miércoles, 26 de septiembre de 2018

Paz y perdón en la experiencia de reconciliación


Como es sabido, una de las enseñanzas y prácticas más significativas que nos transmitió el Dios revelado en Jesús fue el perdón. Así nos lo enseña el Evangelio. “Entonces Pedro, acercándose a él, dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mt 18, 21-2). Jesús nos manifiesta este camino de paz, no violencia y reconciliación en el que la experiencia del perdón es clave para irnos liberando del odio, del resentimiento, la venganza y toda violencia.

“Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 33-34). Sin esta práctica constante y permanente del perdón, como nos mostró Jesús hasta en la cruz, no es posible la vivencia de la paz y del amor fraterno. El sentirse perdonado y perdonar nos posibilita la sanación de las heridas, conflictos, peleas y daños que los seres humanos nos causamos mutuamente. 

Dios en Cristo nos ha regalado su Gracia (Don) del Amor que nos perdona y cura de estos males, violencias y odios destructores de la persona, que nos libera de toda agresión, mal e injusticia que nos causamos los unos a los otros. Así nos lo transmitió San Francisco, por ejemplo en el relato de los tres ladrones: “aunque hubiéramos cometido infinitos pecados, todavía es más grande la misericordia de Dios; según el Evangelio y el apóstol San Pablo, Cristo bendito ha venido a la tierra para rescatar a los pecadores” (Florecillas 26). Francisco de Asís nos muestra pues a ese Dios de la misericordia que siempre nos acoge, perdona y reconcilia. 

En este sentido, el Papa Francisco en su visita a la Porciúncula con motivo del VIII Centenario del Perdón de Asís, nos enseña que “el mundo necesita el perdón. Demasiadas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio; porque, incapaces de perdonar, arruinan su propia vida y la de los demás. En lugar de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz”. Francisco nos asegura que el Señor nos ha hecho un gran regalo “enseñándonos a perdonar para experimentar en carne propia la misericordia del Padre”. Además, nos recuerda que debemos perdonar a una persona que nos ha hecho mal “porque nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados, e infinitamente más. Sabemos bien  que estamos llenos de defectos y recaemos frecuentemente en los mismos pecados. Sin embargo, Dios no se cansa de ofrecer siempre su perdón cada vez que se lo pedimos”.

Y este es un “perdón pleno, nos sigue comunicando el Papa, que nos da la certeza de que Él tiene piedad de nosotros y no deja de amarnos. Nuestro Padre se apiada siempre cuando estamos arrepentidos, y nos manda a casa con el corazón tranquilo y sereno, diciéndonos que nos ha liberado y perdonado todo. El perdón de Dios no conoce límites; va más allá de nuestra imaginación y alcanza a quien reconoce, en el íntimo del corazón, haberse equivocado y quiere volver a Él. Dios mira el corazón que pide ser perdonado. El problema surge cuando nosotros nos ponemos a confrontarnos con nuestro hermano que nos ha hecho una pequeña injusticia…Cuando estamos nosotros en deuda con los demás, pretendemos la misericordia. En cambio, cuando estamos en crédito, invocamos la justicia. Este no puede ser el estilo de vida de los cristianos. Limitarnos a lo justo no nos mostraría como discípulos de Cristo, que han obtenido misericordia a los pies de la cruz sólo en virtud del amor del Hijo de Dios”. 

Acoger este Don y experiencia del perdón es fuente de humanización, ternura y compromiso por la justicia. El sentirnos amado y perdonados nos reconcilia con nosotros mismos, con los otros y con Dios. De esta forma, se hace posible el agradecimiento a ese amor y la humildad de sentirnos frágiles, limitados y vulnerables que son motivación y sentido para la militancia por un mundo mejor, más justo y fraterno como quiere Dios. 

En esta línea, el perdón supone la memoria y la verdad, recordar y reconocer la realidad de mal e injusticia. Implica la solidaridad compasiva y la justicia con las víctimas, en la restitución de este daño y maldad injusta causada, que abre al perdón y a la reconciliación. Un perdón sincero requiere esta verdad real, con el reconocimiento del daño y mal realizado, y la realización de la justicia para restituir todo el mal e injusticia que sufren las víctimas. Todo este proceso de verdad, justicia y reconciliación culmina en el perdón fraterno del otro para re-comenzar juntos de nuevo el camino de la paz.

No podemos dejar de recordar aquí, para terminar, el gesto que tuvo San Juan Pablo II con Ali Ağca, la persona que trató de asesinarlo, disparando e hiriendo de muerte al Papa. San Juan Pablo II iría después a la cárcel a visitarlo y diría: “hablé con él como con un hermano al que he perdonado, y quien tiene toda mi confianza…La verdadera paz no tiene que ver sólo con estructuras y mecanismos. Realmente, sobre lo que descansa es sobre la adopción de un estilo de vida de coexistencia humana, marcada por la aceptación mutua y la capacidad de perdonar de corazón. Todos necesitamos ser perdonados por otros, entonces todos debemos estar listos para perdonar. Pedir y dar perdón es algo de lo que cada uno de nosotros merecemos profundamente”

Ph. D. Agustín Ortega

Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología).  Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador en diversas universidades e instituciones universitarias y educativas latinoamericanas. Autor de distintas publicaciones, libros y artículos.
















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