres” o “a los otros pobres”, diría san Francisco.

En esta línea de pensamiento, se dice en este número que son administradores de los bienes “en favor de los hijos de Dios”; aquí pues entra la fraternidad universal, como es la de Francisco y ha de ser la de la familia franciscana. Así lo dejó escrito en su carta a los Fieles: “Puesto que soy servidor de todos, a todos estoy obligado a servir y a suministrar las perfumadas palabras de mi Señor” (1 C II v. 2).

Para todo ello, la Regla recomienda cultivar el espíritu de las bienaventuranzas, especialmente la pureza de corazón, que dará la correcta visión de las cosas y de las personas, cultivando la actitud de “peregrinos y forasteros”, que ni viven en su propia tierra ni están allí mucho tiempo, por tanto no tiene sentido cargarse de cosas, ni apegarse a las personas, pues todas las creaturas son hermanas, que no se pueden someter de ninguna forma sino que con ellas se ha de compartir el regalo de la vida y los medios, que Dios nos facilita para cultivarla con dignidad. Si los puros de corazón “verán a Dios”, lo han de ver en las obras de sus manos, pues “vio Dios que todo era bueno”, particularmente en aquellas creaturas que Dios hizo “a su imagen y semejanza” (Gn 1). “Loado seas, mi Señor, con todas tus creaturas…Alabad y bendecir a mi Señor, y dadle gracias y servidle con grande humildad” (Cant v. 3.14).

Hno. Jesús Ma. Bezunartea, OFMCap.

0 comentarios:

Publicar un comentario