miércoles, 2 de enero de 2019

MENSAJE DE SAN FRANCISCO AL SULTÁN EN EGIPTO


San Francisco se dirigió desde la Porciúncula a Egipto a encontrarse con el Sultán. Ahora el Papa Francisco, como peregrino del Perdón de Asís el 4 de agosto de 2016, sigue su camino – idealmente siguiendo las huellas del Poverello de Asís – viajando a Egipto a encontrarse, entre otros, también con los musulmanes.

El encuentro de Francisco de Asís con el Sultán al-Malik al-.Kamil en Egipto – precisamente en Damieta – ha despertado interés en los contemporáneos que lo describen con brevedad de palabras. Después de su muerte – y sobre todo de la canonización – del Asisiense se multiplicaron las amplificaciones, relecturas y actualizaciones. Entre éstas se destaca la de Enrique de Avranches que compuso la Legenda sancti Francisci versificada por encargo del papa Gregorio IX en 1232 o en 1234. En efecto, entre los 2585 hexámetros de dicha obra se destaca la narración del encuentro de san Francisco con el Sultán – tomada de la precedente Prima Vita, obra de Tomás de Celano – y en especial las palabras que Enrique de Avranches pone en boca del Santo. Como puede suponerse, el lenguaje es más un discurso de un hombre culto como el autor del poema que una breve exhortación como solía hacerla un simple alfabetizado como fray Francisco. Sin embargo esta narración resulta interesante porque muestra cómo un autor no franciscano pocos años después de la muerte y canonización imaginó las palabras que san Francisco habría dicho al Sultán rodeado de sus hombres de confianza.

A continuación la traducción de dicho trozo del bello estudio de Francisco Marzella, La prédica di Francesco al Sultano nella Legenda sancti Francisci, versificada de Enrique de Avranches (publicado en Controversie. Dispute letterarie, storiche, religiose dall’antichità al Rinascimento, Padova, 2013).

Después que la fama del santo varón, que ningún golpe logra dominar, llenó el campamento […], el rey clemente, que admiraba un valor tan grande, lo acogió con todos los honores y le ofreció dones preciosos; aquél, satisfecho de lo que posee, rechaza los dones del rey y le pide como supremo regalo, que le conceda ser escuchado. El rey, decidido a escucharlo, impone silencio a la turba y hace cesar todo el desorden. Y dijo a los siervos: “Llámenme a los filósofos, para que por su juicio quede claro si éste enseña según la fe o pretende más bien extraviar la fe”.

Por tanto, después que fueron reunidos los sabios, aquel sabio muestra con la palabra de qué fuente ha bebido la sabiduría de los filósofos y arrastra todas las mentes a las alturas celestiales, tejió discursos nunca escuchados y parece no ignorar nada, como trascendiendo el sentir humano. En efecto, silogiza cosas conocidas a pocos mortales y los orígenes de las cosas solo conocidas a Dios, para introducir, a partir de éstas, consideraciones sobre la causa primera, […] y prueba que hay un solo Dios y no existe una multitud de dioses; demuestra cómo de aquel único se deriva todo, cual fue la duración del primer principio, substancia simple, simple intervalo de un instante, substancia más simple que un punto; cuán admirablemente tal esencia está toda en todas partes y prescindiendo del lugar, siempre presente sin tiempo. Porque montó en soberbia y como aquel que un tiempo fue Lucifer es ahora “lucífero”, y qué gran precio costó la redención del mundo, por qué motivos se dio la encarnación; cómo la antigua serpiente conquistó a Eva, Eva al primer hombre, el primer hombre a la posteridad, la posteridad  Cristo, Cristo a la serpiente, forzando a la muerte a volver a aquel mismo de donde había partido; cómo no solo fue glorificada la carne, sino que también la misma carne llena de vida de Cristo, que glorifica a las demás, superando las dotes del alma, está junto y al mismo tiempo por todas partes toda presente en las diversas iglesias,  y como Cristo reúne en una sola Iglesia a todos los santos; cómo el Bautismo es un baño espiritual que purifica a las almas de la culpa del primer padre.

Mientras así enseña los artículos de la fe con elocuencia, impresiona a los sabios y al rey y ninguno se atreve a hacerle daño; así en efecto se ordena por medio de pregón del heraldo. Va y vuelve a menudo, pero porque no es capaz de convertir él solo.

ofm.org

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